Parecía que por fin alguien le prestaba atención y en su interior un cierto alivio relajó los hombros cansados. Resultaba que no era invisible, aunque estudiando las circunstancias, mejor que lo fuera, claro que eso le dejaría en una posición poco ventajosa con respecto al asunto que le había traído a ese lugar en una noche tan intempestiva.
- Ciertamente - como evidente confirmación ante la pregunta del caballero que no parecía estar soltando blasfemias por la boca y sospechaba que algo más cultivado que el otro par desaliñado
Ante su respuesta, un ligero chasqueo de la lengua demostró su desaprobación mientras atusaba el cuello del vestido.
- Que contrariedad - masculló de vuelta al joven tras lo que e volvió hacia la puerta - ¿Hace mucho?- posiblemente aún estuviera a tiempo de alcanzar a su escurridizo hijo para ponerle al tanto de las últimas noticias.
De haber sido así, se lo habría tenido que cruzar por el camino y de una cosa estaba segura, no se había topado con ningún auto en la última hora.
- Gracias igualmente señor... - el interrogante quedó en el aire, puesto que a excepción del bastardo, nadie había tenido a bien presentarse tras dar a conocer ella su nombre.
Con suma delicadeza, el padre John toma con suavidad las manos de Rosalind y la guía hacia uno de los cómodos sillones de aquella estancia. Una vez que se asegura que la mujer esté sentada, él también va a tomar asiento. Por un instante, Rosalind puede notar algo de duda, sin embargo termina por sentarse en uno de los sillones. Ese instante también despierta algo en la señorita Bartou, pues quizás sin saberlo el sacerdote se sienta en la silla favorita de su padre.
-Pequeña Rosalind, en verdad puedo dar fe que, fuera cual fuese los deseos de tu padre, seguro no esperaba muchas de las cosas que están ocurriendo esta noche. Otras, en cambio, no le habrían sorprendido.- Mira hacia la ventana unos momentos, y se gira de nuevo hacia ella. -Pero también estoy seguro que él confiaba en que tendrías la fuerza para soportar esta y cualquier otra prueba que haya querido ponerles. Marceló podría ser algo excéntrico, pero hasta el final tuvo la mente clara.-
Por un momento, escuchan el sonido de una puerta. Después de un segundo, el hombre continúa. -Creo que las circunstancias están dando paso a sacar lo peor de las personas... Pero también pueden sacar lo mejor. Quizás en la mañana puedas ver con otros ojos a aquellos que han venido hasta aquí.-
Priscilla avanza en la dirección por la cual han ido Rosalind y el Padre, llegando pronto hasta la biblioteca de la mansión. Aquella es una hermosa estancia de dos pisos, llena de centenares de libros y que se conectan por medio de una escalera de caracol. En el segundo piso hay además un extenso ventanal que da hacia la parte de atrás de la mansión, desde donde puede verse el invernadero y todo el extenso terreno.
Abre la puerta, encontrándose con la habitación a oscuras, aunque la escasa luz nocturna ilumina tenuemente desde el segundo piso a través de la escalera. Pronto puede escuchar la voz del sacerdote desde el segundo piso, hablando con otra persona. -Creo que las circunstancias están dando paso a sacar lo peor de las personas... Pero también pueden sacar lo mejor. Quizás en la mañana puedas ver con otros ojos a aquellos que han venido hasta aquí.-
Puesto que parecía que habían llegado a una especie de consenso por el momento, Lucius y Joel terminaron por acercarse a los nuevos invitados de la noche, tomando sus cosas y llevándolas hacia el segundo piso. El señor George Rochester habia subido las escaleras con Odette en sus brazos y de momento no había vuelto a bajar. Por su parte el abogado se ha dirigido al comedor, seguido de una nerviosa Charity que comienza a hablarle muy bajito y con clara intensidad en su tono, al menos es lo que pueden adivinar por sus gestos.
En el recibidor quedan entonces solamente el joven Ferdinand, la señora Chantelle, el señor Edward, el piloto Thomas y la joven Margot. Está última no tarda en dirigirse al exterior seguida del piloto, dejando de algún modo al cineasta la tarea de guiar a los recién llegados por el interior de aquella casa que sin embargo le es familiar.
Afuera sigue lloviendo a cántaros, lo que hará bastante complicada la tarea que Margot pretende emprender. Tantear con la batería en esas circunstancias es casi un deseo de muerte, si llega a hacer contacto sin querer y recibe una potente descarga. El chofer se mesa las manos y se las sopla para intentar mantener el calor. -Muchas gracias por querer ayudar, señorita. No sabía que el señor Marceló tuviera una mecánica en su hogar.- Mira también al piloto, y aunque no lo dice parece extender su agradecimiento también hacia él.
Thomas ilumina el interior del motor con la linterna del móvil mientras sujeta la tapa y busca la varilla para tener al menos una mano libre.
-¿Conoce a muchos miembros de la familia Marceló, buen hombre?- pregunta sin apenas dedicarle más que una mirada para no amedrentarlo, su tono era conciliadoramente distraído, pero la pregunta era inquisitiva.
Tan pronto llegaron al coche, Margot se puso manos a la obra. Menos mal que Thomas traía paraguas, porque si no fuera por él tanto ella como el pobre motor habrían acabado empapados hasta los huesos... o los engranajes, según el caso. Así que le agradeció tanto eso como la luz, y el que se ocupara del capó, con una sonrisa. Sería fácil vivir ahí una semana si convivía con gente tan maja.
Bueno, maja quitando a la vieja y la neurótica.
—A ver... —Se sumergió en el motor para buscar que andaba mal. Sabía exactamente qué buscar y cuáles eran los sospechosos habituales en caso de lluvia, así que no se demoró mucho en encontrar al culpable —Se mojó el motor de arranque, así que menos mal que lo pillamos pronto —dijo mientras volvía a erguirse y miraba al taxista —La mala noticia es que no tengo aspiradora de coches aquí, así que habrá que secar todo manual.
»Tráeme una toalla o algo, si tienes —Dudaba que no tuviera. Seguro alguna cosa tenía en el maletero —O un trapo, o lo que sea.
Mientras este iba a buscarlo, ella se ocupó de dejar todo el resto listo y desconectó la batería, el cable a tierra y el positivo. Entonces secó con lo que tuviera a mano las partes mojadas, y retiró las tapas de plástico para hacer lo mismo con ellas. Sacó la bujía y revisó todos los contactos eléctricos, que secó también para asegurarse de que no hubiera un cortocircuito cuando intentara mover el motor de arranque.
Entonces le pidió al taxista que fuera a arrancar el motor varias veces para ayudar a secar el motor, hasta que ella le indicara. Tampoco quería que agotara la batería. Giró la manivela para dejar los pistones a su máxima altura y procedió a secar el agua que había entrado en ellos, aprovechando el espacio que había dejado la bujía.
Por último, volvió a colocar las bujías, secas y limpias, y cerró el capó. Con eso debería estar todo listo. Le dio un par de golpecitos al coche, suaves como si fueran caricias en la cabeza de un niño, y alzó la barbilla en dirección al taxista.
—A ver, intenta arrancar ahora —le indicó, haciéndose a un lado junto a Thomas.
El flash de mi padre sentado en ese sillón, siendo ocupado ahora por el Padre John, se sintió como una señal del mismismo señor. O de mi padre mismo, o quizás de ambos. Poco a poco conseguí calmarme de nuevo, aquellas palabras tenían verdad.
No podía olvidarlo, él fue quien me empujo a seguir el camino de la iglesia con las monjas. El hecho de que el mismo Padre estuviera aquí ahora diciendo lo que estaba diciendo era un evidente señal de que tenía razón. -... los caminos del señor son inescrutables... no es así?... - dijo finalmente calmándome, mirando a un punto muerto de la biblioteca, si él decía que mi padre tuvo la mente clara hasta el final, aquello era algo bueno más de lo que aferrarme. Estaba bien oír a alguien hablar bien de Marceló, después de tanto... menosprecio general.
Pero a quien iba a engañar. Esa familia debió ser siempre así. Sólo negué toda esa actitud al haber estado alejada de todos ellos durante mi clausura. Y si mi padre eligió ese camino para mí, para evitar que me mezclase con todos ellos? y si por ello se aisló él mismo?... ... pero lo último era demasiado, incluso para soportarlo. - pero Padre... ese individuo ha dicho que es hijo de... eso es imposible, mi padre amaba a mi madre! No es posible! - negando mi cabeza le miré a los ojos como esperando una respuesta, necesitaba oírlo decir de alguien. Mi padre no hubiera hecho semejante acto tan deshonesto y tan impuro. Y era un hombre JOVEN!! Me dolía la cabeza. Estaba ganando el agotamiento. Por muy firme que quisiera mantenerme...
Pero tener al Padre John aquí conmigo, a solas, en ésta extraña circunstancia... en cierto modo aliviaba el estrés. - No quiero que destrocen su nombre, o su honor... más de lo que ya lo hacen a cada minuto... usted le conoció bien. Todo esto no es correcto....! - injusto, no injusto, no parecía poder elegir ni tener control sobre ello. No llegaba a formular otras opciones, ni opiniones, solo estaba visiblemente frustrada y desconcertada. Pero si todo esto había sido orquestrado por mi padre, no tenía opción de hacer lo que él hubiese dicho. Tras otro breve silencio le miré y con cansancio en la mirada le dije.
-¿Sabe...?... esa era su silla favorita. Ahora que estoy aquí de nuevo... me vienen tantos recuerdos a la mente... - buenos, y no tan buenos... pero así es la vida. El señor nos pone a prueba siempre, a diario. - ... Gracias por haber accedido a estar aquí, Padre John. De verdad creo que a... todos nosotros - a mi - nos hará falta... su presencia.
La voz del cura detiene el avance de Priscilla, que se queda a la escucha. No pretendía fisgonear, pero tampoco desperdiciará la oportunidad de hacerlo.
¿Será la otra persona Rosalind? Sería lo lógico, y que ha salido tras ella...
-No hace mucho que Cletus se marchó -le respondió Edward a Chantelle, tratando de hacer memoria mentalmente.
Cletus se había marchado después de la lectura del testamento, al poco de que hubiera llegado Margot. ¿Cuánto podría haber pasado? ¿Una hora, dos...? No creía que hubiera transcurrido mucho más.
-Una hora, quizá un poco más. Puede que se cruzasen en el camino -sugirió el cineasta, pensativo-. Bartou. Soy Ed Bartou -se presentó el director de cine.
Edward notó que la mayoría de familiares se habían retirado y, por lo que conocía a Rosalind y Priscilla, podía imaginar que estarían en shock por saber quién era Ferdinand.
-Síganme los dos -le dijo a Ferdinand y Chantelle, con intención de guiarles al interior de la mansión-. Imagino que querrán ir directamente a sus habitaciones a descansar, ¿correcto?
Ferdinad se dispuso a acompañar a Edward, el cineasta.
—Yo solo me adecentaré un poco para quitarme la lluvia de encima y luego bajare a la cocina o el salón. El viaje ha sido una odisea de aviones y trenes y creo que tardaré en poder dormir.
Arrastró su maleta por la escalera y el pasillo, haciendo sonar los ruedines de goma
—Por cierto no sé que grado de parentesco tenemos. pero podemos tutearnos. Solo si le parece correcto.
El trasiego inconstante de personas desconocidas la tenía descolocada y agradeció al señor Bartou la deferencia para con ella, puesto que ni tenia idea de quién era cada quien, ni habían tenido algunos, la decencia de presentarse correctamente.
Contrariada por la noticia de que su escurridizo hijo se le había escapado por apenas una hora, se hizo la promesa mental de averiguar qué le había hecho abandonar el funeral de su tío con premura. Eso sí conseguía localizarlo, que ya tenía claro como era Cletus con su disponibilidad.
- Gracias - volvió a la realidad de la entrada con un gesto cordial al cineasta - Sería todo un detalle. Me gustaría, sobre todo, secar esta ropa empapada de la lluvia. Igualmente creo que será mejor bajar a que nos expliquen que sucede - agregaba a las palabras ya dichas por Ferdinand.
Se sentía más perdida que un británico en la guerra de Independencia, atrapado en el bando de las colonias sublevadas, pero de eso, solo tenía culpa ella por llegar tarde.
Con algo de trabajo, debido a su corpulencia, se agachó a recoger el maltrecho bolsón de viaje, deseando adecentarse cuanto antes y conseguir alguna explicación.
-Si eres el hijo de Marceló, entonces soy tu tío segundo -le comunicó Ed a Ferdinand cuál era su parentesco exacto, mientras pensaba en Priscilla y Rosalind. La existencia de Cletus había sido un shock para ambas mujeres, por lo que el hecho de saber que Ferdinand era hijo ilegítimo debía haberlas afectado mucho. Tendría que hablar con ellas luego-. Por supuesto que puedes tutearme, Ferdinand. Llámame Ed -le pidió, sin dudarlo.
Aunque Edward tenía edad para ser abuelo, era uno de esos cincuentones que se negaban a envejecer, machacando su pequeño cuerpo todos los días en el gimnasio como si el físico fuera todo lo que podía ofrecer. Como cineasta no era mucho mejor. Todas sus películas tenían un argumento que podía idear un chaval de quince años.
El director de cine se dispuso a guiar al dúo de recién llegados. Conocía sobradamente la vivienda por todas las veces que había estado allí en su juventud. Al ver que Chantelle se disponía a recoger el gran bolso de viaje que había traído, le hizo un gesto para ocuparse de él.
-¿Me permite? -le preguntó. Solo cargaría con el bolsón si la mujer se lo indicaba-. Estará agotada por el viaje...
Mientras espera la respuesta del taxista, resulta que Margot ya se ha apañado de mil maravillas con la maquinaria y él hacia lo que podía por no resultar un estorbo, manteniendo el paraguas sobre ambos y el motor o sujetándole las piezas que le pasara con los dedos restantes de sujetar el móvil con el que alumbraba. Realmente aquello no se parecía demasiado al motor de un avión así que su ayuda se limitó a observar y seguir las instrucciones de la mecánica.
Cuando la chica consideró que ya había hecho lo que podía, se retiró permaneciendo al lado de ella y esperó a que el taxista hiciera el intento de arrancar.
—Un gusto, Ed. Puedes llamarme Fer.
Enseguida llegaron a su habitación y Ferdinand se despidió temporalmente:
—Me pondré un poco presentable y buscaré una zona común. El día ha sido muy extraño y no creo que pueda dormir en un buen rato.
Media hora después un recién duchado y convenientemente vestido en vaqueros de marca y una camisa con un par de botones de más sueltos en el cuello se presentó en una de las salitas. Al principio se hizo con uno de los libros de la habitación, pero en seguida prefirió mirar la lluvia a través de la ventana. Era un sonido relajante que le conectaba con la fuerza de la madre tierra.
estaba esperando un pase de turno oficial o algo así. En ausencia del mismo tiró adelante a mi aire XD
Un gesto entre sorprendido y contrariado, surgió en el rostro de la recién llegada, que pocos instantes antes, se había atusado el cabello, terminando de incorporarse, con el bolso en la mano. Dubitativa, durante unos instantes, meditando la posibilidad de ceder el equipaje, mantuvo aferrado el mango de la maleta, para finalmente, negar delicadamente al caballero.
- Tranquilo, no es pesado - sin agregar, que había tenido que ocuparse de sus equipajes durante toda su vida y acostumbrada a ello, prefería no cambiar sus rutinas pero una mirada benévola, confirmó que le había agradado el gesto - Muchas gracias de todas maneras - no solían tener esa deferencia con ella, por muchos motivos, entre ellos su corpulencia y su color de piel, pero Ed parecía alguien inusualmente encantador y educado.
Los pasos pesados, ascendían las escaleras con lenta lasitud, mientras la mano derecha asía el pasamano, apoyándose en él durante el pausado ascenso. Alcanzando el descansillo, su respiración se había vuelto entrecortada y una leve pátina de transpiración afloraba a sus sienes.
Tras unos instantes, en los que la mujer se dedicó a asearse, se escuchó el crujir de las escaleras, cuando bajaba por ellas en un fatigoso ritmo. Los zapatos de suela de goma marcaban unas pisadas cautelosas, buscando al resto de congregados a la lectura de testamento. Encontró a Ferdinand en una de las salitas y él la encontró a ella con un peinado más compuesto, un vestido negro, parecido al anterior y desprendiendo una ligera fragancia a violetas y almizcle.
- Creo que me va a costar conciliar el sueño - reconoció al posar la mirada sobre el libro en sus manos - Ha sido un día largo.