Avner se encontraba en territorio enemigo.
Paradójicamente dicho territorio enemigo era su país, para el cual trabajo de manera dedicada y excepcional durante años. Fue, y aún era, uno de los mejores hombres del Mossad pero, gracias a lo que había descubierto, las cosas iban a cambiar. Tenían que cambiar. Si alguien llegaba a enterarse que el había descubierto ese plan sería hombre muerto, y si el gran público lo hacía la cosa sería mucho peor pero no para el.
Eso le daba una ventaja.
Todavía no habían sido capaces de detectar la filtración (aunque era cuestión de tiempo) lo que le daba una pequeña ventana para conseguir algo de seguridad.
Esa ventana tenía un nombre: Wikileaks.
Un nombre de por si odiado por varios hombres poderosos y por casi todas las agencias de inteligencia del mundo. Y era por ello que le servirían para conseguir algo de seguridad. Por más que todo el mundo tratase de detenerles no lo conseguían. Eran los candidatos ideales para lograr “filtrar” esa información si es que a el le pasaba algo. Pero había un precio. Convertirse en informante de Wikileaks… y seguir viviendo entre los leones como si no pasara nada.
Durante las últimas semanas Avner estuvo negociando en secreto con esta gente y hoy tendrá su primera y última reunión cara a cara con sus nuevos socios.
El lugar elegido, el Hilton de Tel Aviv, era lo suficientemente público como para ser casi 100% seguro. Igual era imposible sentirse cómodo con este arreglo.
El “plan” (si se puede llamarlo así) consistía en que el se “apersone en el lobby del hotel y espere. Uno de los nuestros lo llevara con el contacto en cuento lo vea”.
Serían muy eficientes divulgando secretos pero no dejaban de ser un poco amateurs en todo lo demás. Era insólito que aún nadie los haya podido detener pero mejor para el.
Avner, por costumbre, llevó a cabo una discreto examen de las inmediaciones, en busca de rutas de escape, posibles cuellos de botella, emplazamientos de francotiradores, en fin: lo habitual, sin detectar nada, lo que le puso aún más nervioso. Hubiera sido mucho mejor quedar en Jerusalén, cuyo dédalo de callejuelas conocía como la palma de la mano, y donde huir era cuestión de segundos.
Pero el Hilton de Tel Aviv, con su propia playa, que cerraba el paso al oeste como un muro infranqueable, y el puñetero parque de la Independencia al norte, donde sería imposible esconderse si había que correr... En fin, dejó el coche estratégicamente situado en el club náutico al sur, encomendándose a media docena de divinidades, y comprobando disimuladamente que la Glock G33 quedaba bien disimulada en su funda de la pantorrilla derecha.
Obviamente el detector de metales iba a pitar, pero eso se arreglaba enseñando la chapa del Shin Beth (más falsa que Judas) antes de pasar.
Efectivamente, era como el sospechaba. El detector de metales protestó ruidosamente cuando el lo atravesó y todo problema o registro personal fue vitado con solo blandir la placa apócrifa que Avner llevaba consigo. Los guardias del hotel casi se cuadran al verla, lo cual no dejaba de ser un tanto gracioso.
Hasta ahora un juego de niños.
Lo dejaron pasar sin más y se acomodó en uno de los sillones del lobby mientras esperaba. No tenía nada que hacer así que tomó uno de los periódicos que había cerca y comenzó a fingir que lo leía.
Más tarde o más temprano tenía que aparecer alguien y así fue. Un joven se sentó en un sofá que estaba justo al lado suyo.
- El señor Avner, supongo – fue lo único que le dijo.
Avner miró por encima del periódico fingiendo extremo desinterés.
Sólo firmo autógrafos los días pares, y hoy es impar, respondió con tono indolente.
- Es una lastima - dijo el individuo - Una verdadera lastima pero, bueno, no se puede hacer mucho al respecto. Creo que usted tiene una reunión con alguien en el hótel ¿No? Le esperan en la habitación 512 - dicho esto se levantó, comentó acerca de lo soleado del día y se marchó del Hilton dejandro solo a Avner. Solo con el numero 512.
Avner dejó pasar unos instantes para ver si alguien reaccionaba al intercambio de palabras, y al ver que nadie parecía estar al caso, suspiró, se levantó, y se fue hacia los ascensores.
Marcó el botón del 5º piso, salió del ascensor, y recorrió el pasillo hasta la 512, donde tocó a la puerta con los nudillos.
La puerta de la habitación 512 se abrió de manera casi inmediata y una figura silenciosa le invitó a pasar. El cuarto era enorme. Una de las mejores suites del hotel. Casi un departamento de 5 habitaciones. La figura, un hombre joven de cabello oscuro, condujo a Avner a uno de los tantos cuartos de la suite, una suerte de estudio pequeño con un escritorio. En dicho escritorio estaba sentado un hombre rubio, casi platinado, escribiendo algo en una laptop. Era el mismísimo Julian Assange.
Sin levantar la vista de la pantalla dijo - ¿Y bien? ¿Que tiene para nosotros?