Partida Rol por web

Todo tu barco se empieza a mover. Todos se sitúan en sus puestos y los que más les cuesta pronto se ponen las pilas. La verdad es que se puede manejar con poca gente, pero estás en el mínimo. Podrías tener el doble de tripulación por espacio (alojamientos y suministros) pero así has de pagar menos.

En el muelle de atraque hay alguien, uno de los jinetes gélidos que tiene una mirada inquisitiva y de odio que te eriza la espalda. Estás atracando cuando te das cuenta.

Quizás no fuese el mejor barco de todos, ni el más veloz, ni el más poderoso, pero era mío, estaba recién reparado y podía navegar sin problemas, y eso era lo importante. Puede que viajase con la tripulación mínima pero ahí yo sólo veía un beneficio a largo plazo. Por un lado ahorraba costes que podía invertir en otras cosas, como en mi mismo, y por otro lado sabía que disponía de espacio extra para más reclutas.

Mi tripulación sabía muy bien lo que se hacía y cómo me las gastaba si no cumplían o no alcanzaban mis expectativas. No había llegado hasta mi posición gracias a haraganes, borrachos ni patanes sino por auténticos cabrones que sabían cómo desenvolverse junto a mi en un asalto.

“¡Vamos, vamos, vamos…!”, les insto caminando por el castillo con paso firme, observando complacido que no había errores por parte de nadie, ni siquiera por los que habían bebido de más. “La nave está mejor que nunca y pienso dar buena cuenta de nuestras presas, ¡y espero lo mismo de todos!”, añado, con una pausa medida y tono autoritario. “Aquel que demuestre que se ha ganado la capa verá su bolsa llena, su barriga satisfecha, y su polla o coño más que contentos”.

Pero todas las arengas eran en realidad una medida para enmascarar mis esporádicas miradas a uno de los jinetes de gélido que nos esperaban en el muelle. Los Corsarios quizás no estuviesen bien vistos entre algunos nobles, principalmente por la capacidad de ganar puntos rápidamente, pero mi instinto me decía que éste no era el caso. Mejor revisaba mis filos y equipo, no sea que tuviese que bautizar la cubierta con sangre antes de tiempo.

En tierra se ha liado una gorda.

Uno de los gélidos se ha ... dado un capricho con su aperitivo favorito. La carne de caballo. Ha decapitado a la bestia de tiro y el resto de equinos se han encabritado, momento que todos los demás gélidos han visto su oportunidad. Uno de los carreteros ha fallecido también por el tirón que le ha dado con los dientes uno de los monstruos y sus piernas han corrido hasta amerizar como una piedra, a escasos metros del casco del navío.

No ha quedado caballo vivo y el resto de carreteros escaparon a todo correr. Al final los gélidos, dejados por sus jinetes, dejan que limpien la sangría, y estos, agradecidos, llegan incluso a lamer las piedras del muelle. No tienes claro porque la muestra innecesaria de crueldad, pero el comerciante al que le pediste los suministros es amigo de unos de los Señores de Poder de Clar Karond. El vaulkar. El gobernador militar. Sabes que es muy ajustado en los precios, pero que no admite fallo alguno. No tienes por qué ser culpabilizado, pero estás muy cerca del "asunto" así que ... no te parece nada que pueda ser bueno.

El jefe de la unidad de Caballería Pesada es un noble menor, pero en su mirada cae una ira que es peor que la propia del Rey Brujo.

El barco atraca y se pone el portalón.

El jefe de los caballero berrea con saña:

-¿¡Dónde diablos está el Capitán!? Llevo una eternidad esperándole con su carga en el puerto, una espera que sin duda ha costado alguna vida, y sobre todo, mi tiempo. Todo, nada más caer el portalón.

Parecía que la furibunda mirada del caballero gélido era más por impaciencia que otra cosa, algo que no era mi problema ni podría importarme menos, pero el suceso con los caballos no me había gustado nada. Yo era alguien que se caracterizaba por tener a todos mis asociados, directos e indirectos, muy presentes, tanto para lo bueno como para lo malo. Verme ahora en que ha habido problemas con uno… digamos que, por un instante, se me tensaron los músculos del cuello.

Lejos de darle el capricho de contestarle directamente, me acerqué hasta el susodicho, subiéndome al borde del barco con expresión seria y un ‘Qué problema tienes’ escrito en el rostro.

Tus marineros se empieza a organizar. El segundo de a bordo, una pechugona marinero, empieza a impartir órdenes para realizar la carga.

- Vosotros dos, espabilando, heeee, que no golpeee, que no golpeee. PUmbbb.

Los cocineros abajo, a montar la despensa, 3 en tierra, dos en cubierta y dos en escalas. Vamos a usar las plumas del puerto para la carga.

Dos de los caballeros gélidos intentar subir por la pasarela.

Excepto los que han bajado a la bodega/cocina y los que se han metido por las escalas y demás, todo el resto se apresta a defender la invasión no agresiva de la nave.

Primero el asunto de los caballos, luego la impaciencia de un caballero y ahora el hecho de tener a dos de ellos interesados en mi barco. Cruzando unas rápidas miradas, así como unos gestos disimulados propios de la veteranía y el subterfugio, afiancé las maniobras de la tripulación… haciendo que alguien estuviese a los mandos del lanzavirotes.

Bajando de un salto de la barandilla del barco, clavándome en el borde de la pasarela que daba al barco con gesto ligero, me interpuse, si bien con distancia, en el camino de los susodichos caballeros.

“Saludos, Caballeros…”, comento con tono neutro pero serio, como el de cualquier capitán. “¿Tienen asuntos que tratar con el Águila Negra o se han perdido?”.

Con todo el jaleo los de las escalas suben y a vista de tu seña, ellos se aproximan a la pesada arma, la destapan y empiezan a prepararla. Tardarán unos instantes aún en tenerla lista, y más aún en amunicionada y preparada para disparar.

4 de los caballeros, con sus lanzas en ristre te señalan al percho. El que parece ser el jefe te habla con desprecio: - Tenía la misión de entregar la carga que vuestro barco había de recoger, y de eso hace ya varias horas. Exigo una compensación por todo ese tiempo desperdiciado, marinero.  Su tono airado va cargado de muchos sentimientos, y ninguno agradable.

Esta sí que era buena. ¿Exigencias por las molestias de hacer su trabajo?

“Compensaciones os pedirán a vos el propietario de esos caballos, señor…”, respondo haciendo ojos y oídos sordos a los nada agradables tonos y miradas, “…o en todo caso, al señor de las bestias encargado de alimentarlos”.

Tomando una pausa, tamborileando los dedos sobre el cinturón, sacudí levemente los hombros entumecidos por la brisa marina.

“No creo que a el Vaulkar de Clar Karond le haga ni pizca de gracia que sus comerciantes sufran pérdidas de tal calibre…”, miro al que parece el líder de los caballeros, dando un par de taconazos con el pie sobre la pasarela. “Especialmente cuando estos son tan cercanos el uno del otro, ¿no?”.

De nuevo, amoldando la conversación y la postura al suave bamboleo del barco, evalué las reacciones, así como la paciencia, de mi interlocutor y sus acompañantes.

“Os sugiero tomar medidas para que incidentes como ese no se vuelvan a repetir, Caballero…”, le indico, con un leve, y ladeado, asentir. “Así como no llevar malentendidos a la cubierta de mi barco…”.

El lanzavirotes está destapado. Lo están montando y amunicionando. Aún tardarán un poco.

- ¿Malentendidos? Marinero, si tú hubieras llegado a la hora acordada, todo esto no habría sucedido, ergo sin tu retraso este pequeño intercambio hubiera ocurrido sin percances. Te hago responsable a ti, pues, de todos los gastos relacionados. Es tu mercancía, al fin y al cabo.

Su mirada arrastra ira nada contenida y salta hacia ti.

Escena parada hasta nueva orden.

Pasamos a escena conjunta.

¿Y quién se va a hacer cargo de los carros y el resto de desperdicios que váis a dejar en mi precioso puerto?

Sabías que esa pregunta tenía otro matices. Con tan poco tiempo no podrás más que cargar y salir a la mar con una fatigada dotación. No podrás mover los carros, ya que ni tu personal tendrá tiempo ni tampoco tienes monturas para ello.