La gente de la calle, al escuchar hablar en voz alta a Sancho, comienza a aportar todo tipo de información incongruente. Unos dicen que vieron una sombra que se alejaba por la calle en dirección hacia la derecha, otros por la izquierda y aun otros que tomó el camino de la cercana acequia. También hay quien afirma que el misterioso asaltante pudo pasar a caballo por su ventana, y los más imaginativos y todavía somnolientos añaden sin pestañear que era el mismo diablo.
En pocos segundos todo se convierte en un cúmulo de rumores, conjeturas y prejuicios. Todo el mundo casualmente estaba despierto y alerta a estas horas para haber visto u oído a tiempo a la persona que ha atacado a Francisco Urbán.
Escucho con atención las palabras del hombre, el único que parecía hablar con sensatez.
- Aún así, si puede ser me gustaría verle, quizás aún pueda hacer algo por él. Ah perdone, soy el doctor del que hablaban mis compañeros, Antonio Agulló para servirles.
Aunque si el hombre estaba en lo cierto, poco más que certificar su muerte iba a poder hacer yo.
—Mucho gusto, doctor, aunque las circunstancias sean las peores. Acompáñennos.
Dicho esto, entráis dentro de la casa, acompañados de padres e hija.
Fin de la escena.