Partida Rol por web

La Poule Noire es un local poco conocido de la calle Bourbon. Aquellos transeúntes nocturnos que deambulan de club a otro han podido ver que, pese a recibir clientela muy variopinta, solo se le permite la entrada a personas muy selectas. No es extraño ver salir a fumar a un anciano que mantiene una animada discusión con una adolescente gótica de profundos ojos ámbar, o manadas de gigantones de dos metros que parecen salidos de un equipo de baloncesto y todavía apestan a pantano.

Si uno va lo suficientemente borracho y mira con el rabillo del ojo, puede apreciar que la mujer gótica está bebiendo un líquido demasiado rojo para ser un Bloody Mary, o que los gigantones son algo más peludos de lo normal.

Sin embargo, pese a lo exclusivo que pueda ser La Poule Noire, no era ningún misterio para las seis personas que se reunieron aquella noche en una de las salas privadas. El propio Louis había sido invitado alguna vez para dar conciertos, Muhly también había entrado con su banda, Killian había ahogado sus penas en la barra tras un largo día de trabajo y Arthur había acompañado a alguno de sus simpáticos familiares. De Diana se sabía poco, como de cualquier hombre o mujer de negro. A veces entraba y te olvidabas que había estado allí.

Todos ellos habían recibido una invitación formal para reunirse en la sala Laveau con el mismísimo centinela de Luisiana. Una que sabían que no podían rechazar. Aunque no todos estuviesen del todo familiarizados con el Consejo de las Sombras, sabían que no podrían vivir en paz de no ser por ellos.

Una vez dejaron la música y la luz negra* detrás, los cinco invitados fueron escoltados por una joven criolla albina que les condujo hasta la puerta de color burdeos que conducía al interior de la sala: una habitación insonorizada, con amplios sillones de cuero, una barra privada y una mesa de billar.

Tras la barra privada, sirviéndose una copa de un dorado y espeso mejunje, se encontraba el centinela.

—Adelante, tomen asiento. ¿Puedo ofrecerles algo de beber o para picar?

Zack Wolfskin era alto, peinado a la última moda, con un traje impecable y su cálida sonrisa les hacía sentir como en casa. Pocos sabían qué clase de ánima se escondía tras su elegante fachada. Tras deshacer levemente el hechizo de glamour, y tal vez como gesto de cordialidad, dejó ver unas risueñas orejas puntiagudas.

El gigantón de Arthur O'Kellan destacaba por diversos factores, el primero de todos era su inconmensurable tamaño, el segundo de ellos era su poblada barba pelirroja con algunos que otros toques castaños, el tercero eran sus ojos azules y por último, pero no menos importante, era que olía a regaliz.

-Claro que puedes. -Dijo mientras echaba un vistazo a las botellas de licores que había expuestas por el lugar- Desearía un vaso de leche, con canela por encima espolvoreada. Por favor. Y para acompañar, unas pasas si puede ser.

Este pedido fue hecho con la cara más seria que este pudo poner, lo que equivaldría a una sonrisa bobalicona y agradable. A decir verdad, Arthur O'Kellen no era una de las personas que actuaran de acuerdo a como estos aparentaban. Sino que, este simplemente era el mismo, y le gustaba ser él.

Chénier caminaba despacio entre los pasillos que conducían a las estancias del Centinela. Conocía los entresijos de aquel lugar y, aún así, saber que este le había citado le puso un poco en guardia. Sabía que había un favor que debía devolver y, aunque no lo hacía con desagrado, sí era cierto que no se sentía preparado para según qué cosas. No así como el gigantón que caminaba junto a él mirando en derredor como si fuese un niño en Disneyland. Pero aquella expresión bobalicona y sencilla del tipo pelirrojo calmó en buena medida los nervios del muchacho.

Cuando entró en aquella estancia no tardó en tomar asiento tal y como le habían indicado. Los sillones eran magníficos y aún así no terminaba de sentirse cómodo a pesar de los esfuerzos de su anfitrión por hacerles sentir como en casa. No era la primera vez que se encontraban Chénier y el Centinela y, aún así, su sola presencia resultaba hermosa y atractiva a su manera. Era como ver algo que no te esperas. Algo bello y peligroso... como un rayo que golpea un árbol.

—Bourbon con soda... sin pasarse con la soda. Y, ¿podría pedir una rodaja de naranja también? Eres muy amable. —añadió. —Así que un fae... con ese apellido creo que las apuestas van ganando con que eres un hombre lobo. ¿Se puede saber la Corte? Lo mismo hasta somos primos. —aseguró dando por sentado con eso que así anunciaba su propia condición al resto. Quizá algo de confianza podría venir bien si iban a tener que trabajar juntos.

Y sin mediar más palabra, el chico se puso a tamborilear con los dedos en el brazo del sillón como si estuviese aporreando las teclas de un piano.

Killian Brown tenía cierto nombre por allí. Más por misterio que por certezas, excepto su ingesta de alcohol. Era un buen bebedor. Bueno para la barra, bueno porque no se emborrachaba. Malo diría su médico. Si fuera.

-Gin tonic, gracias- aceptó, acomodándose en uno de los sillones cuya espalda daba a una pared y podía ver la entrada -Y si puede ser un sandwich o algo así, aún más agradecido- agregó con una leve sonrisa y un tono de voz algo ronco pero aún cálido.

Era un hombre alto, de musculatura atlética, pero no inmenso como el gigantón pelirrojo. Su pelo castaño rojizo estaba apenas peinado como para no ser descortés, aunque la leve barba incipiente de algunos días mostraba una falta de de afeitadora o un desinterés por la "formalidad".

Se lo notaba tranquilo, aunque se masajeó la cabeza un par de veces, muy disimuladamente. No era la primera vez que entraba allí, aunque sí era la primera con tanta compañía. Eso no lo dejaba tan tranquilo.

—Un sazerac —respondió Muhly. Había llegado hasta allí con la intención de pedirse una cerveza, pero si le iban a invitar a algo no pensaba privarse. 

No era la primera vez que cruzaba Congo Square para dejarse caer por la Calle Bourbon y tomarse algo en La Poule Noir después de una intensa jornada serrando maderos y tragando serrín, en ocasiones incluso le habían permitido disponer del espacio para ensayar con el resto de sus indios. Aunque por supuesto lo hacían a puerta cerrada, cuando no había nadie más mirando. A pesar de que el infame Dr. John ya había expuesto todos sus secretos al mundo, vendiendo unos cuantos discos con las canciones tradicionales que ellos practicaban, todavía guardaban con celo todas esas costumbres. Pero por lo general, Ted Boudreaux se dejaba caer por La Poule Noir cuando simplemente le apetecía estar rodeado de gente con sus mismas particularidades. Y eso a pesar de que de vez en cuando tenía que aguantar la música de aquel niño que ahora les acompañaba y la de otros músicos actuales. Ah, estos jóvenes del jazz moderno... ¿Pero qué se pensaban? Y aquel muchacho además tenía la desfachatez de llamarse como el viejo Satchmo. Cuando sus miradas se cruzaron no dudó en levantar la ceja con su habitual refunfuño de tozuda superioridad cultural.

Muhly no tomó asiento, como hicieran los demás, sino que se quedó dando vueltas por la sala, observando los objetos que descansaban en las estanterías con cuidado de no tocar nada. Si algo sabía del Consejo era que, al igual que todas las entidades de la Administración como la Policía o el Ayuntamiento, cuando te hacían llamar y te ofrecían una buena bebida era porque querían algo de ti. Y por ello el viejo indio dedicaba miradas de soslayo al Centinela, con evidente desconfianza. No hacía mucho los Black Indians eran poco más que la chusma de todos ellos, olvidados y ninguneados por todas las Autoridades, las del submundo incluidas. 

El Centinela comenzó a preparar las comandas como una abuela que le hace la merienda a sus nietos. Por suerte para Arthur, el propio Zack era un gran aficionado al dulce, por lo que junto a un generoso cuenco de uvas pasas también aparecieron recipientes llenos de golosinas variadas.

Mientras preparaba el bourbon, el coñac y la ginebra para las bebidas de los demás, empezó a contestar la pregunta de Louis.

—En realidad, comparto algunas características con los hombres lobo, mi querido Louis— dejó que el hechizo de glamour se deshiciese unos instantes para revelar unas patillas pobladas y mucho vello en las manos—, pero me temo que no pertenezco a ninguna corte. Soy más bien un duende hogareño de las Tierras Altas. Del viejo continente, como algunos de ustedes.

Pese a su halo de misterio, Zack servía las bebidas y los tentempiés con maestría y cariño. Tal vez se debía a su ascendencia, pero era evidente que sabía crear una buena impresión.

Muhly se paseó por las estanterías de la sala Laveau. Todo parecía impoluto y anodino, desde las lámparas con cristales de colores hasta los libros —la mayoría Best-Sellers o clásicos, como en cualquier cafetería que ofrece lecturas a sus clientes—, sin embargo no podía evitar sentir cierta magia en el ambiente*.

—Por supuesto, no les he llamado aquí para compartir refrigerios y una conversación agradable. ¿Están familiarizados con las ruinas del teatro de ópera francés?**

Arthur O'Kellan estaba lo suficientemente entretenido comiendo de aquellos recipientes llenos de golosinas que, con el paso del tiempo, se estaban volviendo recipientes vacíos de golosinas. Por otro lado, el recipiente de las uvas pasas tan solo con el paso del tiempo se estaba volviendo un recipiente de las uvas pasas y cada vez más pasadas.

-Oh... -Dijo ante aquello último por el hombre- ¿No fue por compartir los refrigerios?. Pues que sepas, que están muy buenos. ¿Estas cosas las compras a granel?. ¿En donde?. Me vendría bien saberlo.

En cuanto al tema de "ópera francés", Arthur O'Kellan quizás supiera algo al respecto, pero en estos momentos y -en cualquier otro momento- estaba demasiado ocupado con las golosinas.

Muhly perdió el interés en la sala en cuanto se sirvieron las bebidas, centrando sus ojos y atención en el sazerac. Lo olisqueó, lo blandió en una mano a contraluz mientras lo agitaba suavemente como si realmente fuera un experto en la materia y lo saboreó con un pequeño sorbo como si supiera distinguirlo de un coñac barato u otra bebida similar. Lo más parecido que servían en el Tremé era whisky destilado en la trastienda con escasas medidas de higiene y si el viejo Muhly había probado alguna vez una bebida tan sofisticada como aquella, sencillamente no lo recordaba. 

Observó los cuencos servidos con la bebida y desechó rápidamente la idea de picar algo en ellos. Era demasiado viejo para las golosinas y las pasas le hacían preguntarse quién en su sano juicio compraba aquella mierda. En otras ocasiones, como cuando iba a la tasca de Darnell, había considerado que aquellas cosas negras pegajosas solo las ponían para hacer bulto entre los frutos secos y así pagar menos. Había que ser rata... Pero poner un cuenco lleno de aquello en un lugar tan elegante le recordó a cuando la gentrificación azotó al barrio y los pijos querían echar a los suyos de los projects en los que habían vivido toda la vida. Modas de ricos. 

Kilian llevantó la mirada hacia su primo, negando con la cabeza un par de veces, y luego miró a Zack.

-Algo... ¿por?- preguntó, sabiendo que en última instancia, igual nos informaría si fuera necesario.

Estaba seguro de que lo que sabía no distaba de lo que alguien medianamente informado sabría, por lo que el Centinela estaría mucho más informado que él. Eso lo dejaba mal parado, pero no podía hacer algo al respecto.

-Muchas gracias- dijo cuando recibió su gin tonic... el tercero del día pero el primero servido por el Centinela.

Tomó un largo trago. Le encantaba el agua tónica, pero aún más con ese dejo seco que acompañaba al gin.

Chénier tomó la bebida entre sus manos y estuvo un buen rato oliéndola como si fuese un chocolate caleiente y los vapores dulzones de este le reconfortasen tras un largo día a la intemperie. Lo cierto es que el aroma a naranja le recordaba a tiempos más felices y si bien mezclarlo con el regusto amaderado del bourbon le anclaba al presente más gris, la combinación de ambos olores le reconfortaba y le centraba. El muchacho no miraba a nadie. Estaba allí, absorto en sus propios pensamientos a través de los cuales viajaba transportado por los recuerdos que evocaba la bebida. Sin embargo escuchaba atenta y pacientemente.

La mención al teatro de la Ópera Francés le llevó de lleno al majestuoso Teatro Garnier y a infinidad de noches de gala junto a intelectuales bajo el manto de la noche parisina. Un leve destello de añoranza apareció en sus ojos ocultos tras unas gafas redondas con cristales transparentes teñidos de un llamativo color verde. Sin embargo no hacía tanto que había regresado a la ciudad como para saber de los entresijos de aquellas ruinas. 

Finalmente se encogió de hombros y negó parcamente con la cabeza mientras se decidía a darle el primer sorbo a su copa.  

—Los dulces me los traen los dueños de La Poule Noire, mi querido Arthur. Mis anfitriones. Si vas de mi parte, te dirán encantados cuales son sus proveedores —respondió con una sonrisa.

Tras dar un sorbo de su licor de crema y esperar a ver las reacciones de los demás, el Centinela siguió hablando.

—Como algunos de ustedes sabrán, ese gran edificio que hacía esquina con Bourbon y Toulouse era antes el teatro de la ópera francés, la joya de la cultura criolla de Nueva Orleáns. Eso antes de que fuese reducido a cenizas a comienzos del siglo pasado.
»La universidad de Tulane es la propietaria del complejo, pero en todo este tiempo no han sido capaces de reunir dinero suficiente para restaurarlo. Con el tiempo, simplemente dejaron de intentarlo. Al principio enviaron a un equipo de historiadores para dirigir un espacio dentro de una de las plantas superiores con la idea de reconvertir las ruinas en un espacio turístico, también sin éxito. Ahora mismo solo hay un historiador, tal Bertrand Higgins, gestionando el archivo y el acceso a los restos calcinados.
»Probablemente se preguntarán, sí, las ruinas sobrevivieron "milagrosamente" al Katrina. Desde los años 50, varios vecinos y huéspedes de un motel construido en la zona reportaron ruidos extraños y temblores en la tierra. Obviamente, el Consejo de las Sombras se toma muy enserio los rumores y las leyendas urbanas, pues suelen conducir a ánimas comportándose de forma errática y peligrosa para los mundanos. Y esta no era una excepción.
»Un espectro no identificado estaba causando problemas en el subsuelo. Tuve que preparar un poderoso ritual para sellar a aquella ánima a falta de información, calmando su temperamento y sumiéndola en un profundo letargo antes de que los temblores causasen más daños. El sello protegió a las ruinas durante el huracán Katrina, pero me temo que hace pocos días ha empezado a debilitarse por razones desconocidas.

Para Arthur O'Kellan, aquella situación le importaba más bien poco, pero no por ello iba a dejar tirados al resto de los presentes, mucho menos su primo, al cual le debía una por encontrar las llaves perdidas, pese a que en todo momento se encontraba en sus propios bolsillos. Así que simplemente asentía haciendo que escuchaba, aunque sin entender demasiado.

-Aha... Aha... -Decía de vez en cuando mientras asentía con la cabeza y se metía en la boca golosinas- pues entonces no hay de que preocuparse. Yo puedo hacerme cargo de los sellos esos. Mi lengua puede lamer muy bien los sellos y volverlos a pegar. Me he entrenado toda mi vida con las piruletas.

Probablemente los sellos que aquel hombre indicaba que se estaban debilitando no eran los mismos tipos de sellos que Arthur O'Kellan estaba pensando en estos momentos. Pero no por ello su entusiasmo por ayudar se vería debilitado.

—No sé si te entiendo, Centinela Wolfskin... —comentó Chénier casi en un susurro. Había meditado bastante tiempo sobre cuál sería la fórmula de cortesía más apropiada para tratar con la autoridad que su anfitrión suponía en la ciudad de Nueva Orleans y, si bien no le parecía óptima, aquella mezcla de título más apellido le satisfizo en aquellas circunstancias.

—Quiero decir... si lo que pretendes es asegurar los sellos bien podrías hacerlo tú o encargar a alguien de hondos conocimientos arcanos, ¿no es así? Pero no... que nadie se ofenda, pero he tratado con magos a lo largo de mi vida y ninguno de los presentes lo parece. ¿Acaso estás sugiriendo que soltemos a esa ánima atormentada y tratemos de... destruirla... espantarla...? 

El tono cantarín del chico auguraba un presagio fúnebre. Como si hubiese tras aquellas palabras un peligro inherente mucho más hondo y desconocido de lo evidente.

El Centinela era claro. Los necesitaba. No sabía bien por qué a todos, pero los necesitaba.

-De acuerdo... entonces- dijo acomodándose en el sillón con la espalda recta -Entiendo que no sólo quiere saber esas causas desconocidas, porque si no me hubiera contratado sólo a mí... ¿qué necesita de nosotros?- y miró a todos los presentes, y se detuvo inconscientemente un momento más mirando a Arthur deglutir las últimas uvas pasas de su recipiente.

No se quería adelantar impetuosamente como lo había hecho el muchacho, aunque seguramente no era sólo un muchacho, pero tenía casi las mismas inquietudes que él. La de si había algún mago en la sala, o no, le era indistinto. Las apariencias engañan, y su primero era una muestra clara de eso. ¿Por qué no lo podría ser el viejo negro? ¿O incluso el mismo muchacho haciéndose el no-mago? Las cosas estaban por verse...

Diana se había mostrado silenciosa, ausente, mimetizada con el lugar y sin hacerse notar en ningún momento. Estaba tan acostumbrada que incluso los que iban a ser sus compañeros ni siquiera repararon en ella. Aún no se había sentado y tampoco había pedido algo para beber y mucho menos para comer; simplemente se fue confundiendo con las sombras que los rodeaban para así observar mejor a los presentes.

Era un grupo bastante heterogéneo, incluso se podría decir que alguno resultaba un tanto... ¿exótico? Al menos parecían tener unas vidas mucho más coloridas que la de ella; unas vidas más intensas e interesantes.

Por unos instantes se sintió fascinada por la forma en la que el enorme pelirrojo tragaba las golosinas, diciéndose a sí misma que aquello no podía ser bueno para la salud. Pero fueron las palabras de Zack, una vez se dejaron de lado las de simple cortesía, las que consiguieron sacarla de la abstracción en la que había caído.

Ahora ya estaba claro el motivo de aquella reunión; aunque lo que no parecía estar tan claro era el porqué los había escogido precisamente a ellos y, tal y como preguntaba un compañero, por qué el señor Wolfskin no volvía a cerrar el sello. Simplemente sentía curiosidad ya que, al carecer de los conocimientos que debían poseer allí la mayoría, no podía saber si el hombre podía volver a hacer el ritual o si por el contrario tenían que hacerlo otros. Y esos otros no dejaban de ser los allí presentes.

—Somos cinco personas —dijo por fin, sin mostrarse interesada en saber si alguno se había sobresaltado al escuchar su voz—. Desconozco en que es bueno cada uno pero... ¿Cinco personas? ¿No son demasiadas para subyugar a un espectro?

No quedaba ninguna duda de que el desconocimiento hablaba por ella, pero aún así Diana necesitaba saber cuán peligroso podía resultar el espectro si para acabar con él o someterlo o lo que Zack pretendiera que hicieran, se necesitaba la presencia de cinco personas tan dispares.

El Centinela les expuso los motivos por los que quería contar con ellos: algo en Nueva Orleans estaba viejo y deteriorado. Qué novedad. Ya fuera mágico, español o francés, siempre había algo viejo en la ciudad que estaba deteriorado. Incluso había cosas nuevas que ya estaban deterioradas. Cuando no era un huracán azotando el delta, era la mala gestión de los políticos corruptos al estilo Ray Nagin, quienes abundaban como una invasión de termitas en el corazón de una vieja casa. Al escuchar la palabra Katrina, Muhly estuvo a punto de escupir a la madera pulida de caoba del brillante suelo. Demasiadas cosas le habían hecho perder los corruptos y los huracanes. 

A pesar de que a Muhly no le gustaba nada como Chénier deformaba la buena música que él adoraba, se mostró de acuerdo en el fondo de sus palabras. Si el Centinela ya había podido encargarse del asunto en el pasado no veía el motivo de que ahora tuviese que dejar la tarea a aquellas cuatro personas que ni siquiera se conocían entre sí. Cinco, cuando la voz de aquella mujer apareció de las sombras de manera sorpresiva. 

—Parece que no sabéis nada sobre burocracia —dijo con una mueca—.  Cuando la Administración contrata a alguien externo para hacer un trabajo que podrían hacer por sí mismos, es porque es demasiado jodido para hacerlo. 

Bien fuera porque el Centinela no quisiera verse implicado en un asunto delicado que pudiera mancillar su buen nombre, o porque la cosa aquella que el sello custodiaba fuera demasiado peligrosa como para salir con vida de aquella tarea, el viejo no quiso aventurarse más en su hipótesis y lo dejó a la imaginación de cada uno. Tampoco quiso decir nada sobre la presencia o no de magos entre aquel variado grupo. 

Zack dejó que sus invitados expusiesen sus dudas. Alguno de los presentes tal vez podía empezar a intuir que desde la propia invitación a las copas ya estaba analizando a cada una de las ánimas que había reunido allí. Al fin y al cabo, la elección de una bebida puede decir muchas cosas de la persona.

—Me temo que he sido demasiado ambiguo, ruego que me disculpéis. Un sello de esas características no lo deteriora un huracán o el paso del tiempo a menos que hablemos de miles de años. No, hay alguien detrás de todo esto. Alguien que trata de debilitar mi hechizo de contención para darle poder al espectro.
»Necesito saber quién está detrás del deterioro para poder reparar el sello de una vez y para siempre. Como ya sabréis, los Centinelas trabajamos desde las sombras para mantener el inframundo unido y el Consejo, a través de nosotros, contrata a su vez a "ayudantes".

El Centinela apuró su copa, salió de la barra y se dejó caer en uno de los cómodos sillones de orejas que había dispuestos por la sala privada, adoptando una pose notablemente más altanera y señorial.

—Llevo tiempo reuniendo información de cada uno de vosotros y, tras deliberarlo, sois el grupo perfecto. No todos tenéis lazos con el Consejo y algunos hasta lleváis poco tiempo en Nueva Orleáns. Al menos, recientemente. Podéis moveros por la ciudad para investigar el asunto sin levantar demasiadas sospechas. Además, creo que con vuestras habilidades os compenetraréis bien.
»Y Louis acaba de señalar algo muy interesante: ninguno de vosotros parecéis magos. ¿Qué tal si os presentáis entre vosotros? Si aceptáis la misión, claro.
 

El goloso Arthur O'Kellan ni dudó ni un solo instante en apuntarse en aquella misión tan especial que le habían encomendado. A fin de cuentas estaba en su naturaleza del viejo mundo.

-Yo me apunto. Aunque hay alguien que le hace feliz que  eso pase, si eso ocurre no hará feliz a micha gente. Así que hay que hacer algo para asegurar que todos sean felices. Quizás podamos darle una piruleta de disculpas por interferir en su plan.

Tras dar aquellas explicaciones, el grandullón se presentó.

-Me llamo Arthur A'Kellan y me gustan los dulces, los paseos por la playa y los animales pequeños y peludos. Encantado... ¿Mi primo también tiene que presentarse a mi?. Yo ya lo conozco...

-Ya si hay un alguien, sabes Zack que no tengo problema- dijo levantando apenas un poco su gintonic -Estoy dentro, aún sin saber la paga, ya que nunca fallaste o te quedaste corto en ese aspecto-

Kllian miró a los demás, pero especialmente se quedó un momento mirando al grandote, con una mirada que no se podía descifrar bien. Luego miró a cada uno un momento.

-Killian Brown, detective privado- dijo corto y decidido y pareció dudar un momento -Y sí, él es mi primo- y esbozó una sonrisa sincera, para luego tomarse todo el gintonic de una sola vez.

Podía exasperarse, tener vergüenza, hasta enojarse por falta de entendimiento, pero era su primo, y de niños habían jugado mucho juntos.

Miró a los demás, pero especialmente a Theodore, que aún no le había encontrado un lugar donde ponerlo en su estantería de prejuicios.