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Mapa de la partida: Si por un casual el mapa que tenéis se pierde o es dañado, lo retiraré hasta que encontréis otro. https://images2.imgbox.com/a2/d1/xOZ4o8Su_o.jpg
29 de Agosto, 1942.
Una cueva próxima al cauce del río Don, en la ribera oeste, tiene la capacidad suficiente para albergar un improvisado puesto de mando levantado por los restos de unidades del Ejército Rojo rezagadas y civiles que han decidido tomar las armas. Pese a la humedad y las filtraciones de agua en sus zonas más profundas, esta ha sido capaz de actuar como refugio durante algunos meses y nadie cree que vaya a cambiar siempre que actuéis con prudencia. Al amparo de los árboles y formaciones rocosas cercanas la base ha podido crecer hasta acoger en torno a cincuenta hombres que acampan en un irregular despliegue de tiendas de campaña y chozas improvisadas.
Encajada sobre un alto pino se iergue una antena de radio, que pese a su sencillez para muchos de vosotros se asemeja a una obra de ingeniería comparable con la invención de la bombilla, el teléfono o el automóvil. Esa tosca antena, levantada no hace mucho, os ha permitido establecer contacto con el mando soviético y todos sabéis que ya no estáis solos en vuestra guerra.
Más allá de un breve discurso de ánimo de algún comisario desconocido para inspiraros ánimos, no habéis vuelto a saber más de lo que haya podido hablarse a través de la radio. Pero ello no es algo que os importe demasiado, apenas ha pasado un día desde entonces y habéis vuelto a vuestros quehaceres. Hacer labores de mantenimiento en las tiendas y equipo, leer, esparciros o emborracharos a escondidas. El ambiente en el campamento es tranquilo, como todas las mañanas un soldado afina y practica con su mandolina en algún rincón del campamento. Otros bajan con latas de cebo al río para pescar y el humo invade gran parte de las tiendas como cada vez que el soldado Chernyshevsky tiene que encender una hoguera para el rancho. Es un día corriente.
Podéis ir interactuando entre vosotros para ir tomando contacto. Las relaciones entre unos y otros las dejo en vuestras manos, pero a fin de cuentas os conoceréis. Dado que Antonov es de otra zona y actúa como traficante puede ser un conocido puntual al que le hayan mandado con alguna carga que considere apropiada.
Aquellos momentos de calma y esparcimiento no eran para Selinka más que una falsa sensación de que no existía el horror que se desataba a su alrededor y que todos ellos ya habían podido contemplar. Lejos de mostrarse optimista y aprovechar esos ratos para entregarse a la despreocupación y el ocio como hacían la mayoría de sus compañeros, la joven miraba a su alrededor con el rostro serio desde su acomodo sentada a la sombra de un árbol. En sus dedos sostenía aguja e hijo con los que trataba de arreglar su uniforme.
Era el segundo que le entregaban desde que se había alistado y el problema no era que fuera un uniforme de hombre sino que era demasiado grande para ella. No tenía demasiados conocimientos de costura, apenas unas nociones que le había enseñado su madre cuando era niña, pero tendría que apañárselas para tratar de estrechar esa chaqueta y que no le estorbara a la hora de moverse. El problema de los pantalones, de momento, estaba solucionado con un cinturón y una cuerda de esparto.
Su mirada se volvió hacia el lugar por el que llegaban unos soldados que habían ido a la granja de Abramov en busca de algunos de los recursos que almacenaba allí el anciano jugándose la vida. Los compañeros parecían satisfechos, uno de ellos enarbolaba un paquete de galletas con chocolate y algunos se arremolinaron a su alrededor en busca, literalmente, de algunas migajas. Otro traía un par de latas de carne sin etiquetas, un extra para la ración diaria que Selinka consideraba poco más que un derroche. Un tercero aseguraba tener tabaco y una baraja de cartas.
—No se les habrá ocurrido traer algo de jabón... —masculló malhumorada en voz baja pues echaba de menos que en los suministros personales les dieran un poco más de jabón que la pequeña pastilla blanquecina con olor industrial. No podía menos que recordar el jabón que hacía su madre en casa y que siempre llenaba de flores de lavanda.
Anatoly Bogdánov había ido a caminar entre los árboles de las orillas del Don, con la esperanza de que el movimiento y el aire fresco le ayudaran a aclarar sus pensamientos. La cueva en la que se había establecido el improvisado puesto de mando, y en la que él había estado viviendo desde hacía ya casi dos meses, no era un lugar propicio para la reflexión. Él hacinamiento, el ruído y el ajetreo constantes creaban una enorme incomodidad física, que en el caso de Anatoly Bogdánov se traducía también en un embotamiento de los sentidos y en una incapacidad para pensar con claridad.
Las aguas del Don, profundas y oscuras, cortaban en dos la inmensidad de la llanura, como un enorme tajo abierto a cuchillo. Anatoly Bogdánov se detuvo y dirigió su vista más allá de la orilla este, hacia el lugar donde creía que debía situarse Stalingrado; luego bajó la mirada hacia el curso del río y sintió súbitamente una mezcla de enfado y resignación. Anatoly Bogdánov sentía que con sus aguas, que avanzaban lenta pero inexorablemente en dirección suroeste, alejándose de Stalingrado, se alejaba también su destino, que era no era otro que el de tomar parte en la defensa de la ciudad.
Tras unos instantes de reflexión, Anatoly continuó su camino, abriéndose paso entre las ramas bajas de los árboles, que se estiraban como garras en dirección al río. "Al fin y al cabo", pensó, "este lugar es tan bueno como cualquier otro para enfrentar al enemigo, para impedir que la mancha del fascismo siga extendiéndose sobre la tierra". Anatoly sentía un profundo odio hacia el ejército nazi, que no solo consideraba como el enemigo de Rusia, sino de toda la humanidad. Él, que había sido un comunista convencido hasta que las purgas de 1937 le hicieron ver que la corrupción y las luchas de poder llegan a todas partes, incluso hasta al mismo seno del Partido, tal vez podría haber mirado hacia otro lado si el enemigo fuera diferente. Si una fuerza justa, tal vez una revolución de la Revolución, o una suerte de revuelta decembrista proletaria fuera la que estuviera haciendo tambalearse al régimen estalinista, Anatoly Bogdánov no solo hubiera mirado hacia otro lado, sino que gustosamente hubiera dado su vida por verla triunfar.
La voz de una mujer le hizo salir de sus cavilaciones. Era Selinka Yurievna, que Anatoly había conocido poco después de unirse al grupo partisano y que en esos momentos se encontraba sentada a la sombra de un árbol, cosiendo. La imagen de la joven remendando su uniforme de combate fue para Anatoly una suerte de revelación: mientras que otros tal vez hubieran visto en ella el presagio de la derrota ("¿qué hace una mujer tan jóven luchando junto a los hombres?"; "Muy mal deben ir las cosas para haber llegado a este punto"), para Anatoly Bogdánov representó, mejor de lo que cualquier palabra o explicación pudieran haberlo hecho, el ideal último por el que luchaba.
Antonov era ajeno al comunismo, a la guerra y a todo, pero de más de 1000 kilómetros, le había hecho desplazarse, tanto a él como a su barca, y hacer unos "viajecitos". Hacía meses que era el único enlace en el mundo, y traía los escasos suministros que conseguían hacerles llegar. Bueno, esos y lo que robaba de donde podía.
Acababa de llegar, y no había aún amarrado el cabo proel y ya habían asaltado la barca. Se estaban rifando las galletas, el tabaco y la carne. Nadie echó cuentas del jabón, del DDT o incluso de la grasa para las armas, o la tan necesaria munición. Los últimos metros, más bien, una milla, se dejaba caer. Por un lado para ahorrar combustible, pero sobre todo para ser discreto. Había viajado por muchos sitios, y conocía multitud de lugares, tanto en agua, como en tierra, y lo mejor era ser discreto. - Si no te ven, puedes ir y venir cuanto quieras. Era su lema, y si ello, no seguiría vivo.
- Señorita. Susurró, intentando escapar de la marabunta que se había encargado de acaparar lo que traía. Bajo el brazo izquierdo traía una copia de un periódico. El Pravda, pero en la otra lanzó una cosa al aire, para recuperarlo enseguida. Un pequeño paquetito amarillo que seguro hacía las veces y la dulzura de la chica de la chaqueta enorme. - Una especialidad traída desde España, antes de que los fascistas invadieran aquellas hermosas y calurosas tierras. El papel estaba algo gastado. Hacía por lo menos 6 años que estaba almacenado en un pontón en Azov, y aunque lo de dentro se pudiera utilizar perfectamente, el envoltorio había sufrido levemente. El "tesoro" era mostrado con dos dedos, como si no quisiera mancillar el contenido con sus duras manos.
Los pesados pasos de un soldado que salía del interior de la cueva rompieron la monotonía de la mañana. Si lo hubiera hecho cualquier otro hubiera pasado desapercibido, pero tratándose del camarada Dima es todo un acontecimiento. Pocas veces sale de la cueva, pues se ocupa de las transmisiones, y cuando lo hace es porque hay trabajo para alguien o porque la naturaleza le reclama. Al verle caminar en dirección a la orilla, no os cuesta deducir que no se dirige a las letrinas sino hacia vosotros. — Selinka, yo no me frotaría con nada de lo que este viejo pirata lleva en su barca — Saluda dirigiendo un gesto hacia Antonov, a quien conoce de otras tantas ocasiones. A fin de cuentas, él es quien realiza la mayoría de los encargos para este grupo.
— Antonov, me alegra verte por aquí, pero no te vayas muy lejos, el capitán tiene trabajo para ti. — Comenta, descendiendo su mirada hacia Selinka y el remiendo en el que trabajaba. — Guarda eso para luego, también han preguntado por ti. — Dicho esto su mirada recorre el resto del campamento, al menos la parte que se ve desde allí, buscando a alguien más. Llegado a un punto, se detiene y lanza un fuerte silbido en dirección a alguien. — ¡Bogdánov, mueve el culo hasta aquí! — Grita asegurándose de que la orden sea percibida con claridad.
Una vez juntos, Dima os guía hacia la boca de la cueva. Al cruzar el umbral percibís un marcado cambio de temperatura, el interior es más fresco, casi más apacible que el caluroso exterior. Unos cuantos metros más adentro podéis ver en las paredes las sombras que las estalactitas proyectan por las velas y faroles dispersos a lo largo del túnel. En el interior hay charcos y de tanto en tanto escucháis el chapoteo de vuestros pies contra ellos al pisarlos, o advirtiendo de la entrada o salida de algún hombre en su quehacer diario.
Os lleva algo menos de cinco minutos alcanzar el corazón de la cueva, una amplia sala del tamaño de una isba. Dentro hay mesas, asientos e incluso literas. En una de las esquinas hay varios escritorios de diferente factura sobre los que se ha instalado una estación de transmisiones, podéis diferenciar en ella la radio nueva, una alemana y un teléfono de campaña. Junto a ellas hay un cenicero con un cigarro que humea hasta unirse a la pequeña nube de humo asentada en el techo.
Al poco de llegar, un hombre de escasa estatura toma el cigarro del cenicero para dar una nueva calada que asciende hacia el techo. Aunque viste el uniforme de oficial más sucio que hayáis podido ver nunca, los galones que identifican a un teniente son aún apreciables. Cuando os ve, os hace un gesto con el dedo para que os acerquéis a la mesa central, sobre la que hay extendido un plano de la región con anotaciones. — Camaradas, no me voy a andar con rodeos, el cuartel general nos ha avisado por radio. Parece ser que hay un tren en camino que no quieren que abandone este territorio. — Comienza tras aclararse la voz, llevando un grueso dedo hasta la línea ferroviaria que atraviesa la región.
Mañana habrá mastereo con más detalles.
Le guiñó un ojo y, sonriente, le sacó la lengua.
Si no fuera porque se conocían desde hacía años, se lo hubiera tomado a mal, pero ... él estaba aquí por ella. No sabía si era lealtad, si era que le gustaba su aroma, si es porque eran familia o qué. Pero, por ella estaba aquí.
- Juer, prima, que fama me pones. Pensó alegre para si.
Le tocó, como a todos, seguir el caminito hasta la dacha del fondo, donde estaba el CECOM y en si, el puesto de mando. Al escuchar los comentarios del tren, se sorprendió. Al principio pensaba que querían que robáramos el tren. No lo de dentro, sino todo entero. - Puede ser divertido. Pero, había que esperar a que terminase las instrucciones.
A Anatoly Bogdánov le desagradaba profundamente el camarada Dima, que parecía tener la costumbre de dirigirse a él a gritos, algo que le desconcertaba y le hacía parecer un idiota por su incapacidad de reaccionar correctamente. Anatoly Bogdánov vivía la mayor parte del tiempo en el mundo de las ideas, de los razonamientos complejos, de los dilemas morales, y cuando un grito súbito le hacía volver a la realidad presente y al mundo que le rodeaba, su mente tardaba unos segundos en centrarse, como si se hubiera despertado de un profundo sueño.
De mala gana, Anatoly subió por la cuesta que iba desde la orilla del río hasta la entrada de la cueva. Al llegar se paró junto a Antonov, echando una rápida mirada a la pastilla de jabón.
- Saludos, camaradas - soltó, por decir algo, desviando su mirada desde el jabón hacia el rostro de Selinka, primero, y a continuación hacia el del camarada Dima, al que miró con tanta dureza como le permitió su valentía.
Anatoly Bogdánov siguió a Dima y a los otros hacia el interior de la cueva, iluminada tenuemente por varios faroles y velas dispuestos a lo largo del túnel de entrada. Sus ojos miopes tardaron varios segundos en adaptarse a la penumbra, tiempo que Anatoly aprovechó para limpiar los cristales de sus gafas con la parte baja de la chaqueta, poniendo gran cuidado en que no se le cayeran al suelo, ya que sabía lo difícil que le sería conseguir otras. Luego apuró el paso, tratando de recuperar la distancia perdida y chapoteando torpemente en los charcos que salpicaban el suelo.
Cuando alcanzó a sus compañeros, estos ya se encontraban en presencia del que debía de ser el teniente. Anatoly se fijó primero en los equipos de transmisiones, que no había visto antes, y luego en cómo el oficial parecía deleitarse con el cigarrillo, lo que junto a su pequeña estatura le resultaba a Anatoly, por algún motivo que aún no alcanzaba a explicarse, algo cómico. Sin atreverse a interrumpir, avanzó en silencio hasta pararse al lado de Selinka Yurievna.
Viró la mirada hacia Antonov, aquel hombre experto en conseguir prácticamente cualquier cosa, cuando escuchó que la llamaba "señorita". De hecho, era uno de los pocos que aún lo hacía. La mayoría de los soldados de aquel grupo ya consideraban su presencia y la de cualquiera de sus compañeras igual que la de un hombre, cuanto menos en el tratamiento. Eso sí, había costado sangre, sudor y lágrimas, sea en el orden que sea.
—Jabón... —dijo enarcando las cejas mientras dejaba a un lado su labor de costura para tomar el paquete envuelto en desgastado papel amarillo. Enseguida llegó hasta ella ese aroma a campo recién segado, algo que hizo aflorar una tenue sonrisa en su rostro —Gracias, camarada, procuraré racionarlo ya que viene de tan lejos —añadió preguntándose cómo habría llegado esa pequeña pastilla de jabón hasta el otro lado del mundo.
La conversación, o conato de ella, fue interrumpida cuando tanto ellos dos como otros compañeros fueron llamados al interior de la cueva que hacía las veces de sala de transmisiones. Con celeridad, Selinka se puso de nuevo la chaqueta, lamentando no haber terminado de arreglarla todavía, y se dirigió hacia allí.
Mientras caminaban por el interior de la cueva, miró con el rabillo del ojo a Anatoly mientras éste limpiaba sus gafas. Esperaba que las siguiera conservando cuando todo aquello acabara y pudieran volver a casa. Después, sus ojos se posaron en el mapa que el teniente señalaba con decisión. Por último y manteniendo la postura erguida, miró de nuevo a su superior en espera de más instrucciones. Estaba acostumbrada a efectuar misiones de sigilo y discreción sola o con alguna compañera para eliminar objetivos concretos pero esa situación era una novedad para ella por lo variopinto del grupo que habían decidido reunir.
Pese a su corta estatura y desaliñado aspecto, la rasposa voz del oficial emana la suficiente fuerza y autoridad como para que todos los presentes de la sala dirijan la atención hacia el mapa sobre el que ilustra sus instrucciones. — Aunque no han entrado en detalles los de arriba parece ser que hay un importante cargamento de piezas para la artillería que bombardea día y noche Stalingrado. No se si se trata de cañones, de recambios o municiones, pero no tardaréis en saberlo. Un pelotón de paracaidistas saltará esta noche en algún punto al oeste del bosque, este claro parece el mejor lugar (encima del punto 5). Tenéis que contactar con ellos y guiarles hasta el lugar donde tienen previsto interceptar al tren, ellos tienen más información que el Cuartel General no ha querido adelantarme.
— Aún no ha llegado a la estación y probablemente lo haga mañana al medio día, pero lo que sí me han dicho es que ese tren está bien custodiado. Además, sabemos de buena mano por los civiles que apenas queda carbón en Sarosnoy y que la bomba que alimenta el surtidor de agua para refrigerar se estropeó misteriosamente anoche. Eso nos dará unas valiosas horas con el tren parado en la estación. — Respalda sus palabras dando un par de suaves golpes sobre la estación de Sarosnoy.
— Esta misión no tendría misterio alguno si no fuera porque nuestros observadores han detectado que hay tanquetas y patrullas vigilando las vías de forma periódica — El dedo se dirige ahora al puente ferroviario al oeste del territorio. — El puente está defendido, hay al menos veinte alemanes y ametralladoras, con una radio. No va a ser tan fácil como colarse y hacer saltar por los aires la vía, saben que estamos por aquí y quieren que el tren llegue a Stalingrado.
Este se detiene un momento para dar una honda calada al grueso cigarro, que le provoca un espeso carraspeo. — Parece ser que vamos a tener que sabotear el tren cerca de la estación, antes de que salga. Para ello hemos hablado con otros grupos que operan en la región, lanzaremos una ofensiva sobre la guarnición de Pyativat mañana al anochecer y agitaremos el avispero para que Sarosnoy quede vacío. Después quedará todo en vuestras manos.
— Camaradas, llevad sólo lo indispensable, Vasilyev os acercará en carro hasta las cercanías del bosque. ¿Alguna duda?
Mapa: https://images2.imgbox.com/a2/d1/xOZ4o8Su_o.jpg
Podéis responder aquí a vuestro gusto en lo que abro la siguiente escena, ya en misión.
Anatoly escuchó las instrucciones con atención, frunciendo el ceño levemente, como hacía siempre que se concentraba sobre algo. La mención de las tanquetas y patrullas alemanas que vigilaban la zona le hizo buscar la mirada de sus compañeros, tratando de adivinar qué pensaban ellos al respecto. Una vez el oficial hubo terminado y después de unos instantes de indecisión, Anatoly finalmente se atrevió a preguntar:
- Entiendo entonces, camarada -dijo, acercándose al mapa- que nuestra tarea consiste, básicamente, en guiar a los paracaidistas hasta el tren -Anatoly echó una rápida ojeada a los puntos que el oficial había ido señalando- ¿Dispondrán ellos de los medios para llevar a cabo la voladura, o tendremos que proporcionárselos nosotros?
Ajeno a la escena pero atenta a la misma se encontraba Brezhnev, que apoyado en una de las paredes de la cueva observaba y analizaba al ecléctico grupo que llevaría a cabo la misión. Selinka contaba con varias muertes a sus espadas y su nombre era conocido en entre el resto de guerreros y guerrilleros, así como Antonov, que aunque es bien sabido que puede ir y venir de entre los nazis casi a voluntad, o eso demostraba con sus viajes en los que volvía con diversos suministros, Viktor no sabía como de bien se desenvolvería en un tiroteo, y luego estaba Bogdánov, que sería muchas cosas, pero desde luego no era un guerrero.
Viendo esto Viktor temió, -¿Cómo una misión tan importante se la encomendaban a un grupo así?- pensó. Esto no era como si no confiase en las direcciones de sus superiores, simplemente no las entendía. Por esa razón valoró que lo mejor sería presentarse voluntario a acompañar a los partisanos, no en vano llevaba luchando en esta zona desde la ocupación, pues su unidad ya se encontraba aquí antes de la llegada de los nazis y por tanto ya estaba familiarizado a luchar en esta zona.
Por unos momentos, Selinka se sintió abrumada ante toda aquella información y los distintos factores que intervenían en la misión que les estaban encomendando. No se trataba de las típicas instrucciones "ve, mata a este, vuelve" sino de algo más en coordinación con otros soldados. ¿Acaso tenía ella la experiencia suficiente como para moverse con un pelotón? Bueno, de no ser así, no le quedaba otro remedio que hacer que lo fuera.
La mirada de la joven se posó en el mapa mientras iba siguiendo las explicaciones del oficial; en parte, le consolaba saber que los paracaidistas con los que iban a encontrarse contaban con más información y, seguramente, con un plan que solo tendrían que seguir. Con un carraspeo, Selinka se ajustó la chaqueta en un gesto de inquietud mientras escuchaba el resumen que el camarada Anatoly hacía de la situación y después volvió la mirada hacia Brezhnev.
—No deberíamos tardar demasiado en emprender la marcha, camaradas —replicó la joven con pragmatismo y haciendo gala de su gran sentido de la obediencia y disciplina, confiando en sus superiores como llevaba haciendo desde que abandonara su hogar para defender a la Gran Madre Patria —El taller de Isayev está a un buen trecho de aquí incluso yendo en carro... —añadió casi para sí misma al ver en el mapa que el punto de encuentro con los paracaidistas estaba cerca del lugar del espabilado carpintero que sacaba provecho de la guerra.
—Tendremos que movernos de noche por el bosque para llegar a tiempo hasta las vías, apenas tendremos unas horas antes de que llegue el tren —reparó frunciendo el ceño mientras repasaba el plan en su cabeza punto por punto —Sin duda la ofensiva sobre Pyativat nos ayudará a ganar tiempo —concluyó elevando la vista hacia al oficial mientras asentía con la cabeza, comprendiendo la estrategia. Después, miró a sus compañeros con cierta inquietud en la mirada; si fuera por ella, ya habría salido de allí para comenzar a preparar el petate.
Guiar gente y transoportar cosas era la mitad de su trabajo. La otra, era sobrevivir a ello. De todas maneras, con esos datos, ya tenía una manera de inmovilizar el tren, y no era tan complicado.
- ¿Y el tren pasa bajo algún puente o bajo una zona arbolada? Antoinov no era ningún oficial, no se manejaba con gente. En eso era muy parco. Tosco incluso. Lo normal era ir solo, y si venía gente, no les diría más que "- Silencio" en alguna que otra ocasión. Si querían llegar, que le siguieran. Como normalmente, hablaba en voz baja, siempre intentando pasar los más discreta y desapercibidamente que pudiera. - Si hay poco carbón y le incendiamos la carbonera, se acabó el problema. A muchos kilómetros al norte, de donde él era, había un dicho: - "Lo que arde una vez, no se quema dos veces".
- Tengo que hacerme con un yesquero. Quería un mechero de esos de mecha, que pudiera usar, incluso con guantes y a muchos grados bajo cero. Los viejos solían tener alguno, y ahora, era lo que le faltaba. Entonces preguntó: - ¿Tiene alguien un mechero de mecha?
Los ojos del capitán se fijan en los de Anatoly, realizando un asentimiento.
— A grandes rasgos, pero quizá no sea tan fácil acercarse, por eso me he acordado de ti y de que eres el único capaz de hablar alemán, o al menos de enterarse de lo que dicen. — Señala antes de fumar de nuevo. — Imagino que si, pero nunca he saltado de un avión ni he visto a nadie hacerlo. Llevaréis TNT para volar lo que haga falta — Comenta resoluto con el cigarro entre los dientes.
— Como ya he dicho, el puente está bien vigilado y esperan compañía. Lo tendría presente como última opción, Grimklañi. Basta con que un fascista se acerque a la radio y adiós al plan. Hay que destruir esa mierda de tren, no demorarlo y vernos en las mismas la semana que viene, o que elijan otra ruta y echarle el muerto a otro. — Protesta sacando el cigarro rápidamente de su boca.
— ¿No tienes cerillas o un mechero normal? — Pregunta ante la extraña petición del traficante. — A lo mejor en el pueblo hay algo pero... — Se encoge de hombros, restando interés al asunto. — En fin, largo de aquí, tenéis cosas que hacer y yo también — Despide con un gesto de mano antes de daros la espalda y retornar a sus asuntos.
Dicho esto, preparáis todo lo requerido para la misión y os disponéis a subir al carro que os acercará al punto de encuentro.
Son las 11:00 A.M del 29 de agosto.
En breve abriré la siguiente escena.