Aparezco de nuevo en la azotea, con los dos marineros restantes, a los que suelto inmediatamente en cuanto llego, teleportándome justo frente a la rubia, ante la que hago una exagerada reverencia como las de los antiguos capitanes franceses a los que asaltaba allá en el mar Caribe.
Sus deseos son órdenes, mi bella dama...
De un salto, doy una voltereta y me encaramo a la cornisa de la azotea, acuclillándome en el borde mirando hacia ellos.
Bienvenidos a puerto, jeje ¿Y ahora?
Me había cogido totalmente descolocado. Se había esfumado delante de nuestras narices llevándose a las chicas con él. No me podía creer el descontrol que había sobre aquel grupo. Cogí el casco con toda mi mala leche dispuesto a salir volando mientras escuchaba la reacción de la mujer. No podía con esto, confiaba en Extraño, pero era obvio que esta vez se había equivocado.
Pero para mi desconcierto aquel demonio volvió a aparecer para esta vez llevarnos con él.
Tardé un poco a acostumbrarme al viaje, pero finalmente lo hice para descubrir que habíamos llegado a nuestro destino.
-¡¡Ya vale de tonterías!! una chica está en peligro, así que dejemos de hacer el imbécil.- Dije visiblemente molesto.
Intente relajarme, respirar y miré a Pisónica.
-¿Puedes averiguar desde aquí en que habitación está?