-¿Cuántos sois? El negro del Klaive está muerto ya.
Javier tardó en contestar... ¿Cómo podía hablar así de Donny? Se lo habían cargado, joder...
- Éramos seis... Supongo que cinco, ahora...
- Yo soy el Theurge, y luego hay dos Philodox, un Ragabash y una Galliard. El que ha muerto era el Ahroun.
El Danzante se quedó pensativo unos instantes y retiró el cuchillo... sólo para cortarle media oreja de un tirón poco después. A juzgar por cómo se rieron de él, lo había hecho por pura diversión. Pero la risa se les congeló en la garganta cuando una mujer pelirroja dio un golpe a la puerta de la nave y dijo:
-El coche de Azaera acaba de llegar.
Dicho esto, los dos Garou se cuadraron y el rubio dio una patada a las orejas del suelo para sacarlas de la vista.
La puerta de la nave volvió a abrirse y apareció una mujer de unos veinticinco o treinta años en el umbral. Rubia, muy hermosa, sin defectos físicos aparentes. El sonido de sus tacones llenó la estancia cuando se acercó al Garou torturado. Se quitó las gafas de sol dejando ver unos ojos azules y llamativos. Pero Javier sabía que su sonrisa escondía algo terrible: una maldad y una crueldad puras, que no necesitan nada más que a sí mismas para tener una razón de ser.
-A ver, a ver, qué tenemos aquí -dijo con tono seductor. Alargó una mano hacia la mejilla del Theurge y se la acarició-. Pobre lobezno perdido... -Sus dedos y sus uñas crecieron hasta convertirse en una garra que arañó el rostro que hasta ahora acariciaba-. No podríais haberos hecho matar, ¿eh? Teníais que hacerme perder el tiempo viniendo hasta aquí otra vez. ¿Sabes la cantidad de cosas que tengo que hacer en Toronto, maldito saco de pus? No, no lo sabes. ¿O sí? -Ladeó la cabeza-. ¿Sabes qué es lo que estamos haciendo aquí?
Javier estaba mareado del dolor, pero tuvo fuerzas para levantar la cabeza para ver la cara de Azaera. La escuchó como lejana. Estaba a punto de perder la consciencia, pero se mantuvo agarrado al hilo de vitalidad que aún le quedaba. Sólo pudo negar ante lo que le preguntaba. Le pasaba hasta el intento de hablar.
Tranquilo, Javier... Estarán cerca... - pensó.
Azaera lo abofeteó, molesta.
-Cortadle la otra oreja. Del todo -ordenó, y se fue.
El rubio se apresuró a cumplir el mandato de la Danzante y a salir tras ella. A pesar de la inconsciencia, el shock del dolor y lo cansado que se sentía, Javier alcanzó a escuchar lo que hablaban en la salida.
-¿Algún avance? -preguntó ella.
-No, señora -contestó uno de los dos-. Hemos probado con el láser otra vez, y nada. No se abre.
-¿Y los lobeznos? ¿Los habéis encontrado?
-Hicieron un gran destrozo con los fomori, señora. Masacraron a más de la mitad del equipo. Necesitamos más humanos para que las Perdiciones...
-Tonterías. Llamaré a Toronto para que envíen más. Maldita sea, tengo invitados en tres días. Como no hayais encontrado a esos gaianos hijos de puta, voy a preocuparme en serio. Buscadlos y matadlos. ¡Me da igual dónde estén, pero no quiero que me den más problemas! ¿Entendido? Y asegúrate de que las criptas sean selladas.
-Sí, señora.
Cuando sintió la oreja sesgada latiendo y desangrándose, no pudo más. Las palabras se iban fundiendo en su cabeza, y aguantó lo suficiente para escucharlo todo antes de que desmayarse por el dolor.