Al atardecer, una figura oscura surcó el cielo sobre el Salón de la Montaña, dibujándose contra los últimos rayos de sol que teñían de dorado y púrpura el horizonte. Los habitantes del Salón de la Montaña levantaron la vista en asombro, y los compañeros, todavía reunidos, se levantaron de sus asientos al reconocer la inconfundible silueta de un águila gigante. Otra más. Con un movimiento lento y majestuoso, el ave descendió en círculos hasta posarse en la plaza principal, levantando una nube de polvo y hojas secas.
Montado sobre el águila, Radagast se bajó despacio, con la mirada serena pero alerta, y saludó con una inclinación a Harfast y al grupo. Su presencia irradiaba la fuerza y la calma de alguien que había recorrido un largo camino y meditaba profundamente sobre lo que estaba por venir. Mientras los hombres del bosque observaban con reverencia, el mago se dirigió a sus amigos y a Harfast, y, con su característica serenidad, empezó a relatar lo que había descubierto, mientras todos se reunían en círculo alrededor de él, listos para escuchar.
Radagast, con un suspiro y una mirada grave, encendió su pipa antes de comenzar a hablar. El humo se elevó lentamente en espirales mientras sus palabras rompían el silencio atento de todos.
—He explorado el Dwimmerhorn —dijo, con la voz pausada y solemne—, y lo que os traigo no es, me temo, noticia que alegre el corazón. En el antiguo fuerte no queda ni rastro del Enemigo. Mis fieles exploradores han recorrido las marismas, peinándolas de arriba a abajo, y lo único que han hallado ha sido a un pobre prisionero escapado de las mazmorras, Walar... uno a quien ya conocéis.
Radagast hizo una pausa, su mirada perdida en la pipa, y continuó con tono sombrío:
—Pero aparte de eso, no hemos encontrado nada. Ningún signo, ningún vestigio siquiera. El fuerte en la colina está tan desierto como una tumba sellada, como si nada, ni nadie, hubiese habitado jamás ese lugar siniestro.
el elfo no podía creerlo. ¿Era posible que hubieran abandonado aquel lugar tan bien como para que pareciera que nunca habían estado allí? Los orcos son de natural descuidado. Habrían dejado señales de una ocupación reciente. Y más si habían tenido que irse con prisas.
- ¿Cómo que "si nadie ni nada hubiera habitado ese lugar"?- Murmuró, perplejo.- No es posible... ¿Y la torre? Aquella torre era el centro de toda la maldad. ¿Dónde...? Dónde habrían podido ir para saber más de ese artefacto?- Se preguntó, además de preguntarlo al mago y a sus compañeros. Estaba claro que los que estaban en la torre querían dominar la Cadena. Debían haber ido a un lugar donde aprender a dominarla. Era lo lógico.
También pensó en la posibilidad que todo lo sucedido en la torre fuera un sueño, similar al vivido en Highcomb, pero esperó a escuchar lo que pensaban los demás.
El beórnida se puso contento al ver al mago pardo, pero, más tarde, al oirle decir aquello, primero puso los ojos como platos y luego resopló como un oso enfadado.
-¿Os estais quedando con nosotros Mago? Esos orcos que vimos, esos prisioneros y lo que había en ese templo eran muy reales... no eran fruto de nuestro sueño o imaginación. ¡Magric o Walar son la prueba! - el joven beórnida estaba frustrado. Frustrado y, porqué no decirlo, algo alterado y enfadado.
¿Recordáis lo que nos sucedió con la Dama en la montaña? Los poderes de la Sombra quedan ocultos y sólo anidan en los corazones donde crecen como zarzillos ahogando la esperanza.
No hay nada allí, bien, podemos contar lo que vimos y lo que sentimos y si no están allí es que han huido como cobardes y habrá que sacarles de su guarida donde quiera que esté.
La presencia de Miriel de nuevo a su lado había reconfortado su espíritu y se sentía reforzado en su idea de defender las tierras del Anduin de la presencia del mal. Si habían conseguido echarles de esa zona era una victoria que había que celebrar.
Reunirse con sus compañeros sanos y salvos reconfortó el corazón de Miriel y aligeró la pesada carga que se había instalado en su alma los últimos días. El abrazo a Welf había sido realmente sentido. Un abrazo firme de quien se reencuentra con alguien a quien había creído perder y no quiere soltarlo por miedo a que se un espejismo. Ahondado en su memoria Welf seguramente no encontraría un abrazo tan sentido de la elfa que lo había visto crecer año tras año.
- ¿Y la torre, Aiwendil? Ese templo negro de piedra imposiblemente pulida que ninguna mano de mortal ha podido construir. ¿También desaparecido? – si había algo más sorprendente que un ejercito orco de semejante tamaño hubiera desaparecido como si nunca hubiera estado era que también lo hubiera hecho ese maldito templo - ¿Sería posible que siguiera allí y una magia lo esté escondiendo? – seguro que ya se le había ocurrido al mago. Seguro que había descendido con su amiga el águila para comprobar en persona que no había ilusión alguna que lo escondiera de la vista de las alturas. O al menos esperaba que el mago lo confirmara.
Si habían expulsado de aquel lugar a la sombra era una buena noticia para los habitantes de aquellas tierras, podían celebrarlo, pero significaban malas noticias en el corto o medio plazo para las gentes de otras tierras, para las gentes en cuyas tierras se instalase ese ejercito de orcos, ese templo maldito y aquella cadena impía. Se estremeció por dentro.
¿Era eso a todo a lo que podían aspirar? ¿A expulsar a la sombra de un lugar para mover el problema de unas personas a otras? ¿Merecía acaso tanto esfuerzo? ¿Era justo para aquellas otras personas que antes vivían lejos de la sombra y ahora la sufrirían en sus carnes?
El mago exhaló una densa y pausada bocanada de humo, que ascendió perezosamente en volutas hacia el techo del Gran Salón de los hombres del Salón de la Montaña, entremezclándose con la luz tenue del crepúsculo que se filtraba por las altas ventanas. Radagast recorría con la mirada a cada uno de los presentes, deteniéndose en sus rostros como si pudiera leer sus pensamientos y temores más ocultos. Finalmente, con la misma calma deliberada, rompió el silencio y se dirigió a ellos.
—Lo que visteis allí fue real, no una ilusión ni un sueño, como os ocurrió con la dama Irimë —afirmó el mago con su voz grave y pausada—. Tampoco hay magia que oculte al Enemigo; yo mismo he inspeccionado el lugar. La torre permanece en el mismo punto donde la encontrasteis, pero su interior está vacío, salvo por la huella de corrupción que la Sombra dejó tras de sí. Las cárceles están desiertas; solo los restos de comida olvidados por los prisioneros atestiguan el sufrimiento que allí se vivió. Supongo que el Enemigo no esperaba ser descubierto tan pronto, y se ha retirado a algún otro lugar seguro. Nuestros ojos estaban pendientes de los alrededores, de los orcos que os perseguían, y olvidamos vigilar el Dwimmerhorn. Ahora temo que el Enemigo siga trazando planes contra los Pueblos Libres y asesten el golpe cuando menos lo esperemos. Habrá que tener los ojos bien abiertos.
Por un momento, Ainar pensó que todo había sido un sueño, y que hasta habían corrido como posesos, acuciados por la urgencia y la aparente amenaza de los orcos y huargos perseguidores... por pura ilusión. Pero por suerte el mago pardo le quito esa sensación de irrealidad y hasta estupidez de su parte.
El Enemigo había escapado. Se había retirado, llevándose prisioneros, orcos, Cadena y Oscuridad, a otro lugar. En principio, parecía una victoria, pero a la vez, ahora no sabían dónde estaban y qué estaban por hacer. Tal vez no era tan malo que se hubiesen retirado, porque un combate contra los orcos en aquel pantano, sería casi imposible para tropas de enanos, elfos y humanos. De todas formas, ya no lo sabrían.
—¿Nos quedaremos esperando a que asome la nariz de su escondite? —preguntó el enano, mirando a todos —No me deja tranquilo eso... ¿no hay huellas que podamos seguir? No es tan fácil sacar todo eso tan rápido —sí, Ainar estaba frustrado, porque en cierta manera pensaba que no habían logrado mucho más que confirmar que había algo cociéndose en la oscuridad.
Yo también entendí por un momento que directamente no se había encontrado algo jajjaa
—Tampoco me extraña —comentó Qildor, taciturno—. La Sombra y sus siervos son esquivos y sibilinos. Antaño, cuando los míos combatían a las fuerzas de Morgoth, seguían un comportamiento similar. Maquinando en las tinieblas. Por supuesto que no nos quedaremos de brazos cruzados, compañero. Le estamos inmensamente agradecidos por todo, Aiwendil. ¿En qué más podemos ayudar?
El noldo se sentía más descansado, pero sabía que tardaría un tiempo en recuperarse. Suponía que los demás también. Aún así, no podían quedarse quietos sabiendo el mal que acechaba entre las sombras, planeando la caída de los Pueblos Libres.
Balbrand pareció tranquilizarse al escuchar al mago y se relajó visiblemente.
-Siento si no he comprendido lo que decíais. -comentó de forma brusca pero sincera.
Luego se quedó pensativo.
-Si, bien es cierto lo que dice maese Ainar. ¿No hay pista alguna que podamos seguir? ¿Nada que podamos hacer? -como el resto de sus compañeros, el gigante peludo parecía frustrado.
Si hubiera pista alguna sin lugar a dudas el mago pardo ya la habría revelado. Miriel encendió su pipa siguiendo el ejemplo del mago. Necesitaba descansar un tiempo y reflexionar en esto. ¿Podía considerarse una victoria? ¿Un tiempo para recuperar fuerzas antes del próximo asalto de la Sombra? No sabía que pensar. Realmente lo que le apetecía en aquel momento era volver a sentirse en casa al calor de una lumbre como la de la Posada del Camino.
Poco había qué añadir a lo ya dicho en aquel lugar. El Enemigo se había retirado a alguna madriguera oscura, a la espera de volver a juntar sus huestes.
También era un buen momento para retirarse y dejar de pensar en sombras oscuras, orcos gritones y dejar que su alma viajara a lugares más placenteros.
Pensó en el tesoro que estaba enterrado en los pantanos, tal y como le habían confiado los juncos chismosos del Dwimmerhorn. Pensó en ello pero pronto creyó que sería mucho mejor tesoro pasar tiempo con Banna, la muchacha ingenua de dientes torcidos. Sin duda su presencia le ayudaría a alejar la sombra que empezaba a anidar en su corazón. Sabía que no existía mejor antídoto para la Sombra que la luz pura de las gentes sencillas.
Con todo eso en mente buscó a Banna por las cercanías de los dominios del mago pardo, sabiendo como sabía que era una chica montaraz amiga de los animales, no le costaría dar con ella preguntando a sus amigos por ella. Su deseo era pasar tiempo con ella y estaba dispuesto a usar su encantadora sonrisa y sus mieles* para ganarse el favor de la muchacha. Además, esta vez, no debería impostar nada como sí hacía otras veces para sacar provecho, pues esta vez su interés era genuino y sincero. ¿Podía ser que Vanwa hubiera encontrado la horma de su zapato en la alocada agente de Radagast? Quería convencerla para pasar el invierno en los dominios de Beorn. Sin duda se iba a sentir encantada con los listísimos animales de Beorn y estaba seguro que el gigantón gruñón iba a apreciar el carácter sencillo y sincero de la humana. Bueno, al menos haría lo posible para facilitar las presentaciones.
Ya se imaginaba pasando los meses con la alegre compañía de la muchacha, cantándole tontas canciones y perdiendo el tiempo con los ponis de Beorn, o burlándose de las rígidas abejas de las colmenas, siempre atareadas y que nunca sabían apreciar una buena broma. Quería escuchar la risa límpida y sincera de Banna, pasar el tiempo con ella y descubrir que a fin de cuentas la Sombra puede intentar lo que sea, que jamás podrá con esa fuerza superior a cualquier otra en el mundo. El amor. Sí, maldita sea. El amor. E incluso podía ser ese amor el que lo llevara a iniciar a Banna en la senda de entender y comunicarse con la Naturaleza. A que pudiera hablar de verdad con animales y plantas. Con piedras y el agua que corre. Sí. Quizás no querían los viejos elfos que se enseñara esa senda fuera de su raza pero Vanwa podía intuir que el tiempo de los elfos tocaba a su fin y que no era justo ni bueno que esa capacidad se perdiera para siempre en la tierra. Y Banna tenía ese corazón puro necesario para que la Naturaleza te escuchara y te respondiera.
* tiraría de los rasgos de hermoso y juglarías para convencerla.
También usaría juglarías para tirar por cantar (si son 2 tiradas, y puedo pasar el interludio en tierras de Beorn son 2 tiradas, 2 éxitos sencillos restan 4 de sombra. Mñas que de sobras).
No sé si juglarías me serviría para hacerle el lio a Beorn (al estilo de la ecena de Gandalf y los enanos con Beorn en el Hobbit) para convencer a Beorn de que acepte la presencia de Banna (y creo sinceramente que le puede parecer una gran inivtada).
El aire en el Gran Salón del Salón de la Montaña estaba cargado de un silencio expectante. Los hombres del Bosque, inquietos pero agradecidos, escuchaban las palabras del mago y observaban a los viajeros. Las antorchas chisporroteaban suavemente, proyectando sombras temblorosas en las paredes de madera robusta, mientras el crepúsculo se deslizaba lentamente hacia la noche.
Radagast terminó de hablar, apagando su pipa con un leve golpe en el borde de la mesa. Sus palabras habían dejado más preguntas que respuestas, pero también una inquietante certeza: el enemigo estaba cambiando sus tácticas, y lo que había ocurrido en el Dwimmerhorn era solo una pieza de un plan más grande y oscuro. El mago también habló sobre las pistas por las que preguntaban, explicándoles que si los penetrantes ojos de las águilas no las habían hallado, era porque el enemigo debía haber usado alguna artimaña o magia para ocultarlas.
A pesar de la incertidumbre, el grupo sabía que su misión no había terminado. Las sombras que se cernían sobre las tierras salvajes eran más profundas de lo que imaginaban, y el camino que tenían por delante sería largo y arduo. Pero por ahora, el calor del fuego, la seguridad del salón y la compañía de aliados ofrecían un breve respiro. Al amanecer, cada uno partiría en direcciones diferentes, pero con la promesa de que volverían a reunirse si las sombras crecían demasiado. Y en medio de todo, Radagast se permitió una leve sonrisa mientras acariciaba la cabeza de un pequeño zorzal que había encontrado su lugar en su hombro. Aunque el futuro era incierto, la esperanza aún brillaba tenuemente, como una estrella solitaria en una noche oscura.