Martín escucha, sin añadir nada, a lo que dice Takuro. Está claro que quiere acabar con todo cuanto antes, y hasta se muestra mucho más comunicativo de lo que podía creer.
Debe de estar desesperado...
Asiente a lo que dice y luego escucha lo que añade el jesuita. Se permite una ligera sonrisa con él.
Grácias páter. Es muy importante para él lo que pide...
Le responde al religioso. Cuatro palabras dichas con premura, para no molestar al capitán Figueroa.
Señor... Anuncia, volviéndose al capitán. El prisionero dice que las fuerzas del shogun están el la isla de Honshu... Cuenta con cien mil hombres, y con la posibilidad de reclutar la misma cantidad... El shogun cuenta como rivales a... los señores de Edo y Odawara le informa, incapaz de recordar las familias vasallas enemigas del shogun en Honshu.
Al parecer el hijo del prisionero cuenta con más hombres en Shibara, y marchará contra nosotros, llegado el momento.
Se pasa la mano por la cabeza rapada, un par de veces, presa de una agitación interior. Quiere decir muchas cosas, pero no puede, no sabe, o no...
Todo es tan difícil con los nanban... Qué fácil es seguir el camino del bushido. Todo está marcado. Estos gaijin se mueven como un junco al viento... ¿Es eso bueno? Nuestros sacerdotes dicen que sí, aunque no sé si se refieren a lo mismo... Desde luego hay cosas de las cuales deberíamos aprender... Sino, ¿Qué diablos haces aquí, Martín?
Mira al capitán, como queriendo decir, sin palabras, que no hay nada más que decir, o que no ha dicho nada más, o que no va a decir nada más.
Motivo: cultura local (japón)
Tirada: 3d6
Dificultad: 11-
Resultado: 15 (Fracaso)
Lope escuchó con atención las palabras del converso. Le resultaron muy interesantes y útiles, aunque le costaba recordar los nombres de los lugares sin un mapa frente a él. Esperó que el capitán general se mostrase satisfecho con este relato y poder obtener ventajas en las próximas batallas.
- Interesante estas palabras.- Dijo a ambos hombres.- Entiendo que no quiere hablar más a tenor de su gesto. Debo de anunciar esto al capitán general...Si no disponen de nada más, debo retirarme.
Antes de marcharse avisa a un guardia.
- Que doblen la ración de hoy para este hombre por buen comportamiento. La importancia de este hombre es máxima, por tanto evitad posibles perjuicios a su persona.
Queda a disposición de Rodrigo y Martín si salgo o no de la escena del todo, por si quieren decirme algo aún.
Era un manjar de dioses, y me dije que si aquellos extranjeros tenían algo como el exquisito chocolate, significaba que debían de ser poderosos, importantes... Aunque ninguno fuera el hombre retratado del cuadro. Me pregunté quién sería, y si estaría por aquí, en la isla.
El silencio que se asentó en la sala me pareció cómodo, pero no dejó de inquietarme: por un lado, las geishas intentábamos animar fiestas, encuentros y reuniones, debíamos hacerlas entretenidas y facilitar el camino hacia un acuerdo exitoso... Aquello no me parecía que fuera un ambiente muy prometedor para un contrato de las características que parecía que iba a tener. Por otro lado, temía que fuera a ocurrir algo importante, un hecho que aquellos hombres propiciarían hacia un final histórico. Me pregunté qué sería, aunque lo intuía después del agitado viaje hacia el puerto. ¿Una invasión? ¿Convertirnos en colonia? Posiblemente.
Y llegó el anuncio por parte de aquel hombre occidental. Castigo. Un castigo por unos ataques de hace años. ¿Realmente era necesario?
Sacudí la cabeza para quitar mis propios pensamientos de la cabeza, y sonreí ligeramente, volviendo al trabajo que me cometía allí: no me habían llamado para opinar, sino para traducir. Y eso hice.
Extendí ambas manos entre las diversas partes de aquel acuerdo para enfatizar el hecho de que se quería llegar a una alianza.
Esperé con ansiedad disimulada la respuesta del caballero educado, y me sorprendí al ver que ya lo tenían todo preparado. Sólo faltaba firmar.
Cuando la luz golpeó el tratado, lo miré con el entrecejo fruncido, y me mordí ligeramente el labio, pues ahí había términos no sólo complicados de traducir, sino escritos de una manera formal y elevada, que no se solía usar entre la gente corriente.
Con cierta calma, e inclinando la cabeza a base de disculpa por mi torpeza con ciertas palabras, fui traduciendo a aquellos extranjeros el contrato de manera que resultara la traducción lo más fiable posible.
Temí la cólera de aquellos occidentales después de que escucharan lo que les acababa de decir.
Las últimas palabras de Figueroa tomaron a Martín por sorpresa. Aquello no pintaba bien, y estaba bien claro que no iban a hacer caso de la petición del prisionero.
Y en estos ámbitos poco puede hacer el páter... O quizás sí. Los nanban dan mucha importancia a los hombres santos como Rodrigo...
Se le veía ciertamente incómodo, se pasó una vez más la mano por la cabeza, como si al notar el pelo corto raspando contra su mano le diera calma... O quizás fuera más bien el masajeo a contrapelo de su pelo al uno. Ni el propio Martín lo sabía.
Disimule su excelencia, pero eso no va a funcionar. El prisionero quiere acabar con su vida y si no se le permite hacerlo dejará de comer... Y si se le obliga a ello no servirá de nada. Daremos una... muestra de caballerosidad permitiéndole hacerse el seppuku... Y eso será un mensaje muy claro hacia Japón, ¿neh?. Ahora todos están pendientes de lo que hacemos, señor, y mantener cautivo a alguien como Otari sama nos creará más enemigos que amigos.
Lo que más aborrecía Martín es pensar que el capitán quería exhibir a Otari Tekuro como un mono de feria ante el capitán general.
El Cabo posó la mano sobre la muñeca de la ramera para que dejara de llenarle la copa que con tanto aguardiente del Cipango tan mala suerte tendría que estuviera "indispuesto" para rendir. Las manos de Quirós fueron al pan aunque estaba hecho con poca masa. Las mujeres del Cipango eran menudas poca cosa para su gusto pero eran mejores que nada.
-¿Hay algún sitio donde podamos ir?
Perdón por la tardanza
Con cada uno a sus menesteres, Diego se encaró con aquellos sirvientes japoneses, por si acaso alguno sabía de la nombre lengua de Cervantes, aunque solo fueran las fullerías, que es lo primero que se aprende del lenguaje
-Eh, amigo, ¿Alguno habla mi lengua?- dijo intentando entenderse por signos, aunque más bien era tarea en la que pareció ridiculo, como un teatro de marionetas pero sin ellas. Al menos había que intentarlo, por lo tanto, continuó intentando hacerse entender, hablando más alto y más despacio, como era costumbre ante cualquier extranjero.
-ALGUNO...HABLA...ESPAÑOL...?-
Quizás tendría suerte, y no sería necesario acudir a ninguno de los 'lenguas' que se habían traido de Manila.
Los dos occidentales se miraron con un gesto de complicidad. Quizá esperaban la reacción, o quizá sabían que estaban dispuestos a jugar "a su juego" hasta que pudieran imponer sus propias condiciones. Deliberaron un rato entre ellos, y finalmente el de mayor rango sentenció.
-Aceptamos de buen grado las condiciones de la alianza. No obstante, desearíamos incluir un punto. Así como nosotros debemos proporcionar un contingente de unos mil hombres para la casa de Hojo, dicha casa debe enviarnos a una fuerza equivalente, no inferior a 500 hombres, para que nos ayude en nuestras operaciones militares.
Hizo un gesto a la dama, para que tradujera.
Retornando con las ganancias de la partida, Ortega se topó con el sargento, y no sabía que demonios andaba buscando. Casualmente, allí había uno de los colonos japoneses en Manila, que en calidad de artesano había viajado con las tropas hasta Nagasaki.
El hombre conocía bien a los españoles, así que se acercó levantando un poco las manos. No era necesario alzar tanto la voz.
-Yo hablo español, señor -dijo, con una leve inclinación del torso- ¿En que puedo ayudar?
La chica le tomó la mano, guiándole hacia uno de los cuartuchos que habían apañado para esos menesteres. No eran si no una de las pequeñas habitaciones que hasta entonces habían utilizado los oficiales de la casa del señor feudal. Ahora las chicas se turnaban usándolas con los clientes, y de hecho aprovechaban el espacio separándolas por la mitad con unos biombos de papel y madera.
La muchacha se sentó en el colchón, pues en aquellas tierras se dormía sobre el suelo, y no en alto como en Europa. Al sentarse, se le abrió un poco el kimono dejando ver sus piernas, y casi lo que no eran sus piernas. Estaba limpia, olía incluso a rosas, y despertaba el apetito de un hombre hambriento como él.
Ella le indicó un momento que se acercara, y luego señaló la bolsa con las monedas de plata, levantando dos dedos. El mensaje, más claro no podía estar.
A Rodrigo le sorprenden las palabras del capitán, y el nulo caso a las condiciones de las que habían hablado sobre el prisionero:
-Con el debido respeto, capitán, creo que no estáis entendiendo del todo las circunstancias de nuestro prisionero. Ese "buen comportamiento" que acabáis de mencionar se debe exclusivamente a que le hemos dado palabra de permitirle un final presto con el suicidio ritual de los guerreros samurais. Le podéis doblar la ración de hoy y del resto de la semana. Le podéis ofrecer dinero, posesiones... No va a servir de nada. Este hombre se encuentra profundamente deshonrado y solo busca una muerte digna como solución, trata de encontrar el camino más rápido para conseguirlo. Tenemos que empezar a interiorizar que los impulsos y las pasiones de estas gentes pueden llegar a ser muy diferentes de los que nosotros tenemos y consideramos normales.- El plural usado en esta última frase es más por prudencia y respeto. El jesuita hace tiempo que interiorizó sus conocimientos sobre el pueblo oriental.
Rodrigo espera con algo de tensión la replica del capitán a las quejas de ambos interpretes. No conocé lo suficiente al de Figueroa como para saber por dónde va a salir.
No había salido mucho, ni visto mundo. No era una persona ilustrada, ni que sabía cómo funcionaba el sistema, y mucho menos el arte de la guerra, pero pude ver a los occidentales debatir, y me imaginé que algo no les cuadraba. O pudiera ser que, realmente, lo estuvieran debatiendo con el fin de aceptar todas las condiciones que mis compatriotas les daban.
No sabía si era bueno o malo el tratado, si beneficiaba más a una parte que a otra, sólo sabía de lenguas, para lo que me habían hecho llamar en definitiva, y traté de hacerlo bien.
El sabor del chocolate aún no lo tenía en los labios, y me pregunté si podría tomar un poco más. No me atreví a hacer tal suposición en voz alta, por lo que me fui mentalizando de que no volvería tomarlo en la vida.
Pegué un ligero respingo ante la voz del occidental, sin poder llegar a imaginar que respondería tan pronto, y asentí ante sus palabras, dando a entender que en cuanto terminara, las traduciría hacia la otra parte.
Compartí una mirada con aquel occidental, esperando que tradujera sus palabras, y tragué saliva, pensando que pedir en aquellas circunstancias no era muy halagüeño. O sí, no tenía ni idea. Me hubiera gustado haber recibido una educación en negociación y estrategias político-militares, pero me limité a conocer una pequeña parte del mundo que me rodeaba. Por comodidad, por oportunidades. Y no me podía quejar de mi vida, al contrario. Era mucho mejor que, por ejemplo, la muchacha que había dado a luz en aquel barco durante la refriega naval, pero aquellos hombres manejaban vidas de miles de personas a su antojo. Me sentía como si viera a unos titiriteros preparando su función. El telón del teatro estaba a punto de levantarse.
Traduje lo más fielmente posible, haciendo hincapié en la nueva condición que había indicado aquel extranjero, y miré al hombre japonés esperando su respuesta. Casi no me di cuenta, pero aguantaba la respiración como si mi vida también dependiera de ello.
Miró a ambos hombres tras sus quejas, en especial a Rodrigo, pues le tenía mayor estima.
- En última instancia corresponde al capitán general el decidir sobre este hombre.- Explica.- Aunque me hayo sorprendido por esta petición padre...El quitarse la propia vida es contrario a los preceptos de Dios y no hemos cruzado el mundo entero para avivar esta clase de barbaries. Mi consejo sería que un padre jesuíta le enseñase la Biblia y las enseñanzas de nuestro señor y así hacer que encuentre la honra en el perdón de Dios.
Martín no dice nada más. Entiende lo que ha dicho el capitán Figueroa, y sabe que no se puede hablar más de ello. Después de dedicarle una corta frase con el prisionero, como para darle ánimos, se inclina respetuosamente hacia el capitán.
Escucho y entiendo, capitán sama.
Y se mantiene a la espera de las órdenes de su superior. A pesar que le gustaría decir algo sobre lo que ha dicho al jesuita no quiere inmiscuirse en la conversación de otros.
Lo que dice al prisionero, con entusiasmo teñido de tristeza es:
Pronto se resolverá lo vuestro. Muy pronto.
Escucha atento las últimas palabras del capitán, notando cierto tono de decepción en ellas.
Me temo que la decepción es mútua. Después de tantas horas siendo un alumno aplicado en las clases sobre el pueblo del Cipango y su cultura... Cierto es que el suicidio es una ofensa grave a los ojos del Señor, pero en ciertas ocasiones hay que ser condescendiente tratando de entender los actos del prójimo en sus circunstancias. El Señor es misericordioso, y el perdón un acto divino. O tal vez Figueroa tenga razón, y estoy empezando a perder el norte de los preceptos cristianos que debo seguir...
-Entendido capitán, haremos lo que esté en nuestras manos para que el prisionero sea acogido por nuestro Señor cuando le llegue su hora. Aunque insisto en que este hombre no tiene intención de sernos de mucha más utilidad, por lo que será una tarea complicada.
Martín le dirige unas palabras al prisionero, tras las cuales asiente con tranquilidad, reafirmando lo dicho.
Se le dibujó una sonrisa a don Diego en el rostro, y rápidamente asaltó con preguntas al lengua
-Gracias caballero, estoy seguro que alguno de estos japoneses era el dueño de esta tasca, o quizás haya regentado alguna, podía preguntar si alguno entiende del vino de arroz este al que llaman Sake-
-Pero no cosas banales, me explico, me gustaría saber si alguno entiende el arte de fabricación del mismo, o quien podría saberlo-
Sacó unas monedas de su zurrón de cuero
-Esto para aclarar las gargantas y relajar las lenguas-
Ortega ponía la bolsa a buen recaudo atada al cinturón y cubierta con el faldón de la camisa, que al menos en España las putas le dejan a uno sin dinero dentro y fuera de la alcoba. En tanto que se topó con su sargento, lidiando este con los nipones a ver quién diablos le contaba como hacían el vino ese que se tomaba tibio.
Por el amor de Cristo, Don Diego, ¿no me dirá que le ha gustado el aguachirri este?
Dijo el de Tordesillas, si algo defendían a muerte por aquellos parajes era el buen vino de las vegas del Duero. Fuerte y oscuro como estaba mandado.
Si buen vino quiere, cuando volvamos a España no se olvide de visitarme y le prometo que le llevaré a beber el mejor néctar de Castilla.
-Mejor vino que en mi pueblo no hay en toda la España nuestra, así que debería de invitarte yo a probar el caldo selecto de la tierra de barros- Comentó girándose hacia Ortega
-Y a ver si mejoramos la vista, pues lo que pregunto no es porque me interese esta meada de burro tibia, si no más bien para hacer negocio futuro, los nobles siempre demandan estupideces, y no estaría mal salir de esta tierra con una ventaja, una vez la conquistemos-
Ponía muy en duda la supremacía del vino del Duero sobre el de la tierra de barros extremeña. Pues él se había dedicado mucho al caldo regio español, y había catado de todos sitios, no por placer, si no por deber.
Esa noche, un tratado fue firmado.
Un tratado importante, casi decisivo. Al igual que Cortés contó con la ayuda de los tlaxcaltecas, los españoles contarían con la ayuda de los clanes rivales al dominio de Nobunaga y sus secuaces. El clan Hojo, de la isla de Honshu, acordó el envío de dos fuerzas de apoyo: una española, de unos mil hombres, que reforzaría sus territorios, y otra del clan, de aproximadamente la misma cantidad, que reforzaría el despliegue europeo en Nagasaki.
No fue lo único que se firmó aquel día. También la sentencia de muerte del samurai Otari Takuro, al que habían impedido suicidarse. Por la noche, un discreto Martín deslizó entre las rejas de su celda un cuchillo japonés, con el que el samurai se abrió finalmente las venas del cuello. Los guardias lo encontraron muerto al amanecer.
Hojo Ujinao rogó a Dôa que le acompañara a sus tierras, ya que quería que fuera su traductora y consejera. Ella conocía bien a los namban. Además, estaba dispuesto a ser su patrono, a redimirla. Quizá a través de aquel señor, y de apoyar la causa que él representaba, volviera a integrarse en la sociedad que le vió nacer.
El maestre de campo Juan del Águila reunió a varios capitanes de distintos tercios, y en presencia del marqués de Santa Cruz les informó de las órdenes. Ellos, con dos galeones y un patache, debían partir hacia la provincia de Odawara, donde se pondrían a las órdenes de la casa de Hojo en su guerra contra Oda Nobunaga. Serían mil hombres, de los cuales eran quinientos cientos piqueros, dos cientos cincuenta mosqueteros, cien infantes de espada y rodela y ciento cincuenta jinetes, de los cuales la mayoría eran arcabuceros a caballo, pero también cincuenta reiters alemanes. Les acompañaba la habitual presencia de civiles para labores de traducción, gastadores, vivanderas y zapadores. La artillería la conformaban, además de las piezas de los barcos, quince tiros de bronce y dos grandes cañones de sitio.
La fuerza, formada por hombres de tercios viejos que habían servido en Italia o Flandes, la iba a mandar don Lope de Figueroa en calidad de "teniente de maestre de campo", que era lo mismo que decir maestre, pero sin la paga que le correspondía. Como no habían alabarderos alemanes para protegerle, se dispuso que en su lugar fueran veinte escoceses católicos, mandados por un sargento de su nación, que tan pintorescos resultaban con sus tartanes a cuadros y las espadas de farol.
Como el tiempo apremiaba, la fuerza estuvo lista en tres días, al cabo de los cuales partió a aquella incierta aventura de la que no sabían muy bien que esperar u obtener. Abandonaban la seguridad de los números de su ejército, y se adentraban de lleno en lo más fragoso y desconocido de aquella fascinante tierra.