Miércoles 25 de Febrero de 2004. - Sótano de una mansión, Nueva Orleans.
No recuerdas haberte quedado dormida, pero recuerdas fragmentos de los sueños que tuviste durante el día. Cuando te despiertas, aún en el suelo frío del sótano de la mansión, en tu mente se arremolinan imágenes de anoche. Recuerdas a los fiesteros en el parque, la conversación con el Padre John, la mancha de ceniza en tu frente y, débilmente, el sentimiento de colmillos en tu cuello y el sabor de la sangre en tus labios.
Apenas tienes tiempo de ordenar tus pensamientos, cuando la puerta se abre. Un rayo de luz se verte en la habitación, y reconoces la voz de Alexander.
- El Príncipe Vidal te verá ahora.
Alexander te conduce escaleras arriba, y a una sala de estar gustosamente amueblada. Hay un nombre sentado en un sillón de respaldar mirando por la ventana. No puedes verle la cara, pero su mano está apoyada en el brazo del sillón, sujetando un rosario de plata. Alexander te hace señas para que permanezcas quieta, y en el silencio, puedes escuchar al hombre del sillón rezar suavemente en español.
Después de un momento, para y se levanta, guardando el rosario en el bolsillo. Se da la vuelta para mirarte, y te das cuenta de que él, también, tiene ceniza en su frente. Da un paso hacia tí, y sientes como tu Bestia llora de puro terror ante su mortífero oponente. Pero tú, en tu fuero interno, aguantas estoicamente y tu Bestia opta por retirarse, rabiosa.
El hombre es un español alto, con rasgos mediterráneos y anchos hombros. Su pelo, negro como una mancha de petróleo, parece húmedo, y presenta una cuidada, pero diluida barba. Viste un limpio y almidonado traje negro, y unos zapatos meticulosamente encerados. Te mira a los ojos y hace ademán de que tomes asiento en el sofá de la habitación. Hace un gesto con la cabeza hacia Alexander, y este abandona la habitación y cierra la puerta detrás de él.
- Ahora, es tiempo de confesión. - dice en un marcado acento español. - Desde el momento en el que despertaste como Vástago, hasta el momento que caminaste a través de esa puerta, deberás confesarme todo a mí. Si te sientes más cómoda haciéndolo en la capilla que aquí, no supone ningún problema, pero lo que te aseguro es que todo lo que digas en mi presencia es sacrosanto.
Vamos a empezar a usar negrita en los diálogos. Es más cómodo.
Inquieta, pero ya considerablemente más relajada me senté en el sillón mirando al Príncipe. Me dio vergüenza el aspecto que llevaba comparado con él, tan limpio y elegante.
Alcé la mirada para escucharle. ¿Me pedía confesión? Hacía años que no me confesaba. Me moví en mi asiento entrelazando las manos y mirando hacia todas partes sin fijarme en nada.
- Estoy bien aquí, gracias.- dije con cierto temor.
Con ambas manos coloqué mi pelo detrás de las orejas y lo eché sobre mi espalda. Después volví a mirar a Vidal a los ojos, aunque la aparté casi de inmediato, azorada.
- Lo siento, todo esto es muy complicado y… no se muy bien como llevarlo ni como empezar...-me excusé tartamudeando.
El Príncipe se meció la barba y te miró.
- Tranquila, hija... Lo harás bien. Comienza.
Le devolví la mirada.
- Cuando me desperté yo… intenté luchar contra la Bestia, tenía miedo. Pero cuando el Padre John Marrow me dijo que me alimentara, maté a una chica. Después de saciar el hambre me sentí mejor durante unos instantes hasta que me asaltaron las dudas, pero todo era… es… no lo comprendo. El Padre John me dijo que era una maldición de Dios, pero eso no tiene sentido. ¿Por qué iba a hacernos eso el Señor? Y entonces apareció el otro Vástago…- me froté la frente intentando recordar- Alexander y me trajo aquí en coche a la sala …
Entonces recordé aquella estancia oscura llena de gente, de miedo y terror, y no supe como continuar. Solo me encogí ligeramente en mi sitio.
Vidal te mira con lástima.
- Pobre criatura, tan perdida...
El Príncipe se levanta, te posa una mano en la cabeza y cierra los ojos.
- Dios, todopoderoso, creador del cielo y la tierra, perdona tus pecados. Incluso en tu estado de Condenada. Él es benévolo y misericordioso.
Entonces, se gira, y vuelve a la silla, pero no para sentarse, sino que se apoya en su respaldar mientras mira por la ventana, pensativo. Tras unos segundos de silencio sepulcral, pregunta.
- ¿Crees en Dios?
Le seguí atentamente con la mirada, considerablemente más tranquila después de sus palabras. Aunque no me sentía mal por aquella chica. Lo que me daba miedo era lo demás, lo que me ocurría.
- Si. Si creo en Dios.- contesté de inmediato.
Vidal sonrió.
- ¿Y crees que en esta nueva existencia nos ha abandonado? Dime qué piensas, joven.
Medité unos instantes la respuesta.
- No entiendo por qué Dios nos hace esto, hacernos alimentarnos de nuestros…- iba a decir iguales, pero obviamente ya no lo eran- De la gente. No entiendo por qué ha permitido que mate a una persona, qué sentido tiene para mi vida.
Vidal se sentó de nuevo en su sillón.
- ¿No has pensado, que así como hay bien, debe haber mal?
Se meció de nuevo la barba.
- ¿Cómo te llamas, muchacha?
Vidal asiente.
- Entre los Vástagos, la fe es un arma, mucho más que entre los mortales. Con esto quiero decir que si proclamas un acto en nombre de Dios, uno puede justificar acciones realmente atroces. La transición a nuestra condición requiere que los jóvenes Vástagos como tú miren profundamente sus propias creencias, sus propias almas, y que vean lo que yace allí. Asímismo, debéis preguntaros, "¿Por qué Dios me ha escogido a mí soportar esto?".
"Dando esto como tu primera y completa noche de Réquiem, quiero sugerirte que emprendas un peregrinaje de tareas. Te sugiero que, como penitencia por tus pecados y para facilitar tu paso al corazón de la noche, regreses al lugar de tu Abrazo y reces allí. Mientras estés allí, pueden regresar recuerdos de tu Abrazo, o de los eventos directamente anteriores. Si eso llegara a ocurrir, estaría encantado de oír esos recuerdos. Mientras que no quiero denigrar de ningún modo el horror que estás sufriendo, tengo responsabilidades con la ciudad, y no puedo permitir una conspiración de un Vástago pícaro Abrazando gente a diestro y siniestro. Debo saber qué ha ocurrido."
Con esto, se levanta, indicando que la entrevista ha acabado.