Las celebraciones en casa de Gloin se alargaron hasta bien entrada la noche. Compartieron comida, bebida, tabaco y canciones. Rieron, recordaron anécdotas graciosas del viaje y obviaron aquellas más tenebrosas e inquietantes para otro momento. Gloin ofreció cama a quien no pudiera disponer de una en la ciudad y cuando llegó el momento de la despedida volvió a agradecerles su ayuda en el rescate de los otros dos enanos. Balin y Oin también mostraron su más que profundo agradecimiento, todavía necesitaban descanso para recuperarse del todo pero nunca olvidarían que tenían una deuda de por vida con aquel grupo de viajeros.
La noche cayó sobre el mundo como una densa manta impenetrable, era una noche primaveral de cielo despejado y multitud de estrellas que brillaban como luciérnagas reflejando sus luces en el Lago Largo. La luna, en cuarto creciente, también se reflejaba en las tranquilas y mansas aguas. Muchos de ellos miraron hacía el sur, donde más allá de las largas millas de superficie del lago el agua caía en una cascada dándole velocidad al río, y todavía más allá, éste se desparramaba y formaba una enorme ciénaga. Desde allí, a pesar de la distancia y la seguridad del cálido hogar de Gloin, algunos todavía podían escuchar el tañido lento y amenazador de la campana del pantano.