Ernesto no era del todo tonto, y un poco había calado a Inés, así que ya había asumido que estaría detrás de ella antes de que diera un solo paso, siendo seguramente menos complicado hacer frente al barco que se acercaba con posible inquina que negarle que subiera con ellos a la cubierta. Había que jugar las cartas conforme tocaban.
- Putos herejes, el mar no será suficiente grande para que tengan que venir a hacerse los valientes. Como me toquen los bemoles los voy aviar de un patadon en el par de santos… es que vive dios que…
En la cubierta había alboroto por todos lados, mezclándose la actividad marinera acostumbrada para poder navegar eficientemente el barco junto a varios soldados que ya se ataviaban con el cuero y las armas del oficio, por lo que pudiera pasar. A una distancia aún lejana se podía divisar una pequeña mota con forma de barco.
- ¡A ver! ¡Donde está el puto lindo!.- No tardó en divisarlo, con su sonrisa autosuficiente y limpiando un arcabuz de aspecto eficiente y letal.- A subirse a los palos leñe, a ver que ves.
Escupió contra el suelo con aire militar y habiendo rompido en solo tres minutos cualesquiera leyes de la decencia que se le pudieran ocurrir a uno en presencia de una dama.
Su presencia en cubierta era figura de más sobre el tablero, y aunque todo razonamiento lógico decía que se resguardase en su improvisada alcoba, como solía ocurrir, hizo lo que le vino en gana, que fue seguir los pasos del aragonés para incordio de este. Ya había descubierto con anterioridad que eso de esperar bien sentada a las noticias no era lo suyo. Demasiado nervio contenido. Así que subió al cobijo del sol, que no lo había visto en días, y el olor a mar ahogó la preocupación un segundo. Demasiado azul, determinó de inmediato. Y mientras los gritos e improperios danzaban libremente de boca en boca, muy parejos al gallinero que allí se había montado, se acercó al borde atinando a ver la diminuta mancha que ocupaba la frente de todos dándoles dolor de cabeza. Con lo lejana que se veía y la agitación que había logrado.
Ahorró en preguntas absurdas que delatasen su ignorancia, como la de si podía semejante cascarón darles alcance y otras del estilo. En verdad estaba más ocupada su excelencia en desoír los delicados versos que chirriaban a su alrededor y la multitud de desplantes a su persona por los que se podría hacer ahorcar a media cubierta. Se lo había buscado, todo sea dicho, que nadie la requería allí arriba. Sin embargo, resultaba a su manera ilustrador tocar tan de cerca la vida cotidiana de aquellas gentes. Y vive Dios que esperaba que fuese la última. De modo que, intentando estorbar lo menos posible –rediez, menuda tarea complicada aquella con semejantes volandas colgando de la cintura-, siguió al capitán. Se le veía ducho en lo suyo: tosco, terco y tenaz. Nada nuevo.
Descubrió con cierta sorpresa que todavía portaba en mano el abanico, y en eso ocupó el tiempo que Ernesto dedicaba a ladrar barbaridades, ordenar cosas que no entendía, y a renegar, en general.
-Si viniesen a buscarnos las cosquillas -comentó muy serena, alzando la voz en una de estas en que el capitán cogía fuelle-, ¿cuánto calcula vuesamerced que tardarían en darnos alcance? En caso de que puedan hacerlo.
Anabela vestía ropajes de tela vieja y descolorida, un poco ensuciada en los bordes, correspondientes a una sirvienta nueva que no se ha ganado todavía el favor de su ama. Aunque de rostro era hermoso estaba bastante afeado por una persistente bizquera; amen que su figura, antaño delgada, parecía estar demasiada entrada en carnes debido a la holgura de su ropa. Que el defecto en la vista fuese fingido, y la anchura de los ropajes un mecanismo para esconder armas, no tranquilizaba mucho a Inés.
La confesora se colocó a tres metros de ella con aire muy servicial y solícito, por si quería algo. Aunque Inés llego a percibir la mirada que, casualmente, le echaba a otra sirvienta suya. Una mirada en apariencia boba y estúpida, pero que hizo que la otra chiquilla saliese a pies para que os quiero y no se la viese más por allí. Parecía tener mañas para garantizar estar cerca de ella sin despertar sospechas.
Lo malo de estar cerca del filo de un confesor es que nunca vas a tener claro dónde va a terminar clavándose, por otro lado.
Motivo: ¿Y de donde sale ésta?
Tirada: 2d6
Dificultad: 13-
Resultado: 5(+6)=11 (Exito)
Asume que Marcos está también contigo, distante y profesional.
Me queda otro post.
Felipe reprimió un bostezo, muy de aparentar que se la traía al pairo la posibilidad de entrar en conflicto, cosa que seguramente sería cierta, y fue prestó a escalar entre los palos para poder divisar bien el navío que al parecer se les acercaba. Tenía que tener una forma física perfecta, porque ascendió a una velocidad envidiable y como si no le costara esfuerzo alguno.
Buena fuerza, que se le fue un poco cuando por fin pudo alcanzar a ver con catalejo el barco en cuestión que se acercaba. Todos los presentes vieron como aquel a quien llamaban El Lindo titubeaba, signo del fin de los tiempos cuanto menos.
- Baguers hideputas…
Con un largo silbido bajó con presteza y con más velocidad de la que aconsejaba la prudencia.
- Es una fragata como nosotros, maese capitán… pero sus velas no se mueven con el viento. No se mueven nada, ningún movimiento en absoluto, ni chinche bajo cubierta. Es un barco inglés, de los malos, si sabe lo que quiero decir.
La puta que les parió a todos, esto era otro asunto. Un barco pirata normal era trabajo ordinario, el cual posiblemente se podía manejar de tal manera que ni fuera necesario el combate por mantenerse siempre alejados. Pero un navío que se movía con las velas caídas, sin que el viento las empujase solo quería decir una cosa: era un barco de Albión y que se joda la perra con ello.
Inés nunca había visto la extraña magia que operaba en aquellas embarcaciones, pero no era ni sana, ni cristina, ni convenible a la salud de los españoles. Nieblas extrañas, fantasmas, velocidades y maniobras más allá de la física de la navegación, a saber. Y lo más preocupante: un barco de esos no se mandaba a la desconocida, a patrullas sin más. Siempre partían con un objetivo claro y solían cumplirlo.
Les buscaban a ellos.
Inés comprendió perfectamente las palabras del Lindo, y tuvo la imperiosa sensación de que las pesadillas de su infancia, compuestas de fantasmas sanguinarios y otros espantos, habían decidido tomar forma sobre las aguas del mar. Esas historias de vieja que las matronas usaban para escarmentar a los críos y desvelarlos. Ya no eran humo, sino una realidad palpable que venía en su búsqueda con todo lo que ello conllevaba.
Huyeron las fuerzas y el temple de nuestra dama, que pálida como el alabastro atinó a alargar la mano hasta una baranda cercana. Se esperaba de ella que encajara el golpe con hígados, o tal vez no, que después de todo seguía siendo mujer y noble, pero ella así lo sentía. No podía tras todo lo acontecido simplemente dejarse vencer sin disputa, y menos ante las fuerzas antinaturales que su España fielmente combatía día y noche en pos de la fe verdadera. Así que, como acostumbraba a hacer últimamente, que no por gusto lucía el color del luto, buscó en sus entrañas los arrestos para que saliera algún sonido de su boca.
-No me ha contestado… Capitán –acertó a decir, si bien algo titubeante, también con un tono grave e impávido propio de los que se han hecho a encarar difíciles decisiones.
Le miraba con fijeza, seria, sin sorna o ánimo de incordiar recordándole, si era capaz de verlo, que en sus manos estaba su vida. Y ello conllevaba un profundo respeto.
Ernesto volvió a reprimir el impulso de escupir delante de la dama y se la llevó un segundo aparte.
- Mejor las cosas claras, nos van a meter un zamarrazo de no te menes los herejes esos. Pero sepa su merced que podemos con ellos, vive dios que si, ya se lo jura un servidor. ¿Pero en que mala hora eh? Alguien tiene que ir hacia vuesamerced con mala intención, porque estos son gastos grandes y no ha todos los barcos le dan el gusto...- Una sonrisa resignada, algo psicótica, se colocó en el rostro de Ernesto.- Con todo una buena historia para contar a los nietos.
Dio un paso adelante.
- ¡Mis queridos caballeros! Con buen seguro vamos a tener un enfrentamiento con ingleses hideputas, acostumbrados a asaltar a navíos indefensos pilotados por villanos que no se acostumbran a vender su última gota de sangre hasta el final; es decir, a cualquiera otra nación que no sea la nuestra.- Su voz se tornó fuerte y atronadora.- ¡Pero hoy se enfrentan con españoles! ¡Españoles he dicho! Así que a disponer y armarse, que a los herejes y tramposos como esos se les dan las buenas noches en un tris, os lo digo yo.
Y accionados como un resolte, callándose los miedos para uno por el que dirán, la tropa española se afanó en trabajar silenciosa, preparándose para lo que tan bien se le daba hacer: dar con un acero, tanto en el marcomo en la tierra, el mayor de los infiernos a cualquier hideputa que lo pidiese.
Quiso confiar en su palabra, que no por nada era navegante veterano de aquellas aguas, pero ni con todo ello logró aplacar su temor. Se le había agarrado al corazón cual sanguijuela, y demasiado consciente era del tamaño de sus enemistades, que ahora se mostraba en su plenitud. Alguien le procuraba mucho mal.
Cuando el discurso -alentador para quien lo fuera, que no para ella- acabó, cogió aparte al capitán.
-Con su permiso, dispongo de dos cirujanos que obrarán bien con los heridos, así como unas cuantas manos inexpertas en armas que podrán ayudar a tapar agujeros. Necesitaremos un lugar amplio para atender a sus hombres. Además, dispondré de dos pistolas bien cebadas, que sé manejarlas, y mi escolta permanecerá conmigo. Si en última instancia nos vemos vencidos, quiero que me envíe a ese de ahí -dijo, señalando al Lindo-. Si no me equivoco tiene raíces inglesas. Y por último; no sé si acostumbran a hacer rehenes, pero guárdeme un par con la gorja intacta. El resto se lo dejo a usted, Capitán. Cuando empiece el jolgorio me quedaré con los míos atendiendo heridos.
Te dejo listado de cosas en el Off.