Toc Toc
Dos golpes secos a tu puerta te despiertan de un sueño placentero y reconstituyente. ¿Quién será a estas horas? Te levantas a abrir cuando la puerta se mueve y ves entrar a la anciana figura.
El Gran Maestre avanza lenta pero inexhorablemente hacia tu posición.
-Saludos Tah Amorgos... si ése es tu verdadero nombre...- Dice mientras coge tu mano y con la otra acaricia tu brazalete con 8 marcas moradas de maestría.
El anciano esboza una sonrisa y suelta tu mano con desprecio.
-Me pregunto como una traidora como tú ha llegado tan lejos. Has traicionado a tu padre, a tu familia, deshonrandolos a todos. A tus amigos y a toda la gente que ha confiado en una persona que tú no eres. No sólo eso, también has ingresado en esta escuela sabiendo que sólo pueden entrar los machos, tu.... tu has desonrado a la escuela.
Con un movimiento rápido y relampagueante, el anciano agarra tu muñeca y la dobla de tal manera que te ves obligada a hincar una rodilla en el suelo para aplacar el dolor.
-Pero lo que más me molesta de todo es que creas que somos lo bastante estúpidos como para no darnos cuenta que no eres más que una... hembra!
El anciano aplica un poco más de presión en tu muñeca, lo que te produce un intenso dolor.
Al notar la presa del Gran Maestre en mi muñeca, en lugar de zafarme relajo el brazo, pues los músculos relajados son menos sensibles a la presión que los músculos tensos. En estos casos el Tahedo enseña que no siempre hay que oponerse a tu enemigo, si no que, en ocasiones, es necesario fluir con él.
Por un momento me quedo pálida y sin saber qué decir. He imaginado mil veces este momento en mi mente, deseándolo y temiéndolo a la vez. ¿Debería negar las acusaciones del Gran Maestre? Es una tontería, basta con que me hagan desnudar para demostrar cual es mi verdadero sexo. Así que, una vez más, decido dejar que los acontecimientos fluyan en lugar de enfrentarme a ellos.
- Llevo con honor el nombre de mi padre, Amorgos, que también es mi verdadero nombre - respondo con furia y dolor contenidos -, y con mis actos he demostrado que lo merezco, pues aun siendo mujer... hembra como vos decís, Gran Maestre, he alcanzado las siete marcas de maestría, aventajando a muchos varones que jamás llegaron tan lejos. Lo que más os molesta, señor, no es que haya pensado que sois lo bastante estúpidos para no daros cuenta, si no que, con toda vuestra perspicacia y sabiduría hayáis tardado todos estos años en notarlo.
El anciano vuelve a sonreir, un brillante reflejo en sus ojos denota que se está divirtiendo con esto.
-Tanto tiempo? Estúpida!! desde el primer día que lleguaste aquí tu debilidad fue notada por mi y por mis consejeros. Despues de hablarlo, decidimos dejarte participar en las clases... pero poniendotelo todo más facil que a los demás! Tus examenes estaban amañados y tus pruebas eran más faciles que las de los demás estudiantes! No eres nada! No vamos a tolerar que una niña mimada vaya luciendo un brazalete como el tuyo! Eres infame! Nos deshonras a todos los que creemos en el Tahedo!
Las palabras del Gran Maestre van directas a matar como una yagartei, pero el viejo no es tan hábil con la lengua como con la espada. Quizá tampoco sea ya ni siquiera tan hábil con la espada, pero no me va a quedar más remedio que arriesgarme a comprobarlo. Con voz burlona le digo:
- Un hombre que ni siquiera es capaz de permitir que los guardaespaldas de uno de sus protegidos abandonen la ciudad por el simple hecho de que las puertas se cierran por la noche, nunca permitiría semejante infracción de las normas, ni dejaría que el honor de la escuela se mancillase admitiendo a una hembra entre sus alumnos.
De un tirón, vuelvo a contraer los músculos del brazo, para intentar zafarme de las manos del Gran Maestre y así poder escapar.
"Mi pulsera... si quiere arrebatármela, antes tendrá que matarme."
Te crees muy lista eh? Sucia perra!- Dice el anciano relajando tu muñeca y empujandote con una pequeña patada. Caes a trompicones en el suelo y tu espalda choca con una de las paredes de tu habitación. Tu espada está en la cómoda, al alcance de tu mano.
El gran maestre lentamente desenvaina su espada, la legendaria Matacuervos, el brillo de su afilada hoja ilumina por un momento la habitación.
Cojo mi espada y la desenvaino rápidamente, conservando la vaina en la mano izquierda, y sosteniendo ahora la espada en la derecha. Calculo que los momentos en que el Gran Maestre puede ser una auténtica amenaza para mi son los primeros, pues luego él debería agotarse antes que yo.
También yo necesito administrar correctamente mis fuerzas, pues no sólo tengo que salir de esta habitación y dejar atrás al Gran Maestre, si no que, además, tengo que lograr escapar de Uhdanfiún antes de que se me eche una legión encima.
Me incorporo de un salto, entro en protahitei y trato de alcanzar la puerta antes de que el gran Maestre pueda alcanzarme a mi.
Sufres un tirón en el hígado al pronunciar la primera aceleración en tu cabeza. Tus músculos se tensan y empiezas a correr.
Tal y como esperabas, los movimientos del anciano no han disminuido en velocidad, seguro ha entrado en protaitei también, no! en mirthaitei, la aceleración superior! Cuando llegas a su altura, recibes una relampagueante patada en tu barriga, lanzandote hacia atrás de nuevo. El dolor es insoportable. Una patada en mirthaitei es como cuatro normales. Escupes sangre en el suelo.
-Tienes el alma podrida. Y lo sabes!- Dice el anciano empalandote con la espada, escuchas el crujir de la madera del suelo. Ha atravesado tu cuerpo como si fuese mantequilla.
El viento golpea en tu ventana. Te despiertas sobresaltada. Estás sudando y te duele la cabeza. Estás sóla en tu habitación y tu espada está en la comoda, donde la dejaste al acostarse.
Me levanto de la cama y abro la ventana a pesar del vendaval, para refrescarme. Es la misma pesadilla que se repite una y otra vez. Debería abandonar la escuela cuanto antes en lugar de continuar aquí, arriesgándome a que me descubran y el sueño se haga realidad.
Aunque, en realidad, casi me alegraría. Odio tener que vivir así, fingiendo ser lo que no soy. Si muriera, podría descansar.