Siento un leve escalofrío con la brisa que entra por la ventana, al fin y al cabo acababa de salir de la cama y ahí se estaba calentito. Si Mr. Clock me dice que volveremos antes del amanecer, creo lo que me dice y no me preocupo porque Tommy sepa que me fui o no. Mañana le contaré que conocí a su Slenderman y que era un señor muy amable y que tomamos té, claro que se lo contaría.
Me sobresalto ligeramente cuando me abraza de repente, pero me agarro a él. Era raro tanto contacto físico con alguien que no fuera mamá. Aunque bajar como lo hace él es algo divertido y no puedo evitar reírme un poco por el camino. Miro por encima de mi hombro al ver que esas arañas cotillas nos siguen bajando. No sabía por qué no se quedaban en casa, no en la de Tommy, en la suya. Eran molestas con esos ojos verdes brillantes.
-Ah, no, todo bien- le contesto con una sonrisa y camino con él donde vaya. Echo un ojo también al barrio de noche, porque para mí era algo fuera de mi alcance. A no ser que me desvelara y mirara por la ventana. Caminar por la calle estaba más que prohibido si era de noche.
La sombra que se evaporan cuando caminamos también capta mi atención. -¿Qué es eso?- pregunto sin pensarlo y lo señalo.
Asiento cuando habla de la proximidad de su casa, no conocía muchos vecinos aparte de Tommy. –No sabía que éramos vecinos, está bien. Yo estoy encantada de tomar el té contigo, Mr. Clock. Más si tienes galletas- vuelvo a asentir, para afirmar mis palabras y frunzo levemente el ceño cuando dice “Suag”, eso me sonaba raro y no sabía que era, aunque al mismo tiempo lo sentía familiar. –Pensaba que los hadas se quedaron en Irlanda, mamá me habla de los pixies, bueno, me hablaba cuando estaba en casa. Que había que dejarles un platito con leche antes en la ventana para que no se enfadaran. Y lo de las almas lo dicen en la iglesia cuando vamos, pero también hace tiempo que no voy. Aunque mamá dice que a la iglesia no le gusta que hablemos de pixies ni de cuentos, se enfadan. Solo tiene que existir Dios y él nos guía- digo convencida, porque es lo que me habían enseñado hasta ahora. –Me gusta mi vestido… El que vi en el espejo.
Suelto una risita coqueta cuando dice que soy encantadora. –Gracias, Mr. Clock, eres muy amable.
Me paro de repente y miro hacia donde me indica. Señalar estaba mal, pero no le iba a decir eso a Mr. Clock, él era mayor y él podía.
-Alma en pena… ¿y por qué no entra a hablar con ellos? Seguro que también le echan de menos. ¿Por qué hace pipí?- señalo a donde gotea.
Mr. Clock otea a su alrededor, mirando en dirección hacia los humeantes bordes de sombra tras escuchar tu pregunta. Luego sus pequeños ojos negros vuelven a fijarse en ti. -Eso eres tú. O dicho de otra forma, lo estás causando tú. A medida que tu verdadera naturaleza sale a flote, verás cosas como esa- explica de forma breve. No parece darle demasiada importancia, ni preocuparse especialmente por ello, pero tampoco había dicho demasiado al respecto.
-Todo parece indicar que lo somos- reafirma tu acompañante cuando señalas que sois vecinos. -Es una gratificante coincidencia. Yo también estoy encantado de tomar el té contigo. Ha pasado algún tiempo desde que tuviese invitados- dice curvando sus labios en una de sus sutiles sonrisas. -¿En Irlanda?- replica a lo que le vas contando. Niega divertido. -No, claro que no. Las hadas estamos en todo el mundo.- y luego suelta una silenciosa carcajada de satisfacción. -¡Ah! ¡Las viejas tradiciones! ¡Cómo las extraño! Los mortales han olvidado muchos de nuestros pactos. Es una tragedia que seres tan llenos de emociones tengan tan corta memoria.- exclama y te parece que dramatiza un poco con la voz. -Y en cuanto a lo que dice tu madre y su iglesia. Bueno, para ellos nosotros no existimos, y sin embargo, aquí estamos- comenta con suavidad regresando a su caracter habitual.
-Es absolutamente extraordinario- dice reforzando el cumplido a tu vestido.
Cuando observáis el espíritu, y comienzas a preguntarle cosas, tu acompañante continúa respondiendo con paciencia y tono amable. -Ellos no le pueden ver. Nosotros sí. Es la tragedia de esas pobres almas- y cuando preguntas por qué se hace pipí, Mr. Clock tan sólo se ríe por lo bajo y niega con la cabeza, divertido. -No se está orinando. Está mojado- corrige suavemente haciendo énfasis en el adjetivo. -Probablemente fue así como dejó de estar vivo. En otra ocasión podrás preguntarle, siempre suele rondar su hogar y rara vez se aparta demasiado, así que volverás a encontrártelo. Por ahora, debemos proseguir- invita gentilmente.
-¿Vamos?- pregunta mientras vuelve a enderezarse y comienza a caminar de nuevo lentamente.
Miro de nuevo el humo y luego a Mr. Clock. Yo no hacía humo normalmente, eran cosas que hacían los grandes cuando fumaban. Papá lo hacía, sobre todo cuando estaba nervioso. El salón parecía estar lleno de niebla como las mañanas de otoño, no se veía nada. Aunque aquí el humo era negro, no sabía por qué. Me encojo levemente de hombros, sin llegar a comprender del todo eso de la naturaleza que flota.
-Ah, ¿no tienes invitados? Nosotros tampoco, vinieron hace tiempo los abuelitos pero mamá no estaba y discutieron un poco con papá. Él piensa que no lo sé, pero se les oía desde el patio donde jugaba con Sarah- le informo, porque hacía un tiempo que no veía a los abuelitos y ellos solían venir cada no mucho tiempo. A veces para las vacaciones. Ahora ya nada. –¿No solo están en Irlanda? Pensaba que sí. Cuando vivíamos allí dejábamos un platito con leche en la ventana, la abuelita también lo hacía, decía que daba buena suerte. Aquí ya no, mamá tampoco se quedaba mucho en casa, siempre salíamos a pasear.
Frunzo levemente el ceño cuando dice que la Iglesia dice que no existimos. No me parecía justo, nunca me habían dicho eso, si incluso estaba bautizada. -¿Por qué no van a creer que exista? Si me han visto y todo, no es como los niños del cole que dicen que Santa Claus no existe porque no lo han visto… Pero yo sí, sale en la tele y en las tiendas grandes te puedes sentar en sus rodillas. Incluso una navidad escuché las campanitas de los renos cuando vino a dejarme los regalos, pero me hice la dormida, porque si lo ves mientras te deja los regalos luego no viene más, se enfada. Y creo que le da vergüenza que le vean, por eso hay que dormir cuando pasa.
Sonrío más coqueta cuando dice que mi vestido es extraordinario, así es como yo lo pensaba. Toco su tacto a libro nuevo y terciopelo que me maravilla y me recuerda a mi mamá. A los libros de cuentos que compra y me lee.
Mi cara cambia a tristeza cuando dice que ellos no pueden verlo. –Pobre…- me apetecía mucho hablar con él y preguntarle por qué no hacía pipí y que era ese líquido. –Seguimos, luego podré hablar con él, no pasa nada. No sabía que podía hablar con las almas apenadas…- sigo sus pasos a buen ritmo, no quería quedarme atrás y perderme.
Mr. Clock escucha con atención, a veces asiente afirmativamente y a veces comenta. -Es una lástima...- dice cuando hablas de tu mamá. -... es importante mantener las tradiciones.- pero no añade mucho más. No deja de prestarte atención, e intercala miradas con el camino y contigo a intervalos regulares.
-Es como Santa Claus, Leo.- comienza a explicar tu compañero. -Aunque intentes mostrarles toda la evidencia, dudarán de que sea cierto. Para ellos, eres sólo Leo. Pero la verdad es que eres muchísimo más, y nadie que se niegue a abrir los ojos, nadie que esté atado a sus creencias como muchos de los que van a la iglesia y viven su monótona vida, lograrán siquiera ver un atisbo del vestido que usas.- el tema parece ponerle algo de un humor mucho más adusto, pero no manifestó ninguna molestia.
-Es sólo una de las cosas de las que serás capaz, estimada Leonor- responde a tu último comentario. Ambos camináis hasta que llegáis a una de las casas del vecindario cuyo aspecto contrasta con la uniformidad general. Su aspecto es más descuidado, el césped del jardín es largo y oscuro, sus ventanas están tapiadas por dentro, y sus paredes parecen sucias y manchadas, mientras malas hierbas y enredaderas se acumulan en el borde. Es una versión más siniestra y oscura de las casas del barrio, y entre tus amigos, la llaman "la casa embrujada". Tu madre te había asegurado que alguien vivía allí, sólo que seguramente no le agradaba mucho ser molestado.
Mr. Clock camina sobre el sendero y se para frente a la puerta. -Esta es mi casa- dice mientras saca una llave de su abrigo, una llave gruesa y negra, y la introduce en la cerradura. Con un sonido metálico, abre la puerta para revelar el oscuro interior del lugar, y una cacofonía de sonidos en armonía mecánica, un coro de repiqueteos que a medida que entrabais, aumentaba en volumen, hasta que su origen toma certeza en tu mente: es el tictac de lo que debe ser un enorme número de relojes, todos sonando en total y absoluta falta se armonía.
El ahora anfitrión enciende un candelabro y te lleva a la sala de estar, amplia y oscura, iluminada sólo por los ojos verdosos de las arañas que os siguen. La luz danzante de la vela lanza siniestras sombras que parecen parpadear en la habitación. -Por favor, toma asiento. Intentaré iluminar mejor este lugar- dice Mr. Clock amablemente y da un pequeño paseo alrededor de la habitación, encendiendo varias velas en diversos lugares y revelando el aspecto de aquel cuarto. Grandes sofás están en el centro, rodeados de diversos muebles en madera, incluyendo gabinetes de puertas con cristal oscurecido y polvoso y mesas de varios cajones, las unas contra las otras. Todo el sitio huele a una agradable mezcla de polvo, madera y papel húmedo, y a medida que la luz iba trayendo más visibilidad, podías percibir destellos de hermosas telarañas en las esquinas y de decenas de relojes en cada pared, todos marcando diferentes horas, y moviéndose a diferentes velocidades, todos repiqueteando de manera caótica. Algunos eran relojes de péndulo de diversos tamaños, otros eran pequeñas casitas con cuerdas colgantes, de donde asumías saldría un pájaro cucú a cada hora. Otros relojes eran más modernos, aunque sus números parecían escritos de forma extraña, pero eran igualmente sonoros.
Cuando hubo terminado de iluminar el cuarto, Mr. Clock volvió a dirigirse a ti con su tono susurrante. -Ahora debo ir a la cocina a preparar té y galletas. ¿Quieres acompañarme allí o prefieres esperar aquí?- pregunta amablemente.
No sabía mucho de esas tradiciones, pero dejar leche a los pixies me parecía razonable si luego no venían a molestar. Mamá es muy lista, una pena que esté tardando tanto en volver. Ya le contaría cuando volviera sobre Mr. Clock y sobre volver a poner el platito de leche para los pixies, porque aunque no estuviéramos en Irlanda aquí también había.
Asiento cuando habla de Santa Claus, diciéndome que es lo mismo. –Bueno, igual igual no, yo no soy como Santa Claus, él es genial y hace cosas buenas… Yo solo soy una niña, o una cosa de esas que dices también. Sí que es una pena que no vean mi vestido, creo que es muy bonito. A papá no le gustará pero a mamá sí.
Sigo caminando con Mr. Clock y miro su casa, abriendo los ojos. -¡Es la casa embrujada!- digo con cierta emoción, porque así es como la llamaban. Tommy le tenía mucho respeto, ni siquiera jugaba al balón cerca por si se le colaba. Muchos niños hacían parecido, evitaban jugar por aquí para no tener que pasar a por sus juguetes, les daba miedo hasta pisar el jardín. Ni siquiera los niños grandes se acercaban y eso que a ellos les gustaba mucho meterse a sitios que daban miedo. O eso me había dicho Tommy. –No sabía que vivías aquí y nunca lo hubiera imaginado tampoco…
Miro alrededor cuando oigo aquel tictac y caigo en de dónde saca su nombre.-¿Por eso te llamas Mr. Clock? ¡Qué divertido!- sonrío y miro todos los relojes, que no parecían ni dar la misma hora, ni ir al unísono. Era como tirar un montón de canicas escaleras abajo, cada una iba a donde quería y hacían mucho ruido, sin ningún orden. -¿Ese es de los que sale el pajarito?- señalo uno de ellos. -¿Puedo ver cómo sale? Nunca vi uno de esos, solo en los dibujos…
Sigo absorta unos segundos mientras enciende candelabros, en mirar todos y cada uno de los relojes con una amplia sonrisa en mi cara. –Prefiero acompañarte, así te ayudo si lo necesitas… Sé hacer té, mamá me enseñó, así se lo puedo hacer cuando le duele la cabeza. Le gusta con una cucharada de miel y unas gotitas de leche.
Mr. Clock sólo sonríe cuando mencionas que su casa es llamada "La casa embrujada". No parece molestarle el mote... en realidad, parece hacerle más gracia que otra cosa. Tu comentario de los relojes por el contrario arranca un educado asentimiento de su parte. -Es una de las razones- dice con su tono susurrante mientras se acerca a uno de los relojes. -Efectivamente, es un reloj cucú- explica con suavidad. -Claro que sí. Este debería sonar en... 10 minutos. Bastante tiempo para preparar el té.- diagnostica mirando el reloj en su muñeca izquierda, y sonríe con ese movimiento de labios en el que no abre la boca.
Os movéis pasando por un amplio y oscuro comedor en donde una gran mesa cuadrada descansa y alrededor de ella hay varias sillas amplias. Algunas tienen telarañas en las patas, como si nunca hubiesen sido tocadas, y sobre la madera misma hay varios libros de cubiertas rojas y verdes y de aspecto antiguo, en pilas de diverso tamaño. Cada paso sobre el suelo en madera rechina. Las sombras que proyectáis sobre los muros mientras la vela de Mr. Clock es la única fuente de luz bailotea, parecen transformarse en toda suerte de criaturas, para difuminarse en la oscuridad y luego tomar su forma humanoide común.
Entráis entonces a la cocina. El sitio parece algo más tétrico y oscuro, huele a cerámica mojada y especias viejas. La cocina era una mezcla curiosa de cosas, varios tarros con etiquetas oscurecidas y ennegrecidas, con nombres repetidos como "Azúcar", "Sal", "Pimienta" o "Galletas". Algunos frascos transparentes y opacos están en todas partes. La mitad parece contener los elementos que están marcados en las etiquetas, y los otros tienen simplemente pergaminos enrollados que se asoman, de colores diferentes. También en la alacena y los cajones habían libros al acecho, llenos de polvo y sin título en su cubierta. El refrigerador parece muy antiguo, redondeado y pequeño, ha perdido ya su tono blanco y ostenta más una tonalidad crema y negruzca. en medio de la cocina hay una mesa de madera con un par de sillas, sobre la que también hay más volúmenes de lectura.
-¿Y quieres tu té como tu madre?- dice mientras extrae una tetera metálica que llena de agua del grifo. Se acerca a la estufa, el único elemento que parece libre de cualquier papel o manuscrito. Mr. Clock la enciende mientras señala hacia atrás: -En el segundo cajón están las bolsas de té. Elige la que más te guste y ambos lo beberemos- dice mientras camina hacia el refrigerador y lo abre, haciendo que todo el cuarto se ilumine con luz blanca. Hay toda suerte de postres y pasteles allí, y tu anfitrión parece estar eligiendo el más apropiado.
-Hay algo que creo que tengo que hablar contigo, Leo- dice mientras parece estar probando los diferentes bizcochos con el dedo. -¿Crees que tu padre te deje salir más a menudo? Alguien tiene que educarte ahora que tu alma feérica ha despertado- menciona casi distraídamente, pero atento a la respuesta.
Puedes asumir que hay cualquier sabor que apetezcas, y embellecer la descripción de lo que haya en el cajón como prefieras, además de la cajita de bolsas de té.
Sonrío contenta cuando dice que podré ver a los pajaritos salir del reloj. Solo había visto ese tipo de relojes en los dibujos, así que tengo mucha curiosidad por ver cómo sería de verdad y qué ruido haría.
Le sigo, mirando que su casa está un poco sucia, pero no pasa nada. Además tiene muchos libros viejos, que no iba a tocar. Papá no quería que tocara sus libros, decía que los manchaba con mis deditos de chocolate, aunque no era verdad que siempre estuvieran llenos de chocolate. A veces solo era tierra. Pero es normal que papá no supiera diferenciar una de otra, él no comía cosas dulces.
Al notar la madera rechinar trato de caminar con cuidado y casi de puntillas sobre las maderas. No quería hacer ruido de más. Miro la cocina al pasar y todo lo que contiene. Era una cocina divertida, no como la de casa que estaba casi vacía y sucia. –Me gusta tu cocina- le digo mientras curioseo los libros que también tiene por ahí.
-Sí, me gusta el té como a mamá. Pero sin leche, prefiero unas gotas de limón si puede ser, gracias- trato de ser educada a la vez. Miro también el proceso de calentar el agua y voy a buscar en su cajón de tés, acabando por elegir un té negro que huele bastante bien, con toques de canela.
Veo que Mr. Clock elige los bizcochos probándolos con el dedo y yo apruebo esa forma de elección. Sino cómo iba a saber cuáles estaban ricos o no. -¿Salir más?- arrugo ligeramente la nariz. –No sé, desde que mamá está fuera está un poco raro. Antes salía con mamá, cuando ella vuelva seguramente sí pueda salir más, mientras creo que será complicado. Papá prefiere que me quede en el patio trasero jugando con Sarah.
-Muchas gracias, eres muy gentil- responde Mr. Clock cuando alabas su cocina. Sonríe y hace una pequeña venia, sin dejar de ocultar su satisfacción.
Cuando ojeas sus libros encuentras toda clase de cosas, algunos contienen historias escritos en un inglés raro y antiguo, que sólo recuerdas haber escuchado en la iglesia, cuando el párroco leía versículos de la biblia. En otros hay poemas graciosos lleno de palabras grandes y de difícil comprensión, con dibujos extraños y fantásticos que no tienen mucho sentido. Otros están llenos de letras, pero están configuradas de formas extrañas y ninguna de esas palabras te significa absolutamente nada; y los peores ni siquiera están escritos de manera lógica, están llenos de garabatos y cosas que no parecían ni vocales, ni consonantes, sino dibujitos o formas geométricas que, francamente, no podías imaginar que sonido representaban, o si al menos querían decir algo. Esos parecían los más antiguos, y de vez en cuando en las páginas amarillentas hay pequeñas notas en lápiz con comentarios extraños
Mr. Clock te observa de reojo y sonríe sin decir nada, sin censurarte o advertirte por los libros. Pero apenas te distraes durante unos instantes, lo encuentras frente a ti, en toda su altura, sosteniendo dos platos con dos pedazos de pastel. El las pone frente a ti: El primero es un pastel oscuro, con una cubierta verde y algunas fresas en el exterior, el otro es blanco completamente, con una cubierta de color marrón. -Chocolate con kiwi y fresas- anuncia mientras eleva levemente el primero de los pasteles -Y vainilla con dulce de leche- añade ahora bajando el primero y subiendo levemente el segundo. -¿Cuál prefieres?- pregunta finalmente.
Cuando le comentas, arruga la nariz un poco y asiente. -Ciertamente, ciertamente. Tu padre es un hombre... hosco. Quizás deba hacerle una visita yo mismo una de estas noches, para tratar de convencerle. Verás Leo, ahora que sabes lo que eres, necesitas recibir la educación apropiada. Para poder aprender a usar tus habilidades, para que estés segura y para que, si así lo deseas, hagas parte del juego de las cortes y todas las otras Hadas que hacen parte de ellas.- explica lentamente. -Me gustaría poder ser tu maestro, pero mi temperamento me lo impide, sin contar que mis ocupaciones me obligan a ir y venir sin que pueda permanecer mucho tiempo en un solo lugar. No obstante, conozco a un amigo muy cercano, que me debe un favor. Si a alguien le confiaría tu educación, sería a él. Es el Kithain más honesto y noble que puedas conocer, y ni el duque, ni sus condes, ni sus barones llegan a sus talones. ¿Qué opinas?-
Sonrío cuando dice que soy gentil, pero realmente pienso que su cocina está muy bien y que todas deberían ser como esa. Era divertida y se nota que tenía muchas cosas con las que cocinar cosas ricas seguro. Me relamo ligeramente pensando la de dulces que tiene que hacer con aquellos utensilios Mr. Clock.
Sus libros me llaman mucho la atención, aunque no llego a entender del todo qué dicen la mayoría. Algunas palabras ni siquiera parecen inglés, por lo que tienen que ser otros idiomas que no conozco. Sonrío mirándolos, porque son interesantes aunque no llegue a saber qué decían en realidad. Seguro que contaban historias asombrosas, pero aún no conocía tanto a Mr. Clock para pedirle que me contara esas historias. Luego quizás.
Cuando me llama la atención sobre los pasteles, abro los ojos y paso la lengua por mis labios en gesto de glotonería.
-Quiero probar los dos… Por favor- enseño todos mis dientes, o los que quedan tras los que he perdido estos días, para poner una sonrisa lo más bonita y encantadora posible. Eso con mamá a veces funcionaba. Como cuando le pedí aquella muñeca en el rastro al que fuimos, era vieja y seguramente ninguna niña la quería, pero yo la veía bonita.
Levanto la cabeza cuando dice que visitará a mi padre. –Claro, podrías venir, aunque a papá no le gustan mucho las visitas. A mamá le gustan más, quizás podrías venir cuando ella vuelva de su viaje- le explico de vuelta. -¿Un maestro? ¿Temperamento? Seguro que sabes muchas cosas- señalo los libros. –Los que saben muchas cosas son maestros, como los del cole. Pero si dices que tu amigo sabe más cosas, está bien… Supongo. ¿Cómo se llama?
Mr. Clock devuelve la sonrisa curvando hacia arriba sus labios. Asiente mientras deposita suavemente los dos platos sobre la mesa más cercana y camina hacia los cajones cerca de la estufa. Abre el segundo y extrae un cuchillo de hoja tan brillante, que te parece que arroja más luz que las mismas velas. El Sluagh no parece inmutarse por este efecto y con sus pasos arácnidos, se para frente a los dos platos de nuevo, para en un conjunto de movimientos increíblemente ágiles y difíciles de seguir, no sólo parte exactamente a la mitad cada porción, sino que las mueve de un plato al otro, para dejar exactamente dos platos con la misma distribución del postre ofrecido. Luego deposita el cuchillo sobre la mesa, su hoja llena de algo de crema, y toma los platos para ofrecértelos de nuevo.
-No te preocupes por eso. Yo hablaré a solas con tu padre. Puedo llegar a ser muy... persuasivo- y el susurro resuena con cierta teatralidad, al tiempo que un brillo astuto en la mirada de Mr. Clock parece esconder lo que está pensando realmente. -Te aseguro que terminará aceptando que salgas más a menudo a visitar a tu maestro- dice y acerca el plato que no seleccionas a su rostro, tomando con su pulgar y su índice uno de los pedazos de torta y dándole una mordida, mientras mastica de forma lenta y pronunciada.
-Se hace llamar D'Orsigny.- dice tras tragar el pedazo que tenía en la boca. -No hallarás espadachín más hábil, ni tutor más paciente de este lado del canal de la Mancha o del otro. Aunque posiblemente me devano con los cumplidos, basta decir con que es un kithain honesto, y que tiene a otros pupilos a su cargo. Por lo que podrás conocer a otros como tú, y compartir con ellos. ¿Te gustaría tener más amigos, no?- pregunta Mr. Clock. -Con algo de suerte son tan encantadores como tú.
enseño todos mis dientes, o los que quedan tras los que he perdido estos días, para poner una sonrisa lo más bonita y encantadora posible.
Los Sluagh no tienen dientes. Así que en realidad has mostrado encías xD
Sonrío viendo cómo reparte los pedazos de tarta en dos. Mr. Clock tenía mucha maestría cortando las tartas, aunque me pregunto…
-¿Las has cocinado tú?- señalo los pedazos de tarta, que pintaban deliciosos. Compruebo que también saben a gloria cuando me pone uno de los platos delante y puedo probarlo. –Mmmmm… Rico- digo de buen humor y saboreo aquel tentempié de medianoche, que sabía tan rico como la tarta de la mamá de Tommy. Había decidido que cuando fuera mayor aprendería a hacer tartas y sería una mamá de las que hacen tartas, de esas que dejan buen olor por toda la casa. Se me hacía agua la boca solo de pensarlo, qué ricas las tartas.
Asiento cuando dice que puede ser persesivo, no sé qué significa, pero me vale y le sonrío. –Vale, entonces ven a hablar con papá cuando quieras… Bueno, cuando esté. No está siempre en casa- me encojo de hombros.
Frunzo el ceño cuando dice el nombre de su amigo, porque es un nombre muy raro. -¿Espadachín? ¿Va a enseñarme a usar espada? ¿Iré a otro cole?- añado extrañada. –Sí, los amigos están bien… Aunque a otros niños no les gusto mucho, pero es porque mamá dice que soy muy especial y ellos no lo entienden. Si quieres hablar con papá, espera a que acabe el fin de semiana. Él vendrá a recogerme a casa de Tommy, porque luego tengo cole otra vez, pero si me tengo que cambiar de cole mejor que sea antes y lo sepa. A ver si me va a mandar al cole que no es- bebo té, satisfecha con mi explicación y acabo la tarta con gusto.
Mr. Clock niega lentamente. -Me temo que no. Las he comprado en una pastelería no muy lejos del barrio- dice mientras hace una pausa para responder y luego continúa comiendo con buen ánimo, mientras te escucha atentamente. Luego cuando acabas, interrumpe.
-Primero que todo, estimada Leo, tu madre tiene razón. Eres especial. No dejes que nadie te diga lo contrario.- dice asumiendo una actitud seria. -Y si te siguen molestando, puedes decirme. Puedo ayudarte a convencerlos de que te dejen tranquila, y que aprendan a comportarse. Pregúntale a tu amigo Tommy, seguro que se ha portado mucho mejor desde que fui a visitarlo- comenta el Sluagh, con cierto placer en su mirada y satisfacción en su sonrisa asomándose por los labios. -Además, estos amigos serán tan especiales como tú, por lo que podéis llevaros mejor... o eso espero-
-En segundo lugar, no necesitas cambiar de colegio. Es más... una actividad extracurricular. Como un tutor personalizado que te enseñará lo que debes saber de los Kithain, la magia, el Ensueño y todo lo demás. Y sí, incluso a usar una espada, o casi cualquier otra arma.- toma aire y parece mucho más satisfecho. -Bien. Entonces me encargaré de todo, y cuando menos lo esperes, tu nuevo maestro te hará una visita. No te preocupes, le reconocerás inmediatamente, su aspecto es diferente, no como el tuyo o el mío, pero diferente y mágico. Ya lo verás. Ahora... si ya has terminado, ¿quieres ir a ver al cucú?- invita mientras la tetera silva en el fogón y él mismo se levanta para preparar el té en dos pequeñas y delicadas tazas, elegantemente pintadas y de porcelana fría y ligera.
El resto de tu visita está llena de historias. Mr. Clock, como buen anfitrión, te deja ver al pequeño y tímido cucú cantando a la hora en punta. Te cuenta luego historias con cada reloj, explicando que cada uno va a la velocidad con que estuvo en ciertos momentos en El Ensueño, aquel lugar alejado de la realidad a donde van los sueños y las pesadillas y de donde vienen las hadas. Te explica de las quimeras, como las arañas de ojos verdes y las sombras danzantes que parecen rodearte todo el tiempo; y que cuando tu Crisálida termine, seguramente se irían a vivir al Ensueño o se desvanecerían en la realidad. Te advierte de tener cuidado con la gente fría e incrédula, la gente sin magia en sus corazones, que podían hacerte daño, llenándote de lo que llamó Banalidad, haciendo que al final, olvidases tu naturaleza feérica. Te previno en contra del Hierro Frío, al que llamó "el flagelo" de las hadas. "Si alguna vez te encuentras con algo hecho de Hierro Frío, ni siquiera te acerques, aléjate y no dejes que te toque ni siquiera". Y finalmente, la noche acaba con chismes y cotilleos de los vecinos que tu anfitrión te comenta, respondiendo a tus dudas. Mr. Clock está inusualmente bien informado de todo lo que ocurre y parece saber muchas cosas sobre los vivos -y los muertos, según te dice- que rondan el vecindario.
Cuando se hace algo más tarde, cerca de las 4 de la madrugada, él te explica que tu Crisálida está atenuándose y, fiel a su palabra, te acompaña de regreso hacia la casa de Tommy. Una vez más debes abrazarle, mientras él escala la pared como una araña ágil y desproporcionada, hasta abrir la ventana e introducirse una vez más por ella. Tommy duerme en su cama, ajeno a su cama, pero ante la ventana abierta, parece removerse entre sueños incómodo. -Dile a tu amigo que gracias a ti he reconsiderado. Pero que si vuelve a ser grosero con los adultos, volveré a visitarle- susurra Mr. Clock, mientras deja un beso amistoso en tu frente. -Hasta que nos volvamos a ver, estimada Leo. No dudes en visitarme de vez en cuando- dice el hombre mientras se despide retirando su sombrero y haciendo una venia pronunciada, con inclinación de su rodilla incluida. Y sin más, sale por la ventana, mirándote una última vez con sus ojos pequeños y negros, sonriente, para bajar hasta el jardín y confundirse con las sombras de la noche.
Estabas segura de que aquella no era la última vez que verías a Mr. Clock, y en el fondo, tu historia como parte de los Kithain y como Leonore Walsh, acababa de comenzar...
Este es mi último post de preludio. Contesta cerrando como desees y cerramos esta escena.
La tarta es deliciosa, así como el té. Es el mejor tentempié de medianoche que he tenido nunca, mejor que cuando voy al frigo a escondidas a coger algo de queso para Sarah y de chocolate para mí. La comida es la mejor compañía para una charla, así que escucho a Mr. Clock, mientras habla.
Hago un gesto con la mano de quitar importancia. –No molestan, no sé…- me encojo de hombros. Me daba un poco igual si los otros niños no querían jugar conmigo, casi siempre jugaba sola. No es como si papá fuera a permitir que ningún niño viniera a casa. Con Tommy jugábamos en el jardín si eso, en la calle o en su jardín. No entrábamos mucho a las casas, por eso a papá le parecía bien. –Pero más amigos siempre está bien… ¿Especiales como yo? ¿Sus mamás también les dicen que son especiales?
Cuando dice que no necesito cambiar de colegio, le miro confusa. –Ah… ¿Actividades extraescolares? ¿Cómo los niños que van a tocar el piano después del cole? No me gustan mucho los instrumentos, en el colegio nos obligan a usar una flauta que al soplar suena mal y pita… Y los dedos me duelen cuando tapo los agujeritos. Usar una espada después del cole suena más divertido- comienzo a emocionarme. –Es como en los cuentos, así podríamos salir a matar dragones y rescatar princesas… O como en las películas que ve papá de las galaxias, ahí también usan espadas de luz… Yauuuum- finjo el sonido y también el sujetar de la espada como hacen en esas películas, aunque solo he visto trozos pequeños y las carátulas. Papá no me deja verlas enteras. -¿Has vistos esas películas? ¿Te gusta el cine? Es como que te cuenten una historia pero la ves en una pantalla, me gusta más cuando mamá me cuenta las historias pero el cine es divertido también.
Sigo a Mr. Clock a ver sus relojes y escucho de forma fascinante sus historias. Hacía mucho que nadie me contaba historias así, cuando mamá está lo hace ella pero hace tiempo que no vuelve. Tengo que reír mirando a su cucú salir. Miro a las arañas de ojos verdes de reojo cuando las nombra, no sabía que tenían nombre propio aquellas arañas, yo las hubiera llamado arañas sin más. Si las iba a ver a diario quizás luego me sentiría sola al no verlas, mejor si iban a otra parte en lugar de desaparecer. Quizás podría ir a visitarlas. No entiendo del todo sobre la gente que no tiene magia en los corazones, sí que es verdad que había gente más gruñona, pero yo no tenía por qué hablarles de magia fuera de las extraescolares. Eso le digo a Mr. Clock también. Lo del hierro me da algo de hielo.
Camino de nuevo por el vecindario de noche hasta casa de Tommy. No sé qué tiene que ver la cristálida con no haberme podido quedar allí, pero no me importa. Pasearme por las calles a esas horas siempre había sido algo prohibido para mí, y era divertido. Era como de día pero con menos gente y más oscuro. Volvemos a subir por la pared, de una forma que me maravilla y que me gustaría poder hacer a mí. Qué sorpresa se llevaría Tommy cuando supiera que su slenderman era más un spiderman.
-Se lo diré… Y gracias por la invitación y los pasteles. Me gustará visitarte alguna vez de nuevo, tus relojes son muy bonitos y el té estaba muy rico- le sonrío de nuevo y voy a acurrucarme en el colchón provisional que pusieron para mí. Despido con la mano a Mr. Clock cuando baja por la ventana y me acurruco tratando de dormir. No puedo quitarme la sonrisa de la cara mientras trato de retomar mis sueños de nuevo, había sido una experiencia divertida e inesperada, que me gustaría repetir.