Aegnor respondió a Astomer.
No estoy pidiendo que acabéis con el asentamiento de Yrch. Hacerlo sería un suicidio. Debemos entrar en sigilo, descubrir dónde guardan a la princesa y a mis compañeros y rescatar a la princesa y a mis compañeros si es posible. Sólo os pido en ese caso que deis noticia a Legolas, el hijo de Thranduil para que apreste el rescate, aunque ahora los Salones están vacíos de guerreros.
Incluso si no decidís ir, ahora que estoy recuperado y tengo armas, iré solo a intentar el rescate. Sino usadme como creáis oportuno, llevando el mensaje o acompañando a quien digáis o guiándoos al asentamiento. No somos un ejército y no debemos ir como tal. Hay que entrar y salir silenciosos y deprisa, golpear antes de que sepan qué ha pasado y escapar con Namiré.
El turno sigue.
La discusión seguía... Yo sabía que era iba a ser así y lo peor es que no iba a acabar bien. íbamos a separarnos. Zigûr estaba empeñado, y aunque había cambiado su discurso una vez, se me hacía difícil creer que el poderoso hechicero lo cambiara de nuevo para decidir acompañarnos. Mientras tanto, ni nosotros avanzábamos en nuestra misión ni la elfa era rescatada de las garras de los orcos, pues para cada misión cada segundo contaba.
Al parecer la lucha sería el último recurso para llevar a cabo la misión. Algunos de nosotros no serían adecuados para infiltrarse en el interior del campamento enemigo. Sacar a dos prisioneros extenuados, heridos y torturados sin que nos detectaran tampoco iba a ser la parte más sencilla del asunto. Todo esto iba teniendo peor pinta de a momentos.
Me acerque a los sacos con las raciones y tome algunos de los frutos secos y un pequeño tarro de miel. Respire profundamente el limpio aire y sentí el débil sol que lograba colarse entre las hojas sobre mi piel. Al menos tendríamos el estómago lleno para pelear y el factor sorpresa.
Mire a los demás, en especial a Zigûr... cuando tomara su decisión los demás sabríamos como seguir adelante.
La cosa no avanzaba. Si bien parecía que todos estarían juntos en la busca de la princesa elfa, al final Zigûr y Drustan decidieron no seguir con ellos.
Adronath miró al mago con sorpresa pues no hacía ni un solo minuto se había ofrecido a buscar a la princesa si eso decidía la mayoría. Aun así el guerrero no le dijo nada pues él también era poco amigo de buscar a la elfa, pero había pensado que así sería más fácil tratar con Thranduil.
La conversación siguió pero ahora con un nuevo rumbo, pues Aegnor les llevó a un refugio. Allí discutirían quiénes ayudarían a la elfa.
- Zigûr, tienes razón. Nuestra misión es lo primero- concedió el guerrero-. Pero es seguro que para pasar desapercibidos, necesitaremos de las habilidades que todos podamos aportar. Y entre ellas, las más preciadas son tus conjuros. Debemos pensar en la forma de entrar, cómo entrar y quienes entrar. Podría quedarse alguno fuera. Además un grupo numeroso pasa menos desapercibido que un grupo numeroso.
Adronath negó con la cabeza y calló. Su mente le decía que todo aquello era un lío innecesario que les alejaba de la misión que debían llevar a cabo. Miró a sus compañeros y calló, buscando en sus miradas algún atisbo de que alguien cediera.
Turno 711
- Mencionas mis artes, ciertamente ya nos ayudaron antes. Y os las ofrezco si lo deseáis, podría ocultaros antes de marchar - se ofrecio el mago. - Me ire pronto, no quiero retrasarme aun mas- miro a Drustan que era el único que parecía querer venir.
Turno 711.
Drustan soltó un suspiro. Se había mantenido al margen hasta ahora de la conversación. Él era un mero protector del mensaje, como había dicho. Su silencio no era debido a que las palabras de sus compañeros o las de aquel elfo afectaran en algo su ánimo, simplemente era indeferencia.
El valor y las causas justas reconfortaban al alma, pero había veces que las responsibilidades que uno aceptaba cargar, necesitaban de sacrificios. Sólo el sabía la carga que soportaba, y sólo él sabía que tenía que seguir viviendo con la decisión que tomara. La gente lo juzgaría, lo sabía, pero habían puesto esa carga sobre sus hombros y alguien tenia que hacer el sacrificio. Era algo que sus compañeros todavía no habían asumido.
Pensó en cierta persona especial que esperaba su regreso, sin duda habría un precio que pagar, y con amargo dolor, sabía que tenía que hacer honor a su palabra, pese a que eso significara que le repudiasen.
- Sinceramente... Sin las habilidades de zigur, las posibilidades de éxito son casi nulas. Asimismo, tanto el erudito como yo, sólos, tenemos aún menos posibilidades de alcanzar nuestro objetivo. Aún así, el Concilio Blanco fue claro, toda responsabilidad que dejaron en nuestros hombros nuestros pueblos esta aquí.- Dijo señalando al portador del mensaje. - Cada uno deberá vivir con sus decisiones, la mía está tomada. Iré donde vaya el mensaje
Turno 711 bis
"Las horas son apenas minúsculas gotas en el infinito piélago del tiempo, pero unidas le dan forma al mar...
Como las lágrimas le dan forma a las penas de los Hijos de Ilúvatar.
Lágrimas de sal.
Como el mar.
El mar también sabe de penas."
***
Ignoraba el porqué, pero mientras los edain seguían discutiendo ella recordó esas palabras de su padre, palabras que centurias atrás pronunciara en Mithlond con los ojos puestos en el barco que se llevara a su esposa hacia Aman. Palabras labradas en las sabias forjas de los milenios. Eruannë esbozó una triste sonrisa. Era hora de partir también para ella. Quizá no hubiera ante sus ojos un bello puerto de grises pinceladas ni una promesa cierta, pero, como entonces, un corazón zarpaba rumbo a su destino. Se vio a sí misma bajo el amparo de los merllyn contemplando las inmutables estrellas y recordó el momento en que su propio pie se adelantó un paso, y cómo toda ella, cuerpo y espíritu, lo siguió quizá empujada por un secreto designio. Un silente entendimiento la unió a su padre entonces, entretejido por férreas e invisibles redes hechas de pequeñas señales y palabras pretéritas y presentes. Incluso futuras. Pensó que tanto la Dama Galadriel como su padre sabían que esto ocurriría, como sabían que ella daría aquel paso entonces. Recordó la larga conversación que tuvo con su padre cuando fue a despedirse mientras los edain dormían.
***
—Atto...
—Dime.
—Ignoro a dónde iré y cuál es el propósito de este viaje, ¿cómo sabré entonces cuando obro bien y cuando no?
—¿Dudas de la misión o de tus decisiones?
—De mis decisiones —había afirmado ella.
El avar le había tocado con un dedo la frente y había respondido:
—Sigue a tu instinto. Posees la paciencia y el sosiego de los mellyrn. ¿Has visto alguna vez errar a un mallorn? Crecen sabios y hermosos y ningún libro los dotó de ese don. —Luego había señalado a Eruannë. —Y a tu corazón. Será un buen consejero. Eres una elda y, aunque muy joven aún, posees cualidades muy raras y preciadas, úsalas y no errarás el camino.
***
La joven silvana recordó aquella mano que le ofreció su corazón. Un corazón que jamás había cesado de latir desde el principio de los tiempos y que latiría por ella, si acaso el de Eruannë vacilaba. Erunor había sonreído y ella supo que todo iría bien. Que su corazón jamás cesaría de latir y que nada podría herirlo, porque quedaba allí, amorosamente protegido en el Bosque Dorado. Y que ni todas las hojas de todos los mellyrn de Lórien alcanzarían para contar sus latidos.
Por siempre y para siempre, dijo para sí.
Era hora de partir, pero también era la hora de una separación. Acaso sus caminos nunca volverían a encontrarse y ella no deseaba partir con saladas lágrimas ni con el corazón oprimido por la pena. Y, menos aún, con el enojo de quienes la habían acompañado en tan largo camino…
—Es hora de partir —susurró mientras que sus pasos la llevaron frente al impetuoso y bello beórnida. —Pensad… Namiré y su gente llevan varios días perdidos. Sin duda, algunas patrullas partieron en busca de ellos y avanzan tras sus huellas. Antes que después, os cruzaréis con alguna de esas patrullas y muy pronto estaréis en los Salones de la Sombra Estelar entregando el mensaje que os encomendaron. Lo sé. —Contempló largamente al beórnida, y sonrió. —Cumpliréis con la misión y sé también que regresaréis al Bosque Dorado. Si acaso yo no… —Sus dedos acariciaron el collar que pendía de su cuello— Decidle a mi padre, el avar Erunor, que recuerdo sus palabras y que ahora sé que si la elanor es llevada del jardín que la vio florecer, es quizá porque Ilúvatar la reservó para que perfumara otros jardines…
Sonrió recordando a Giliel. Entonces no había comprendido y había expresado sus temores al avar. Quizá ahora tampoco lo comprendía, pero lo aceptaba. Y era feliz por Giliel.
—Cuidad de ella —susurró solo para los oídos del beórnida y lo abrazó.
Efímeros como el aleteo de una mariposa, pensó la elfa. Tal vez Giliel estuviera elegida para dar a la bravía raza de los beórnidas algo del temple inmortal de los eldar.
Acto seguido, su mirada se derramó sobre el erudito. Siempre había respetado a aquel adan y escuchado sus palabras. Pero ahora sus caminos se dividían, tal vez para siempre.
—Como le dijera a Drustan: estarán buscando a Namiré. Seguid el camino que os señale Aegnor y os encontrarán. Entonces llevaréis el mensaje a los Salones de Thranduil y lo dejaréis en manos de su hijo Legolas y la misión será cumplida. Pero tal vez sea voluntad de los valar que nuestros caminos no se crucen otra vez, y si es así quiero que sepáis que fue un privilegio y un verdadero placer conoceros y compartir este viaje. —Eruannë hizo una ligera y grácil reverencia.
Hecho esto, y tras meditarlo un poco, rebuscó en su morral y retiró unos pliegos de papel, pluma y tinta que entregó al silvano.
—Aegnor, por favor, redactad una misiva para que Drustan y Zigûr lleven con ellos. Es necesario que alguno de los que os están buscando escolte a nuestros compañeros hasta los Salones y que se asegure de que los reciban. Es indispensable que entiendan que muchas vidas dependen de eso. Explicad también lo acaecido con Namiré y dejad las indicaciones para que lleguen hasta nosotros. Si salimos con bien, sin dudas seremos perseguidos por los orcos cuando descubran la ausencia de los prisioneros. Avisad a vuestra gente que regresaremos por ese mismo camino, si acaso eso es posible, para que nos encuentren.
Finalmente, aligerado su espíritu después de despedirse del beórnida y del mago, miró a todos y cada uno de sus compañeros y afirmó:
—Cuando Aegnor lo disponga, partiré con él.
Turno 711 bis
Mi espalda ahora se torcía no mucho aferradas mis manos en aquella lanza que sujetaba a modo de bastón.
La suerte estaba echada, el destino que cada cual había escogido sería el camino que lo conduciría hacia finales diferentes, tanto las intenciones de Zigûr como nuestra misión estaban entrelazadas, palabras sabias escuché de boca de aquella elfa que había vivido centurias que nosotros cortos en vida nunca podíamos alcanzar en sabiduría.
Algo se les había pasado y era que mientras una vida podía ser salvada la misión sí podía ser postergada, pero los hombres actúan más por su temperamento voluble que por ideas claras. Quizás algo de sabiduría había cogido al estar estrechamente unido al poder que los valar me proporcionaban, quizá había aprendido que el aquí y el ahora son más importante que el mañana y el después.
Me encaminé hasta ponerme al lado de mi compañera la bella Erüanne perspicaz como la supervivencia misma y a la vez alegre como los animales que pueblan el bosque, que con sus canciones a modo de mensaje dan vida a la frondosa espesura del bosque. Escuché y no hablé pues veía que mis palabras habían lastimado a aquellos hombres, hombres duros que no se dejaban amedrentar por las dificultades por más que estás fuesen, más ahora habían sido dispersados sus voluntades junto con sus acciones a los cuatro vientos, era hora de unir y no de dividir. Había actuado por el resorte más antiguo del hombre su conciencia pero después de la tempestad viene la calma, y miré a los que se iban con buenos ojos y a los que se quedaban con simpatía y mansedumbre.
Después de su última mención de partir afirmé con la cabeza sonriendo a mi compañera que con tanta gracia había ofrecido sus armas para defenderme, las arrugas de mi rostro surcaban no solo la piel sino también el alma, no quería haber actuado de esta forma, yo Elorham tenía mucho que aprender sobre la vida y las personas, y debía de aprender tantas cosas que se sentía muchas veces mi cuerpo absorbido por tantas carencias que veía en mi persona.
Turno 711.3
La disyuntiva era poderosa; marchar con Zigur y Drustan para completar nuestra principal mision; o ir con el resto a una tarea suicida en busca de salvar a tres desconocidos.
Debo decir que mi cabeza prefería escoger la primera opción. Pero ya decidí hacer lo que dijera la mayoría del grupo. Además que la confianza de Zigur me decía que el mensaje llegaría a su destino.
Antes de marchar Zigur, sería buena idea que usaras tus habilidades una vez más, le dije
¿A cuantos de nosotros podrías hacer invisibles? pregunté
¿Quienes se ofrecen para ello? yo puedo manejarme con cierta destreza por el bosque, mejor que sean beneficiados otros, concluí.
Resolución Turno 711
La solución estaba tomada. Estaban descansados, tenían provisiones y sabían dónde dirigirse cada uno de ellos. Iban a separarse y a ninguno le hacía gracia hacerlo pero debía hacerse. El deber de unos tiraba en una dirección, el corazón de otros en la contraria y no había más que hablar.
Aegnor escribió la nota que le pedía Eruannë, dando motivos para que atendiesen a Zigur y Drustan. Aprovechó para añadir noticias sobre la princesa Namiré. Entregó la nota a los dos humanos. Tenía cara de circunstancias pues debido a su presencia el grupo se separaba y podía sentir que eran algo más que compañeros en una misión, amigos a fin de cuentas. Mucho debían haber pasado juntos para tener esas expresiones en aquel momento que les separaban.
Aún tenemos un trecho en común. Dijo el elfo intentando no molestar a nadie y luego guió la marcha.
Lo hicieron una vez más a través de aquellos extraños caminos que parecían encontrarse donde el elfo pisaba y que apenas perturbaban la paz del bosque a su paso. Era difícil incluso encontrar rastros de su paso o ver que se había movido alguna hoja. El elfo, con el rostro mucho más decidido guiaba el ritmo con seguridad y mostraba una decisión y un brillo en los ojos que le hacía parecer uno de los héroes de antaño que tenía su pueblo y enfrentaban las dificultades con rostro sereno y plácido.
Llegaron a un punto en el que el camino parecía dividirse entre dos que partían en direcciones opuestas.
Por allí.
Dijo a Zigur y Drustan señalando una desviación.
Si camináis tres días a paso vivo sin perder la senda llegaréis a la entrada de los Salones. No la veréis pues está oculta pero los guardias os detendrán. Entregad la nota que he escrito y no deberíais tener problemas. Ojalá volvamos a encontrarnos.
Y entonces llegó de verdad el momento de despedirse. Lo hicieron rápidamente, los ojos decían más que las palabras y no había tiempo para ceremonias. Pronto ambos grupos se separaron y en el lugar donde habían estado antes sólo el sonido de una ardilla subiendo por una rama perturbó el lugar. Luego lo hizo una hoja cayendo al suelo con placidez y finalmente nada quedó allí del grupo, ni siquiera el recuerdo de su presencia.
Podéis responder despedidas, seguimos en el nuevo capítulo que voy a hacer a cada grupo.
FIN DEL CAPÍTULO VII. EL BOSQUE NEGRO.
Editado por haber metido la pata. Ya está incluida la nota que decía Eruannë
Turno final
- Yo mismo volveré una vez haya concluido mi tarea - dijo firmemente - que la luz de Varda este con vosotros - y se interno de lleno en el camino indicado
Turno final
Elorham sentía una carga pesada, y la silenciosa despedida no le alivió lo más mínimo. Alzó la vista para buscar en los árboles algún consuelo, algo que le reconfortara. Alguna señal de que todo iba a salir bien. No lo halló…
Recordó a su padre, el Senescal de la Marca. Los primeros recuerdos de Elorham son de su padre explicándole lo que supone tomar decisiones que afectan a todos. La responsabilidad y la soledad que conlleva. Pero Elorham eligió otro camino en la vida, y pocas palabras recibió después de su padre, y aún menos consejos.
No se le ocurrió palabra alguna para pronunciar a los que partían hacia un lado, ni a los que le acompañan en la otra dirección. Con la mirada buscó a Drustan y a Zigur, y se quedó mirando en silencio cómo los dos se adentraban en el bosque, sin que ninguna palabra de Elorham les acompañara.
Elorham se quedó un rato en el claro antes de unirse a los compañeros. Al pasar al lado de Eruannë, se aferró un momento a su hombro, en busca de un consuelo. Ella más que nadie entendía los secretos del corazón. Tal vez… Quizá en la lengua de los Primeros Nacidos haya palabras para expresar cosas más allá de la comprensión de los mortales.
Turno final
Adronath volvió a negar con la cabeza. No podía creer que el grupo se fuera a dividir. No podía ser. Y lo peor es que él era el responsable del grupo, él era a quien habían elegido para que fuese su interlocutor y su líder. Él debía haber unido al grupo y no haber dejado que se separaran.
- No puedo permitir que nos separemos- dijo antes de que así lo hicieran-. Pero tampoco puedo imponer a ningún hombre libre lo que debe o no debe hacer. Esto no es una milicia. No soy vuestro superior o instructor. No. Así que si decidís seguir cada cual por vuestro camino, que así sea. Ya no soy el líder de nadie. Reniego de mi cargo- dijo triste y serio.
- Pero de lo que nunca renegaré es de la palabra que di. Di mi palabra de entregar el documento a Thranduil o a su hijo y así lo haré. Yo voy con el mensaje. Lo siento Aegnor- dijo mirando al elfo-. Acompaño al mensaje y cuando lo entreguemos volveré para ayudar si es que no habéis vuelto ya.
- Espero que vuestra búsqueda sea fructuosa y que la princesa siga con vida. Que Eru os acompañe.
Dicho esto siguió a Zigûr y a Drustan por el sendero que les llevaría a los salones de Thranduil en el bosque negro.
Al final voy con Drustan y Zigûr y el mensaje.
Turno Final
Camine algo decaído, siguiendo el sendero que Aegnor nos ponía en frente, sabiendo que en algún momento del trecho, sería la separación del grupo. Los caminos se dividirían y nosotros cambiaríamos nuestro destino... Así es, pues nuestro destino debería haber sido uno mientras nos uniera la hermandad de esta misión, pero jugamos con el y ahora no estaba tan seguro de que pudiéramos salir bien librados de esta.
El momento de las despedidas llego... y la mayor sorpresa de todas fueron las nuevas de Adronath. Ahora si que estábamos reducidos. Era más bien lógico que el líder de la expedición se fuera con el mensaje, pero que lo hiciera tan de golpe. Era un revés para el rescate antes de que este empezara siquiera. En mi interior estaba más que convencido de que en este bosque solo se podía encontrar oscuridad.
-Así sea Adronath. Que vuestra empresa también llegue a buen destino, pues el viaje que les resta debe estar lejos de ser seguro. Tengan cuidado amigos míos y ojala nos volvamos a ver...- Era un tono oscuro, el más oscuro que un eldar pudiera pronunciar jamás. Era el tono que usaría alguien para despedirse por siempre a buenos amigos...
Turno final
Eran Zigûr y Drustan dos sombras entre los árboles cuando la mano de Elorham se detuvo en su hombro buscando un sostén, como antes lo hiciera con su lanza. Fue entonces cuando Adronath habló y, a cada palabra que decía el dúnadan, los dedos del animista se contraían aferrándose con tal fuerza que Eruannë se percibió a sí misma como la balsa de un náufrago en medio de una terrible tormenta.
Con ojos lejanos y profundos, Eruannë contempló las palabras que salían de la boca del guerrero como si estas tuvieran cuerpo. Y como los cuerpos, antes fueran memoria y mucho antes sucesos. La silvana le devolvió una límpida mirada a Adronath; luego asintió con un ligero movimiento de la cabeza y sonrió.
—Que la valië ilumine vuestros pasos —susurró.
Acto seguido, sus ojos se volvieron hacia el silencioso montaraz. Ástomer había dejado clara su posición y la elfa imaginó que actuaría en consecuencia. Pero era un adan, y los Segundos Nacidos eran por gracia de Eru criaturas libres, solo atados a su albedrío. Seres efímeros, volubles e impredecibles decían los eldar. Y en el transcurso de aquel viaje nunca antes había notado en ellos esa naturaleza de forma tan clara, precisa y real. Por eso no se sorprendió cuando vio al montaraz tomar el mismo camino que Aegnor y Laufinwë, aunque poco antes hubiera opinado que debían llevar el mensaje a los Salones del Bosque. Edain, susurró para sí la elfa.
Sobre sus cabezas y entre las ramas de los árboles, Anor asomaba oprimida por un anillo de oscuridad, como un agujero blanquecino que poco podía hacer contra tanta penumbra. Lentamente, un atardecer macilento fue ocupando el lugar del mediodía. Es hora de partir, se repitió Eruannë.
Cinco dedos continuaban aferrados a su hombro, como anclados en él. Eruannë volvió la mirada hacia Elorham y lo vio como abrumado por su propia corpulencia, alzaba los ojos hacia el cielo como deseando ser pájaro, liviano y ligero. ¿Dudaba acaso? No, no dudaba. Pero la tristeza horadaba su mirada, entornados los párpados bajo el peso de su propia determinación o, tal vez, de sus consecuencias. Sus miradas se cruzaron. Eruannë se preguntó cómo dar alivio a la pena encerrada en esos ojos que buscaban en ella un refugio. Contempló el cielo otra vez y suspiró. Si una poderosa maia poco podía hacer contra la oscuridad que hería a ese bosque, qué podía ella, una simple silvana. Alzó su mano y la posó sobre la de Elorham. Luego, suavemente la acunó entre las suyas; contempló los largos y ásperos dedos, las pálidas líneas dibujadas en la palma, las viejas cicatrices.
—Hace más de cuatro centurias, dos años antes de que yo viera la luz según me dijo mi padre, siete mil jinetes armados y varios centenares de arqueros cabalgaron veloces sobre las lindes del Bosque Dorado. Eran descendientes de los edain del norte y habitaban por entonces una tierra emplazada entre las Montañas Nubladas y el norte de este mismo bosque. Se llamaban a sí mismos como su tierra, Éothéod, y cabalgaban en respuesta a un llamado de otro pueblo, edain en cuyas venas corría un poco de la sangre elda y maia. Oscuros y temibles enemigos los acechaban, numerosos y salvajes, y estaban a punto de sucumbir al feroz ataque. Pero, así me lo relató mi padre cuando era una niña, los éothéod no dudaron y todos y cada uno de sus guerreros galoparon en auxilio de quienes habían invocado su ayuda. No iban en auxilio de su gente, no compartían la misma sangre, nada los ataba entonces… Pero no vacilaron. Dejaron atrás a sus ancianos y a sus enfermos, a sus madres, a sus esposas y a sus hijos y cabalgaron contra toda razón, solo porque su generoso corazón así se los dictaba. Eorl era el nombre del que guiaba a esos valientes; Cirion, el del adan que había invocado su ayuda. Y los éothéod no hicieron oídos sordos…
Y mientras esto narraba, Eruannë avanzaba con pasos ligeros tras el rastro de Aegnor, Laufinwë y Ástomer que ya se perdían en la espesura, seguida por Elorham que la escuchaba en silencio. Y como si de una etérea criatura del bosque se tratara, su voz era un campanilleo suave, un susurro de hojas al viento, arrullo de río…
—Cuenta mi padre que la Dama Galadriel volvió su mirada sobre aquellos bravos jinetes y que alzó los brazos, ¡y que todos los mellyrn del Bosque Dorado parecieron extender sus ramas hacia ellos como intentando protegerlos! —la risa de Eruannë se alzó como un suave aleteo. —Entonces una niebla blanca los envolvió y los ocultó a los ojos del Oscuro.
Un murmullo lejano, un suspiro apenas…
—Cruel fue la batalla. Muchos éothéod murieron entonces, pero ninguno de sus hermanos lloró esas muertes. Me dijo mi padre que esos valientes jamás lloraron la sangre vertida en la batalla porque eso hubiera deshonrado el generoso sacrificio de sus héroes. Tiempo después, Cirion y Eorl sellaron un pacto de amistad en la cima de un alto monte en las Montañas Blancas junto a la tumba de un alto rey, de sangre adan y elda. Una flecha roja fue el símbolo de este pacto. Una flecha símbolo de la eterna amistad entre dos pueblos. Una flecha roja que le recordara a los hijos de los hijos de los hijos la sangre derramada en aquella batalla. Y para que no olvidaran por qué lucharon sus héroes. Por siempre y para siempre, la inquebrantable amistad, la amada sangre de los caídos. Así lo recuerdan aún en Lothlórien…
Aclaración: Eruannë ignora que los éothéod serían llamados después rohirrim, como ignora también que Cirion y Eorl pertenecen a la historia de Gondor y Rohan. Solo le cuenta a Elorham una historia que escuchó cuando niña. =)