Partida Rol por web

Martes 24 de Febrero de 2004. - Iglesia del Corpus Christi, Nueva Orleans.

La Iglesia del Corpus Christi es una pequeña iglesia Católica construida hace unos 20 años. A diferencia de los edificios de alrededor, está limpia de graffitti y basura, pero necesita muchas reparaciones y cuidados. La puerta está colgada extrañamente de las bisagras, haciendo que la fachada de la iglesia parezca torcida, y el césped necesita ser cortado desesperadamente. La señal frente a la fachada dicta: LA OVEJA QUE CONOCE A DIOS NO NECESITA TEMER AL LOBO - MATEO. 10:16.

El padre John te conduce a la trasera de la iglesia, y abre una puerta. Te hace pasar adentro y se apoya en ella para mirar cuidadosamente al parking antes de cerrar la puerta. El padre John se gira preocupado. Te hace señas para que te sientes en una de las sillas de plástico de la sala.

Parece ser una sala que se usa para la enseñanza de la Comunión. Posters con fotografías inspiracionales, o dibujos monos y versos de la Biblia adornan las paredes, pero juzgando por cómo de desteñidos y usados que están, parece que no se han cambiado en años. Las baldosas de linóleo del suelo están agrietadas, y las esquinas están sucias. Un deslustrado crucifijo de plata cuelga en la puerta por la que acabas de entrar, y se bambolea precariamente cuando John cierra la puerta.

- No sé cuánto tiempo tenemos, pero puedo responderte a unas cuantas preguntas. Estoy seguro de que tienes algunas.

Se sienta en una silla y toma un rosario de su bolsillo. Juega con las cuentas entre sus dedos mientras espera a tus dudas.

Examino la sala escudriñando con mis ojos todo lo que veo. Es un lugar bastante indecente para impartir clases, por lo menos comparado con  los sitios en los que yo recibí clase. Y preguntaría, si, pero da miedo preguntar y retrasar el momento de abrir la boca es lo mejor. O no. Hay tantas cosas que parecen sin explicación que ¿para qué malgastar saliva en ellas?

Agarro con las manos el borde de la silla y me encojo ligeramente sobre mi misma encorvando la espalda hacia delante y mirándome los zapatos.

- Yo no…- alzo la mirada con timidez y confusión- E-esa chica era… y n-no me siento mal e h-hice cosas horribles- consigo murmurar  alzando una mano manchada de sangre.- ¿Por q-qué he hecho eso? ¿Por qué hay a-algo en mi q-que  me lo grita…?

Que estupidez...

El padre John puso una mueca de desagrado y respondió.

- Cada Vástago tiene una Bestia consigo, una parte de su alma despertada en el momento de su muerte. Esa Bestia no quiere nada más que sangre y dolor, y te urgirá matar y matar una y otra vez. Tienes que resistirte a los impulsos de la Bestia, porque ellos son siempre pecaminosos, y conjurarán su condenación si no eres cuidadosa. Los Vástagos cazan y destruyen a esos que son dominados completamente por sus Bestias. pobres almas que no conservan ni una pizca de la humanidad que tuvieron alguna vez.

Abrí y cerré los labios varias veces intentando decir algo, pero me costaba entender aquello de lo que hablba el Padre John.

- ¿E-eso es lo que soy? ¿Una Bestia i-impulsiva y pecaminosa a la que hay que matar? Pero yo solo hice lo que todo el mundo hace, alimentarse. ¡No quiero morir!- me quedé parada durante unos instantes reflexionando sobre lo que había dicho, mirando fijamente al Padre John- Ay Dios mío… Pero que estoy diciendo.

Me levanté de inmediato moviéndome inquieta y mirando hacia todos los lados, como si esperara encontrar la salvación o la explicación correcta en algún lugar de aquella destartalada habitación.

-¡Pero qué soy! ¿En qué me he convertido?- conseguí gritar al borde de la desesperación sacando por fin de mi interior las dos preguntas más obvias y concisas que podía preguntar para arrojar algo de luz sobre todo aquello.

- Tranquila, hija... Te has convertido en una vampira, maldita por Dios a nunca conocer la luz del día y a beber sólo sangre de los mortales. Cómo esto llega a pasar es uno de los grandes misterios de Dios, pero ten la certeza de que otro vampiro, o como nos llamamos nosotros, otro Vástago, se habrá fijado en tí y te habrá pasado su maldición.

Aquellas palabras impactaron en mi como un jarro de agua fría. Era creyente, quizás no muy practicante por mi ajetreada vida, pero creía en Dios y en sus milagros y calamidades. Pero aquello, aquello se pasaba de rosca.

- No… Eso no puede ser. ¿Por qué Dios iba a castigarnos así? Tiene que haber un error, una broma pesada.- me acerqué hacia él suplicante- Padre, dígame que no es cierto. Por favor… por favor…

El sacerdote se levanta y te pone una mano en el hombro.

- Tranquila. Todos tenemos una misión en el Plan, hija, y a nosotros nos ha tocado llevarla desde esta nueva existencia. Que no esté triste tu corazón. Todo tiene un sentido en el tap...

Escuchas el sonido de la manecilla de un reloj en algún lugar, y el Padre John se para en mitad de la frase. Ladea la cabeza tan pronto como escucha algo afuera, y se voltea.

- No te resistas. - dice con tranquilidad. - Serás libre de llevar el rumbo que quieras, pero ellos simplemente te convocarán. La sangre llama a la sangre.

Antes de que puedas preguntarle a qué se refiere, un fuerte golpe suena en la puerta. John la abre y se aparta del camino para permitir que otro hombre entre a la sala.

El hombre viste pantalones de cuero y una camisa blanca, así como una cruz de oro y medallas de santos en su cuello. Su cabeza está completamente afeitada. Aparenta unos veintimuchos, pero tan pronto descubre sus colmillos, te das cuenta de que él es, también, un Vástago, y posiblemente más antiguo. La llama de miedo que sentiste la primera vez que viste a John regresa, pero esta vez, más fuerte.

Sin embargo, consigues aplacar el miedo y te mantienes en tu lugar.

Las palabras del Padre John no me tranquilizaban para nada. Ni si quiera comprendí las últimas frases. ¿Quién era el desalmado que me había transformado en un ser tan horrible? Aquello no podía ser obra de Dios.

Iba a replicar cuando el Padre John abrió la puerta y entró aquel hombre. De nuevo me abordó aquella sensación de pánico, pero logré sobreponerme a ella y permanecer de pie en el sitio donde estaba. ¿Era a él a quien no tenía que resistirme? ¿Por qué? ¿Qué iba a pasar? ¿Quién era?

Entrelacé mis manos inquieta sobre mi vientre y retrocedí un paso mirándole atentamente y con cierto temor.

El hombre chasqueó la lengua.

- Bien. Me llamo Alexander. Ven conmigo. - y abrió la puerta.

Abrí la boca para decir algo, quizás pedir una explicación, pero no me pareció prudente dadas las circunstancias. Miré al Padre John Marrow durante unos instantes buscando apoyo o algo, pero al final me limité a seguí a Alexander.

El padre John asintió y te sonrió levemente.

- Adiós, hija. Cuídate en estas noches tan cambiantes.

Y cuando hubieron salido, cerró, para quedarse solo rezando en la oscuridad.