Partida Rol por web

-El asesinato del conseller, si. Algo extraño y terrible. Temo que hayan en juego poderes infernales,intuyo que algo muy malo se está poniendo en marcha y no se como todo encaja entre si.-

-¿Poderes infernales...?- frunce un poco el ceño tras ésas funestas palabras -¿En qué se basa para atribuirle ésas palabras? ¿Tan extrañas fueron las circunstancias?- pregunta cada vez más intrigada con el suceso aunque en realidad no se considera ni mucho menos experta en investigaciones ni anda que se le asemeje, de hecho ha salido muy poco del palacete para hacerse una idea acertada de cómo es la vida habitual en las calles de la ciudad.

-Cree que podrían haberse empleado... ¿dones cómo los nuestros?- dice finalmente suavizando la voz para ser escuchada sólo por Teresa mientras mira de reojo a su alrededor, cómo si temiera ser observada o escuchada.

-Si, el asesinato por lo que he escuchado es tan extraño que no se lo explican de ninguna de las maneras. Los rumores vuelan y la mayoría coinciden en que estaba en su torre solo y lo encontraron degollado, no estaba el arma y nadie habría podido entrar o salir del lugar sin que su mujer o los sirvientes lo hubieran sabido.- Hace un pausa su tono cambia uno aun más compugido. -Y bueno está todo el tema, la Inquisición evita el uso de la palabra brujería temiendo la histeria, pero el ambiente se carga de miedo y de paranoia, de negatividad en suma... y no se que otros aparte de los Poderes Infernales y sus servidores pueden querer algo así.-

-Es un hecho extraño y sombrío sin duda, a la par que maléfico, pero supongo que cualquier arrebatador de vidas sufrirá su castigo tarde o temprano. Al igual que nosotras intentamos ayudar al prójimo con la ayuda del Uno, es de suponer que otros harán justo lo contrario... Por desgracia el mundo se mueve demasiado al son de la avaricia y el poder, opino que la gente debería intentar tranquilizarse más para oír el verdadero canto sagrado- suspira hondamente mientras niega con la cabeza, diciendo todo eso de carrerilla cómo si se quitara un peso de encima.

-Quizá pase por el Hospital de la Santa Creu ahora, no me apetece volver a casa tan pronto- confiesa mientras se levanta, aunque en realidad lo llama "casa" por darle un nombre.
-¿Quiere que le dé bendiciones al muchacho de su parte?- pregunta con educación antes de disponerse a retirarse.

-Si vas a verle al Hospital de la Santa Creu di que vas de parte de las monjas Clarisas, para que te dejen pasar, dales nuestros más sinceros deseos de que se recupere. Rezamos por su salvación.-

Y se despide de ti con un sincero abrazo.

-Así lo haré Teresa, gracias por todo- se levanta del rudo banco y le devuelve el abrazo con una sonrisa de felicidad, pues lo cierto es que no está demasiado habituada a las muestras de afecto sinceras en lugar de "aparentes", así que cuando sale de la pequeña iglesia lo hace con algo más de ánimos y el nombre del pobre desdichado que fue atacado, deambulando un poco por las calles de la ciudad tomándose el camino cómo un paseo antes de llegar hasta el hospital en cuestión, ofreciendo su ayuda de ser necesaria mientras especifica, cómo le dijo Teresa, que viene de parte de las monjas Clarisas.

Te acercas al hospital de la Santa Creu, el centro médico más grande del condado. Es una estructura fortificada rectangular de gran tamaño que destaca en el Raval como la estructura más maciza y grande del distrito por detrás de las Reials Drassanes*. Tras sus puertas de roble alberga un gran patio interior con arboles, en el centro del cual hay una gran cruz de piedra. El sitio está vigilado por los Caballeros Hospitalarios, aunque su presencia es meramente presencial y su tarea practicamente se limitan a mantener el orden en el patio y hacer de portero en las entradas.

Lo más visible son las monjas de blanco hábito y los frailes que se ven de aquí allá, viéndose estos muy atareados. Pero sobretodo se pueden ver los enfermos, que reales o imaginarios, están por todas partes: hay tullidos que agarrados a sus muletas mendigan a quien se le acerque, un viejo ciego mira la nada cuando a su lado su niño lazarillo masca un trozo de pan seco, una mujer con pinta de enajenada y pelo estropajoso se queja amargamente mientras un robusto fraile la obliga a meterse en uno de los edificios del hospital. Hay cualquier tipo de enfermedad que podrías imaginar, exceptuando la lepra, ya que los leprosos son alojados en la leprosería del final de la calle aislados debido a su infecciosa enfermedad.

Patrícia no puede evitar sentir una terrible punzada de dolor al ver a los diversos enfermeros apostados por el patio, sintiéndose bastante impotente mientras los observa compasivamente para finalmente entrelazar las manos y rezar una oración silenciosa frente a la cruz de piedra, santiguandose al finalizar mientras entra al edificio saludando educadamente a los caballeros que custodian las puertas.

Una vez en el interior busca alguna monja o fraile que no se encuentre excesivamente ocupado para ir hasta él.
-Buenos días tenga, vengo de parte de las monjas Clarisas, me gustaría echarles una mano a ser posible y visitar a uno de sus enfermos al que asistimos anoche- le dice en tono humilde mientras muestra una actitud recatada e inocente.

Te topas con un grueso y fornido franciscano con aspecto malhumorado que por todo saludo te da un gruñido, cuando le dices a lo que has venido y de parte de quien vienes parece relajarse un poco, pero un poco solo, y te dice que la sigas.