Ainar suspiró cuando todo se desenvolvió favorablemente para ellos. Por un momento pensó que tendría que proteger a Qildor con su escudo. Pero realmente, no tenía casi energía para algo así. Casi se dejó caer al suelo, pero no mostraría ese cansancio frente a esos desconfiados hombres del bosque.
Una vez dentro, no pudo reprimir el impulso de mirar desafiante a algunos de los arqueros que había visto incialmente, y que algunos se habían acercado a verlos más de cerca. Suponía que debían tener una apariencia de poema entre tanto barro, transpiración, y sangre del combate en el pantano.
—Me alegra que haya entrado en razón, Lord Harfast, e incluso que Magric fuera tan estúpido como para pretender matarlo estando nosotros presentes —dijo el enano mientras disfrutaba de la cerveza y la carne, con verdadera pasión, luego de la odisea por el pantano, comiendo... bueh, migajas de lo que podía ser una comida civilizada —Lo que se avecina no es algo bueno, la oscuridad está creciendo, y requerirá de toda la acechanza posible —miró a sus compañeros, más para que ellos relataran lo que había que relatar —Con premura deberían tener en cuenta que una batida de orcos montados en huargos seguramente esté en las inmediaciones, ya que nos estaban pisando los talones —advirtió el enano gravemente.
No quería que alguien más muriera en manos de esas sucias criaturas, pero especialmente que lo hiciera por no estar advertida.
Después de agradecer un poco de calma, reponer fuerzas y si fuera posible cambiarse de ropas fue a preguntar a Harfast. ¿Hay alguna manera de ponerse en contacto con Rhosgobel? Nuestros amigos fueron hacia allí mientras nosotros atraíamos a los orcos de las marismas tras nuestras huellas. Estoy preocupado por lo que se pudieran encontrar en el camino.
—Sin duda, Magric nos subestimó. Haga caso a Ainar, Lord Harfast. Las fuerzas de la Sombra nos pisan los talones y debemos guarecernos. No sabemos si llegarán hasta estas puertas, pero debemos estar preparados. Estoy agotado, pero pondré mi arco a vuestro servicio de buena gana —se ofreció Qildor.
El noldo tenía el semblante serio. Sus piernas apenas le respondían, pero sabía que podía seguir en pie y lucharía contra los orcos hasta su último aliento.
Las palabras de Welf le hicieron recordar a sus amigos. ¿Habrían llegado bien?
El mago parecía vacilar justo ahora, en el momento de mayor necesidad.
- Aiwendil os llaman. Sois sabio y poderoso. Hemos de actuar. No solo tenemos amigos en peligro, sino que está en juego mucho más. Si el salón cae, será un nefasto augurio para muchos hombres que sentirán tentados de escuchar las palabras envenenadas del Enemigo. Los hombres mortales son muy jóvenes y no entienden el peligro de las palabras con dulce veneno.- Explicó.
- Aiwendil os llaman, y por eso os pregunto si no podríais llamar a la Grandes Águilas para nuestro auxilio.- Propuso, haciéndose eco de las palabras de Miriel sobre el largo trayecto hasta allí.- A nosotros nos rescataron no hace mucho y son un adversario temible. Un ataque sobre los orcos que puedan estar asediando el Salón de la Montaña los dispersaría y llenaría de alegría los corazones de los hombres que viven allí.- Estaba seguro el elfo que tenía maneras de hacer llegar el mensaje de forma rápida hasta aquellos majestuosos aliados.
Habiendo resuelto el tema de Magric, Baldbrand dejó de lado su enfado por la situación, más después de ser testigo la proeza del noldor.
Una vez dentro, al calor de las brasas y la comida, el beórnida se tomó su tiempo para elegir y seleccionar las viandas. Estaba cansado y hambriento, pero intentó seguir siempre las enseñanzas de su caudillo.
Las palabras de sus compañeros le sacaron de su ensimismamiento.
-¡Si! Los orcos nos acechan señor Harfast... pero de dónde vienen es aún peor. Ese Dwimmerhorn... esconde una oscuridad peor, aparte de varios pobres espíritus presos y esclavos. -compuso una mueca de rabia- Ojalá hubiéramos podido liberarles. Sólo logramos liberar a uno de ellos, un tal Walar. Pero era más importante haceros saber lo que hemos visto.
Los destinatarios @Tabaré ;-)
Los sonidos de Aiwendil eran relajantes hasta el punto de acercar a Miriel a los brazos del sueño o quizás fuera simplemente el puro agotamiento que sentía después de los días de marchar forzada. Comprendía la preocupación de Vanwa, pero no podía compartir su impulsividad al igual que el mago pardo no lo hacía. Allí había mucho en juego y seguro que necesitaría unos minutos, puede que horas, ¿días? En sopesar las opciones que tenía y el mejor curso de acción. Ella misma no tenía claro que salir corriendo en las condiciones en las que estaban fuera a ser la mejor ayuda para sus amigos, como tampoco pensaba que un mago pudiera resolverlo todo con el uso de la magia. No. Eso eran creencias para los mortales, creer que todos los problemas podían resolverse con magia, pero si algo sabía por las viejas leyendas es que ese camino de pensamientos solo dirige a la ruina y la perdición. La magia podía ser útil y poderosa, pero no se podía confiar en ella para arreglar las cosas que la gente no arreglaba por si misma.
—¿Y de qué sirven dos elfos cansados y con prisas? —respondió el viejo mago a las peticiones de Vanwa—. Los elfos sois menos jóvenes y aún así parecéis vivir con la agonía de las prisas. Recuerda, buen Vanwa, que quien hace algo con prisa lo termina haciendo dos veces. Descansad esta noche aquí, mañana al alba quizá estéis más descansados para una nueva aventura. Y ahora, dejadme, tengo mucho en que pensar.
El salón de Radagast estaba inmerso en un ambiente acogedor y único, iluminado suavemente por la luz del exterior que se filtraba entre las hojas y ramas entrelazadas que cubrían las ventanas. Las paredes, hechas de piedra y madera nudosa, estaban cubiertas de musgo en algunos rincones, y colgaban de ellas hierbas secas y racimos de flores, llenando el aire con un aroma terroso y reconfortante. En el centro, una alfombra tejida con patrones de hojas y hongos cubría el suelo, y en una esquina, una gran silla de mimbre, gastada pero resistente, acogía al mago, que fumaba su pipa y meditaba en silencio.
A su alrededor, una variedad de criaturas se sentaba o deambulaba como si fueran miembros de una familia singular. Ardillas curiosas se acurrucaban en las vigas superiores, observando los movimientos del mago, mientras un par de zorros descansaban a sus pies, enroscados sobre sí mismos, atentos a cualquier cambio en su expresión. Varios pájaros, desde petirrojos hasta urracas, iban y venían por una ventana entreabierta, posándose en las ramas que crecían desde el interior, y trinaban melodías que repetían los pensamientos de Radagast o sus propias impresiones de las noticias que los elfos habían traído. Todo el salón parecía respirar en armonía con la naturaleza misma, un refugio vivo y lleno de sabiduría en cada rincón.
Harfast les había permitido portar sus armas en el Salón, y esta vez nadie les había puesto pegas a que las llevaran encima. El grupo estaba exhausto y hambriento, algo que pudieron solucionar en gran medida en las estancias de los hombres del bosque. Harfast los observaba con gesto serio y preocupado mientras contaban lo que habían visto en el Dwimmerhorn y de la gran amenaza se cernía sobre ellos con el avance de los orcos. Cuando le relataron a Harfast los oscuros eventos en el templo y el acecho de las fuerzas enemigas, el líder del Salón de la Montaña frunció el ceño, percibiendo la gravedad de la situación. Sin perder un instante, ordenó a sus hombres que prepararan las defensas en los muros, encendieran fogatas para mantener vigilados los alrededores y enviaran a los mejores arqueros a las posiciones estratégicas, listos para el combate.
El grupo también expresó la urgencia de avisar a Rhosgobel, sabiendo que Radagast podría ser clave para ayudarles. Harfast asintió y, tras unos instantes de reflexión, propuso enviar un mensajero ágil y sigiloso que pudiera burlar las posibles patrullas de orcos en el camino. La noche avanzó en un tenso silencio, con el salón en alerta y cada miembro de la defensa en su puesto, esperando el ataque inminente. Ellos tampoco descansaron, queriendo ofrecerse para ayudar en caso de ser necesario, incluso a pesar del cansancio que sentían. Sin embargo, la madrugada llegó sin señal de los orcos, dejando al grupo y a los defensores en un estado de inquietud. Algo parecía haber cambiado, pero el enigma de las intenciones del enemigo aún permanecía sin desvelarse.
Intercambió una mirada con Miriel. Tampoco podían hacer mucho más. Desde luego no iba a ser él quien se lanzara contra una turba de orcos, como suponñia que sería lo que asediaba el Salón de la Montaña. ¿No tenía el mago aliados entre los hombres y los animales? ¿Qué poder podía mover alguien con ese profundo conocimiento sobre la naturaleza? El tozudo Ainar y sus amigos corrían peligro. ¿Acaso no podría mandar un ejército de moscas que ahogara a los orcos en una nube ensordecedora?
Esos pensamientos perturbaron al elfo. Él no era así. Claro que no. Demasiado tiempo jugueteando con la Sombra. Empezaba a manipular su mente.
Sin duda, si Aiwendil tenía ese poder sobre la naturaleza era porque ella se lo permitía y sabía que no le pediría favores como una nube de moscas asesinas.
Suspiró y se calmó. Miró a Miriel, en busca de una confirmación de sus propios pensamientos, dispuesto a relajarse con los animales que había allí. A relajarse en la acogedora cabaña. Pensó fugazmente en Banna, la dicharachera chica de dientes torcidos. En aquel momento le pareció, junto a las ardillas y pájaros de la cabaña, la mejor compañía para desterrar los pensamientos de la Sombra de su mente.
Vanwa encontró agotamiento en la mirada de Miriel. No era solo el cansancio físico, era también el emocional que se había llevado toda aquella aventura que le hacía replantearse de que servían sus esfuerzos que parecían minúsculos con la escala que manejaba el Enemigo. La Sombra se extendía por toda la cordillera infestada de orcos y trasgos, a lo que ahora se sumaba ese poder desconocido de la cadena, pero que todos habían podido sentir en lo más profundo de su ser.
No necesitó que el mago le repitiera que fueran a descansar ya que lo agradeció. Ella era de la misma opinión que el mago. De nada servía apresurarse y poco podrían hacer esos dos elfos nada más. Entendía que Vanwa siendo un descarriado fuera más propenso a la impetuosidad como los humanos. No era algo que a ella le molestara habiendo vivido tanto tiempo con los hombres de vidas cortas y espíritus ardientes, pero seguía sin compartirla.
Cuando cerró sus ojos su ultimo pensamiento fue un deseo de corazón de que la luz cálida de la mañana le trajera otra perspectiva, que le trajera renovadas esperanzas en su misión y sus actos.
Baldbrand permanecía inquieto.
Miró a sus compañeros y comentó en voz baja: ¿Creéis que esas sabandijas al ver que no han conseguido darnos caza se han dado la vuelta? Son viles y cobardes después de todo. Suelen usar siempre la ventaja del número... y detrás de estos muros lo tendrían complicado.
Se mesó la barba, con el ceño fruncido y dividido. No sabía si deseaba luchar o que se retiraran. Su cuerpo estaba cansado.
-Señor Quildor... quizá deberíais descansar... o igual deberíamos hacerlo todos. Supongo que nos avisarían de pasar algo... aunque ¿creéis maese Ainar que podrían usar las minas para entrar?
—Lo cierto es que la fatiga comienza a sobrepasarme, Baldbrand. Aunque comparto tu inquietud. Los orcos son cobardes, sí, pero temen aún más a sus oscuros amos. Tal vez se estén reagrupando. Por fortuna, Harfast está al tanto de su posible llegada. No sé si podemos hacer mucho más salvo esperar.
De haber estado en plenas facultades, se habría ofrecido él mismo para comandar una avanzadilla u organizar las defensas. Únicamente se sentía con fuerzas para compartir estrategias de defensa con Harfast y el resto. Conocía la forma de actuar del enemigo y eso a veces era aún más valioso que tener la espada bien afilada.
Motivo: Saber
Rangos de habilidad: 3
Fatigado
NO: 14
Tirada: 8 + (2, 1, 6)
Total: 8 + 6 = 14
Gran éxito
Hago una tirada de Saber para informar a Harfast y a sus hombres (y a todos los que quieran escucharme) sobre las tácticas de guerra de los orcos para ayudar a preparar las defensas.
Al primer rayo del alba, Vanwa y Miriel despertaron y encontraron la casa de Radagast en un inusual y solemne silencio. La pipa y la túnica del mago no estaban, y todo rastro de su presencia parecía haberse esfumado con la noche. No obstante, sobre la mesa había un desayuno caliente y una taza de bebida humeante. Desayunaron en la tranquilidad de la cabaña de Radagast hasta que sintieron un fuerte viento que sacudió hasta los cimientos del hogar del mago, rápidamente se apresuraron a comprobar qué había pasado, pensando todas las horribles posibilidades que sus cansadas mentes tuvieron como ocurrencia.
Sin embargo, al abrir la puerta, se encontraron con una visión sorprendente: una de las majestuosas águilas de las Montañas Nubladas los aguardaba, con sus plumas doradas resplandeciendo al amanecer. La gran ave les observaba con ojos profundos e inteligentes, y con un breve batir de sus alas les hizo entender que estaba dispuesta a llevarles con ella. El mago debía haber avisado a las águilas cuando, a su llegada, entre susurros, compartió algo con las criaturas del bosque. Ahora entendían que se trataba de un mensaje para las águilas. Por ello no tenía prisa Radagast, ya que una vez llegaran las águilas no habría montura más veloz.
El águila les hizo señas de nuevo, inclinando la cabeza, para su subieran sobre ella. Seguía sin haber rastro del mago, pero tampoco tiempo que perder. Una vez acomodados en su amplio lomo, el águila batió sus enormes alas y se elevó con suavidad, rompiendo el silencio del amanecer. La fuerza de su vuelo les hizo aferrarse a las plumas doradas mientras el paisaje se desplegaba a sus pies en vertiginosos barridos de colinas y valles. Desde las alturas, divisaron los ríos y bosques extendiéndose en el horizonte. Un recorrido que habrían tardado días en hacer pasaba ahora bajo ellos a toda velocidad y en unas cuantas horas, el Salón de la Montaña, con su imponente silueta, se fue perfilando en la distancia. En poco tiempo, la gran ave empezó a descender con destreza, llevándolos con gracia hacia la ciudad fortificada y sus murallas, donde los hombres del bosque ya aguardaban expectantes. No había rastro de guerra, ni de asedio, ni de ningún orco en las inmediaciones.
La tarde avanzaba tranquila en el Salón de la Montaña, y la tensión de los hombres y el grupo de aventureros había empezado a relajarse al ver que no había señales de los orcos. Aquellas viles alimañas no se presentaron por allí en toda la noche, ni tampoco en lo que transcurrió del día siguiente a la llegada del grupo al Salón de la Montaña. Su ausencia, en cambio, les preocupaba tanto como la propia presencia de los orcos. Ya que era más fácil encarar a un rival que actuaba de manera directa, y, al no hacerlo, se preguntaban qué clase de artimaña tramaban ahora los orcos.
En el Salón fueron agasajados como héroes, los hombres del bosque les agradecían continuamente su labor, y les invitaron a una celebración en su honor aquella mañana que finalizó con un gran banquete. La tarde fue igualmente tranquila, pero al acercarse el crepúsculo, un murmullo de asombro recorrió las murallas y plazas de la ciudad. Temieron que los orcos estuvieran por fin desvelando sus cartas, pero las gentes del Salón no miraban a los valles bajo la montaña, sino al cielo, donde un águila majestuosa se acercaba, descendiendo en un vuelo amplio y firme, y los observadores pronto pudieron distinguir a dos figuras sobre su lomo: Vanwa y Miriel. El águila aterrizó en el claro frente a la Gran Casa, y los elfos desmontaron con elegancia mientras los hombres del bosque y sus amigos los miraban, estupefactos y aliviados a partes iguales.
Podéis marcar a Miriel y Vanwa.
El joven beórnida no disfrutó de la celebración que le ofrecieron los hombres del bosque, aunque se cuidó de no ser grosero o desagradecido. Su mirada y preocupación estaba más puesta en el exterior. O incluso en el interior de esas minas.
Pero al despuntar el siguiente día y ver otra vez una de las águilas gigantes, no pudo por menos que maravillarse. Aquellas criaturas eran tan fabulosas como terribles, pero Baldbrand aún tenía un vivido recuerdo de su experiencia con ellas.
Al ver que el águila portaba a sus compañeros elfos, no pudo por menos que sonreir y acercarse para darles la bienvenida, aunque de forma algo parca, como era habitual en él.
-Me llena de gozo veros compañeros. -dijo para luego dar un suave apretón en el brazo al elfo y otro en el hombro a la elfa.
Luego dejó que el resto de sus compañeros les pusieran al día.
Disfrutó el elfo del viaje. No había sido aquella vez como el rescate de la montaña. Esta vez había isdo un viaje después de una buena noche de descanso y un desayuno caliente. Nada que ver.
Agradeció a la majestuosa águila su servicio y se puso a su servicio y al de sus polluelos.
Agradeció el apretón del huraño beórnida y saludó al resto con efusivas muestras de cariño como zarandeos y besos. Hasta tiró (suavemente) de la barba de gruñón Ainar.
- Me alegra veros a todos bien. y creo que hablo también por Miriel.- Comentó, dedicándole una sonrisa a la melancólica elfa.- Logramos llegar para dar aviso.- Dijo, enigmático. La Sombra tenía oídos por todas partes.- Y suponemos que todo se ha puesto en marcha y pronto sabremos más. Lo importante es que los planes del Enemigo ya no son un secreto y pronto estaremos en condiciones para quitarle su nuevo juguete.- Comentó.
- ¿Cómo han ido aquí las cosas? La verdad es que no esperaba encontrarme esto tan tranquilo.- Quiso saber, mirando por encima del hombro de sus amigos, curioso.
Ainar recibió gustoso los agasajos y el descanso tan merecido. ¿Qué otra cosa podían hacer? No serviría de algo intentar mantenerse en pie sin reponer las energías que necesitaría si llegaban a tener que luchar. Que, por experiencia... sería así.
Pero no pudo contener la sorpresa al ver llegar a sus compañeros a lomos de un águila. Vanwa tenía que ver en eso, estaba seguro. Abrazó con fuerza a ambos, quitándole un poco el aire al elfo descarriado, mientras que a la dama apenas fue un apretón. Realmente se lo veía alegre de verlos sanos y salvos, porque quería decir que habían llegado a destino, y por lo tanto, Munin también.
—¿Cómo está Munin? —fue lo primero que preguntó el enano, confiando en que lo habían sabido cuidar en el camino a Rhosgobel —Ya te contará Qildor la hazaña de la que fue protagonista, y por la cual nos hemos ganado las buenas tajadas de carne y jarras de cerveza —le dio una palmada al arquero noldor.
Explusó el aire de sus pulmones para no morir aplastado por el abrazo del enano y cuando le preguntó por el cuervo su primera reacción fue cara como de no saber de qué hablaba. Quizás lo había hecho para fastidiar un poco al enano, o por despiste genuino, pues Vanwa nunca dejaba que sus pensamientos se detuvieran mucho tiempo en el mismo sitio.
Tras unos segundos de silencio tenso, Vanwa esbozó una de sus sonrisas, radiante e infantil.
- ¡Está bien, hijo de Ai! Lo dejamos en las mejores manos posibles. Estoy seguro que muy pronto nos reuniremos con él.- Le informó.
Luego miró al misterioso noldo. Allí algo habría pasado.
Qildor suspiró aliviado al ver que Miriel y Vanwa habían regresado ilesos de su huida a Rhosgobel. Por supuesto, confiaba en la pericia y habilidad de sus compañeros, pero con los orcos pisándoles los talones uno no sabía a qué atenerse. Esperaba que su plan de separarse les hubiese permitido viajar con más holgura.
—Me alegra veros de nuevo, sanos y a salvo. Si Aiwendil sabe de los planes de la Sombra, podemos estar un poco más tranquilos.
De pronto, Ainar señaló la reciente hazaña del noldo. A Qildor no le gustaba ser presumido, pero no pudo evitar iluminar su cansado rostro con una sonrisa.
—Magric regresó antes que nosotros para tratar de poner a Harfast contra nosotros, probablemente con la intención de tendernos una trampa. Quizá tenía la esperanza de que los orcos terminasen tendiéndonos una emboscada. Por suerte, el líder de los hombres del bosque supo reconocer la falsedad de sus palabras a tiempo.
»Magric, como la sabandija que es, trató de asesinar por la espalda a su señor al ver que las cosas no soplaban a su favor. Como comprenderéis, no pude quedarme quieto y mi flecha logró atravesar su hombro y hacerle soltar la daga.
»De todas formas, aún nos sentimos algo intranquilos por los orcos que nos pisaban los talones. He advertido a Harfast de sus tácticas de guerra para que estén preparados ante cualquier intento de asalto, pero solo habéis llegado vosotros.
Mientras los elfos se acercaban a sus compañeros, las miradas de sorpresa se transformaron en sonrisas de alivio y gratitud. Harfast, con un gesto de respeto, se dirigió a Vanwa y Miriel, agradeciéndoles su esfuerzo y su regreso inesperado. Ainar, Qildor, Welf y Baldbrand intercambiaron abrazos y palabras de bienvenida con los recién llegados, reconociendo la tenacidad que ambos habían mostrado al atravesar las ciénagas y cruzar el Anduin para traer ayuda. Qildor relató los acontecimientos de los últimos días, restándose mérito con humildad. Aunque Harfast se apresuró en completar el relato del noldo, halagándole, y recalcando que le debía la vida. A Qildor y al resto. Y todo eso tras soltar varias maldiciones contra Magric y los orcos.
Harfast, tomando el mando una vez más, les indicó que se reunieran en la Gran Casa. Dentro, la calidez de las hogueras y el olor del carnero asado esperaban a los aventureros; los hombres del bosque querían agasajarlos como héroes y escuchar lo que traían de Rhosgobel. Mientras compartían la comida, las historias de sus peripecias se contaron de nuevo, y cada mirada cómplice, cada palabra agradecida, tejió un lazo más fuerte entre ellos. Harfast prometió que al amanecer, si no había señales del enemigo, enviarían emisarios a los pueblos vecinos para reforzar las defensas y transmitir las noticias.
Así, bajo las vigas talladas y junto al fuego, el grupo disfrutó de un breve respiro, sabiendo que aún quedaba una larga lucha por delante, pero con el ánimo renovado y el vínculo fortalecido por la promesa de proteger juntos esas tierras.
Cambiamos a la escena final: Epílogo: La sombra del futuro.