Partida Rol por web

La puerta se abre y entran a la habitación el señor Rochester llevando a Odette en la silla, Rhys, Cletus, y Thomas, seguidos por Lucius quien les ha abierto la puerta. -Ah, pasad, por favor.- Dice Charity, invitado a los que allí se encuentran a tomar asiento en el sofá. -Si estáis todos podemos pasar al...-

-No están todos.- Interrumpe el abogado. La señorita Williams mira a los presentes, y pone gesto de circunstancia. -Es cierto. ¿Donde se encuentra el señor Edward Bartou?- Su pregunta va hacia Lucius, quien enseguida hace una reverencia. -Iré a buscarlo.- Dice, y sale de la habitación.

La asistente se vuelve entonces de nuevo hacia los presentes. -Estaba explicando a la señora Bartou y la señorita Bartou respecto a la necesidad de tratar el tema del testamento lo más pronto posible. Mientras esperamos, ¿tened alguna pregunta? Trataré de responderla del mejor modo posible.-

El chico se rasca un poco la cabeza. -En realidad esta es la sala mejor iluminada de todas, por los ventanales que dan al jardín. Si te soy sincero, esta mansión siempre me ha puesto los pelos de punta, mucha madera que rechina por las noches, y pocas habitaciones iluminadas con luz natural....- Admite el chico, metiendo sus manos en los bolsillos. -¿Quizás en la biblioteca del segundo piso? Allí también hay una ventana amplia.- Sugiere.

Los ojos de Joel brillan con curiosidad. -¿Es una nueva película? ¿De que está vez?- Pregunta, con brillo de interés en los ojos.

Al final, el chocolate quedó olvidado en algún lugar entre tanto ajetreo. Yo, desde luego, no puse mano en él, demasiado pendiente como estaba en todo ese descendimiento por las escaleras. En cuanto me pusieron de nuevo en la silla, hice un gesto con la mano a mi padre, como pidiéndole que por favor me dejara autonomía, aunque lo hice con timidez y mis mejillas estaba ruborizadas por la vergüenza de haber sido el centro de atención de todas aquellas maniobras.

—Merci. Gracias a todos —dije muy bajito, sin atreverme a levantar la mirada del suelo—. Yo me encargo desde aquí.

Después de eso, volví a hacer un gesto a mi padre para que no empujara la silla y empecé a moverla yo con mis brazos, fornidos bajo el delicado vestido negro de manga larga que llevaba puesto.

Al entrar y ver que ya estaban casi todos allí, me sentí un poco aliviada, pero al mismo tiempo extrañamente incómoda. Moví la silla para irme a una esquina de la habitación, como si sentir dos paredes detrás de mí y a mi costado pudiera darme un poco más de seguridad, observando al resto desde allí, aunque con mirada tímida y la cabeza aún un poco baja.

En cuanto escuché que hablaban del testamento y dejaron turno para preguntas, agarré a mi padre de la manga y tiré un poco para decirle algo:

—Papá —le hablaba en voz baja, aunque no tan bajo como para que no se escuchara por los demás—, ¿podrías preguntar lo de la Fundación Strong Teenagers, por favor?

Por supuesto que al moverme a una esquina quería alejarme lo más posible de Thomas y mantenerlo dentro de mi campo visual. No quería que me volviera a pillar desprevenida bajo su aura de hacerse el inocente. Sin embargo, algo en mi interior me reconcomía, pues todos decían que había sido tan caballeroso y él no parecía hacer alusión a lo sucedido: ¿había sido imaginación mía? ¿Quizás Thomas no había tenido intención de hacerme nada?

Maldita Odette. ¿No lo he dicho ya? En esa época era estúpida. Claro que Thomas había hecho lo que había hecho, pero ahí estaba mi timidez y mi debilidad hablando por mí, por la niña tonta que era, dudando de si el primo que se había excedido se habría excedido realmente. ¡Claro que se había excedido! Maldita Odette ridícula.

Eso sí, al menos tuve la mínima dignidad de pedir que me dejaran a mí guiar la silla. No era una niña y quería demostrarlo. Sin embargo, maldición, siempre dependiendo de mi padre sin poder evitarlo. ¡Hasta para hacer una pregunta! Ese era mi carácter en aquel entonces: una niña apocada incapaz de levantar la voz en una reunión para hacer una maldita pregunta, dejando esa tarea a mi padre.

Mon bon papa. Un refugio contra un mundo salvaje, contra un mundo tan salvaje como él mismo lo era. Mierda. Pero conmigo era bueno, era un ángel, y todavía me pregunto, a día de hoy: ¿no habría sido mejor que hubiera sido un poco más duro conmigo? ¿No me habría forjado mayor dureza e independencia?

Pero ahí estábamos: en el fondo, éramos dos náufragos en un mundo salvaje y cada uno de nosotros lidiábamos con la tempestad del mar a nuestra manera. Él enfrentaba el oleaje con rabia, a pecho descubierto; yo escondiéndome detrás de él. Pero juntos, eso sí, juntos. De algún modo, según me parece ahora, tóxicamente juntos. Un escudo mutuo contra un mundo que nos parecía hostil, débiles en nuestro fondo; no haciéndonos más fuertes en realidad, sino más pequeños, mutuamente pequeños. Pequeños y solos.

Por un momento, al ver que mi madre y mi prima se habían movido del lugar donde las habíamos dejado, había temido que se hubieran dispersado de nuevo. Por suerte, no había sido así y ahora el único que faltaba era Edward. Pasé al despacho y avancé hasta quedar detrás de mi madre. Le puse una mano en el hombro y apreté con suavidad. 

—Edward fue antes a la sala del velatorio. Se había dejado esa cámara suya que lleva a todas partes. 

Luego me quedé mirando a la señora Williams. Charity. Qué poco me gustaba esa mujer. Y claro que tenía preguntas, un montón de ellas. Pero posiblemente muchas se responderían por sí solas con algo de paciencia, cuando por fin se leyese ese dichoso testamento. Así que no dije nada y me quedé observando sin más, a la espera de que los acontecimientos atroces de aquel día extraño siguiesen avanzando por sí solos. 

Finalmente. Más confirmaciones de la verdad. Y al parecer la más enterada de todo era la señorita Williams. Y volvió a sacar el tema del testamento. El dichoso testamento. Allí se diría todo lo que mi padre ordenó, o deseó, o planificó. 

Y no tuvimos que esperar mucho antes de que el resto llegasen. En parte era un alivio ver que habían dejado de recorrer la casa de arriba para abajo, pero al notar que faltaba Edward y oír el comentario de Rhys sobre su cámara... un escalofrío me recorrió la espalda. 

Deseché la idea y me quedé sentada en el sofá, esperando callada. Era extraño estar en el despacho tan lleno de gente, entre los actuales y los empleados de la casa... un tanto agobiante. Me vino a la mente una de tantas reuniones que mi padre hacía con sus colegas cuando yo era pequeña en éste mismo lugar. Excepto que ahora yo estaba dentro. Era una sensación pesada que cortaba en dos el paso del tiempo. Como si el pasado vivido aquí de niña hubiera sido otra vida distinta. 

Pero era la misma. Y tenía que lidiar con lo que estaba pasando. La primera pregunta la hizo la chiquilla de la silla de ruedas, no la oí muy bien estando en una esquina apartada de la habitación con su padre.

Desde el sillón en el que había tomado asiento cerca del otro, donde Mary Smith parecía necesitar el consuelo del dichoso Padre John, Priscilla observó erguida la entrada de casi el resto de asistentes a la trágica llamada. El ceño fruncido, aún resonaban en su cabeza las palabras de la joven pero desde su punto de vista nada inocente secretaria de Marceló, Charity. 

¿Que seamos pacientes, y con mente abierta ante lo que podamos escuchar durante la lectura del testamento....? ¡Por Todos los Santos! ¿Qué diantres querrá decir eso exactamente...?

Pero no debía faltar mucho para averiguarlo. Y para preguntar lo que fuera necesario, como la pequeña lisiada empezaba a hacer. Algo le dijo a su padre acerca de algún tipo de Fundación, pero tan bajito que su oído, aunque aún muy fino, no llegó a captarlo bien.

Rhys se había colocado detrás de ella, tras el sillón, y su suave apretón en el hombro la reconfortó. Levantó la vista hacia él, y le sonrió. Hacía muchísimo que no sonreía, se dijo a sí misma. Con gesto entre amigable y maternal dio un par de palmaditas a la mano de su hijo, y luego volvió a tomar el rictus hierático que acostumbraba a mostrar.

-Cierto, el muchacho dijo que quería recuperar la cámara. Espero que no se haya demorado con... cualquier idea fuera de lugar. 

La mirada voló al sofá donde Rosalind esperaba tensa, seria.

-La verdad es que sí. En un día como este, con la lluvia y habiéndose ido la luz, la mansión tiene un punto de lo más tétrico -reconoció Ed, con un gesto de asentimiento.

Tenía que reconocer que caminar por esos pasillos a oscuras podía llegar a sugestionar un poco. El cineasta nunca había tocado el género de terror en su carrera, puesto que siempre lo había considerado un género menor, aunque quizá fuese el momento de que hiciese caso a la sugerencia de Cletus y sacase ideas de aquella experiencia para una película de miedo.

-La biblioteca del segundo piso... Suena bien -dijo Ed, pensativo. Podía ser un buen lugar desde el que echar un vistazo a la grabación sin que nadie le viera-. ¿Me acompañas para enseñarme el sitio? -le preguntó al joven-. Sí, claro. Estoy rodando una nueva película. Se llama Venganza en el Espacio. Una space opera en la que una empoderada joven tendrá que combatir a un imperio galáctico para vengar a sus seres queridos -Sí, la película pintaba tan mal como sonaba en boca de Ed, aunque a ojos del director, aquella iba a ser una película capaz de rivalizar con Star Trek o Star Wars-. Va a ser el nuevo gran éxito de Netflix.

A veces hablar con Lucius era como hacerlo con el típico negro de las películas de la época del algodón pero en la actualidad y se sentía raro.

Bueno, Alfred el mayordomo de Batman también era así, quizás va más con la profesión que con la raza, es mejor no hacer estereotipos precipitados.

En cualquier caso parecía que lo del generador no estaba claro, aunque sí que podían encontrar un culpable, claro que si por Lucius fuera seguramente se echaría la culpa de todo lo que saliera mal o no funcionara así que tampoco podía tenerlo en cuenta.

-Relax hermano, bastantes cosas tienes en la cabeza y para ocuparte como para decir eso, tan solo lo digo como una posibilidad mientras vuelve el suministro, pero nadie se va a morir ni nada parecido.

No hizo falta que explicara donde había ido Ed pues ya otros hicieron el trabajo, aunque lo de continuar aquella reunión y poder terminar los cabos sueltos le parecía bien, no deseaba alargar aquello más de lo necesario y mucho menos vestido así ya que generaba incomodidad a algunos.

-¿Preguntas? -Dijo encogiéndose de hombros.- Ninguna en concreto la verdad, por mi parte puede comenzar cuando quiera.

Ya podía verse llenando su furgoneta con sacos llenos de dólares, Clem iba a flipar en colores cuando regresara. Se limitó a colocarse en algún sitio donde pudiera apoyarse un poco y quedara en un segundo plano sin molestar.

Thomas pasa dentro del despacho pero no busca asiento, en su lugar se coloca donde lo vayan haciendo el resto de parientes pero permanece de pie, la chaqueta ya no está sobre sus hombros sino doblada bajo su brazo en una pose relajada pero protocolar.

-Creo que las preguntas que podamos tener surgirán después de la lectura del testamento, por mi parte no tengo nada que decir.- aclara, tal vez innecesariamente pero no deseaba dejar dudas de su parecer.- Pero creo que deberíamos escuchar al señor Rochester, la propuesta de Odette es muy importante como para dejarla que caiga en saco roto.

Sus ojos viajan por la sala hasta la pequeña Odette cuando hizo su pregunta y de ahí saltaron a su padre, esperando a ver qué tipo de duda quería plantear.

Una vez entró en la habitación, dejando una bandeja con varias tazas y una tetera de chocolate caliente, pudo comprobar que ya estaban todos los que faltaban allí. O casi todos. George tenía claro que aún les quedaba mucho por hablar y más que despellejarse entre ellos. Pero él como simple invitado estaba bastante tranquilo salvo por el comentario de su hija ante lo que carraspeó un instante.

—Pero cariño. Aunque sabemos que todos estas personas están aquí por el dinero no deberíamos hablar hasta escuchar las últimas palabras del señor Bartou —advirtió a su hija susurrando. Aunque ante las palabras de Thomas asintió y se encogió de hombros.

—Yo lo considero importante ¿Tal vez vosotros no? Ya lo veremos. La Fundación Strong Teenagers se hizo cargo de todo el tratamiento de mi hija después del accidente. —se paseó por la sala gesticulando como si fuera un ferviente orador—. Así como le salvó la vida a ella, hace con muchos otros adolescentes del país. Sería un bonito regalo que cualquiera que sea el heredero dedicara alguna parte de esa cantidad a fortalecer la deuda que la sociedad, y nosotros como parte afectada de esta, mantiene con esta magnífica Fundación. ¿No lo cree así, padre?

Al finalizar su diatriba miró primero al padre John, luego uno a uno a todos los presentas buscando la reacción en sus ojos y finalmente le dedicó una sonrisa tierna a su hija mientras pasaba una de sus manos por la mejilla propiciando una suave caricia.

—Así que lo mejor que pueden hacer ya es leer ese maldito testamento...

-Claro, ven. Podemos llegar desde el piso de abajo.- Joel camina hacia las dobles puertas, mientras escucha a Ed hablar de su próximo "exito". -Guay, seguro mola. ¿Sabes? Ahora que el viejo no está, mamá y yo tendremos que buscar un nuevo curro... Soy un hábil manitas, hago todos los apaños de la casa. ¿No te hace falta un chico como yo en la producción?-

Antes que lleguen a salir, sin embargo, la puerta se abre y pueden ver a Lucius que se asoma. -Señor Bartou, se le espera en el despacho. La lectura del testamento no puede empezar hasta estar todos reunidos.-

Se aparta de la puerta y espera. No es una orden, sin embargo la manera en que lo ha dicho parece indicar que no es una petición a la que se pueda negar.

-Igual podría conseguirte un empleo en la producción para una próxima película... Netflix paga bien y no escatiman en gastos, ¿sabes?

Mucho de lo que decía Edward Bartou no dejaban de ser fanfarronerías, aunque aquello era cierto. La facilidad con la que Netflix le había soltado doscientos millones para el presupuesto de la película era increíble. Considerando los fracasos de taquilla previos que había tenido en su carrera, era evidente que Netflix o bien había visto un filón en él o no les importaba mucho despilfarrar el dinero.

Al ver cómo la puerta se abría y ver asomarse a Lucius, escuchó las palabras del mayordomo y asintió.

-Enseguida voy -accedió y, esbozando una leve sonrisa, añadió-: Me temo que trabajar con la cámara tendrá que esperar -le dijo a Joel, mientras avanzaba hacia el mayordomo con la cámara apagada, llevándola bajo el brazo.

El cineasta decidió acudir hacia el despacho. Suponía que Lucius le acompañaría hasta allí.

Ni bien ha terminado de hablar George, cuando la puerta vuelve a abrirse, dando paso a Edward Bartou seguido de Lucius. El cineasta lleva su cámara con él.

Desde su posición algo apartada, el padre John mira hacia el señor Rochester al ser interpelado por el mismo. -Siempre es loable hacer un donativo a la caridad...- Dice, aunque no agrega mucho más. Vuelve a haber un silencio, expectante, mientras inevitablemente las miradas se dirigen al abogado.

-Bueno, pues vamos al grano, dijo el pollo.- El abogado se separa de la pared a la que ha estado recostado, y se dirige una vez más al escritorio, aunque esta vez no busca el cenicero. Lucius por su parte va colocando las lámparas y linternas por la habitación, de manera que todos puedan ver a Harper. Saca una pequeña llave de su bolsillo y abre la gaveta superior del escritorio, de donde extrae un sobre sellado. Lo muestra a todos. -Podeis revisarlo si queréis.- Ofrece el sobre, y espera pacientemente a que aquellos que quieran comprobar que el sello no ha sido roto de ningún modo puedan hacerlo. Cuando finalmente vuelve a sus manos, Patrick toma un abrecartas del escritorio, y abre el sello. De adentro saca una serie de folios, que coloca sobre la mesa ordenadamente. Finalmente, comienza a leer.

-"Yo, Marceló Bartou, por este medio hago, publico,  y declaro que este documento es mi última voluntad y que estoy en plenas facultades, con edad legal, y que no actúo bajo presión o influencia indebida, y que comprendo completamente la naturaleza y el alcance de todos mis bienes y de la disposición de los mismos.

'Con respecto a la manera en que deseo sean repartidos mis bienes, he decidido realizarlo de la siguiente manera: que sean nombrados como herederos mis hijas Margaret y Rosalind, mis hermanos Priscilla, Jean, y Antoniette, junto con sus respectivas descendencias. Mis bienes, por tanto, se dividirán equitativamente entre ellos, si bien para ello se deberán cumplir algunas condiciones.

'a-1. Solo podrán heredar aquellos que se encuentren presentes en mi funeral.

'a-2. Deben ser mayores de edad; en caso que alguno de los herederos aún sea menor, su parte quedará en manos de su padre, madre, o tutor correspondiente, hasta poder recibirlo al cumplir la mayoría de edad.

'a-3. Los herederos deben permanecer en la mansión Bartou durante un año exacto, sin comunicarse con nadie fuera de la mansión. Cualquier contacto con alguien que no sea de la familia, por llamada, mensaje, e-mail, o cualquier otro medio de comunicación, será expulsado como heredero y no recibirá su parte.

a-4. Los herederos no podrán ir al pueblo, excepto por alguna verdadera emergencia. En caso de compras necesarias, se enviará a Joel Pomme para hacer los distintos encargos.

a-5. Los herederos deberán cultivar su propia comida, prepararla, encargarse del establo, entre otras tareas. Deberán, en fin, ganarse su sustento para demostrar su valía. Nada se construye de la nada, y deberán demostrarlo con sus esfuerzos, trabajando en unidad como familia.

'a-6. Para el cumplimiento de estas condiciones, otorgo a la señorita Charity Williams y al señor Patrick Harper poderes plenos para evaluar a los herederos durante su convivencia en la mansión.

'a-7. Cumplidas estas condiciones, y una vez se haya completado el año, los herederos podrán acceder en su totalidad a su parte correspondiente de la herencia. Tanto la señorita Williams como el señor Harper deberán permanecer bajo el servicio de los herederos, en labor de asesoría contable y legal respectivamente de manera vitalicia."

Por unos momentos, el silencio se extiende nuevamente por la sala, mientras un nuevo trueno retumba en el pequeño despacho.