Martes 24 de Febrero de 2004. - Iglesia del Corpus Christi, Nueva Orleans.
Alexander bajó las escaleras que conducían al parking y abrió la puerta de un Chevrolet Epica negro.
- Puedes subir delante. - dijo montándose.
Intimidada, o quizás más sobrecogida por el miedo de todo aquello, hice lo que Alexander me dijo sin rechistar. Abrió la puerta del coche y me senté en el asiento del copiloto, quedándome quieta en mi asiento sin levantar la mirada de mis manos.
Miles de preguntas, de cuestiones, de cosas se pasaban por mi cabeza, pero aquel hombre tan serio y callado no me inspiraba ninguna confianza. Prefería mil veces estar con el Padre John, que al menos parecía dispuesto a hablarme. Aquello no podía estar pasando, a si que intenté recordar qué estaba haciendo antes de todo aquello. Antes de despertarme tirada en la hierba.
Alexander sonrió de medio lado.
- No te preocupes. Te aseguro que adonde te llevo estarás más segura que allí fuera.
Y de alguna forma, sientes que Alexander te dice la verdad. ¿Qué podrías hacer tú sola en la calle sin tener ni idea de a lo que te enfrentas? Cavilas sobre ellos mientras el coche comienza a entrar en Garden District.
Levanto la cabeza para mirarle.
- Gracias… Supongo.- murmuro azorada- ¿Dónde está… ese sitio?
- Pronto llegaremos.
En cuestión de cinco minutos, el coche se interna en una mansión, cerca de los campuses de las Universidades de Loyola y Tulane.
- Solía ser una residencia privada, pero ahora por el día se abre a turistas. De noche, le sirve de refugio al Príncipe Vidal.
Alexander para el coche de repente, y se baja.
- Joder... - dice mirando a un Mercedes plateado en medio de la calzada.
Asiento cuando me explica lo de la residencia y levanto la cabeza ante el repentino frenazo.
-¿Qué pasa…?- pregunto intrigada, algo más tranquila pero sin bajarme del coche.
Intento ver lo que ocurre en el exterior.
- Maldonato.
Entonces, se gira para mirarte.
- Baja, te guiaré.
Una vez lo has hecho, echa a caminar por la calzada. Alexander abre una puerta de bodega en la trasera de la casa y te guía escaleras abajo. Abre una puerta al fondo de las escaleras, y te insta a pasar. Cuando lo haces, escuchas el golpe de la puerta a tus espaldas.
La habitación en la que te encuentras es totalmente oscura, pero puedes escuchar a gente moviéndose entre las sombras y puedes oler a madera quemada e incienso. Sientes que el miedo crece dentro de tí, y tu parte animal, esa que el Padre John llamó "la Bestia", te empuja a correr, a escapar de los mortíferos depredadores que sólo se encuentran a centímetros de tí en la oscuridad. Luchas contra ese miedo, sabiendo que escapar sólo empeoraría las cosas.
Escuchas el sonido del metral contra el metral, y el crujido de una bisagra, y alguien se acerca un paso más a tí. Después de un momento, una profunda y resonante voz te dice:
- Arrodíllate y prepárate a recibir la marca de la penitencia.
Tuve que hacer un enorme esfuerzo por no gritar y salir corriendo. Aquello me producía un miedo horrible. No veía nada y sin embargo sabía que estaban ahí, muchos, muchísimos.
Alguien habló y ella obedeció al instante arrodillándose, conteniendo la respiración. Aquello era peor que la peor de sus pesadillas.
- El ganado lleva la marca de las cenizas en sus frentes para recordarse el sacrificio de Cristo y ser penitentes durante el tiempo de Cuaresma. Nosotros llevamos las cenizas por las mismas razones, pero también para recordarnos el ser conscientes de las leyes de Dios.
Hueles ceniza de nuevo, y sientes dedos untando algo en tu frente, todo a la vez.
- Llevarás estas cenizas durante el resto de la noche y durante el día entero que vendrá. Si quitas la marca es por tu propio riesgo, porque desobedecer la palabra de un sacerdote Santificado conlleva sentir el dolor del fuego en tu sangre.
Escuchas pasos, y ves como la puerta de la habitación se abre. Algunas personas ascienden por las escaleras, pero no puedes verlos. La puerta se cierra, y como habías previsto, escuchas a alguien moviéndose por la habitación. Aunque no puedes ver o escuchar a nadie más, sabes que no estás sola.
Cuando sentí los dedos sobre mi frente intenté apartarme, aunque en realidad solo me inclino un poco hacia atrás, el miedo era mucho más poderoso que mi fuerza de voluntad. Cerré los ojos muy fuerte, aunque realmente da igual que estubieran abiertos o cerrados, seguía sin ver nada, sintiendo que todo era una horrible pesadilla.
Escuché a la gente moverse, y cuando miré de nuevo vi como ascendían por una escalera hacia la luz. Mi primer impulso fue salir corriendo hacia allí, pero para cuando conseguí despegar mis rodillas del frío suelo ya se había cerrado. Me quedé de pie, quita, sin saber qué debía hacer, con la vista fija en el lugar donde antes había habido algo de luz. Alzé una mano temblorosa para tocarme la frente, pero mis dedos se detuvieron a escasos centímetros pensando que no era buena idea.
Entonces sentí a alguien en la habitación, aunque ni siquiera llegaba a escucharle. Era como la presencia de un fantasma, sabía que estaba pero porque algo me lo decía.