Partida Rol por web

-¿Vigilan?- preguntó el enano al mirar a sus compañeros, proponiéndose ir por la vía más silenciosa posible.

Probablemente, en otro momento, hubiera ido por el camino ruidoso y rápido, pero luego de la experiencia onírica sombría, el enano se lo notaba más cauteloso con enfrentarse a la Sombra. Una cosa eran orcos, goblins y demás pestes... otra muy distinta a espectros sombríos inescrutables.

Tal vez, con una palanqueta, hubiera sido más fácil...

Justo cuando Ainar se inclinaba sobre la jaula que aprisionaba a Munin, decidido a desentrañar sus secretos en el silencio opresivo del templo, un frío estremecedor les recorrió el cuerpo. La temperatura cayó de golpe, como si una sombra helada hubiese invadido el lugar, y entonces lo sintieron: una presencia familiar y terrible que volvió el aire más denso y pesado. Una silueta sombría que se deslizó hacia ellos con una quietud antinatural.

Baldbrand fue el primero en reconocerlo, y un escalofrío le recorrió la columna. Aquel ser, un eco sombrío del pasado, era el mismo que había presenciado combatiendo a la dama Irimë semanas atrás, cuando todos cayeron bajo el hechizo que estuvo a punto de condenarlos para siempre y el beórnida recobró la conciencia unos instantes. Nunca olvidaría la mirada vacía de esa criatura ni el horror que había desatado entonces. 

El espíritu, envolviéndose en sombras aún más profundas, siseó una palabra en la lengua negra de Mordor y después desapareció. El sonido resonó en sus mentes como un veneno, cargado de malicia. El silencio sepulcral que dejó tras de sí fue rápidamente roto por un sonido más inquietante: los cuernos de guerra de los orcos retumbaron desde la cima del Dwimmerhorn, anunciando que la caza había comenzado.

Qildor se había mantenido en silencio hasta el momento, pero estar en presencia de aquel espectro le dificultaba el contenerse. A punto estuvo de dispararle una flecha. Quizá el alivio de saber que Munin estaba con vida le daba fuerzas para mantener la calma.

—Vil criatura —susurró el noldo.

Los cuernos de guerra resonaron. ¿Habían sido descubiertos? A pesar de estar tan cerca del espectro, Qildor no tuvo más remedio que contenerse una vez más.

—Debemos irnos. Ahora.

El frío que recorrió su cuerpo sólo podía significar una cosa: ese espectro que habían conocido de mala manera, estaba allí. El enano miró a sus compañeros al escuchar el cuerno, y no dudó más. Tomó el hacha con sus dos manos y le asestó un golpe lo más fuerte posible a uno de los barrotes de madera, para sacar a su compañero e irse lo antes posible...

No... No podía ser otra vez él. No. No otra vez. Esuchó los cuernos de guerra orcos. -¡Rompe! ¡Rompe esa condenada jaula y vámonos de aquí!- Acució Vanwa a su tozudo amigo, haciéndose eco de las palabras de Qildor. Casi que no hizo falta, pues ya estaba Ainar rompeindo la jaula con su mortal hacha. Debían irse muy pero que muy rápido.

El espectro estaba allí. Por alguna razón había viajado desde el Paso Alto hasta allí. ¿Habría estado todo este tiempo el sarcófago allá arriba?

No. No era momento para pensar. Debían huir ya de allí. Con sus manos buscó el odre de tormentas del mago Pardo. No para darle uso ya. Al meno no enseguida. Quien sabe si en aquel lugar tan espantoso las magias oscuras podrían anular los poderes del Mago de los Pájaros.

No estaba dispuesto a dejar que de nuevo el miedo le atenazara como le pasó en el tiempo que pasaron la Dama Irimë, buscó en su interior el valor de su gente, la lucha sin descanso contra la Sombra entre los poblados bosques que rodeaban el Salón, la sabiduría y el amor entregado por Miriel a él y a todos los que antes que él mismo siguieran el antiguo legado de un lejano antepasado. Buscó y buscó el fuego de los hombres para hacer frente a la oscuridad

A pesar de la familiar presencia de aquella vil criatura, el beórnida gruñó como un animal amenazante enseñando los dientes y aferrando más su hacha hasta que sus manos crujieron de tensión.

Aquel ser había estado a punto de acabar con ellos y con la hermosa Dama Irime... no volvería a consentir nada por el estilo.

Pero la cobarde criatura no quería un enfrentamiento... sino echarles encima todo aquella jauría de orcos.

- ¿Habrá alguna salida soterrada del templo? -preguntó mientras Ainar daba cuenta de la jaula. Si los orcos habían sido alertados, lo primero que harían sería ir hacia el templo... 

Una vez que Ainar logró liberar a Munin de la jaula, el cuervo, con las alas doloridas y desplumadas, saltó al regazo del enano. Sus movimientos eran torpes, y aunque hubiera deseado volar libremente hacia los cielos, el esfuerzo había sido demasiado para él. Con un graznido apagado, se acurrucó contra el pecho de Ainar, buscando refugio en la calidez y seguridad de su amigo. Incapaz de levantar el vuelo, Munin confiaba plenamente en que el enano lo llevaría lejos de aquel lugar oscuro, donde el Enemigo comenzaba a rodearles.

Aunque el grupo logró resistir la influencia corruptora del espíritu, el enfrentarse de nuevo a su maligna presencia les dejó profundamente afectados. El frío que les recorrió no fue solo físico, sino una punzada en lo más profundo de su ser. Tuvieron que recurrir a lo que más amaban en aquella tierra para mantenerse firmes ante aquella presencia terrible que quería doblegar su voluntad. Los recuerdos del sacrificio de la dama Irimë, la calidez hogareña de la Posada Oriental, la lealtad de los beórnidas, o la lucha sin descanso de los pueblos que habitaban las lindes del Bosque Negro fueron quienes les dieron fuerzas en esos momentos. 

Pero no obstante, cada uno de ellos, a su manera, sintió la carga de ese encuentro. La tensión pesaba en sus cuerpos, y aunque sus mentes no sucumbieron a la sombra, el cansancio espiritual era palpable. El aire alrededor del templo se sentía más denso, más oscuro, y la angustia de estar tan cerca del mal antiguo les recordaba la fragilidad de sus propias almas.

Pero todavía les quedaba salir de allí con vida.