¿Cómo? ¿Tanto tiempo...?
Los dedos tratan de pasar por el pelo con dificultad, quedándose atrapados a la mitad. Tiro de ellos al encontrarlos sujetos; tiro de modo desesperado, con un repentino temor a que no pueda quitarlos de allí, y me hago daño. Algo en medio del cuerpo se vuelve a retorcer. Los ojos vuelven a arderme como hace muy poco, siento aquella presión contra los párpados. Tengo tantas ganas de cerrarlos que me hace daño querer tenerlos abiertos a toda costa... Pero no los cierro. No lo haré, mientras pueda evitarlo. No importa qué me pase con los ojos, no voy a cerrarlos aún.
No quiero volver a pasar tanto tiempo con ellos cerrados. No quiero volver a eso. No volveré a eso. Jamás.
Vuelvo a enlazar las manos sobre mis piernas. Aprieto los dedos sobre la piel, reconociendo el vello suave que la cubre. Tratando de evadirme, de frenar aquella relevación que acabo de encontrar, y en medio del silencio repentino de todas las demás voces, pongo la mirada sobre la cama. Sobre aquello, que no tengo idea qué es. Desvío la vista, la vuelvo a mis pies y la clavo en el suelo. A la distancia, no siento que pueda abrirlo: no importa la línea negra, algo me dice que será imposible de abrir. Como aquella puerta, a poca distancia de mí. Sólo sé que eso puede abrirse si quiere. Yo no soy capaz de abrirla; entonces, no seré capaz de abrir aquella caja. Totalmente incapaz.
Ni siquiera debo gastarme. Si aquellos otros la abren, me dirán. Si hay algo dentro, lo sabré a la larga...
Ahí es cuando noto que estoy tratando de convencerme de no intentarlo, porque tengo miedo de saber qué hay dentro. No sé qué puede haber allí, como tampoco sé qué puede haber detrás de esta puerta. Tampoco sé si quiero saberlo, porque puede ser algo de los que me tienen encerrada aquí. Puede ser que me haga daño. Mientras siga cerrado, es imposible que me haga nada. Mientras siga bloqueado, es imposible que me toque, o me salte, o me lastime. Mejor que se quede así; mejor que continúe...
Y el grito de una de las voces me avisa de que alguien, otra, allá, lo ha abierto. Lo ha abierto, y aún puede hablar para decirlo. Levanto la mirada hacia la dirección que creo que es la correcta, de donde ha venido el sonido, aunque sólo veo la pared. ¿Será cierto que lo ha abierto? ¿Qué habrá encontrado allí? Entonces... ¿valdrá la pena? ¿Se habrá hecho daño?
Miro al cajón otra vez. Comienzo a arrastrarme a gatas, de nuevo, hacia la cama. Me trepo en el sitio más alejado que encuentro, y lo contemplo con atención. Se me olvida prestar atención a todo lo demás. Sólo lo miro. Sólo aquel cajón y yo, en esa habitación, sin nada más. Sólo aquel pedazo de algo, y yo, este pedazo de otra cosa. Pedazos que estaban lado a lado, por tanto tiempo, y que ahora...
- ¿En... en verdad pudiste? ¿Hay algo allí adentro? - pregunto. No me doy cuenta, pero estoy gritando. La ansiedad se desborda en mis palabras, como el latido de mi corazón se acelera de repente. Gateo sobre la cama hasta estar tan cerca que casi puedo tocarlo con la nariz. Quizás hay algo allí dentro que tenga que ver conmigo; quizás hay algo que me haga recordar o me haga entender. Podría ser, perfectamente... ¿Podría serlo?
Voy a esperar a que contesten para decir si trata de abrirlo o no. Pero pongamos que, por la cercanía, lo observa mejor. Busca con la mirada, y buscará con las manos si lo cree, algo que sobresalga de la superficie lisa. Pero aún sin ánimos de abrirlo, sólo de conocerlo.
Los gritos... Aquellos gritos. Creo que no debo abrirlo, definitivamente. Pero creo que debo intentarlo, ver lo que hay adentro, ya que la otra no quiere decirlo... ¿Qué puede haber dentro que no quiera comentarlo? ¿Qué podría haber? Si es que no se acuerda de nada, como yo... ¿Qué pudo haber visto? ¿Qué?
¿Habrá algo sobre ella? ¿Sobre nosotros? ¿Sobre mí?
¿Qué es?
Mencionaron un... alambre. Lo busco con la mirada. Frenéticamente. La mirada y las manos. Lo estoy buscando por toda la cama, por todos los sitios. Los bordes, las patas, bajo el suelo, apartando las sábanas con rapidez. Debo encontrarlo. No me imagino cómo será, pero imagino que notaré su presencia. Si fueron dos quienes dijeron que lo encontraron, debió ser porque yo también puedo hacerlo. No debe estar tan a la vista, porque si no, no lo hubieran encontrado; debe estar por aquí... O por aquí... No importa qué forma tenga: si puedo separarlo de la cama... Sabré que lo he encontrado.
Y una vez que lo tenga, si es que lo tengo, si es que lo encuentro, me fijaré por la caja.
- ¿Cómo la abriste? - grito, mientras busco.
Así, será más rápido. Así, cuando lo encuentre, directamente podré intentar abrir.
Bien, busca si existe el dichoso alambre del que hablaron los otros. Si lo encuentra, aunque la otra persona no le conteste, irá con él a la caja y empezará a buscar frenéticamente la manera de abrirla.
Se trata de una cama bastante mediocre, y no tienes dificultad en quitar el colchón. Debajo una tabla de luterma actúa como somier. Puedes, si lo deseas, obtener uno de los alambres de la cama, para usarlo como improvisada ganzúa... al menos así podrás saber si sabes utilizarlas. Al menos sabes que existen, lo que ya es algo.
Veo el alambre. Veo... muchos de ellos. Los gritos del otro lado me dan más rapidez, me hacen arrancar uno con fuerza. Y me hacen quedarme con aquel en la mano, mirándolo de cerca... Preguntándome qué hacer con él, ahora que lo tengo.
Me acerco de nuevo al cajón, y vuelvo a mirarlo. Las voces callan, y eso por algún motivo me produce alivio. Me hacen dejar de pensar. Ahora sólo quiero abrir aquel objeto, queiro focalizarme. Allí adentro me espera algo, y ese algo puede ser lo que... Lo recorro con las manos. Miro las líneas. Miro lo que tengo en la mano, y lo hago acompañarme en los movimientos. Quizás, si los pongo lado a lado, se me ocurra qué hacer. O quizás no, y deba esperar a que me digan algo. El cajón cerrado, ahora, se ha vuelto mi prioridad. Tengo que abrirlo.
Y de pronto, dicen de la puerta, y hablan de cables médicos...
Me detengo en seco. Me echo hacia atrás tratando de alejarme de aquel objeto. ¿Cables médicos? ¿Qué es eso? ¿Para qué...? ¿Qué significa que hayan cosas médicas sobre mi cama? ¿Querrá decir que...?
No. No quieren decir nada. No hasta que lo pueda ver. Y entonces, recuerdo lo de la puerta. El otro lado. Los cables. El encierro. Mis muñecas. Me arden de nuevo los ojos: siento ganas de tirarme en la cama y cerrarlos, volver a abrazarme. Si es cierto que me han encerrado, a los otros puede que también... ¿Quién está esperando allá afuera?
- ¿La puerta? ¡No salgas! - grito, dirigiéndome a la pared que tengo más cerca - ¡Puede hacerte daño lo que haya ahí afuera!
Pero lo que está dentro de ese cajón, no. Me arrodillo de nuevo, y con más fuerza que antes, empiezo a buscar la forma de abrirlo. Con lo que tengo en la mano, sin ello, o como sea.
Intentas manipular con el alambre el resorte, pero induscutiblemente no te sientes cómoda. No sabes como manipular el mecanismo, y tus intentos se te asemejan torpes, propios de alguien que no sabe como hacer lo que está intentando.
No logras nada tras varios minutos de manipulación infructuosa
Tirada: 1d100
Motivo: ¿?
Resultado: 52
- Es que no sabemos qué hay allá afuera...
Lo intento varias veces más, para convencerme del todo de que efectivamente no sé abrirlo. O no se me ocurre. Me recorre la misma sensación de cuando recién abrí los ojos: todo puede estar delante de mis ojos, pero... No puedo alcanzarlo. Todo puede estar ahí afuera de este lugar, pero no puedo salir. Todo debía estar dentro de mi pero... No hay nada. No logro acordarme. ¡No logro nada de lo que intento!
Grito de frustración, y mi voz hace eco por toda la habitación. Con el alambre, le pego al cajón repetidamente, hasta que se dobla todo. Lo agarro con ambas manos y trato de arrancarlo, arañando el material. Lo intento el tiempo suficiente para darme cuenta de si tengo alguna posibilidad o no de arrancarlo, o romperlo, o algo así...
Y entonces, la frase fugaz. El panel en la pared, que abre la puerta. Empiezo a buscarlo con los ojos. Lo buscaré también con las manos. En esa pared, en la otra, en las otras dos. Por todos lados.
Tardas un tiempo, mientras intentas que tu corazón, desbocado, se calme. Mientras logras, apenas, que el paroxismo de furia que te hizo golpear el cajón se calme. Mientras empiezas a sentir como tu mano se entumece.
Tardas un tiempo. Pero finalmente encuentras, indistinguible del resto de la pared cercana a la puerta en la que se encuentra, un cuadrado de unos diez centimetros de lado, que puede presionarse.
Ante el hallazgo, me encuentro sin ser capaz de moverme. Algo me paraliza: algo me punza en la nuca, en la planta de los pies, las palmas de las manos... Algo me salta dentro. Se mueve a grandes velocidades de arriba abajo, me invade por completo. Con los dedos que me duelen, de aquella mano que he usado para golpear al cajón, recorro los bordes de aquel cuadrado que de pronto ha aparecido. La forma se repite ante mis ojos hasta llenar todas las paredes de la habitación. Aquellas cuatro líneas se desprenden del sitio que marca mi dedo, se reiteran largamente en mi cabeza, y llegan a cubrir todos mis pensamientos.
Sólo me falta un movimiento. Es sólo eso, y entonces...
El repentino miedo a haber presioado por casualidad me hace retirar la mano con violencia. Retrocedo hasta sentir que me voy a caer. He encontrado la llave de la salida, pero, ¿no estaré mejor allí adentro? ¿Qué habrá allá afuera? ¿Me estarán esperando, para encerrarme de nuevo? Si me encuentran despierta, ¿no querrán ponerme a dormir otra vez? ¿Qué habrá...?
Me alejo de la puerta, sin dejar de mirar el cuadrado. Pasan imágenes frente a mi vista: los cuadrados en mi cabeza se rellenan de algo que creo asociar con la palabra modernidad. Veo colores que no recuerdo, creo escuchar ruidos que no existen... Y he cerrado los ojos largamente sin darme cuenta. Los abro con un gemido, con las rodillas que no van a responderme. Pero la habitación sigue allí: todo sigue allí. Mis manos me dicen que sigo allí. El cuadrado al lado de la puerta me dice que, lo que haya fuera, sigue allí...
No soy capaz. No me atrevo. Me siento de nuevo en la cama, observando a lo lejos al cuadrado. Es tan fácil como apretar, cuando fue tan difícil intentar abrir ese cajón... Y no puedo hacerlo. No puedo hacerlo. Y, mientras me aferro el pelo, me doy cuenta de algo: no sé si quiero hacerlo. No sé si quisiera intentarlo, y saber qué hay más allá. Quiénes fueron. Por qué me hicieron esto. Y quién... quién soy yo. Qué hago allí. Por qué he pasado tanto tiempo durmiendo. Qué ha pasado con todo lo demás. Qué es todo lo demás...
Y estoy temblando. Estoy temblando...
El silencio me ha devuelto al principio. Donde ellos no existen: soy sólo yo, en aquel lugar que no conozco, y sin conocer nada. Sólo yo, frente a las posibilidades. Sólo yo, y mis pensamientos, frente a la salida a todas mis dudas, o al menos el principio de su final, y mi miedo. Yo, y aquello. Yo, y el cuadrado que, a cada momento, me parece más notorio entre el color de la pared...
No sé cuánto tiempo paso observando el cuadrado. Lo hago hasta que es lo único que hay en mi cabeza; hasta que la forma se repite como el único patrón del que estoy segura de conocer. En ese momento, sin pensarlo, me acerco. Camino con rapidez de un sitio a otro. Levanto la mano con los dedos extendidos. Y con toda ella, de forma instintiva, presiono el cuadrado hacia adentro.
¿Cómo narrar sentimientos, sensaciones? ¿Cómo explicar el miedo paralizante ante un futuro, y un pasado, desconocidos? ¿Ante la hoja de papel en blanco que es ahora tu vida?
Mientras dejas pasar el tiempo, mirando el recuadro, no podemos decir qué recuerdas. Pues no recuerdas nada. Pero sí podemos enumerar las sensaciones, casi con una cadencia de mantra, o de oración: miedo, nerviosismo, incomodidad, duda, rabia... y esperanza. Tal vez sea este último la más peligrosa, la más irracional. Y es la que finalmente se impone.
Al presionar el recuadro, escuchas un repentino movimiento, y el cajón de encima de la cabecera de la cama se abre por si solo. Desde donde estás solo puedes ver una maraña de cables e instrumental médico.
Pero aun mas importante, y hasta cierto punto aterrador, es que la puerta de la habitación se abre. Parece que la puerta da a una especie de pasillo
La puerta se abre, y tal como aquel movimiento sucede, el mío responde. Me separo de la puerta tanto como puedo, hasta quedar casi sobre la cama, contra la otra pared. El pasillo o lo que fuera que puedo ver a través de la hendija me hace detener el corazón... Está allí, en verdad está allí. Existe algo más que estas cuatro paredes a las que he abierto los ojos. En verdad, si quisiera salir de esta locura, buscarme entre esta falta de recuerdos, podría hacerlo...
Pero no puedo. El miedo.
El terror. La nada de mis recuerdos frente al todo que tengo la oportunidad de ver, ahora abierta.
- ¿Alguien ya salió? - pregunto, con la voz quebrada, mientras me subo a la cama de rodillas. Continúo mirando la puerta, a cada segundo, mitad esperando que permanezca abierta, mitad esperando que se cierre y no me permita seguir con esta indecisión que me duele. Arrodillada, me desplazo hacia el cajón, y con tanta lentitud como puedo, asomo la cabeza. Necesito mirar. Necesito tocar.
- ¿Ves otras puertas? Si las ves, ¿están abiertas?
Y la contestación detiene todo movimiento en mí, todo pensamiento, toda respiración.
Quien quiera que sea que habla, está fuera; y hay más puertas como las suyas. Si las ve parecidas, siendo tan parecido lo que hay dentro de ellas según lo que han gritado... Alguna de ellas es la mía. En cualquier momento puede aparecer y entrar, teniendo en cuenta que está abierta. En algún momento, en cualquier instante, algo o alguien puede traspasar por aquel marco y poner un pie aquí adentro...
Mi exploración del cajón se detiene. Quedo inmóvil en aquella misma posición, mirando a la puerta, tratando de adivinar una figura, o una forma, o un sonido detrás de ella. Los latidos pasan y no diviso nada. Abro la boca para contestar, pero no tengo voz para decirlo. No sé si quiero decirle que estoy aquí, y que mi puerta está abierta. No sé si quiero saber cómo es, o qué es. El no saber nada me impide sentir una única cosa, o sólo terror o sólo ansiedad... Todo aquello se superpone y me aturde, me deja en blanco, porque no encuentro palabras o forma de expresarlo. No sé cómo hacerlo. No sé qué me produce saber, por fin, que hay alguien allí afuera, y que ese alguien existe. Como yo, al menos ahora, existo.
La puerta sigue abierta, y yo sigo mirándola. Mis manos salen del cajón en el que estaban metidas. He visto suficiente con ellas. Mis ojos han perdido el foco de tan fijo que miran hacia la hendija. Me siento en la cama, buscando con los ojos algo, cualquier cosa, que me sirva de protección. Aferro la sábana entre mis manos, pegándola contra mi pecho. Al menos, es algo. Al menos, si finalmente me encuentra, no estaré tan desprotegida. Y si no se da cuenta que mi puerta está abierta...
Esperaré un poco a calmarme. Quizás no es tan evidente que está abierta, y nunca venga.
Me ha surgido una duda. ¿Es notorio que la puerta está abierta? He puesto al personaje a hacer lo que hace con la idea de que sí se nota. Si no se nota, dímelo, que posiblemente tenga que actuar... =)
Perdón la insistencia, pero necesito saber lo anterior... Quizás me estoy perdiendo de algo muy interesante fuera :P
Es notorio. (Perdón el retraso, problemas laborales. Entre esta noche y mañana me pongo al día)
Está bien, no te preocupes. Si es notorio, entonces el personaje se quedará dentro esperando a ver si alguien se acerca [si no lo era, posiblemente saldría] =)
Escuchas voces fuera, a poca distancia de la puerta abierta. Al menos tres personas, hablando. Dos voces de mujer, una de hombre
... Y ahí están. Se han acercado, lo sé. Están inmediatamente allí. Están sólo a un paso...
La sábana se enrosca alrededor de mi cuerpo y tira de él. Tiro de ella sin más. Me palpita todo: siento cómo el aire choca contra mi garganta buscando la salida, pero no soy capaz de abrir la boca. Todo lo demás se me ha cerrado. El rostro me late hasta el punto de que las voces desaparecen, y sólo escucho el repicar acelerado de a pares. Los latidos tapan los sonidos que me vuelven de piedra y me hacen querer gritar para llamarlos. Siento ganas de que me encuentren. No quiero saber quiénes son ni qué pueden hacerme. Necesito verlos. No puedo enfrentar a quienes me han encerrado aquí. Estoy a punto de hablar, y mis propios dientes no me responden. La mandíbula me tiembla, y siento los ojos secos.
¿Qué hay allá afuera? ¿Quiénes serán ellos?
La puerta abierta es lo único en mi mundo. Frente a ella, sentada en la cama, enroscada en la sábana y con las rodillas contra el pecho, me mantengo a la expectativa. El mínimo movimiento que creo ver me alarma y me fuerza a saltar, pero me controlo. Quedo sentada, rodeándome las piernas con los brazos. Me aferro con fuerza. Me siento mejor así, que con las piernas extendidas. Me siento mucho mejor así, que de pie, enfrentándome sin ninguna defensa a vaya a saber uno qué...
En fin, continúa mirando a la puerta abierta, en la espera que suceda algo. En esa posición, si abren la puerta, la encontrarán. Si no, continúa así hasta que se le pase un poco el impacto.
Dos mujeres, envueltas en una sabana, y de aspecto joven y hermoso se asoman por la puerta
Sigue en el tema de dia uno
Vale. Espero entonces para postear si me quieres describir cómo son ellas, o dime si prefieres que postee yo así interaccionamos más rápido.
Repentinamente, unos pasos. Finalmente alguien se acerca. Alguien llega hasta ti. Escuchas, en medio del retumbar de tu corazón, el sonido de los pasos cada vez mas cerca.
Finalmente una mano femenina se apoya en el marco de la puerta, y tras ella aparece una joven hermosa, ataviada unicamente con una sabana puesta alrededor de su cuerpo como una especie de túnica.
La joven aparenta unos veintipocos años. Caucásica. Pelo castaño oscuro. Ojos marrones. De constitución aparentemente frágil. Y una auténtica belleza.
Te mira y pregunta
-¿Eh...? ¿Estáis... bien?
Acto seguido otra joven, también de una belleza espectacular, se asoma detrás de la primera al quicio de la puerta.
¿Hola? ¿Quién está ahí?
Parece sorprenderse al verte