Partida Rol por web

El muchacho se quedó literalmente petrificado al escuchar la voz del "gran jefe" que imponía sus propias condiciones. Realmente le sorprendió... para bien. Sus peticiones eran más que legítimas y abogar por el libre desarrollo de la cultura de los suyos fue un detalle que no pasó desapercibido en el alma de Chénier que, como una proverbial estatua de sal, detuvo su cuerpo en espera de la respuesta por parte del Centinela. De cualquier modo, resultaba interesante y vivificador tener a alguien así en el grupo.

Dinero, salvoconducto, favor... Ninguno de esos pagos llamaban especialmente la atención de Diana; cada uno de ellos tenía su atractivo y seguramente su utilidad. El dinero nunca venía mal pero, para una mujer sin demasiados caprichos, cuya única compañía era un gato, sin más vicios que algún whisky o algún cigarrillo de vez en cuando y que nunca había tenido suficiente tiempo para irse de vacaciones el dinero no era lo más importante. Quizás el salvoconducto; seguir haciendo el trabajo que mejor conocía y que, a pesar de haber cambiado de ambiente y de «jefes», era el motivo de su vida. Y el favor... Ni siquiera sabría qué pedir.

Por ese motivo, sin más preguntas para formular, Diana estaba ya dispuesta a seguir a Killian para comenzar cuanto antes la misión. Pero ni siquiera llegó a hacer el ademán de levantarse cuando la voz del señor Boudreaux la detuvo. Sus palabras despertaron en ella envidia ya que el hombre mostraba tener las ideas muy claras y como sabía exactamente lo qué quería, así lo exigía. Ella sería incapaz de decidirse, siempre dudosa, siempre sumida en la mediocridad.

Estaba claro que hasta que no recibiera una respuesta el señor Boudreaux no se movería de allí y, en consecuencia, ninguno de los presentes ya que aún había que decidir entre ellos las estrategias a seguir. Así que Diana se arrellanó de nuevo en el sillón y esperó curiosa la contestación de Wolfskin.

Alguien malpensado podría decir que el Centinela había escogido a alguien como Muhly por su situación, porque era alguien con una demanda lo suficientemente urgente como para jugarse el cuello por ella. Y lo cierto es que la situación de los Black Indians era un asunto complicado para el Consejo de las Sombras, pues no todos sus miembros eran ánimas y tenían férreas directrices para evitar que el mundo de la vigilia y los inframundos se mezclasen más de lo debido. Pese a ello, en las últimas décadas habían logrado establecer una relación cordial, pero siempre bajo la atenta mirada del Centinela y sus muchos ojos.

Pero también habría que tener en cuenta que las habilidades únicas de Theodore Boudreaux suponían un recurso indispensable para la misión, y no eran pocos los que sabían que el Centinela no daba puntada sin hilo y que de querer a alguien manejable, habría optado por una ánima más dócil.

Tras apenas unos segundos cargados de tensión, miradas furtivas y una enorme bolsa de golosinas que empezaba a materializarse entre las manos de Arthur, Zack Wolfskin contestó sin inmutarse.

—Puedo darte mi palabra como Centinela de que, si trabajas para mí en esta misión, estaré en deuda con los Black Indians y actuaréis bajo mi protección hasta que abandone el cargo, al cual planeo aferrarme durante muchos siglos. Doy por hecho que todos se tomarán este encargo con la seriedad que merece.

La bolsa de golosinas que se materializó entre las manos de Arthur O'Kellan empezó a desmaterializar su contenido casi tan rápido como esta se estaba materializando. Al parecer a este ritmo iba a necesitar pedir otra más antes de que el resto terminaran de dar los últimos detalles a lo que tenían que hacer en aquella misión.

-¿Puedo tener yo también de esos?. -Preguntó con ositos de gominola esparcidos en su barba pelirroja- Black Indians... seguro que son deliciosos... ¡Solo de pensar en el chocolate negro la boca me hace aguas!. Aunque espero que no sea muy negro porque me amarga... y no me gusta lo amargo... ¿Chocolate con Leche?. ¿Brown Mexicans o algo así?. ¡O mejor blanco!. ¡White Power de ese que tanto se habla!.

Arthur O'Kellan estaba feliz y entusiasmado como un niño en una tienda de golosinas; aunque en este aspecto era casi lo que era, puesto que le daban golosinas y en su corazón -y en su cabeza- seguía siendo un simple niño que se emocionaba por todo, y en especial si ese todo era dulce.

Muhly pareció conforme con la propuesta del Centinela. No era de los que solía fiarse de la palabra de nadie, especialmente cuando este alguien tenía cierto poder. Pero confiaba en que el Centinela no faltaría a su palabra, especialmente cuando tenía a cuatro testigos. Bueno, tres. No podía decirse que se pudiera contar mucho con el tal Arthur O'Kellan. 

—Bien, pues una vez resuelto esto, podemos irnos —dijo dirigiéndose hacia la puerta por la que ya habían enfilado alguno de los demás. 

Las palabras de O'Kellan le hicieron detenerse en seco y girarse hacia él con una mirada nada amistosa. Cualquiera hubiera pensado que de tener algún tipo de poderes lo hubiera fulminado allí mismo o convertido en sapo para el resto de sus días. 

—Hijo, soy consciente de que hablas con la inocencia de un bebé —le dijo tras respirar profundamente, tragar bilis, y colocarle una mano en el hombro en tono fraternal—, pero algunas de esas palabras pueden meterte en un lío muy gordo si las dices en el barrio equivocado. 

Killian había quedado a mitad de camino, y hasta se había vuelto a sentar al escuchar la demanda del negro. Cojones bien puestos, eso seguro. Esbozó una leve sonrisa. Había que ponerse frente al Centinela y exigir como lo había hecho. Sólo temía que con todo esto, se quisiera arrogar el puesto de "líder" ante ellos.

El irlandés se acercó presto a su primo cuando Muhly se acercó tan raudamente.

-También los barrios equivocados podrían encontrar líos muy gordos- dijo serio, para luego mirar a Arthur.

-Mejor cuidas esa bocota, que como dice el cacique, decir algunas de esas cosas pueden hacer que termines con las manos manchadas de sangre- el tono de Killian había cambiado drásticamente: de una seriedad rayana a la hostil, a una firme pero pausada y hasta tierna se podría decir.

-Le pido disculpas en su nombre- agregó a regañadientes, sabiéndolo orgulloso al viejo y con quien tendrían que trabajar en los próximos días -Ya lo conocerán mejor...- y se encogió de hombros casi imperceptiblemente mirando también a los demás.

Diana ya se había puesto de nuevo en pie, una vez arreglados los últimos puntos entre Wolfskin y Boudreaux, dispuesta a salir de allí para hablar con su nuevo grupo de trabajo sobre los pasos a seguir, cuando la tensión acabó saltando en mil pedazos. Un choque entre varios miembros que podía redundar en un mal funcionamiento del equipo. Si una máquina no estaba bien engrasada, si uno de sus componentes fallaba, entonces era imposible obtener resultados.

Y parecía que en aquel grupo algún engranaje no estaba bien encajado.

—Mientras sepa hacer su trabajo —contestó Diana, encogiéndose de hombros ante la disculpa de Killian respecto a su primo— y no nos meta en líos no creo que haya ningún problema.

Diana no tenía muy claro si sus palabras pretendían ser conciliadoras o por el contrario, estaba echando más leña al fuego. Aún así, tras despedirse de Wolfsin, la mujer salió de la sala esperando que sus compañeros fueran tras ella. Tenían mucho que hablar y que decidir.

El Centinela se limitó a observar la escena con interés. Habían perdido la cuenta de las copas que había bebido, pero la botella de crema parecía seguir llena y Wolfskin estaba sobrio.

—Les deseo suerte. Confío en que harán un buen trabajo y que me mantendrán informados, aunque sea a través de mis muchos ojos.

Sin cruzar más palabras, los investigadores salieron hacia la fría noche. Todavía había alegres transeúntes iniciando su ebrio peregrinaje de un local a otro. Los coloridos neones de la calle Bourbon titilaban y chisporroteaban. Ninguna de las ánimas que comenzaba su andanza a las ruinas tenía idea de lo que iban a encontrarse ahí abajo.

Tal vez fuese mejor así.