Partida Rol por web

—Soy José Moñino, haciendo camino oí unos gritos y me introduje en el bosque. Había un zagal, Dios sabe qué hacía solo por estos caminos. El caso es que andaba enredando entre las matas y parece ser que le picó serpiente o alacrán, no le pude entender bien. Está desmayado y con un golpe en la cabeza, parece que tropezó al echarse para atrás.
Hay que llevarle a un médico no sé lo fuerte que puede ser el veneno. Intenté cargar con él, pero estoy mayor para esos trotes. ¿Podrian ayudarme, buenas gentes?

Pardiez, de aquí al corral de comedias, quizá elegí una profesión equivocada.

Escucho atentamente la comedia representada por el cirujano, sin quitar ojo ni al guardia que habla con él, ni al jovenzuelo descarado que está apostado conmigo. Echo mano a mi acero... En cualquier momento comenzará el baile...

Los soldados no se fian del todo y se miran con impaciencia.

-Quieres ir de una vez y ayudar al crio maldito alemán.-La voz viene de atrás, de uno de los españoles que está parado junto al coche, a la altura de la ventanilla. Veis como habla con alguien que está dentro del coche. 
Los guardias alemanes no se lo toman muy bien pero acceden a desmontar. Mientras uno se queda sujetando los caballos otro se acerca a "José Moñino" con claro semblante de no gustarle que le den órdenes. 

-¿Donde está el nino?-. Pregunta el borgoñon.

Una voz se oye un poco lejos, llegando a tus oídos algo de una serpiente y un médico. Tras un rato de silencio el gallardo guardia voceó: -Quieres ir de una vez y ayudar al crio maldito alemán.- Notas el nerviosismo del soldado y como su mano aferra con fuerza el mango de la pistola que lleva cruzada en el fajín. Un ¡CRRACK! te pone sobre aviso de que el arma acaba de ser montada y lista para disparar.  

Sentí el frío del invierno atravesar mi piel y colarse hasta mis huesos. Comencé a temblar sin saber cuándo y miré al hombre con el ceño fruncido, totalmente confusa por lo que estaba sucediendo.

-¿Me quiere decir vuestra merced qué es lo que está pasando o tendré que comprobarlo yo misma?- pregunté, dando con los dedos pequeños toques en la ventana, mostrando mi impaciencia.

Eché un vistazo al interior para ver cómo se encontraba Felisa. No me preocupaba en absoluto, lo que sí me intranquilizaba era la versión que iba a llevar a mi padre cuando le preguntara por el viaje.

-Todo bien, Felisa- informé, sonriendo-. No ocurre absolutamente nada- mentí.

Volví a mirar al hombre y lo apremié con la mirada.

-Dígame qué es lo que pasa- exigí, tomándole del brazo con la intención de no dejar que se fuera hasta que su respuesta me satisficiera-. Ahora.

-Síganme, hacia el bosque.

Espero a ver si me siguen los dos. En cualquier caso voy acompañado hacia el interior del bosque, con el fin de ganar tiempo. Cuando llego a un sitio que me parece correcto empiezo a llamar al hipotético niño.

-¡Eh, niño! ¿Dónde estás? ¿Dónde se habrá metido ese galopín? ¡Mi maleta! ¡No está mi maleta! ¡Ay de mí, ese mostrenco me ha birlado mi maleta! ¿Cómo he podido dejarme engañar así? Mocoso sinvergüenza, engañar así a un pobre hombre. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Por favor, ayúdenme a buscarle, quizá lo alcancemos a tiempo. Ahí guardo mis "medecinas" para el dolor de pecho. Ay, ay, cómo he podido ser tan tonto.

Vaya falacia estoy largando.

El guardia te mira de soslayo mientras intentas parecer algo que, por suerte o desgracia, no te sale tan bien. Cuando acabas de fingir y le miras a los ojos, puedes verle las intenciones perfectamente.  
El siseo metálico de una espada saliendo de su vaina te recorre la espina dorsal mientras la grave voz del soldado se alza por encima del ruido del bosque.-EMBORSCADA.-grita con su acento alemán.

Al apretarle el brazo que se cernía sobre el arma, el gallardo joven bajó la cabeza observando vuestro brazo. Luego, poco a poco lo siguió hasta que sus ojos se posaron sobre los vuestros. Todo rastro de hidalgia se disipó de su semblante. -Soltadme el brazo.- Replicó muy poco cortés.

Miro al jovenzuelo indicándole que yo voy a socorrer al médico, que el procure entretener a los otros hasta que lleguemos los dos.

Desenvaino mi espada y la tomo con la diestra, mientras que la siniestra empuña la vizcaína, al tiempo que me dirijo corriendo al lugar donde están el médico con el bábaro mostrenco que amenaza su vida.

Intento acercarme lo, dadas las circunstancias, más sigilosamente posible, con la sana intención de clavarle la vizcaína por la espalda.

Sigilosamente, me acerco por la espalda al bruto y desafortunado germano, no se da cuenta de mi presencia. Sonrío mientras alzo la vizcaína y la apunto a su nuca.

Mantuve su mirada, sin pestañear, dura y seria. Escuché sus palabras, pero hice caso omiso de ellas. No era la primera vez que me decían lo que debía hacer y yo lo obviaba. Mis queridos hermanos mayores siempre me estaban diciendo lo que hacer, mi padre también e, incluso, Felisa, no se quedaba tampoco corta, pero sus palabras me resbalaban como el agua y aquella vez no iba a ser diferente.

Un silencio se apoderó de la situación, Ni un solo pájaro cantaba y yo empezaba a tener tal frío que empecé a echar vaho por la boca. Sin embargo, nada de aquello me preocupaba, tan solo el hombre que tenía delante.

-Y, si no, ¿qué?- pregunté, desafiante, sabiendo lo que me jugaba por decir aquellas palabras-. Pregunto qué es lo que está pasando y vuestra merced no me contesta- indiqué-. Me temo que, al final, tendré que salir del coche y enterarme por mí misma- añadí, resoplando, aún sin soltar el brazo del hombre, más bien al contrario, lo apretaba aún más fuerte, como para apremiarle y que me dijera qué era lo que ocurría. 

Como una serpiente, Rodrigo Lope, saber de su oficio se situó detrás del soldado borgoñón justo cuando el médico acababa su comedia. La primera reacción del soldado, dar un paso atrás mientras sacaba la toledana, Vienesa o de donde demonios quisiera que fuera el acero, colocó al jaque justo para darle mate. Aunque el grito de alarma no pudo ser callado, el soldado se quedó petrificado al notar el tacto de la daga vizcaína del rufo.

El rostro del joven se contrajo de rabia cuando un grito llegó hasta vuestros oídos con un acento germánico.-EMBOSCADA!!.-El joven gallardo, soltó violentamente el brazo empujándoos contra la puerta opuesta del coche. 
-Jesús, maría y José,-dijo Felisa soltando el bordado del panuelo-¿que ocurre?.- Al momento veis como el soldado español echa mano a la pitola, ya cargada y preparada, alzándola en el aire. La cara de asombro que refleja vuestro rostro no es de extrañar cuando, en ve zde dirigir la pistola hacia el agresor, el joven soldado os apunta directamente a la cabeza.

-Adiós.-Dice como quién le da los buenos días al panadero. Felisa asoma la cabeza en ese instante por la ventanilla cuando un !CRACk¡ suena junto a un destello y una humareda sale de la cara de Felisa. El joven no acaba de asimilar lo ocurrido y os mira perplejo. 

Sin duda era un sueño. 

Estaba en mi cama con dosel en Madrid, en mi habitación durmiendo apaciblemente, aún era muy por la mañana y pronto el habitual pájaro que venía a comer las migas de pan que le dejaba el día anterior vendría y me despertaría con su piar. Seguro.

Pero, el sueño no se interrumpía y yo no me despertaba, no abría los ojos. La insolencia del hombre, el grito, su pistola, el instante en que me apunta y... Felisa... Todo era real. Todo estaba ocurriendo.

No pude reprimir un grito y tomé a Felisa entre mis brazos. Pese a lo mucho que la odiaba, lo que me quejaba de ella y lo que la machacaba, me sorprendí a mí misma notando cómo las lágrimas salían de mis ojos y resbalaban por mis mejillas.

-¡Felisa!- sollocé, agitándola entre mis brazos-. ¡Felisa, despierta!- exigí, como cuando la ordenaba que se fuera de mi cuarto o que me dejara caminar tranquila por la calle Mayor.

Me separé de Felisa y la dejé tumbada en el asiento, mientras intentaba reprimir mi dolor. Tomé su labor y cogí el pañuelo. Me lo guardé como un último recuerdo de ella.

Alcé la vista y miré a través de la ventana a aquel hombre. Mi tristeza se transformó en odio.

-¡Asesino!- grité, sin saber lo que hacía y a lo que me exponía-. ¡Maldito asesino!

Bajé del coche, sin poder estar junto a Felisa ni por un segundo más y me acerqué a aquel hombre.

-No es más que un ruin asesino- mascullé con furia contenida sin apartar la vista de él-. Arderá en el Infierno.

Sin más miramientos, hundo la hoja en el cuello del mercenario.

-Gracias, maese Rodrigo, os debo un favor. Ese cerdo se ha olido lo que se cocía, hemos perdido el factor sorpresa. Se acabaron los miramientos, o entregan a la mujer por las buenas o aquí llegará el San Martín para muchos.

Dicho esto, saco el estoque camuflado en el interior mi bastón, presto a hacer agujeros con la misma gracia y denuedo como con la que los coso.

-Vayamos a por ese carro, el joven Gabriel necesitará ayuda.

Oís un disparo que proviene del coche. Veis al soldado español que estaba al lado de la ventanilla apuntando con una pistola humeante hacia el interior.