Haggerty, si bien había renunciado, no había cortado del todo los lazos que lo unían al Servicio de inteligencia británico. Sus antiguos superiores estaban algo turbados por lo que había pasado con esos documentos. O, mejor aún, por lo que no había pasado. No habían sido devueltos a quien correspondía. Teniendo en cuenta lo sensible de dicha información no era de extrañar que sus antiguos jefes se sintieran preocupados.
Lo que era realmente molesto para Haggerty eran estas cosas.
Encuentros furtivos en medio de las ocupadas calles de Londres (Hoy en Oxford Street, nada menos) con otros agentes y reuniones en vaya a saber que maldito antro de mala muerte. Era como si, a propósito, estuviesen jugando a la “Guerra Fría” con el.
Hoy tenía otro de esos molestos encuentros con alguno de sus viejos colegas. No sabía cual de todos se le acercaría y no sabía cuando.
Lo único que le habían dicho era que estuviese en ese punto de Oxford Street a esa hora y nada más. Lo mismo de siempre. En el SIS ya no tenían ni un palmo de imaginación.
Para colmo de males Oxford Street estaba repleta de gente comprando en las tiendas y vaya a saber que más. Los Double Decker iban y venían a un ritmo vertiginoso. Era un milagro que ninguno se subiese a la acera y aplastase a algún pobre transeúnte.
Era, en pocas palabras, un verdadero lío.
Claro, un encuentro pacífico y poco molesto en Vauxhall Cross era mucho pedir.
En fin, habría que esperar.
John palpó en su bolsillo la pipa que siempre llevaba consigo, en un gesto que otros habrían pensado que era inconsciente, pero que no lo era en absoluto. Lo que sí era inconsciente era la inmediata sensación de seguridad que hacerlo le proporcionaba. ¿Por qué? Ni el mejor psicólogo, con todo su bagaje teórico y práctico, habría podido decirlo. Porque no era el tipo de hombre que necesita de ningún truco para afianzar la confianza en sí mismo.
Paradojas.
Como ese estado extraño que se mantenía entre él y la Agencia, estado que ambos consideraban incómodo, como mínimo, pero que ahí estaba.
Se recostó en la pared de ladrillo rojo de uno de los edificios, cerca de la esquina, simulando mirar distraidamente el bullicio post-navideño de la urbe. La resaca de fin de año aún se notaba en muchos rostros. Hacía frío, y las manos en sus bolsillos tamborilearon, una sobre la pipa, otra sobre sus guantes de piel, que no se había calzado.
Pasaron cerca de quince minutos.
Nada. Deliberadamente le estaban haciendo esperar más de la cuenta. Finalmente escucha una voz al lado suyo.
- Espero que no se haya aburrido.
John se da vuelta para ver el rostro de su interlocutor aunque no le hacía verdadera falta. Lo reconoció por la voz. Era un agente conocido como “Cobb”, un viejo operario del SIS. Estaba vestido con un típico traje de dos piezas, negro, y su rostro era inescrutable. Hasta ahora todo como siempre.
-¿Vamos? – dijo.
-Vamos.
No hacía falta más. John había arqueado una ceja, dejado su pipa tranquila en el bolsillo, y levantado el cuello de su abrigo. Era absurdo iniciar una conversación, ni que fuera por cortesía. No había lugar para ello. Lo que tuvieran que decirle, se lo dirían igualmente cuando llegara el momento aunque no abriera la boca. Y lo que no quisieran decirle... nunca conseguiría que lo dijeran. Por lo menos, no simplemente en una conversación.
De modo que en silencio, taciturno y no demasiado intrigado conociendo el sistema del SIS, siguió a Cobb adaptando su paso al de éste.
Haggerty siguió a "Cobb" durante unas 5 cuadras en silencio. Manteniendo la misma expresión de nada con la cual lo había abordado "Cobb" abre la puerta de uno de tantos autos estacionados en las aceras londinenses. Sin decir nada Haggerty sube por el asiento del acompañante y el vehículo comienza su trayectoría.
Durante todo el trayecto, cerca de 30 minutos, ninguno dijo nada de nada. Si "Cobb" pensaba en algo su rostro no lo indicaba. Parecía una autómata por lo inexpresivo que podia ser. Lo único que se podía decir es que manajaba con tremenda seguridad y calma. Ni una vez tuvo que detenerse ante un semáforo en rojo o un cruce de peatones. Todo estaba, se veía, cronometrado con extrema precisión.
El auto se detuvo frente a un edificio medio ruinoso en alguna parte del East End (parecía que esa casa no había sido remodelada desde el Blitz... igual no desentonaba con el resto del vecindario) y fue ahí cuando "Cobb" decidió abrir la boca luego de casi 40 minutos - Bueno, old boy, hemos llegado - Su voz era, al contrario de su rostro, medianamente expresiva. Parecía que fuera de un inglés de clase alta de antes de la Guerra. Algo cada vez mas raro debido a, por llamarlo de alguna manera, la escacez.
Bajó del auto como si nada y Haggerty lo imitó y le siguió dentro del edificio. Cruzaron un par de habitaciones hasta que llegaron a un cuarto razonablemente moderno. Parecía una oficna del SIS, en Vauxhall Cross, por lo pulcra, ordenada y blanca que era aunque era claro que el diseño y el moviliaria era de fines de los 80s, principios de los 90s. Estaban solos y sobre el escritorio había un grabador bastante nuevo, de marca indescifrable, probablemente hecho por el mismo SIS.
"Cobb" se sentó en la silla detras del escritorio y le hizo un gesto a John para que se sentara en la única silla que quedaba - Aquí estamos - dijo.
Por un segundo pensó en darse la vuelta e irse. Por un segundo. Luego se sentó en la silla, y miró a "Coob", al otro lado del escritorio. ¿Eso era un signo de autoridad? desde luego, no se la reconocía. Y luego miró la grabadora. Bueno, un paso más en el juego.
-Sí, aquí estamos.
Con la mirada preguntó el resto. ¿Y....? ¿A qué hemos venido? Pero esperó la respuesta sin pronunciar la pregunta. Vendría esa respuesta, seguro.
"Cobb" ni se inmutó ante la respuesta desdeñosa de Haggerty y con un mero movimiento de su mano activó el grabador.
- Sesión de interrogatorio número 7. Sujeto: Haggerty, John. Tema: razones de su renuncia. Específicamente Iraq - Dicho esto adoptó por primera vez un tono algo mas afable - Bien, John, podemos dejarnos de juegos y formalidades y podrías decirnos que fue lo que ocurrió en Iraq, particularmente que fue lo que pasó allí que te llevó a renunciar. Voy a ser sincero. John Haggerty es un buen recursos del SIS y cuando un buen recurso renuncia, bueno, uno se hace preguntas. Preguntas que le gustaría ver respondidas - Cruzo las manos sobre el escritorio y prosiguió - Nominalmente estas fuera y nadie piensa revertir esa situación pero nos sentimos compresivamente... ejém... curiosos. Solo queremos saber que pasó. Nada mas y nada menos.
El escocés levantó una ceja, y miró por primera vez a "Cobb" con sorpresa, y cambió la afabilidad de éste por su propio interés.
-Así que era esto... me preguntaba a qué esta convocatoria, después de tanto tiempo de tranquilidad. Pero... ¿ahora? Bien, sólo puedo repetir lo que ya dije en su día. Estoy cansado, y mi situación física tras la herida que sufrí allí no me permite moverme con soltura en este mundo de velocidad y decisiones inmediatas. Literalmente, no puedo salir corriendo. Y... -señaló la grabadora con un gesto displicente de la mano- ellos lo saben ya.
Si no era ese el motivo real de la renuncia de Haggerty, su actitud, su lenguaje corporal y su rostro así lo decían. Y tenía motivo, base, para que así fuera. Irak había sido un infierno que casi se lo tragó. Le habían herido de gravedad, y escapó por los pelos de la muerte. Por los pelos de su propia cosecha, porque nadie, tampoco el SIS, le echó un cable, una mano, o absolutamente nada.
Por un segundo se notó en su rostro una clara molestia e incomodidad pero la misma duró apenas una fracción de segundo. Lo suficiente como para que alguien con el entrenamiento de Haggerty lo notara y lo suficiente para que fuera un escape de verdadera irritación y no mera falta de profesionalismo.
- Entonces - dijo luego de recuperar su británica neutralidad - ¿No hay nada mas de que hablar? ¿Hmmm?
-Por mi parte, lo que tenía que decirse, está dicho ya. Si hay algo más que hablar, hablemos. No me opongo a responder lo que me pregunten, nunca lo he hecho. Pero si lo que me están cuestionando, una vez más, es sobre mis motivos para dejar la actividad, entonces van a escuchar las mismas respuestas una vez más. No me he enriquecido, como habrán ya comprobado. Estoy retirado en todo lo que eso supone, retirado literalmente en mi bastión, mi refugio casi ruinoso, lo que he heredado du una famila con mucho nombre y pocos recursos. Eso es lo que me queda de mi país. Me temo.
Habló con tono rápido y seguro. Sincero. Estaba harto, harto de las mismas preguntas, de que le sacaran de su castillo escocés para traerlo a Londres y que eso quedara sólo en molestia.
Estaba harto de dar y quedarse solo, de responder y no poder preguntar.
Apretó los labios y tamborileó los dedos sobre el tablero, impaciente. Si creía que iba a ser distinto, se había equivocado...