- Oh...- musitó decepcionado, bajando la cabeza hasta verse la punta de los pies, si lo pies no estuvieran cubiertos por la sábana, claro. Luego levantó la sábana y vio el tubito saliendo de donde no debería salir, y sin ganas de mear eso ahí se había convertido en un verdadero coñazo para lo que tenía intención de hacer.
Se echó hacia un lado para ver la bolsita bien cargada de lo que hasta hacía nada había estado dentro de él y, tras asentir con aprobación al ver lo mucho que había evacuado a pesar de haber tenido como único fluido el gotero que colgaba del brazo, se las intentó apañar para levantarse de la cama y salir a cotillear, aunque Archibald obviamente prefería llamarlo "saciar su curiosidad." Además curiosidad tenía mucha, más cuando la enfermera no se había dignado a responder a su pregunta antes de salir escopetada de su habitación.
- "Pues nada, lo tendré que hacer yo todo, como siempre..."
Y con eso en mente se dispuso a poner en práctica el consejo que todo médico daba a los hombres de la edad que ya no aparentaba tener: andar.
Unos pocos segundos después de que el enfermero saliera corriendo y te quedaras solo pensando en qué hacer con el papel, sientes un gran cambio de presión en el aire, como si te hubieran elevado miles de metros de repente, o sumergido en lo más profundo del mar. Durante varios segundos respirar es imposible, y los oídos taponados parece que van a explotar. Aún así escuchas que varios cristales se rompen. La luz se va unos instantes, y cuando todo vuelve a la normalidad, varias de las lámparas y fluorescentes están reventadas.
Ves un bulto inerte caer frente al cristal de la pared en la que está la puerta de tu cubículo.
Todo queda en un inusitado silencio y quietud.
Ese cambio de presión que sientes hace 2 puntos de daño mental, es decir, que se restan de tu reserva de Intelecto.
En tu caso sólo se resta 1, ya que posees armadura contra todo tipo de ataques.
Apenas has tomado la decisión y has dado unos pocos pasos cuando sientes un gran cambio de presión en el aire, como si te hubieran elevado miles de metros de repente, o sumergido en lo más profundo del mar. Durante varios segundos respirar es imposible, y los oídos taponados parece que van a explotar. Aún así escuchas que varios cristales se rompen. La luz se va unos instantes, y cuando todo vuelve a la normalidad, varias de las lámparas y fluorescentes están reventadas.
Todo queda en un inusitado silencio y quietud.
Ese cambio de presión que sientes hace 2 puntos de daño mental, es decir, que se restan de tu reserva de Intelecto.
Su reacción fue acuclillarse junto a la cama tapándose los oídos, como si de aquel modo pudiera evitar que le estallaran los tímpanos. Una lluvia de fragmentos de cristal cayó sobre su espalda antes de que todo se sumiera en la oscuridad y el silencio. La incómoda sensación de descompresión desapareció al tiempo que las luces regresaban, al menos aquellas que habían sobrevivido a la onda expansiva cuyo origen desconocía.
Se irguió, confundido, y alcanzó a ver que algo o alguien caía junto la pared de su habitación. Bostezó un par de veces para destaponar sus oídos y se acercó a la puerta que abrió con cierta renuencia. Asomó la cabeza en medio de aquel marasmo sobrevenido y se fijó en el bulto. Se acercó a él, dispuesto a descubrir qué o quién era.
Mareado Archibald cayó de rodillas al suelo llevándose las manos a los oídos. Pero no fue lo único que cayó pues en salto coordinado alcanzó el suelo también lo que el anciano agarraba en esos momento. Por suerte la bolsita de dorado líquido que patinó por los azulejos la distancia justa que le permitía el tubito, no derramó su contenido como si lo hicieron buena parte de los fluorescentes que sin gas ya no podían derramar su aséptica luz blanca desde el techo.
El científico se puso en pie ayudándose del soporte con ruedas en el que estaba instalado el suero maldiciendo a quien fuera que conducía el hospital... Y porque sabía que aquello era un hospital y que no había conductor, que estaba quieto salvo porque giraba alrededor del eje de la tierra y del Sol, porque si no hubiera pensado cosas muy raras.
- ¡¡Enfermera!!- gritó mientras salía al pasillo de puntillas, pero tan pronto vio los cristales volvió en busca de unas alpargatas con las que no cortarse.- ¡¡¡¡ENFERMERA!!!! Venga aquí.- insistió mientras buscaba las alpargatas.- ¡Exijo saber qué ha pasado! Soy un fiel contribuyente. ¡Pago mis impuestos como todo hijo de vecino y exijo saber!- Luego se acordó que no estaba en Escocia sino en Estados Unidos. Así que a la mierda la socialdemocracia y la excusa del contribuyente.- ¡Y también pago mi seguro médico!- Ahí, ahí, eso sí.- Conozco mis derechos como cliente.- Sí, allí era el cliente y no el contribuyente.- ¡Quiero saber!- ¿Pero y si no quería saber? ¿Y si no tenía seguro?
Si no fuera porque iba engarruchado al mástil del suero hubiera caído al suelo otra vez. Un infarto era lo que le iba a dar si era así.
- "Eso, y muerto quién os va a pagar. ¡Ajá!"
Pero entonces se le ocurrió algo, algo que no podía funcionar porque a la misma vez recordó que la enfermera lo había identificado como señor Crawford. Así pues se esfumó antes de nacer la posibilidad de hacerse pasar por Mortimer para cargarle a él con el muerto de la factura. Todo su gozo en un pozo...
- ¡¡Enfermera!! ¿Y mis alpargatas? ¿Qué espera, que salga descalzo? ¡Qué vergüenza! ¡¡ENFERMERA!!