Emerick controló sin problema alguno al patético ser, obligandole a beber solo lo que queria que bebiese.
Motivo: des+pel
Tirada: 4d10
Dificultad: 6+
Resultado: 32 (Exito)
Motivo: des+pel
Tirada: 4d10
Dificultad: 6+
Resultado: 10, 7, 3, 5
Exitos: 2
No me gustaba lo que estaba haciendo el malkavian, pero aun así decidi no intervenir. El sabria. Además, no tenia nada en contra de perder algo de tiempo...
Un leve parpadeo surca los ojos del tzimisce. Su mirada destila odio y rencor por doquier, y aunque tiene la piel rala y lisa, es su actitud sumisa. Él, que por el margen de la noche vaga, se alza ante vosotros para agradecer el gesto, observa el cielo abierto a través de los barrotes de prisión y en lo más hondo de su corazón, llora sin desconsuelo, postrado allí en el suelo de la celda incómoda.
- Ahorradme tanto sufrimiento, pues no puedo soportar, que mientras mis hermanos alzan sus espadas al viento, yo me quedo aquí encerrado para toda la eternidad.- Después, señalando al bardo.- Adelante Priotek, clava la daga que en tu mano empuñas, apura esta vida que ya no quiere continuar y dejala descansar. Dame el sueño eterno, antes de que sea demasiado tarde. El príncipe reclama mi vida, la que en tus manos está. Dasela antes de que llegue el día en que tu destino sellarás.
Ala, como tengo sangre de malkavian hablo en verso (o al menos lo intento xD)
Algo me llama la atención (aparte de su mala rima…).
-Todo a su tiempo. – dije al oír sus palabras. – Antes contesta ¿Qué sabes tú de nosotros? ¿Cómo sabes su nombre?- le pregunte al desdichado aprendiz de poeta.
He supuesto el cambio Priotek->Emerick
- Poco se de ti bardo, pero ahora se mucho de él. Y también se de muchas cosas, como por ejemplo el futuro que os espera en manos del principe si no me dais muerte de inmediato.- En sus ojos sólo brilla el odio, pero sus palabras son sinceras.
Si eso, donde dijie Priotek, quería decir Emerick
TOdo depende mi querido amigo todo depende...
El medico-artista no estaba aún muy seguro de en que lado posicionarse
Viendo que su compañero no sabía que hacer, decidí tomar la iniciativa. Me acerqué al artista-médico y le hice una señal con la mano para que me diera la daga.
Las opciones eran matar al pobre desdichado (siguiendo las instrucciones del príncipe loco) o dejarlo vivir (su no-vida, claro está).
Dada la situación (el ejército enemigo estaba a las puertas) la elección era complicada.
-Veras, contamos con que tus amigos ataquen la ciudad en breve, y no precisamente con un ejercito pequeño. Me parece que la pregunta que hay en el aire es: ¿Cuánto vale tu vida? No para ti, sino para tus amigos.-
Un brillo de esperanza surca los ojos del prisionero y en su rostro toma forma una sonrisa.
- ¿Atacaran de inmediato?.- Agarra al bardo por la pechera.- Pueden llegar a tiempo de liberarme.
Un gran retumbar se escucha sobre vuestras cabezas. Un gran grito de guerra retumba en vuestros oidos. Dicen Saulot. El Tzimisce sonrie
- Ya están aqui. Ha llegado la hora.
Efectivamente, parecía que tenía razón. Ya están aquí.
Mire a mi compañero. Y me dirigí a la salida.
-Creo que tu muerte no es muy urgente.- dije aliviado sin mirarle. La idea de matarle no me gustaba, además podía ser útil perdonarle la vida.
Se oye el estruendo de una pared al derrumbarse y los gritos de aquellos que mueren aplastados. El preso comienza a levantarse mientras se incorpora en toda su estatura. Su rostro demacrado resalta las arrugas de rostro contra la luz fría y mortecina que llega al interior de la celda.
- Soltad mis cadenas, es hora de pagar mi estancia en la habitación.- La voz del preso retumba en toda la estancia, con el poder del trueno.
El carcelero abre la puerta de la celda y se apresura con las llaves a quitar las cadenas.
- No os olvidaré, si quereis ayudarnos sereis recompensados, si no, idos, y se os perdonará la vida.
El Malkavian se rascó la barba pensativo.
Iré a ayudaros, será interesante ver en que termina esto. Los caminos del señor son inescrutables-concluyó laconicamente.
Si, utilizaría sus poderes para desaparecer y atacaría desde las sombras a traición, como era habitual entre los siervos de Dios