Teniendo en cuenta la intensidad del primer encuentro con Baldor, el viaje hasta el punto de reunión con los elfos había resultado de los más tranquilo. Incluso se podría decir que de lo más aburrido si no fuese porque Belak tenía la capacidad de maravillarse ante cualquier novedad o su tremenda habilidad para preguntar que rivalizaría con la insistencia de cualquier torturador con la intención de obtener información. Salvando las distancias, por supuesto. Un torturador se acabaría cansando de insistir en algún momento. Y, claro está, por parte de Belak no hay violencia ni malicia... Aunque alguien arisco, como un enano, por poner un ejemplo, uno malhumorado y acorazado de arriba a abajo, enseguida podría malinterpretar la verborrea del joven Hombre del Bosque. Por suerte para todos, Droul estaba allí para aplacar la curiosidad del trotamundos.
Y por fin llegó el momento en el que los elfos hicieron su aparición para recibir a Baldor y a su camarilla de guardaespaldas. Su presencia no dejaba lugar a dudas de su existencia inmortal e incluso superaba las expectativas de un joven Hombre del Bosque que tan solo conocía el mundo a través de las historias. Entonces, en ese momento, ocurrió lo impensable. Belak se quedó sin palabras. Donde cualquier de los allí presentes hubiese esperado una explosión de fervor cual seguidor acérrimo capaz de incomodar a cualquiera, tan solo hubo un silencio acompañado de una expresión embelesada. La reacción resultaba igual de incómoda, pero mucho más discreta. Belak devolvía el saludo casi como un acto reflejo de su cuerpo y se subió a la barca; donde se quedó sentado y absorto en lo que sería el viaje más silencioso de su corta vida. No nos equivoquemos, en su cabeza pasaban un montón de cosas; pero para una vez que el joven trotamundos nos da un momento de tranquilidad, no vamos a estropearlo indagando en sus pensamientos.
Terminando la travesía por el río, llegaron por fin hasta los dominios de los elfos. Allí conocieron a Lindar, quien se mostraba muy amistoso con Baldor y gracias a él parecía que también mejoraba el trato con la compañía. Belak seguía todavía en su especie de estado de shock; por suerte Droul estuvo hábil realizando las presentaciones. Los términos parecían favorables hacia los invitados, pero no tardaron en comprobar que eran meras formalidades. La compañía no tendría el privilegio de entrar a los salones principales ni asistir al evento de bienvenida. Eso comenzó a devolver al mundo real al hombre del Bosque, aunque lo que realmente lo espabiló fue el estallido en forma de improperios de Kurdrim. Por un momento Belak pensó que por culpa de ese breve enfrentamiento verbal terminasen regresando por donde vinieron. Por un momento estuvo a punto de darle un golpe con el codo para que dejase de despotrica, pero enseguida se lo replanteó pues le gustaba que su brazo se mantuviese pegado al cuerpo y pasó a un modo verbal. -¡Vas a conseguir que nos echen de aquí!- Le dijo en un grito susurrado perfectamente audible para cualquiera que pusiese un mínimo de esfuerzo en escuchar. Entonces, se dirigió a Lindar tratando de mediar en lo posible. -No haga caso de lo que dice mi buen amigo Kurdrim. Tiene un sentido del humor muy raro y a veces no sabe cuándo parar de hablar.- Irónicas palabras viniendo de Belak, aunque él jamás se daría cuenta de ello. -Por mi parte acepto de buena gana sus condiciones y su hospitalidad.- Añadió con una reverencia esperando que al menos a él lo dejasen estar. Aunque luego miró al resto de sus compañero. -Es decir, la aceptamos, ¿no?- Después de todo, les había cogido cierta estima en el breve tiempo que llevaban juntos y esta clase de experiencias siempre se viven mejor en compañía. De cualquier manera, la sangre no había llegado al río y fueron llevados hasta las bodegas. Belak nunca había estado en ningún salón de un rey para contrastar la comparación realizada por Lindar, pero sin duda aquello era algo que nunca había visto. -Bueeeno.- Dijo Belak una vez los dejaron allí. -Supongo que una bodegas élficas son mejores que un nada élfico.- No se consuela el que no quiere. Y quizás, en su inexperiencia, tuviese algo de razón. Sonrió a sus compañeros y enseguida de dispuso a husmear un poco por la estancia teniendo cuidado de no tocar nada. O casi nada más bien.
—Bueno, al menos no dormimos en el suelo —mencionó de pasada Droul cuando vio los lechos que habían preparado para ellos. Además, la estancia tenía un cierto olor a almizcle que teñía todo de un cariz más hogareño, seguramente gracias a las mermeladas y confituras repartidas por las estanterías. El enano eligió uno de los lugares, dejó su petate y se apoyó en el cabezal de su piqueta mientras esperaba a que les dejaran a solas. Entonces, se dirigió al resto con expresión adusta —El viaje aún dista por terminar, pero no se puede repetir lo que ha pasado aquí. Ahora mismo no somos guerreros, exploradores o cartógrafos. Somos guardaespaldas de Baldor, una digna labor por la que seremos debidamente recompensados. Y ya le hemos avergonzado una vez frente a quienes él llama amigos.
Prefería no señalar a nadie en particular, pero cada uno sabía lo que había dicho y hecho, ya fuera activamente o por permanecer en silencio.
—No estamos en Erebor, o en Esgaroth, o en los dominios de Beorn. Y no estaremos hasta que lleguemos al Salón del Bosque y cumplamos nuestra función. ¿Nos han tratado los elfos como inmundicia? Sí, ¿pero eso es suficiente para amenazar y rugir como animales? Sed más listos —gruñó, poniéndose un regordete dedo en la sien —Y pagad vuestra frustración con quien ose poner en peligro a Baldor y a su hijo.
—Coincido con Droul. Prefiero dormir bajo un techo que en el bosque, sobre todo si es cierto lo que dicen de la arañas. Despierto y con el arco preparado no tendría problema, pero prefiero dormir sin temor a despertar salpimentado y listo para devorar —comentó, riendo por lo bajo.
El buen humor era una buena forma de enmascarar su cansancio. Empezaba a aborrecer los botes, a pesar de haber pescado con anterioridad. Quizá es que estoy acostumbrado a aguas más tranquilas, pensó.
—Además —le comentó a Lain y a los otros enanos en bajo—, quizá podamos "convencerles" de que nos "inviten" a un poco de ese vino que guardan con tanto celo.
No les faltó comida, ni tampoco bebida, y aunque Mungo había expresado su intención de realizar por su cuenta una cata de vino a costa de los barriles de la bodega, no fue necesario ya que los elfos proporcionaron vino suficiente para todo el grupo. De hecho, salvo porque no les dejaban acceder al resto de los Salones del Rey, la hospitalidad de los elfos no fue tan mala y la estancia del grupo fue incluso cómoda. Durante aquel par de noches que pasaron en el lugar no les faltó de nada, y pudieron degustar las comidas deliciosas que les traían y el buen vino que compartieron con ellos.
Finalmente, al cabo de los dos días prometidos, Baldor y Belgo regresaron acompañados por Lindar y algunos otros elfos temprano por la mañana para guiarles por una puerta secreta hasta el exterior de las cavernas. Los elfos incluso habían descargado la carreta de mercancías de Baldor y habían repartido su carga entre los dos ponis del mercader y otros dos que les prestaban, ya que según les dijeron, el camino reservaba algunas zonas donde el paso de una carreta podría entrañar más dificultades de las previstas. También se ofrecieron a escoltarles hasta los límites de los territorios del Rey, acompañándoles unos cuantos kilómetros por el Sendero Elfo. Lo hicieron nuevamente en bote, para disgusto de algún que otro miembro del grupo, de modo que los animales quedaron liberados de su carga nuevamente y pudieron abarcar una buena cantidad de terreno en poco tiempo gracias a la habilidad de los elfos con las embarcaciones.