Satisfecho tras haber derrotado de nuevo a aquella arpía del mal, Keizell prosiguió su agotador camino hacia ninguna parte. Durante varias jornadas lo único que vio por delante de sus ojos fue la misma tundra helada que le envolvía desde hacía algún tiempo. El cansancio, el hambre y el dolor en muchas de sus articulaciones debido al molesto roce con las partes metálicas de su armadura empezaban a hacer mella en él. Lo único que le mantenía todavía era su férrea determinación a sobrevivir y su fe en el Sol Naciente.
Hacía algunos días que había decidido avanzar hacia el oeste. Era por ahí por donde nacía su dios patrón cada mañana y suponía que ese era el camino que debía tomar. Seyran, que era así como se denominaba el astro reinante en aquel sistema solar, le otorgaba unas cinco horas de luz. Durante el tiempo restante las tinieblas acompañadas de un frío infernal y en muchas ocasiones hacían que el paladín pronto decidiera montar campamento. Avanzar a oscuras y con la helada de la noche era una locura incluso para él.
Fuera como fuera seguía avanzando todo lo que sus fatigadas piernas y las condiciones del terreno y el clima le dejaban. Tenía la impresión de que no estaba allí por casualidad. Estaba convencido de que si estaba experimentando ese suplicio era por algo y ese algo tenía que ver sin duda con su amado dios solar. ¿Era el elegido para llevar a cabo una misión celestial? Estaba convencido de que sí.
No volvió a ver a Miriel de Aster, sin duda la había ahuyentado y por un buen periodo de tiempo no tendría noticias suyas y nada cambió durante varias jornadas hasta que por fin un día como cualquier otro, durante las horas nocturnas se topó con los restos de una bestia putrefacta a medio devorar. Se trataba de un alce o un animal similar a tenor de sus enormes y ensortijados cuernos. Keizell degustó la carne de aquel animal tras asarla a las llamas de una hoguera y allí se detuvo a degustar aquella carne con un sabor algo ácido en el que se reconocían los efectos de la corrupción de aquellos restos.
Tras alimentarse, el paladín decidió descansar unas horas y para cuando hubo amanecido se puso en pie raudo y veloz. Trató de desentumecer su mermado cuerpo que no conocía un lecho cómodo desde hacía semanas, como tampoco recordaba la sensación de amparo que le otorgaba el descansar tras cuatro paredes y un techo. El constante viento y el frío habían dañado su piel que estaba escamada y seca. También sentía una sensación de suciedad en todo el cuerpo pues haría más de un año que no recibía baño alguno y su olor empezaba a ser insoportable incluso para él. Lo cierto era que eso era lo que menos le importaba en aquellos momentos. Lo que realmente ansiaba era descubrir que era lo que el Sol Naciente quería de él.
Cuando se detuvo a observar donde se encontraba descubrió que por primera vez en mucho tiempo el paisaje había empezado a cambiar. Se encontraba en lo que catalogó como una zona de extraordinaria belleza natural. Se caracterizaba por picos rocosos que ya había intuido en el horizonte algunas jornadas atrás y unas llanuras costeras con suelos ricos en algas marinas donde pastaban algunas cabras salvajes.
El sol rojo se abría paso aún sumergido en aquel inmenso y silencioso mar que se abría paso frente a él como desafiándole a cruzarlo aunque fuera a nado si hacía falta. Seyran esa mañana parecía resucitado y refrescado como si hubiera bebido del mismo mar y por ello pudiera ahora reinar en lo alto del firmamento con energías renovadas. Keinzell se detuvo unos instantes y arrodillado frente al Sol Naciente repitió las oraciones que aprendiera años atrás.
- We tripantu yafultukun, nu fiñmawn, yafuamun antu. – Pronunció en aquel indescifrable idioma.
Fue entonces al acabar sus oraciones cuando se desveló frente a él, a unos dos kilómetros en descenso por una colina, lo que sin duda eran los restos de un naufragio y si sus ojos no le engañaban pudo localizar entre aquel amasijo de restos la nave varada, que sin duda alguna se trataba de un drakkar, lo que parecía ser un hombre recostado boca abajo.
El paladín se aproximó a la carrera y tras menos de diez minutos se encontraba entre aquellos restos. Lo primero que hizo fue aproximarse a aquel hombre abandonado a su suerte en aquella orilla. Vestía únicamente con largas calzas de cuero duro empapadas y ajustadas a la cintura por un cinturón de cuero también negro. No portaba ni gorro ni botas ni ningún otro abrigo, arma o armadura ya que de haber portado cualquiera de esos complementos el mar los habría devorado al igual que había hecho con su nave y gran parte de la tripulación de ésta. Sin duda era un milagro que aquel hombre hubiera llegado hasta aquella orilla.
Keizell agarró a aquel hombre por debajo de la axila y agarrando el cinturón volteó el cuerpo inerte de aquel joven norteño. Sus rasgos vovit eran innegables. Un joven de gran estatura y anchas espaldas y cabello oscuro largo al igual que una barba bien recortada a la altura del cuello. Pero sin duda lo que más le caracterizaba como miembro de las tribus del norte eran las abundantes cicatrices que lucía por todo el cuerpo y los múltiples tatuajes representando en negro y rojo a ciertos animales típicos del norte y símbolos tribales.
- Animales y otras mierdas nórdicas. – Dijo Kenzell al ver aquellos dibujos impresos en la piel de aquel hombre.
Respiraba de eso no había duda aunque de forma muy tenue, sin duda estaba al borde de la muerte. Habría bebido gran cantidad de agua durante el naufragio y posiblemente se hubiera golpeado con algo quedando inconsciente. Suerte había tenido de llegar con vida a aquella orilla de aquella interminable tundra. Sin duda estaría agotado, hambriento y sediento y de despertar necesitaría cuidados.
- ¿Qué debo hacer con él? – Se preguntó a sí mismo Kenzell en el preciso instante en que aquellos profundos ojos azules veteados en plata se abrieron de par en par desvelando al paladín que aquel ser venido de las aguas acababa de recuperar el control sobre su propio cuerpo.
Iirag se sentía confuso. La cabeza le daba vueltas inmersa en el interior de aquella devastadora oscuridad. ¿Dónde estaba? No lo sabía, sólo sentía un intenso mareo y dolor de cabeza aderezados por un intenso sabor salado y una intensa sensación de frío y humedad que nunca antes recordaba haber experimentado. Se sentía mojado. A medida que iba centrando su atribulada cabeza empezada a notar que sus ropas o más bien sus calzas estaban empapadas.
Se tocó el torso y descubrió que estaba desnudo. Las pieles de castor, su armadura, su equipo, todo… ¿Dónde había ido a parar? Tampoco lo sabía. Estaba agotado pero sus ojos ahora abiertos de par en par repararon en que se encontraba en alguna zona costera helada pero nada más le desvelaron en aquel momento, pues exhausto como estaba perdió la conciencia sobre su propio cuerpo y cayó sumido en un profundo sueño.
De pronto notó como alguien se acercaba hacia él, pero sus fuerzas no eran muchas y le impedían hasta abrir los ojos. No fue hasta el momento en que notó como alguien le agarraba para voltearle cuando su instinto le dio el impulso necesario como para abrir los ojos y descubrir ante él al que parecía ser un hombre ataviado con una armadura completa sacada de tiempos remotos. Su rostro cubierto por un yelmo cerrado ocultaba el rostro de aquel caballero y la única información acerca de él que Iirag pudo obtener fue a cerca de su tabardo blanco en cuyo centro lucía un imponente sol de color rojo.
El norteño se encontraba en la orilla de una playa de guijarros de un color grisáceo oscuro rodeado por la nada más absoluta. A su espalda se encontraba un vasto mar calmo en el que se reflejaba el sol rojo del amanecer. Frente a él se extendía una interminable tundra helada y rocosa cubierta por una densa neblina que casi podría cortarse con un cuchillo.
Mi barco, mis hombres...
Sus pensamientos volaban hasta que se dio cuenta de que el hombre con armadura aun le agarraba. Se soltó apartando al... caballero de si mismo de un empujón de sus poderosos brazos. Estaba algo mareado pero se hizo cargo del asunto con rapidez. Se levanto y puso una rodilla en el suelo, mientras sostenia su cabeza con la mano. El pelo se le había soltado y le caía sobre la cara, era molesto, ademas estaba el dolor y el frío por todo el cuerpo. Con un tono involuntariamente agresivo le preguntó al caballero.
—¿Quien eres? ¿Y a que lado del Mar Cercado estamos?
Antes de que contestase, se levantó a duras penas aguantándose el mareo y el dolor. Fijó su mirada en las rendijas del casco del caballero. Pudo ver de reojo varias cosas. La tundra helada y llena de rocas, no le cuadraban con los acantilados que gobernaban los Jrags del sur, pero podría haber llegado a una de las bahías mas al este. También se fijo en el sol rojo del tabardo del caballero y la armadura antigua. ¿Un paladín o caballero de los que hablaban los tomos de armas? Puede ser, aunque esa armadura parece anticuada. Si me ataca tendré que tratar de desarmarle.
Tras aquella caótica marcha por este helado desierto por fin llegue al mar. Si bien no en las condiciones optimas mi cruzada me a llevado hasta estas desconocidas costas. Tras recitar mis rezos en un leve instante razón, pienso en lo bueno que sería descansar y tomar un baño, sin embargo no hay descanso para quienes persiguen una causa justa. Empuño mi mano y la alzo desafiante, algún día quizás pueda descansar en cuanto elimine a toda esa escoria que ocupa mi mente.
Tras descender por la empinada colina en la que me encontraba y al fin alcanzar los restos de la embarcación que había visto desde arriba, me encuentro con la sorpresa de aquel hombre moribundo. Por supuesto de forma inconsciente me quedo contemplándolo.
Animales y otras mierdas nórdicas - Escapan de mis labios nada mas al verlo, por unos instantes dándolo por muerto, alzo mi mirada al cielo y por supuesto miro al incandescente sol que quema mis retinas, pero no aparto la vista - ¡Alabado sea el alba, una señal de mi maestro! - Pienso mientras mi ser se llena de dicha, mi pecho se infla de una inconmesurable alegría al encontrar a aquel individuo tras mis oraciones, realmente me importa una mierda quien sea o de donde viene, pero si es en este momento de seguro que debe tener algún propósito, aunque este al borde de la muerte. Sin darle mas vueltas al asunto le doy vuelta, solo para descubrir que esta consciente, ya que tiene los ojos abiertos. Me quedo en silencio mientras aquel nórdico habla, no se que clase de cosas dice, pero suelto una alegre carcajada ante sus preguntas - Hohohoho - El eco metálico en mi armadura solo amplifica el sonido - Koinzell es mi nombre nórdico, servidor de la luz suprema - Alzo ambos brazos de forma exagerada indicando el sol - Veo que eres afortunado, sea cual sea el dios al que reces este debe amarte, pero quizás no lo suficiente para enviarte a esta tierra olvidada ¡Hohohoho!
No puedo evitarlo, la risa surge de lo profundo de mi alma, tan fuerte que debo sostener mi barriga producto de lo hermoso de la situación. Quizás cuanto tiempo lleve varado en este lugar, no tengo idea donde es este lugar, pero la simetría de este encuentro es hermosa.
Iirag se quedó mudo mirando al ajado caballero alzando los brazos hacia el sol. Estaba en presencia de un fanático. Al menos su propia cabeza estaba mejor, el mareo y el dolor casi había desaparecido. Se fijó bien en el caballero... debajo de la armadura, si bien no tenía su físico portentoso ni su altura, era alto y atlético, aunque su armadura abultaba un poco en su estómago. Parecía que su cuerpo tenia la salud de la que su mente no hacía gala, podía ser un útil compañero de viaje. Para cuando terminó su jaculatoria y se sujeto la tripa para reirse como un loco, Iirag ya había decidido cómo tratar con ese hombre.
Esperó paciente a que sus psicóticas carcajadas terminarán, mientras flexionaba los músculos y los desagarrotaba. Se sentía raro sin el habitual peso de su equipamiento. Como las carcajadas no paraban, le dio un golpe, que pretendía ser amistoso, en el hombro.
—Caballero Koinzell, por las hachas de Yrg que no se que me ha traído aquí ni porque. Pero si Yrg o Ygg en su furiosa sabiduría me han dejado en estas costas—Destrozando mi bote y matando a muchos de mis hombres, sino a todos. Pensó— con la incomparable compañía de un siervo de la luz suprema, será por algo. Mi deber es pedirte que me cuentes todo lo que sepas de estas... tierras olvidadas, como tú mismo has dicho.
Mientras hablaba con el Caballero echó un vistazo a su alrededor. Es cierta que era un paraje desolado y el estaba sin armas ni armaduras acompañado de un caballero loco. Sabía que Yrg e Ygg no eran conocidos por su sentido del humor, así que pensó que esto podría deberse a algún otro dios, o simplemente a un dramático y nada divertido accidente.
Mi risa muere de inmediato en cuanto el hombre comienza a hablar. Por unos instantes la seriedad se apodera de mi, observo el paisaje a nuestro alrededor y escucho el apaciguador y traicionero sonido del mar. Mis ojos vuelven a posarse en el hombre frente a mi, es mas alto que yo definitivamente, aunque eso es algo común en la gente nórdica.
Desconozco nuestro paradero exacto - Digo en un dejo de lucidez, con seriedad como quizás fui hace tiempo, aquello esta sepultado en mi memoria - Pero estas tierras son territorios traicioneros, carcomidos por el hielo y el frió glacial. En donde el terreno no esta congelado hay traicioneras ciénagas, si has venido a parar a este lugar es definitivamente porque tienes un propósito, o porque tus dioses te odian. No eh visto otras personas desde hace bastante tiempo, sin embargo la marcha continua a través de estas costas alejadas del cálido toque del maestro.
Miro en dirección al sol de forma, lo cierto es que me es depresivo solo poder contemplarlo durante pocas horas al día. Estas tierras crueles, con su frió que carcome los huesos son crueles, limitando el contracto entre yo y el objeto de mi devoción de tal manera. Siento fuerzas renovadas como para continuar, si el hombre a mi lado no tiene mas que decir continuare mi marcha por esta costa abandonada hasta que encuentre un puerto.
¿Calido toque del maestro? Iirag trató de no concentrarse en la mas que posible locura de su compañero. Tenia que encontrar algo en ese páramo. Recorrer la costa parecía buena opción para llegar cuanto antes a un puerto. Pero aun con su portentosa resistencia necesitarian suministros en algun momento, agua y comida. Para ello seria mejor acercarse a un bosque, o ir directamente hasta el puerto. En cualquiera de las dos opciones se la jugaban... Iirag tomó rapidamente una decision
—Caballero Koizel, no se si tienes suministros ni cual es tu honrosa misión. Pero creo que deberíamos marchar por la costa, en busca de alguna aldea pesquera o algún puerto, sea comercial o militar, servirá, sobretodo si no tienes comida y agua para ambos. Ya discutiremos si mis dioses me odian de camino.
Maldijo mentalmente, no tenía ni idea de donde estaban, trató de orientarse respecto al sol. Si veía que aquella costa daba hacia el norte o hacia el sur, podría saber a que lado del Mar Cercado se encontraba. Necesitaba llegar a Athellolis y cumplir con su misión, su tribu lo requería.
Iirag miró hacia el cielo tratando de orientarse. Buscó alguna montaña o cordillera conocida, algún accidente geográfico en la costa. ¿Dónde estaba el norte? ¿Dónde estaba el sur? No es que fuera un gran explorador, para eso tenía a sus batidores y rastreadores, pero si tenía una nociones básicas de orientación para poder ubicarse en cada momento estuviera donde estuviera. En aquel lugar helado olvidado por Ygg y Yrg parecía que había vuelto quince años atrás cuando todavía era un mocoso inexperto que no podía encontrar ni la palma de su propia mano.
Koinzell admitió que portaba todavía algunas provisiones consigo así como algo de agua que gustoso compartiría con Iirag, aunque lo cierto era que si ya eran escasas para uno solo, siendo dos muy posiblemente se quedarían sin reservas en pocas horas. Por ello el tiempo apremiaba y sin más dilación empezaron a caminar siguiendo la línea de la costa.
El sol empezaba a ascender en el cielo y por extraño que pareciera no dejaba su tono rojizo para recuperar todo el luminoso esplendor que normalmente lucía. Si bien era cierto que a según qué latitudes de Gea Seyran se mostraba de forma diferente que en el resto del planeta, aquella tonalidad duradera se hacía extraña tanto para Koinzell como para Iirag. Era cierto que Koinzell ya llevaba varias jornadas merodeando por aquellas tierras baldías y que en jornadas anteriores el astro reinante se había mostrado de igual forma ante sus ojos pero lo cierto era que, lejos de parecerle algo extraño digno de preocupación, le había provocado cierta esperanza gracias a sus férreas creencias en el Sol Naciente.
- ¿No ves algo extraño en Seyran esta mañana? – Preguntó Iirag tras casi una hora en silencio y en constante avance.
- Desde que estoy aquí se ha mostrado de esta maravillosa manera. – Respondió el caballero del Sol Naciente y acto seguido soltó una sonora carcajada. – No se muestra más de cuatro o cinco horas diarias, debemos de estar muy al norte. – Afirmó rotundo.
Tras un breve almuerzo a base de galletas saladas y un par de sorbos de agua por cabeza continuaron su camino hacia ninguna parte. El paisaje no variaba demasiado. La fría tundra quedaba a su derecha y a su izquierda aquel interminable mar calmo. Los pies descalzos de Iirag empezaban a dolerle con avaricia. Llevaba más de medio día caminando descalzo sobre aquella playa de helados guijarros grises y sus pies ya habían empezado a sangrar. Todavía no se había secado y un portentoso frío se adueñaba de él alentado por la ventisca procedente del interior de aquel desolado continente que de cada vez se tornaba más violenta.
Pese a todo Iirag no se quejó pues era un vovit del norte de Arthanis y no era costumbre en ellos solicitar ayuda o compadecerse de uno mismo. Ellos resolvían sus problemas solos. Koinzell tampoco reparó en que aquel joven traído por la marea necesitaba una mejor ropa de abrigo y principalmente unos zapatos, aunque poco podía hacer él por ayudarle en ese aspecto. Su equipo era muy básico y desde luego no portaba mudas ni de ropa ni de calzado.
No tenían que ser demasiado espabilados como para percatarse de que en aquella tundra no abundaba la vida animal. De hecho, desde que se habían encontrado no había visto ni una sola libre correteando entre los arbustos o un mísero cangrejo escondiéndose entre los guijarros de la playa. Tampoco habían escuchado el canto de ningún ave y tampoco habían avistado un solo pez en las veces que habían dirigido su mirada al mar.
Una sensación de profunda soledad les embargaba y a cada momento se hacía más y más fuerte. Una corazonada les decía que algo extraño estaba ocurriendo a su alrededor. Una extraña aura rodeaba a aquel inhóspito paraje de pesadilla. Tenían la impresión de que cuanto más caminaban más se alejaban de cualquier lugar civilizado y empezaron a sopesar la posibilidad de que nunca más regresaran al mundo que conocieron.
Fue entonces cuando Iirag sintió una dolorosa punzada en su pie descalzo que le hizo tropezar y caer contra las redondeadas piedras grises que llevaba pisando durante horas interminables. Al comprobar la causa de aquel intenso dolor se reparó en que se acababa de clavar una concha de algún molusco. Se trataba de una purpúrea concha redondeada parecida a un caracol pero recubierta por un sinfín de afiladas espinas. Se la planta de su pie brotaba un constante reguero de sangre y aunque la herida no le iba a matar sí que podía retrasar aún más su marcha.
Koinzell se agachó junto a Iirag para examinar su herida agarrando su pie y acabó por sentarse junto a su compañero de viaje. El rojo sol empezaba a esconderse y fue en ese momento en el que por primera vez desde que se conocieron se relajaron por un instante cuando percibieron que el mar no era del típico color azulado. Ya habían observado antes que el color del agua era violáceo. Aquel color purpúreo se hacía más evidente en la orilla pero esa extraña tonalidad que el mar reflejaba se adentraba bastantes millas hacia el interior del mar y sólo en la lejanía parecía recuperar su habitual y característico color azul.
Si bien en un principio habían creído que aquella extraña tonalidad era debido a los densos nubarrones negros que ocupaban todo el cielo desde hacía algunos días y que amenazaban con romper en una devastadora tormenta en cualquier momento, ahora que la ventisca había escampado los nubarrones y el cielo debería haber recuperado su color normal, de hecho no lo había hecho. Al mirar hacia el interior del continente vislumbraron que a muchos kilómetros en la lejanía el terreno parecía cambiar de aspecto hacia una zona algo más pantanosa y que mucho más alejados se podían intuir unos escarpados picos sumidos por una oscuridad antinatural que parecía proceder el interior de aquella tierra, como si un sol oscuro reinara en lo alto del cielo haciéndole la competencia al buen Seyran. Quizás esa extraña luminiscencia era la causa de aquel extraño color del agua. A decir verdad, si se paraban por un instante a observar a su alrededor, parecía que la luz que les rodeaba se iba tornando cada vez más amoratada a medida que Seyran se ocultaba en la lejanía.
El eterno viaje le estaba empezando a cansar física y mentalmente. Tras un principio en el que se había fiado en el Caballero del Sol con el paso de las millas empezó a desconfiar de él. ¿Qué hacía allí con él? ¿Acaso lo habían enviado? Si hubiese querido matarlo hubiera sido fácil, pues le había encontrado inconsciente y semidesnudo en la costa. Pero igual su plan era más retorcido.
Mientras caminaban él vigilaba de reojo al caballero mientras planeaba docenas de contramedidas contra posibles traiciones. Planeó también que si en un par de días no encontraban comida o agua lo ahogaría con sus propias manos. Algo desconcentrado no se fijó por donde andaba, sintió un punzante dolor en el pie y cayó al suelo, hecho un revoltijo de extremidades, maldijo a todos los dioses pero estaba más enfadado por su propia torpeza. Cuando Koinzell se abalanzó hacia él casi lo estrangula, pero se fijó en que solo quería curarle la herida.
Se reprendió duramente durante el resto del dia. Koinzell era un tipo honorable, no debía dudar de que hiciera lo que debía. Por eso le era útil.
Mientras ambos miraban las extrañas y oscuras montañas, Iirag no pudo evitar un escalofrío, pero también sintió cierta esperanza. Quizás estarían pobladas. Da igual por que o por quien, fuese lo que fuese, podrían engañarles, matarles o robarles, la herramienta daba igual, lo importante era conseguir comida y bebida, y quizás alguna dirección. Pero… mierda, estaba desarmado y sin armadura, tan solo tendría su poder y su fuerza física para luchar contra las amenazas que seguramente acechaban en aquellas montañas. ¿Que habría hecho su Jrag?¿Que habría hecho Thror? ¡Thror no se habria hundido por una mera tormenta, para empezar! Exclamó para si mismo
Todo esto y mas cosas pasaban en su cabeza mientras veía las oscuras montañas y los colores cambiantes. No eran propios de el los pensamientos esotéricos, pero ¿y si no se había despertado tras el naufragio y estaba en una especie de pesadilla? Todo parecía actuar de forma anormal, y su propio compañero parecía salido de un estrafalario cuento.
De todos modos, con la voz algo cascada por el frío continuado. Gruñó
—¿Se esta haciendo de noche o que esta pasando? No tengo ni idea de que provoca estos colores dementes, pero por las sagradas hachas de Yrg que tenemos que hacer algo.
No le gustaba demostrar debilidad de esa manera, pero realmente estaba mas perdido que un no vovit en un duelo de cráneos.
La marcha por la costa era tan desoladora como había sido por el frió desierto que había atravesado, sin embargo no me detendría, menos con las sombras que acechan mi mente, camino de forma fanática, ignorando mis adoloridos huesos y carne que ya había sido azotada incansablemente por las inclemencias del tiempo, de hecho, ya casi ni siento el dolor, y si lo hago lo ignoro por completo ya que la devoción es mas fuerte que la carne. Mientras voy meditando miro de reojo al traicionero mar de nuestro costado, en mi locura puedo ver numerosos monstruos marinos, en mas de una ocasión siento aquellas ganas de lanzarme al combate a degollar algunos monstruos para comerlos, sin embargo se desvanecen como espejismos antes de que mi cuerpo tome la espada, pero en mi mente entre la bruma veo figuras con tentáculos, o con alas deformes y horrendas, fantasmas de un pasado lejano.
Escucho como alguien se cae a mi lado, volteo y doy un paso atrás, por unos instantes me encuentro en un campo de batalla desolado, lleno de cadáveres, sin embargo solo es algo que dura menos de un segundo, pues vuelvo a mi lugar viendo al nórdico tirado en el suelo. Me arrodillo para revisar, y para notar que sangra bastante del pie. Corto un pedazo de mi tabardo sin darle mucha importancia para envolver las heridas de ambos pies, después de todo es solo una representación, las creencias y los rezos provienen del corazón, no de un objeto. Una vez curada su herida tomo la causa de los problemas y lo examino, nunca había visto un molusco similar.
¡Maldita criatura herética, serás mi cena! - Exclamo alegre guardando aquella cosa tan extraña en mi bolsa de viaje junto a las provisiones restantes, escucho la exclamación de Iirag y miro en la dirección que el observa, un pantano basto se encuentra ante nosotros, y a la distancia un sol oscuro - Esta tierra esta maldita - Exclamo con total seguridad.
Lo cierto es que no se nada de maldiciones, maldición no soy un mago ni un sabio ni un sacerdote, simplemente hablo desde mi corazón compungido por la visión, las dudas me asaltan ¿debería rezarle también a este nuevo sol? Por el momento quizás eso deba aguantar, primero debo averiguar que es.
¿No será esto obra de esos malditos traidores herejes? - Pienso mientras empuño mis manos, vuelvo a repetir el ejercicio que llevaba haciendo hace días, desenfundo levemente la espada y la guardo sin llegar a sacarla, no sería bueno que se congele por el frió cuando llegue el momento de usarla - Esa maldita bruja que escapo la última vez debe de haberles avisado - Pienso de forma paranoica recordando el espejismo de esa harpía, esa mujer miserable, mi sangre comienza a hervir, ya ni siento frió por ello, sin embargo de forma instintiva comienzo a buscar a nuestro alrededor.
¡Amigo nórdico sin nombre! - Exclamo empuñando las manos con ansias - Deberíamos buscar mas de estos extraños moluscos, pueden ser nuestra cena - Lo miro, mi mirada por un lado por perturbadora que sea se encuentra en un momento de lucidez - Además si la concha pudo perforar tu piel, si nos encontramos con algo podemos usarlas para golpearlos hasta la muerte.
Iirag no pudo evitar soltar una carcajada, por los dioses que le empezaba a gustar ese hombre. Si un alfil es gracioso ademas de util, mejor que mejor. Por un momento se olvido del extraño paisaje. Aguanto la mirada del lunatico.
—Caballero Koinzell ¿Realmente no te he dicho mi nombre?—Se golpeo el pecho con su gran puño— Yo soy Iirag, Hijo de Thror, enviado de la tribu de los Hermanos Lobo. Ha sido un placer conocerte y presentarme, en ese orden.
Los miembros de su casa eran decididos, fuertes y estoicos. Pero también sabían divertirse cuando llegaba la ocasión. Un caudillo debía saber beber y departir con sus hombres si quería mantener su lealtad.
Por ese motivo se olvido del ligeramente aterrador paisaje mientras buscaba conchas. Al pensar en esos moluscos marinos, le dio vueltas a un par de cosas. Entonces grito al fanático que vagaba entre las rocas buscando conchas
—¡Deberíamos seguir la costa. Nos alejaría de esas montañas, y quizás encontremos parte del Snekkja, mi nave, con la que naufragué!
No tardaron demasiado en reunir un buen número de aquellos pequeños moluscos de púas afiladas. Extraer la viscosa babosa con un color púrpura que se encontraba en el interior de aquellos seres inaccesibles y que no invitaba precisamente a ser devorada no parecía ser una misión fácil. Sin embargo abrir aquellos caparazones no fue complicado cuando Koinzell desenfundó una afilada daga. Introduciendo la punta de la misma por la abertura de la concha y haciendo palanca logró su objetivo. Más pragmático fue Iirag que se valió de dos piedras para chafar a aquel ser y hacerse con su carnoso interior.
Pese a que Iirag estuvo a punto de engullir a uno de aquellos seres de buenas a primeras, el caballero el Sol Naciente se lo arrebató de las manos y acto seguido le mostró un pedernal y una sartén las cuales portaba de forma muy afortunada en su mochila. Mientras el norteño se encargaba de extraer aquellas desagradables babosas del interior de sus conchas, el caballero reunió un sinfín de ramitas lo más secas posible y tras un buen rato frotando el pedernal la yesca comenzó a arder tras un chispazo y minutos después aquellos desagradables moluscos empezaron a retorcerse con el calor de la sartén.
Ya era noche cerrada cuando empezaron a degustar el sabor de aquellos moluscos, que si bien era cierto que eran realmente insípidos, tenían cierto sabor amargo. Ingerir aquellas babosas podía calmar algo sus rugientes estómagos, pero lo cierto era que su color y su aspecto no invitaban a darse un atracón. Fuera como fuera las provisiones de Koinzell eran cada vez más escasas y debían tomar una decisión firme acerca de la dirección que debían tomar sus próximos pasos.
Fue en ese momento cuando todo parecía estar más en calma cuando Koinzell pareció escuchar algo. Iirag se sobresaltó cuando aquel hombre se puso rápidamente en pie y giró su rostro hacia las montañas. El caballero agarró la empuñadura de su espada bastarda y desenfundó tres dedos de su filo. Aquel hombre parecía buscar algo en la negra espesura de la noche y cuando Iirag trató de preguntar por lo que estaba sucediendo, el caballero tan solo le invitó a callar con un gesto con su zurda y un chasquido de su lengua.
Una extraña sensación de frío recorrió el cuerpo de Koinzell. No el frío típico de aquella tundra olvidada de los dioses, sino un frío espectral que parecía proceder de otro lugar, un frío que parecía perseguirle desde hacía un tiempo atrás. De nuevo escuchó aquella risa perversa que bien sabía a quién pertenecía y de nuevo una sensación de tristeza le embargó, pues aquella malvada mujer allí se encontraba de nuevo. No sabía dónde exactamente pero notaba su presencia, sin duda Miriel de Aster, aquella bruja loca seguía persiguiéndole y se reía de él y de su suerte.
Los moluscos estaban decentemente comestibles, en las campañas de su padre habían llegado a comer toda clase de cosas, de mucho peor sabor y calidad. Durante un asedio debieron comer parte de los cadáveres de sus enemigos mientras estaban a la espera de suministros, como lideres Thror y el podrían haberse librado, pero ademas de que siempre comían con la tropa no eran nada melindrosos con la comida. Para el no era un problema morder la correosa y amarga carne, aunque no abusó de ellas. Según los sanadores y sabios de su tribu, los guerreros no debían hacer grandes comidas mas que en momentos puntuales y nunca antes de un combate o en territorio hostil.
Sintió cierta rabia cuando el lunático le ordeno callar como a un chiquillo, era un tipo ligeramente divertido y bastante útil, pero debía respetar al heredero de la Tribu del Lobo. Ellos no recibían ordenes, las daban. Consciente de que cualquier expresión seria inútil, e incluso infantil, por no decir peligrosa si les impedía oír a su alrededor. Se limito a levantarse y mirar en la misma dirección que Koinzell.
Aunque dudaba de la salud mental del caballero, no dudaba de sus instintos y sentidos, así que agarró fuertemente una piedra de las que había usado para abrir los moluscos y se mantuvo en tensión. Preparado para cualquier eventualidad.
Los moluscos para mi eran una bendición, tener la oportunidad de llenar el estomago y no simplemente era una oportunidad que ni siquiera un lunático como yo desperdiciaría. Sintiéndome con fuerzas renovadas me propongo a descansar para continuar la jornada hacia lo desconocido, sin embargo se me hiela toda la espalda, teniendo que luchar contra las ganas de convulsionar, la puedo sentir, la puedo sentir muy claramente. Volteo bruscamente al escuchar aquella risa fría y malvada, antes de que mi compañero pudiera preguntar le indico que permanezca en silencio, ahora mismo el no me importa mucho, al menos no tanto como la bruja que nos acecha.
Observo el lugar como si estuviera poseído, mirando de un lado a otro con desconfianza. Saco cada vez mas la espada, y chasqueo la lengua con odio, un odio tan fuerte que en ocasiones podría causar milagros, aunque por lo general causaría mas tragedias de las que ya a traído a este mundo.
Maldita bruja - Digo ahora sin bajar el tono de voz, es obvio que sabe donde estamos - Te daba por muerta de una vez por todas en nuestro ultimo encuentro ¿no puedes simplemente ir y morir en un pozo o algo por el estilo?
Desenfundo la espada y me pongo en posición de combate, si me preguntaran no sabría explicarlo porque no recuerdo como fue que la domine, sin embargo era la posición de un hombre que había estado en muchas batallas, si bien mis habilidades no son tan buenas como las de otros, al menos ellas y el amor del astro me han mantenido con vida hasta el momento, con vida para castigar herejes, brujas y traidores del demonio, sin embargo poco a poco noto como esa presencia maligna se desvanece.
¡Huye maldita, pero la condena de los cielos no tiene fronteras, un día te encontraré y clavare mi espada en tu cráneo! - Bramo desafiante ante la sombra de mi pasado.
Iirag esperó y esperó pero ni vio ni oyó nada. Tenias unos sentidos entrenados y experimentados pero a veces podían fallar. Aunque la explicación mas sencilla era que se encontraba en compañia de una autentico loco. Era algo bastante evidente, pero los hechos empezaban a confirmarlo. La tensión y esa pequeña sensacion de euforia por el combate se desvanecieron mientras crecia la ira.
Estaba en una costa desconocida sin ninguna arma, sin provisiones y acompañado de una caballero lunatico. Yrg e Ygg eran dioses veleidosos en ocasiones y Iirag pensó por unos instantes si no habría hecho algo que hubiese podido ofenderles. Un instante despues pateó una piedra mientras se separaba del caballero. Cerrando las manos como si estrangulase a alguien mientras trataba de calmarse, exclamo para si mismo.
—No digas tonterias, los dioses tienen cosas mas importantes que hacer que torturarte.
Tras poner sus pensamientos en orden se acerco a donde habían estado sentados. Con el tono de alguien acostumbrado a que se cumpliesen sus ordenes explico su plan
—Hay que seguir viajando por la costa. Si tenemos alguna fuente de luz deberíamos seguir hoy mismo. Yo no tengo ningún sueño ahora mismo—Pensó un instante en el suceso anterior, y añadió—. Aparte esa bruja que has visto antes podría atacarnos mientras dormimos.
El caballero Koinzell no puso impedimento alguno a las pretensiones de Iirag. Ambos estaban exhaustos y heridos. En el caso de Iirag eran sus pies llenos de pequeños cortes por su deambular descalzo y en el caso de Koinzell debido al continuo roce de su armadura contra su cuerpo, pero lo cierto era que ambos eran dos hombres fuertes difíciles de matar y esos pequeños contratiempos no les iban a poner en jaque. No al menos tan pronto, aunque lo que si era cierto era que el frío que estaba soportando Iirag por caminar descalzo y con las ropas harapientas que lucía pronto provocaría que enfermara y ese si sería un grave contratiempo de cara sus intereses.
Continuaron su marcha durante algo más de una hora hasta que empezaron a notar los desafortunados efectos se su masiva ingesta de moluscos purpúreos. El ardor de estómago era cada vez más grande y el sinsabor de aquellas babosas de mar protegidas por aquel caparazón astado se reproducía en sus bocas con cada una de las arcadas que les sobrevenían. Ninguno de los dos se libró de aquellas molestas náuseas y quizás debieron intuir por el color o el sabor amargo de aquellos seres que no era una idea demasiado acertada el engullirlos sin más.
Nunca lo sabrían pero lo cierto era que de no haberlos cocinado los efectos nocivos del veneno inherente en aquellos seres les podría haber reportado consecuencias mortales de necesidad. Se hacía evidenciar que en aquel lugar nada parecía estar a su favor y lo que si aparentaba era que todo, hasta un pequeño molusco de apariencia indefensa, estaba contra ellos. Vomitaron durante más de media hora y para ese entonces el sol rojo que reinaba en el cielo ya había desaparecido por la línea del horizonte. Aquel oscuro y rojizo día había durado muy poco y una densa negritud ya les cubría de nuevo acompañada por un helado frío polar.
Quizás era el momento de pedir ayuda. Iirag necesitaba ropa de abrigo, una manta o cualquier cosa con la que cubrirse si quería pasar de esa noche. El caballero Koinzell no se había ofrecido hasta ese momento con facilitarle algo de equipo a un desamparado como era él en esos momentos y tampoco había sido Iirag el que había pedido ayuda, pues era orgulloso y se sabía lo suficientemente poderoso como para no necesitarla, aunque lo cierto era que de no hacerlo pronto moriría.
Ambos se detuvieron en un lugar indeterminado dentro de aquella nada y como si de providencia divina se tratara el paladín sacó varias mantas facilitándole una a Iirag como si le hubiera leído el pensamiento. Una fuerte ventisca les azotó durante esa intensa noche helada y aunque tenían pensado seguir avanzando antes del alba el temporal no se lo permitió y de hecho prácticamente ni pudieron dormir y tuvieron que juntarse mucho hasta casi permanecer abrazados durante horas para tratar así de mantener el calor corporal.
Por suerte para cuando el sol naciente asomó por la línea del mar seguían vivos y aunque de la nariz de Iirag no dejaba de manar un reguero mucoso aún se veía con fuerzas para seguir avanzando durante lo que aquella corta jornada diurna les permitiera. Ambos se pusieron en pie e Iirag ya no le devolvió la manta al caballero, pues se la colocó sobre sus hombros a modo de capa.
Avanzaron bordeando la costa durante tres horas sin que nada variase ni un ápice en aquella desoladora tundra que les rodeaba. El sol rojo ya había empezado a morir y en menos de dos horas probablemente ya serían cubiertos de nuevo por aquella profunda oscuridad que duraba más de veinte horas hasta que la luz rojiza del astro solar volvía a aparecer por el horizonte.
Iirag alzó la mirada y de pronto el sol le cegó. Tuvo que cerrar los ojos un instante y creyó ver grabada en su retina una extraña silueta. Al abrir los ojos se dio cuenta de que lo que creía haber visto seguía acaparando todo su campo de visión. Frente a él se encontraba difuminado con oscuro y rojizo cielo, el rostro de un hombre anciano cubierto con una capucha roja que le miraba fijamente con una mirada oscura como la noche. Pese a que su frente estaba parcialmente cubierta por la capucha se podía apreciar que era calvo y que un desgastado tatuaje cubría parte de su calva y su frente. La morena piel de aquel hombre estaba terriblemente cuarteada y plagada de arrugas. Parecía que sonreía mostrando unos extraños dientes afilados como si pertenecieran a un felino aunque lo que realmente consiguió con aquel gesto fue que un escalofrío recorriera el cuerpo de Iirag.
- ¡Mirá allí! – Gritó Konziell y de esa forma la imagen proyectada en la retina de Iirag se esfumó tan rápido como había llegado.
A unos quinientos metros internándose hacia el interior de aquel páramo helado se observaban los restos de lo que parecía ser sin duda alguna una embarcación partida por la mitad. Iirag la reconoció de inmediato. Por su forma inequívoca se trataba de un drakkar, pero no de uno cualquiera. Iirag corrió la distancia que le separaba del Snekkja y tras casi dos minutos se encontró junto a su embarcación. Estaba terriblemente destrozada. La tormenta había partido su nave por la mitad, el mástil reposaba sobre aquel suelo pantanoso y de la vela solo quedaban algunos jirones.
Koinzell llegó raudo junto a Iirag y aun resoplando por el esfuerzo de la carrera se detuvo a mirar lo que tenían en frente. El casco tenía multitud de agujeros y faltaban multitud de tablones así como el mascarón con su característica figura emulando la cabeza de un dragón. Pronto se fijó en que su nave estaba cubierta de algas, así como de conchas marinas adheridas a su casco. Aún quedaba algo de agua del mar estancada en algunas partes de la embarcación e incluso pudo observar como algunos peces aún se movían coleteando de un lado para otro tratando de volver al mar.
- Algo anda mal… - Dijo el caballera resaltando lo obvio. – Parece como si esta nave llevase hundida años en el fondo del mar y lo más extraño es que se encuentra a casi un kilómetro de éste…
Iirag no respondió y sin embargo decidió penetrar en el interior de la nave para observar algo mucho más aterrador todavía. Tirado en el interior del casco se encontraba el cuerpo a medio descomponer vistiendo con una armadura que Iirag de inmediato reconoció. Se trataba de una armadura completa de fabricación artesanal, sobre la que llevaba una hombrera fabricada con el cráneo de un lobo. Una húmedas pieles de oso y un tabardo de cuero anudado con un enorme cinturón con el símbolo de un Lobo de mirada enfurecida eran la indumentaria de aquel esqueleto, llevando sus armas cruzadas a la espalda.
Iirag se quedo aturdido, balbuceando ligeramente, con el cadaver en sus manos.
—No... no puede ser... no puedo ser...
¿Estaba muerto? ¿Era todo una ilusión? ¿Alguna especie de juego del hombre que había aparecido como un espejismo en su retina? No podía ser. Con rápidos movimientos comprobó si el cadaver era de su estatura y si tenia dientes parecidos a los suyos. Se enorgullecia se su fuerte dentadura en buenas condiciones, poco frecuente entre los hermanos Lobo. Tambien busco el cuerpo de los demas tripulantes.
Despues de varios minutos decidio que no debia dar vueltas al misterio del cadaver, de nada servia retorcerse el cerebro con tan poca informacion. Con movimientos agiles, le desvistio y le quito el armamento, y se armo en pocos minutos. Si era su propio cadaver ya no necesitaria la armadura, y el tenia frio. Estaba buscando comida cuando cayó en que todo deberia parecerle extremadamente raro a Koizell.
—Perdona Koizell, pero me he sentido abrumado por unos momentos. Este barco que ves es el Snekkja, mi antigua nave, que capitaneaba hasta que naufrago en el mar Cercado, la historia posterior ya la conoces. El cadaver que he desvestido... no se quien es, pero llevaba mi ropa y armamento. Algo raro esta pasando Caballero Koizell, cuando desperté en la costa.... No se que esta pasando, no se si esto es una ilusion, si estamos muertos... Si es una broma pesada de los dioses.
Iirag golpeo el cascaron de su barco, destrozando un buen cacho de madera, casi podrido. Estaba realmente furioso. Pero retiro su mente de la voragine de pensamientos y explicaciones y se entretuvo buscando entre los restos del bote.
Mientras Iirag revisa la nave y el cadáver me siento sobre algún barril de los escombros del barco. Ya no me siento tan exageradamente mal por los mariscos, sin embargo esas criaturas viles, heréticas e impuras habían intentado acabar con mi vida y la de mi aliado, sin embargo el poderoso sol que ilumina mi vida fui rescatado de la desgracia. El barco era parecido a los que empleaban las tribus nórdicas contra las que solía luchar en un pasado, sin embargo es diferente. Definitivamente no tienen mucho que ver, eso solo revela mi ignorancia, el mundo debe de ser un lugar realmente grande y nunca uno deja de conocer nuevas cosas.
Observo como Iirag comienza a desvestir al cadáver, por lo general la mayoría de las ordenes de paladines verían eso como un acto bajo, sin honor y sin respeto, sin embargo mi orden no era una de monjes y palabras, era una hermandad de armas, por lo que aun en mi locura encuentro totalmente natural las acciones del hombre, aunque no comprendo del todo la situación. Escucho atentamente las palabras de el nórdico una vez se decide a hablar.
Si - Respondo con sinceridad, de hecho la idea alegra mi lunática mente - Si, eso tiene mucho sentido, puede que haya muerto en batalla y por ello mis recuerdos son erráticos - Digo reconociendo mi propia inestabilidad mental - Es posible que mi maestro me haya llamado a estas tierras de mierda para acabar con las brujas y los herejes, después de todo su poder es implacable, y también comprobaría la teoría de que la fe es eterna.
Me pongo en pie y suelto una sonora carcajada, no comprendo la situación, pero todo sucede por un motivio y si estoy aquí es por la voluntad del astro al que sigo con tanta devoción, pero si puedo aprender algo de este lugar mancillado entonces este viaje tendrá un propósito. Mientras me río una idea cruza mi mente, miro a Iiriag.
¿Si este es tu barco? Suponiendo que no estamos muertos - Digo para aclarar - ¿Porque esta en medio de esta tierra? ¿Y porque parece como si hubieran pasado años? - Una idea pasa por mi mente que me hiela la sangre - ¿Cuantos años han pasado desde que partí en esta cruzada?
Un agudo dolor de cabeza me fuerza a dejar de pensar en ello, me invaden unas profundas nauseas y también ganas de reír de forma desenfrenada, pero no hago ni un gesto. En menos de un par de segundos todas esas ideas se desvanecen de mi cabeza como si nunca las hubiese tenido.