Puedes contemplar tu ciudad natal arrasada, llena de cadaveres y edificios destrozados. Puedes ver en lo más alto de la ciudad un monumento de lo mas macabro. Los cadaveres de muchos de los habitantes de Stadfel estan apilados formando una montaña, en la cima de esta montaña puedes ver varias cabezas clavadas en picas, irreconocibles por su estado pero deduces que son las cabezas de los héroes más respetados de Stadfel, por encima de estas puedes ver el craneo de Aldair.
Aldair es el dios guardian de Stadfel, un dragón de bronce cuyo poder era respetado por todos y temido por los enemigos de Stadfel. Si no te falla la memoria debia tener tu misma edad. Pero incluso él esta muerto y su craneo clavado en una pica para recordar al mundo que nadie esta a salvo.
Al contemplar su hogar natal destruido, no pudo más que guardar silencio durante algunos minutos, en memoria de los muertos. Luego, sin perder ni un momento, buscó rápidamente rastros de cualquier superviviente que pudiera quedar a la vez que buscaba rastros de quién podría haber sido el enemigo. El tiempo era oro para cualquier superviviente que pudiera haber quedado. No obstante sacó su arma como medida de protección, por si algún enemigo había tenido la misma idea.
-¿Hay alguien por ahí? -decía- Soy Alucard Farenheit Teppes, antiguo habitante de la ciudad: si queda alguien con vida, que salga por favor.
Una criatura aterradora aparece de entre las ruinas de la ciudad con cara de pocos amigos. Has oido leyendas sobre estas criaturas, pero es la primera vez que ves una, según lo que sabes son criaturas peligrosas, las armas normales no le hacen realmente daño y puede controlar las cadenas a su voluntad.
- Otra cabeza para una nueva pica -comenta alzando las cadenas.
Alucard se lo quedó mirando unos instantes y luego chasqueó la lengua, a sabiendas de que lo mejor en ese momento era evitar un enfrentamiento directo. Así pues, decidió emprender una retirada y buscar algún edificio donde ocultarse para tenderle una emboscada si era posible.
Varias cadenas se interponen en tu camino, animadas por la magia del demonio, el cual rie al acercarse inexorablemente hacia ti.
Detrás del Kyton aparece un hombre muy alto y razonablemente corpulento, por esas dos cualidades y su porte deduces que es un Assmar. Lleva en sus manos un espadón de color negro carbón, el cual empieza a brillar en un fulgor blanco cuando el Assmar pronuncia las palabras "Despierta Purgadora".
El Kyton parece indeciso en quien centrarse en este momento.
Al observar la aparición del hombre tan grande y la reacción de su rival, pensó que un golpe de suerte le había sonreído, y decidió aprovecharlo. Escudo y espada en mano, se acercó con cautela pero firmeza al ajeno.
-Parece que no será mi cabeza la que termine en una pica.
El Kyton se dirige hacia ti por estar mas cerca, solo para comprobar como es atacado por la espalda con una combinación de espada y magia del assmar. El mero contacto con el espadón aprede disolver su carne. Eso hace que el Kyton cambie de objetivo, con lo cual tu aprovechas y haces algo que se te va bien, aprovechar el flanqueo. Te das cuenta que aunque el kyton no pueda morir por tus ataques si que puedes incapacitarlo durante un tiempo, tras varios golpes de los dos el Kyton cae, sabes que no esta muerto, pero no importa, la espada del desconocido, la cual si lo daña, lo mata decapitandolo.
- Es irónico, vine aqui en busca de la ayuda de Altair y me encuentro con esto -comenta mientras limpia la sangre de demonio.
Tras limpiar un poco el arma la enfundó y se dio un momento para respirar. Vio al hombre e hizo una leve reverencia con la cabeza.
-Gracias por la ayuda, sin ella ahora mismo estaría muerto seguramente. Yo he llegado hace poco...tras muchos años fuera de casa. Y ahora esto es lo que queda de ella -dijo mirando a su alrededor y negando con la cabeza- ¿Por qué este ataque?...
- No lo sabemos a ciencia cierta -comenta mirando la pila de cadaveres, la cual esta bastante lejos pero se ve bien- Se han abierto portales a los mundos infernales, había sucedido antes, pero era cosa de tres o cuatro demonios, ahora vienen hordas enteras y los muertos se levantan. Es una verdadera locura, me temo que este sera el destino de muchas de nuestras ciudades, pero somos Tenesios, hemos nacido para luchar hasta nuestro último aliento.
Luego de pronunciar esas palabras contesta tu reverencia con otra.
- Mi nombre es Leonhart Dragonborn, Maekrix de Laagstad -dice alzando la mano mostrando su anillo rojo- Mi ciudad esta sufriendo un ataque similar. Espero que no haya caido durante mi viaje, es una lástima que haya sido en vano.
Alucard lo miró durante unos momentos e hizo otra leve reverencia con educación.
-Se ve que atacaron antes aquí, y no tuvieron suerte. Esperemos que tu pueblo no corra la misma suerte...En fin, si pudiera ayudar en algo, estaré encantado. Creo que ya nada me retiene por aquí. Mi nombre es Alucard. Alucard Farenheit Teppes, todo un placer.
- Me iria bien que fueras a Laagstad y avisaras de lo ocurrido, por como te mueves deduzco que no será díficil para ti entrar en una ciudad asediada. Si ves un demonio en forma de buitre evitalo a toda costa -dice señalando varios huevos en su armadura con heridas realmente horribles- Es realmente peligroso, tuve suerte de escapar de él con vida.
Luego señala con su espadón la pila de cadaveres.
- Yo vendre luego, pero primero tengo un asunto del que encargarme -comenta- Eso será en pocos dias un ejercito de no-muertos. Y aunque no fuera asi, mi sangre no me permite dejar intacto un monumento hecho para humillar a nuestro pueblo. No dejare que la dignidad de mis hermanos tenesios sea pisoteada de esa forma.
Asintió y se despidió con una nueva reverencia.
-Intentaré llegar lo antes posible y avisar de lo acontecido aquí. Espero que no tenga más problemas por aquí. Con permiso partiré rápidamente hacia allá, el tiempo apremia.
Tras decir eso, dio media vuelta y empezó el camino, a un ritmo rápido, pero sin que se fatigase con facilidad. No había tiempo, y las cosas pintaban realmente mal. Muy mal. No pudo ni despedirse de sus padres, ni de su pueblo, por lo que en el trayecto dejó escapar varias lágrimas de rabia e ira. No pudo estar cuando más lo necesitaban, pero comprendió que aún estando ahí, no hubiera servido de nada. Ahora podía ser de una mínima utilidad, o eso quería creer.