Partida Rol por web

 Quizás no sería tan mala idea, eso de rendirnos, aunque puede que ellos estén más desesperados que nosotros, porque pensaban que éramos presa fácil y les está costando más de lo que tenían previsto.  - piensa Rodrigo, cuando oye al conde gritar que no nos rendimos - Bueno, ya fuera o mala idea, queda descartada. A ver cuanto podemos aguantar...

Aprieta los dientes con rabia, mientras vuelve a tomar puntería y dispara a la capucha de otro de esos malditos monjes

¡¡¡TOMA RENDICIÓN, MALDITO BASTARDO!!! - Grita enardecido Rodrigo, mientras toma otra flecha, dispuesto a vender muy cara su vida

Don Alonso parece el mismísimo Santiago Apóstol dando tajos a diestro y siniestro, en su ataque Deja el monje recién llegado medio muerto, al que estaba en el centro lo atraviesa con su espada y lo deja tumbado de espaldas y al monje de la derecha lo deja herido casi de muerte, aunque aún puede atacar.

Por detrás véis que la segunda fila de monjes empieza a dudar, justo en el momento en el que la flecha de Rodrigo sesga otra nueva vida, de nuevo un flechazo limpio en la cabeza del monje7.

Iria tras ocuparse de Diego se levanta, dejando al soldado en manos de Manuel y con las dos manos recoge varias hojas secas y ramitas de los alrededores y las arroja  a la hoguera, que a los pocos segundos cobra de nuevo vida, crepitando las llamas e iluminando mejor la pequeña cresta.

Iria lanza una exclamación de sorpresa cuando se ve mejor el campo de batalla,  nueve de los monjes yacen tendidos en el suelo en todas las posturas y posiciones imaginables, un reguero de sangre cae pendiente abajo, los monjes tendidos unos han muerto y otros morirán en los próximos instantes.

Los Monjes 11 y 12 ocupan el lugar de sus compañeros caídos en la primera línea en la primera acción y en la segunda atacan. El monje 10 ataca las dos acciones, en el primer ataque: Ataca a Don Alonso obteniendo un crítico ( se ignora defensa del objetivo y máximo daño del arma) rajando la pierna izquierda de Don Alonso que ante tantas heridas cae al suelo insconsciente todo lo grande que es, pues ha sufrido 5 puntos de daño y queda a -2.

En su segundo ataque el monje10 clava su espada en el pecho de Don Alonso yaciente, su espada atraviesa la armadura pero ésta detiene el golpe en parte, perdiendo otros tres pjuntos de resistencia.

El Monje 11 en su segunda acción ataque a Don Alonso clavándole su espada en la pierna izquierda causándole otros 4 puntos de daño, quedando a -9 a un punto de daño de la muerte. El Monje 12 también se ceba con él, un nuevo crítico para él,atravesando con su espada el brazo derecho del Conde y causándole 5 puntos de daño (máximo del arma ignorando armadura /2 por ser brazo).

El cuerpo de Don Alonso no puede aguantar más envites y heridas y se produce el colapso, muriendo el Conde en un gran baño de sangre, con heridas por todo el cuerpo y habiendo matado a casi una decena de monjes en una resistencia heroica, una lucha sin esperanza.

Sin duda la gloriosa muerte del Conde es una historia digna de ser cantada por los trovadores de todas las cortes castellanas, pero para eso, alguien tiene que sobrevivir para dar testimonio... De entre las filas de los monjes al ver el final del conde se escucha un rugido casi sobrehumano, cargado del más abyecto fanatismo y la voz del líder se vuelve a oir por encima de sus hermanos:

- ESTA ES LA SUERTE QUE OS ESPERA A TODOS SI NO OS RENDÍS, NO TENÉIS ELECCIÓN. RENDIOS O MORID!!

Orden:

Manuel

Don Alonso

Rodrigo

Diego

Iria

Monjes

La cosa estaba hecha.

La fila de energúmenos se adelantaba, como una marea incontenible. Ya en ese instante, una extraña claridad de pensamiento, o mejor dicho una sensación muy hondo, en las tripas, se lo hizo ver.

La cosa estaba ya hecha.

En esos instantes que parecían una eternidad, pensó en su madre. Su sonrisa en aquella cara ancha, rodeada por el fino lino de su tocado.

Se recordó a él mismo, siendo un niño, corriendo por el patio del castillo de su padre. Una imagen sorprendente, en la que se oía la risa de alguien, seguramente alguno de los hombres de armas, que veía al rapazuelo por allí enredando.

Apretó el pomo de la espada.

Uno de los monjes, seguramente viendo su hora cerca, hizo lo mismo que él previamente, y se lanzó hacia delante olvidando la defensa. Con tal tino, que su espada destrozó su pierna irremediablemente.

Nnnnnnghhhh....!!

Apretó los dientes, mientras veía los chorros de sangre que brotaban de su propia pierna, fijamente.

Pálido, apretó los labios.

Braceó ante su enemigo, dando la cara, en un gesto de desafío huérfano de discurso. Para entonces, viendo llana la plaza, se abalanzaron los demás, cortando, clavando...

Alonso, ya no Don, ya no Conde, entregado a Dios y a su destino, en la hora que a todos nos llega...

... en un instante de lucidez final, se entregó totalmente. Ya no importaba nada qué, ni quién, sólo el momento supremo.

Abrió los brazos en cruz, mirando como en trance, sin resistencia, ni odio... ya nada. Mirando, de frente.

Cuando su cuerpo ya no obedeció más las órdenes de su hasta ahora dueño, cayó hacia atrás, todavía con el gesto de embrazo.

Se veían las estrellas.

Quizá ese fue su último pensamiento mientras ya no podía oir los gritos triunfantes de la turba.

¡¡Nos rendimos!!, ¡no nos matéis! - Manuel mira aturdido como los maleantes remueven sus armas rematando al Conde.

Mira a sus compañeros, helado, para buscar un poco de apoyo en este momento.

¡Pero... es un noble. Permitidnos que enterremos a nuestro Señor con todos los honores! ¡Sólo os pedimos eso!

Se levanta, con las manos en alto, y lleno de aprensión por lo que pueda ser de ellos de ahora en adelante. También teme que deshonren el cadáver del Conde... o a la pobre Iria.

 Esta te la comes ya - piensa Rodrigo, mientras suelta la cuerda de su arco por ¿última vez?. Su último disparo no ha sido ninguna maravilla...

Echará de menos al conde. Para ser un señor, la verdad es que era de lo mejor que ha conocido y cuando estuvieron a campo abierto, libres de las ataduras de los protocolos, fue un agradable compañero de viaje.

Rodrigo baja el arco. Sin sus compañeros apoyándolo, no puede continuar la lucha el solo. Ya solo queda esperar su destino

La flecha roza el brazo del primero de los monjes, que alzan sus endiablados garrotes en señal de triunfo. Se acercan lentamente a vosotros con las armas en vilo mientras su líder se acerca pasando entre ellos pero sin salir del resguardo de sus hombres, a su izquierda se encuentra el hermano Dionisio, que parece ser su segundo al mando. también están los otros dos hermanos que os vinieron a visitar.

Os hacen un gesto para que tiréis vuestras armas.

Caminando entre sus hombres, alza la mano derecha en actitud solemne para que sus hombres dejen de montar escándalo.

- Hermanos, ha sido una gloriosa victoria. Ellos servirán.... pero no ha sido sino una cara victoria.- Mira al suelo , a los cuerpos que yacen tendidos - Rindamos honores a nuestros hermanos caídos esta noche en la ceremonia. Y vosotros - os mira con odio - Tirad en este momento las armas, sois nuestros prisioneros. No quiero ningún truco o moriréis.

Los monjes ya casi se os han echado encima , pero se detienen a una cierta distancia esperando a que soltéis las armas. Diego yace tumbado en el suelo, Iria y Manuel están de pie junto al Diego inconsciente y rodrigo delante de todos ellos.

- Nosotros nos encargaremos de dar sepultura al cuerpo del Conde en el Monasterio, y vosotros os venís.

 Lentamente, Rodrigo abre su mano y deja caer el arco. Ha sido un duro combate, con pocas esperanzas, pero se tenía que hacer y se ha hecho.

Con las manos en los costados, espera su destino, que ahora está en manos de estos supuestos monjes. Con el extremo de la visión, mira a los caidos de su bando, el conde, perdido para siempre y Diego, el valiente almogavar. Su carga había sido heroica, aunque inutil. 

Si en vez de cargar hubiese mantenido la posición, lo mismo habíamos logrado disuadirlos - piensa el cazador - Bueno, nunca lo sabremos.

¿Os ocupareis de nuestros compañeros heridos? - pregunta, en un tono que pretende que sea de indiferencia

El Abad asiente con la cabeza y sus hombres, una vez que tiráis las armas cogen en volandas a Don Alonso y a Diego y los alzan entre cuatro monjes, mientras toman el camino hacia el monasterio, a los que estáis conscientes/vivos os atan las manos a la espalda con una cuerda y os vendan los ojos.

Apesadumbrados, impotentes y con ganas de llorar sois conducidos también al monasterio, el único consuelo que os queda es habéis combatido con valor, nueve monjes quedan tendidos en el camino y no volverán a levantarse. Nueve muertos de ellos y un herido por su parte y un muerto y un herido por la vuestra, en una batalla esto significaría una victoria aplastante, pero no podéis evitar acordaros de Don Alonso.