Partida Rol por web

El arquero, que estaba junto a Lamriss y Mortimy ofreciendo cobertura con su arco para que cortaran las maromas, volvió a asomarse a través de la cobertura del barco y disparó de nuevo hacia otro de los guardias con la intención de por lo menos distraerlos y ganar tiempo para que el Abaco pudiera marchar raudo de ese puerto del que, si los pathfinders y el resto de la tripulación no conseguían huir, se convertiría en su tumba.

No había mucho más que hacer, saltar para enfrentarse al guardia más cercano podría retrasar las cosas y podría hacerle perder el barco si conseguían cortar a tiempo las maromas, por no hablar de si su maniobra resultaba torpe y caía al agua. Tampoco era buen plan intentar cortar nada con los shurikens, no acabaría nunca... Así que el monje decidió lanzar una lluvia de sus armas de proyectiles sobre el ballestero. Saltó hacia arriba e imitando la danza de un tornado giró sobre si mismo en dos ocasiones lanzando las afiladas estrellas de acero gritando KIAAAAAAAA... nada consiguió, su gracil pirueta le desorientó haciendo que su propósito fuese hasta grotesco.

El virote se dirigió certero y letal hacia el cuerpo del paladín. Las palabras de Elenzeran habían hecho efecto al menos en uno de los tiradores, que descargó su ballesta con una puntería endemoniada. Ya estaba presto a recibir el impacto del proyectil en sus carnes cuando la fe de Iomedae le protegió una vez más y el mortal disparo fue desviado por el broche de su capa. Había estado cerca.

Henchido de fe y respaldado por las fuerzas que su diosa le enviaba, Elenzeran alzó el mandoble señalando al razmiri que le había disparado.

¡Mi fe es mi escudo! ¡Depon tu actitud, bellaco!Pues nada puede hacer tu falso dios por apagar la luz de Iomedae, abre los ojos a la verdad que te ofrezco. Deja el arma y aún podrás ganarte un lugar entre los justos en el más allá.

Gudrid vio como a su lado se colocaba el joven que había visto antes combatiendo al lobo.
Llegó a sus oídos la potente voz del guerrero que imprecaba a los guardias que quedaban en pie. Por un instante quedó sorprendida al verle, pues se mantenía firme y no hacía el más ligero ademán de cubrirse. Sin embargo, ningún arma parecía dañarle, tal era el poder de su fe.

El griterío devolvió a la joven a la realidad: tenían que deshacerse de los guardias y partir en seguida.
Su atención volvió a centrarse en el arquero y sin ponerse en pie para no perder la cobertura que la madera del bote le ofrecía, posó su mano sobre el tobillo del muchacho: - Que la cálida luz guie tu brazo.

Sin más que poder hacer, aguardó para ver que tenía preparado para ella su Señora.

Las palabras del paladín hicieron el efecto deseado. El férreo aasimar consiguió amedrentar a aquellos rufianes de poca monta que proseguían combatiendo todavía. Ahora luchaban con menor convicción y vehemencia, gracias sobre todo a la demostración de fe y valor protagonizada por el devoto guerrero de la Heredera.

A pesar de eso, el destino quiso que un insulso disparo de uno de los guardias, cogiera una trayectoria que poco a poco se fue envenenando. Elenzeran nuevamente se amparó a su fe, esperando el impacto. Cuando el virote llegó hasta él, pasó rasgándole el cuello. Su amada diosa seguía estando con él, pues unos centímetros más adentro y su garganta habría sido perforada... muriendo entre tos y esputos de sangre. 

Satinder prosiguió en su posición, acosando sin cesar a los guardias. Tomo una nueva flecha de su carjal y disparó de nuevo, esperando que con las habilidades que todos estaban demostrando en aquel difícil combate a bordo del Ábaco, pudieran conseguir huir sanos y salvos de aquel puerto.

La cuerda del arco de Satinder volvió a vibrar y un nuevo disparo salió despedido con precisión, para alcanzar a uno de los razmiris en un brazo. El rufián gritó de dolor, pero podía agradecerle al semielfo que sólo era un aviso, una forma de disuadirlo a proseguir el combate. Si no se daba por aludido, sus disparos serían más letales si cabe.

El guardia corrupto, ensartado por los aguijonazos del soldado nirmathiano y viendo como sus virotes eran incapaces de alcanzar al inmóvil paladín, dejó caer su ballesta y salió corriendo en dirección al muelle. Aunque no marchó en silencio, de su boca salía palabras clamadas con temor...

- ¡¡DEJADLOS!! ¡¡ESTÁN UNGIDOS POR LOS DIOSES!! ¡¡NOS MATARÁN A TODOOOOOS!! ¡¡NUESTRAS ARMAS NO PUEDEN HERIRLOS!! ¡¡LOS DIOSES ESTÁN ENCOLERIZADOS Y NOS MATARÁN A TODOOOOOOOOS!!

Uno de los guardias huía, justamente el que tenía más a tiro... no era un problema ya que en el fondo era una parcial victoria, pero le faltaba la munición y el espacio para ayudar en la tarea de obtener un nuevo objetivo. Con un golpe de vista buscó una nueva posición para mejorar su disparo, aun así estaba lejos y tanto caos le descentró. Su tiro fue más horrible que el anterior si puede ser. KIAAAAAAA

La joven sacerdotisa vio como uno de los guardias huía despavorido. Se levantó y le gritó al que aún permanecía en su sitio: - ¡¿Es que no lo ves?! ¡Estás solo! ¡Tu falso Dios no tiene ningún poder! ¡Suelta las armas, déjanos marchar en paz y te aseguro que vivirás para ver nacer otro día! .

Con todo, Gudrid era conocedora de que en ocasiones el fanatismo ciego puede llegar a ser muy tenaz. Por eso se dirigió a Satinder en un susurro: - No le dispares de no ser preciso, si se rinde le dejaremos ir; no obstante si persiste en su actitud, que no te fallen las fuerzas. La más brillante de las luces estará contigo. - Dicho esto, posó con suavidad su mano en el hombro del muchacho.

Acto seguido, volvió a dirigirse al guardia, esta vez la compasión y la ternura colmaban sus ojos: - Te lo ruego, ya ha habido suficiente sangre por hoy. No tiene sentido continuar con esto.

Las palabras de la sacerdotisa hicieron palidecer al zarrapastroso guardia. El nerviosismo afloraba en los tensos brazos con los que sostenía la ballesta y durante unos lacónicos instantes, pensó en dejar caer el arma. La vida era valiosa aunque sólo fuera un patrullero corrupto sin más... pero entonces sucedió.

La masa de guardias que corrían hacia el embarcadero en el que se encontraba el Ábaco, toparon con el rufián que huía atemorizado. El gran contingente se detuvo para oír las palabras del pavoroso guardia.

- ¡¡Qué dices malnacido!!- decía la mayoría - ¡¡Callad a ese loco cobarde!!- gritaban otros con ostensibles ademanes violentos. De repente, uno de ellos cubierto con un yelmo que cubría casi la totalidad de su rostro, se acercó hasta el aterrorizado rufián y sin compasión, le rebanó el cuello.

- ¡¡SÓLO EXISTE UN DIOOOOOOOOOOOS!!- y tras el grito, la masa de guardias se lanzó a la carrera contra el barco.

Ante esto, el rufián que quedaba, declinó la idea de no combatir y disparó su ballesta. El virote salió con poca convicción, y pasó muy lejos de Gudrid. 

Satinder asintió serio a las palabras de la clériga de Serenrae y destenó su arco para permitir huir al cobarde y rufián guardia, pero este fue interceptado por el nuevo contingente de guardias que le asesinó fríamente y se dispusieron a lanzarse hacía el Ábaco.

- ¡ROMPED ESOS MALDITOS AMARRES YA Y MARCHEMOS! ¡UNA NUEVA HORDA DE FANÁTICOS CARGA CONTRA EL ÁBACO! - gritó a sus compañeros el semielfo nirmathiano mientras estaba agazapado junto a Gudrid en el lateral del barco. Instantes despues corrió con gran agilidad saltando por encima de un barril y se colocó arco en mano en el otro lado del barco donde disparó una precisa flecha al ballestero que había osado disparar a la clériga de Serenrae momentos antes.
 

La flecha del arquero semielfo surcó la distancia que lo separaba de su objetivo con un breve suspiro. Siguiendo los deseos de Gudrid, la flecha se hincó en el muslo del rufián provocando un terrible dolor que le hizo caer al suelo, pero lo dejó con vida. Satinder había respondido con nobleza a la petición de la serenita, y eso era un gesto que lo honraba.

A pesar de eso, la masa de fanáticos guardias proseguían su avance con la única idea de incendiar la nave y acabar con los insurrectos. La maroma estaba a medio cortar, pero sin la amenazas de las ballestas razmiri, Lamriss llegó hasta ella y con rabia en sus ojos seccionó los husos que restaban con un golpe duro y seco de su hacha de batalla. Después miró a Mortimy y Tyrnesh:

- ¡¡Vosotros dos iréis conmigo!!- recriminó al pícaro y al invocador - ¡¡Démosles el tiempo que necesitan para salir de aquí!!- sentenció en un serio acto de compromiso. Sin perder un instante, la preciosa guerrera de pelo rojizo saltó por la borda para aterrizar en la plataforma del embarcadero. Sólo unos segundos después, siguieron sus pasos Mortimy y Tyrnesh, que aterrizaron a escasos metros de la sanguinaria chelia.

- ¡¡MARCHAD!! ¡¡LO PRIMERO ES LA MISIÓN!! - gritó la muchacha mientras se preparaba para un duro combate. 

La masa enfurecida se aproximaba con aviesas intenciones. Los ballesteros que les acosaban habían sucumbido y aquello les otorgaba unos instantes de pausa. Era el momento de cortar aquella soga y salir de aquel maldito pueblo repleto de razmiris fanático.

Elenzeran se aproximó hacia donde estaban los demás con el mandoble en ristre. Mucho había resistido aquella cuerda. Pero alguien se adelantó. Lamriss enarboló el hacha y de un certero tajo cercenó lo que quedaba por cortar de la maroma. Cuando el barco corcoveó por el impulso, el paladín hizo un esfuerzo por mantenerse en pie. Momento en el que la mujer saltó al muelle para enfrentarse a la muchedumbre de razmiris... Poco después también saltaron el qadirano y el gnomo...

Nooooooooooooooooo, volved al barco!!!

El Ábaco empezó a poner distancia con el muelle e intentar un salto en aquellos momentos era poco más que un suicidio. Elenzeran se maldijo por no haber saltado él cuando tuvo ocasión, no tuvo el valor suficiente para hacerlo, él debería haberse sacrificado por el grupo y no ellos... Aquella mujer había demostrado un sentido del honor y del sacrificio que él, todo un paladín de Iomedae, no había sabido enfrentar. Miró por un último instante a la bella mujer y no pudo más que admirarla profundamente. Lamriss le devolvió la mirada y le guiñó uno de sus preciosos ojos...

Gracias....- musitó el desolado paladín. Aquella mirada le acompañaría el resto de su vida como el recuerdo del día en que Elenzeran fue superado en honor y lealtad. No podía consentir que ocurriera más veces.

Gudrid observó perpleja como una serie de acontecimientos se desarrollaban en apenas unos instantes.

Para empezar, el bueno de Satinder logró dejar fuera de combate al guardia sin matarlo; una muestra de honor y de compasión que la Flor del Amanecer sabría recompensar.

De repente, el barco quedó libre de sus ataduras. Cuando la joven sacerdotisa miró atrás vio como la corpulenta pelirroja había logrado cercenar la soga.
Lo que ocurrió después era digno de perdurar en las canciones: La de ígneo cabello saltó al muelle acompañada de otros dos valientes para dar tiempo a los demás y contener el furioso oleaje que se avecinaba.

Oyó también gritos provenientes del barco: eran del guerrero ungido por Iomedae y parecía muy afectado.
Gudrid apenas pudo pronunciar palabra, el gesto de sus compañeros le colmó el corazón de tristeza y compasión, pero también de unas desesperadas ganas de vivir.

Sabedora de que las palabras sobraban, elevó una silenciosa plegaria: - Poderosa Señora de la Luz, protege a estos valientes y salvaguarda sus almas, pues lo merecen.

El desenlace ocurrió muy rápido, el barco quedó liberado y pudo emprender la huida de aquel puerto tan amenazante al tiempo que Lamriss, Tyrnesh y Mortimy saltaron en un acto heroico y suicida hasta los muelles para hacer frente al la multitud de guardias sedientos de sangre de Razmiran. Satinder, siguiendo su instinto guerrero y su valiente corazón trató en el último momento de saltar junto al grupo y sacrificarse también él por el bien del resto de tripulantes del Ábaco y la importante misión de la Sociedad Pathfinder. Ya se había echado el arco a la espalda y estaba justo a punto de saltar, cuando se dió cuenta que ya era demasiado tarde dado que el espacio entre el ábaco y el muelle era demasiado amplio como para saltarlo, incluso para él, que gozaba de una agilidad propia del pueblo de los elfos debido a su sangre mestiza.

Frustrado por no poder combatir junto a sus hermanos pathfinders en el muelle se apoyó con ambos brazos estirados sobre el lateral del barco observando impotente como se desarrollaba el combate y como la horda de Razmiran cargaban sobre sus compañeros. - ¡Maldita sea! Yo debería estar allí...junto a ellos, en el fragor de la batalla - dijo afligido. - ¡Deberíamos enviar una misiva a la Logia de Absalom para que planifiquen un rescate, por si les hacen prisioneros....! No les abandonemos a su suerte... - comentó el arquero semielfo, cuyo corazón era valiente y leal con los suyos, al tiempo que el puerto se perdía en la lejanía a medida que se internaban en el mar.