Tres semanas después...
La noche iba mejorando poco a poco. El ambiente estaba concurrido en la taberna "El Vientre del Cochino", una tasca poco opulenta pero altamente frecuentada por los agentes pathfinders de la Logia. Su fama era ampliamente reconocida en todos los recónditos de la ciudad Centro del Mundo y no era extraño ver a varios grupos de pathfinders pasando un buen rato allí. Se llegaba a rumorear que incluso los fundamentos del Decenvirato se postularon entre sus pegajosas mesas... ¡¡Pero quizás sólo fuera un mito!!
La realidad era que Satinder disfrutaba como un descosido, jugando a los dardos con varios incautos que dudaban de su puntería. A pesar de que el nirmathiano llevaba varias jarras de vino dulzón en el cuerpo, su pulso continuaba manteniéndose firme, aunque una ridícula sonrisa comenzaba a dibujársele en la cara.
- ¡¡5 a 1 si hago diana de espaldas!!... ¡¡Ahí lo tenéis!!... ¡¡Aflojad las bolsas!! Hoy os iréis con poco peso para casa!! Jajaja...
Por su parte, Fur-yurl mantenía la templanza -como siempre- a pesar del ruido y jolgorio que se estaba armando en la tórrida cantina. El olor a tabaco, guidos y cerveza de dudosa calidad, embargaban todo el ambiente, pero el monje Tianés seguía erguido sobre la punta de su pie derecho en lo alto de una pila de más de quinientos platos. Mantenía los ojos cerrados y las manos juntas por las palmas a modo de oración. De vez en cuando, algún agente un poco pasado de vueltas se acercaba hasta la columna de platos de porcelana e increpaba con cánticos soez al monje, pero nada conseguía distraer a Fur-yurl. Su comunicación con el karma y el ki era máxime... total. Era una estatua viviente perfecta. Era paz y sabiduría.
- Teee aseguiuro... ¡¡hip!!... qui ese tipo di ahí arriba... ¡¡hip!!... mete unas hostias como panes... ¡¡hip!!- Le aseguraba un borracho a otro que miraba con cara de incredulidad.
Mientras tanto, Gudrid y Elenzeran permanecían en una mesa observando el espectáculo mientras saboreaban un vaso de licor afrutado. Los últimos días, tanto el paladín como la sacerdotisa pasaban largas horas debatiendo sobre teología y religión. Hallaban muy interesante los diferentes matices que Serenrae y Iomedae propinaban a sus fieles, pero sobre todo, la búsqueda del bien era algo común en ambos adoradores. Pero además, al igual que reza el dicho -el roce hace el cariño- y un sentimiento especial comenzaba a florecer en sus corazones. Pasaban horas riendo, acompañándose el uno al otro por los diferentes distritos de Absalom, elucubrando cuál sería la próxima misión juntos, pero ninguno se atrevía a dar el paso...
Ambos tenía miedo a romper esa bella relación de amistad, con un sentimiento tan incontrolable como el amor... pero quizás había llegado el momento de arriesgarse...
Elenzeran miró fijamente a los ojos de Gudrid. A pesar de que llevaba más de ocho decenas de años sobre Golarion, nunca había visto unos ojos con tanta vitalidad como los de la serenita. Cuando las perlas almendradas de Gudrid se cruzaron con las del paladín, un silencio invadió a la pareja. Sus rostros se fueron acercando poco a poco, en un segundo eterno y mágico. Cuando sus labios estaban a punto de fundirse, un emisario de la logia interrumpió a la pareja:
- Mis disculpas maese paladín, pero traigo una misiva urgente del maestro Veldrin.-
Los rostros de ambos se separaron. El destino jugó en contra de ambos.
Elenzeran se levantó y dignamente se arregló la túnica de su atuendo para asistir a la reunión. Unos minutos después salió a la calle y se dirigió hasta una posada mucho más opulenta.
El paladín entró en el establecimiento y preguntó por el maestro. La recepcionista condujo al guerrero iomedita hasta la puerta de la alcoba. Acto seguido, se dio media vuelta y marchó por el largo pasillo.
El aasimar abrió la puerta y entró en la cámara. Aquella estancia no era una sala de reuniones, si no más bien una pomposa habitació con una cama adoselada, bandejas de fruta fresca y varias botellas de vino élfico procedente de Galt. El paladín no entendía muy bien lo que sucedía allí, pero cuando estaba a punto de marcharse, unos brazos cálidos y fuertes se cerraron alrededor de su fuerte cuello a modo de abrazo. El aasimar pivotó sobre sus talones y sus ojos toparon con otros de un verde intenso, tapados por mechones rojizos de pelo rizado.
Elenzeran no daba crédito, pero delante de él, vestida con una sugerente tela transparente, se hallaba Lamriss. La muchacha fue empujando lentamente al guerrero hacia la cama mientras besaba suavemente el cuello y los carrillos del paladín, el cual era incapaz de reaccionar por la sorpresa.
Cuando llegaron al borde del acolchado colchón de plumas, la guerrera susurro como una gata en celo:
- ¿Sabes paladín?... Tengo muchos pecados que confesar...- decía mientras acercaba su boca a la oreja de Elenzeran
- ... Pero te aseguro que no será hoy...-
THE END