El mar rugía como un lobo hambriento. Las olas caían sobre la cubierta tratando de devorar el drakkar con todos sus ocupantes. Era una tormenta violenta, una de las más hostiles con las que el Snekkja había combatido. Habían achicado las velas para poder capear el temporal. Necesitaban tener algo de propulsión para no quedarse sin el gobierno de la embarcación. Llevaban más de cuatro horas capeando el temporal. El drakkar daba bandazos de un lado a otro y casi había volcado en un par de ocasiones.
Iirag se aferraba con fuerza al timón, tratando de mantener el barco a flote. No era una tarea fácil. Estaba agotado, pero aún así luchaba con toda su alma afanándose para no acabar en el fondo del mar siendo un pecio abandonado a la memoria de las futuras generaciones. Luchaba por su vida principalmente y también por las de sus camaradas que viajaban abordo de aquel drakkar, pero también luchaba por su padre, por no defraudarle y por cumplir con la misión encomendada.
Thror Tryggvason, el Lobo Sanguinario, Jrag de los Hermanos del Lobo era un hombre fuerte y un hombre duro. Sabía gobernar con puño de hierro y mantenía a sus gobernados en el equilibrio perfecto entre el miedo y el respeto. El caso de su hijo no era muy diferente, le temía como a la caída al Gran Abismo y le respetaba por méritos propios. La única diferencia es que amaba a su padre, algo que no sucedía entre la mayoría de los miembros de la tribu. Ese era quizás un hándicap extra al que Iirag debía combatir en no pocas ocasiones.
— No es mala idea, pero eso no te incumbe, por ahora. Tu trabajo será otro. Cogerás tu drakkar e irás hacia el Sur. — Thror se acercó al enorme mapa de Gea hecho en una piel de Utapari y señaló la costa norte del Continente de Harvaka. — El reino de Athellolis se ha mostrado amistoso con nuestra Tribu, pues se ha visto agraviado por los Jrags del Sur en varias ocasiones. Iras en calidad de diplomático del Gran Rey, los otros Jrags no pueden tocarte sin causar una guerra, aunque seguramente enviaran corsarios. Sé— Le echó un vistazo amenazante.— ...que me traerás sus pulgares a la vuelta. Irás a su capital y hablaras con el rey y sus generales y conseguirás hombres, naves y suministros a cambio de casamientos, o concesiones comerciales o... — Hizo un gesto con la mano como si lanzara algo y cambió de tema. — Los detalles te los darán los consejeros. Sin su ayuda nuestras bajas serán terribles. Te envío a ti porque el Rey de Athellolis es orgulloso y no sé si hablaría con un diplomático que no fuese de alta cuna. De hecho tendrás problemas si descubren que eres, a sus ojos, un bastardo ¿algo que decir?
Iirag se quedó sorprendido por un instante. No tenía ni idea de tratar con personas aparte de para matarlas o dirigirlas a un combate. Tampoco estaba acostumbrado a que el Lobo Sanguinario le preguntara su opinión. Saco pecho y dijo, orgulloso.
— Señor, viajaré a Cryadairia aniquilando cualquier obstáculo que se atreva a interponerse y volveré a la cabeza de un ejército, o no volveré. - Esa fue la respuesta que dio Iirag en aquel momento.
Iirag se descubrió a si mismo recordando aquella conversación previa a embarcarse en aquel viaje que podía acabar con él y con todos sus hombres. También soñó despierto y tuvo pesadillas. Pesadillas acerca del hundimiento de su nave. Pesadillas acerca de un naufragio y la llegada a una costa extraña, en un mundo extraño, con un sol extraño y una compañía también extraña. Pero finalmente la tormenta pasó de largo, el Senkkja aguantó bien y todo volvió a la normalidad. Seguían su rumbo hacia Cryadairia y llegarían en pocas jornadas para iniciar la diplomacia entre ambos pueblos.
- Buen trabajo, Iirag... - Le dijo una voz femenina por la espalda.
Nigrith Dealirion se había convertido en alguien importante para él. Una mujer extraña, de apariencia extraña y que hablaba un extraño idioma, pero que no obstante, se había mantenido fiel a él y le había dejado consumar con ella. Algo que por otra parte Nigrith estaba deseando y por lo tanto le debería estar agradecida. Al fin y al cabo, de todas formas hubiera aliviado sus necesidades con ella, de haberse resistido la hubiera forzado de todas formas. No obstante, al girarse observó un rostro inesperado.
Se trataba de Gretja, una joven vovit de la tribu los Hermanos Lobo. Llevaba varios veranos embarcando junto a él en el Senkkja y se había ganado su respeto. Su respeto y su polla, pues en más de una ocasión había gozado de sus mieles. Gretja era una fiera en el combate e igualmente lo era en la cama.
- ¿Qué pasa Iirag? - Le dio un fuerte puñetazo en el hombro de forma amistosa. - ¿Has visto un fantasma? - Le preguntó.
Iba a responder, pero no entendía nada. No sabía que podía decir. No entendía que estaba sucediendo. ¿Se estaba volviendo loco? Parecía evidente que si. Su cabeza le estaba jugando una mala pasada. Estaba seguro de que ella era, Nigrith y entonces, cuando al fin se había decidido a hablar, una risotada maligna provocó que se girara de golpe.
- ¡Jajaja! - Rió Neegor.
Reconocía aquella risa. Se trataba de aquel enano negro hijo de puta. Un violador de anos. Le había hecho algo terrible, algo que no olvidaría nunca. Había profanado su masculinidad y lo había hecho mediante embustes. Había lacerado su cuerpo y lo peor, había vulnerado su honor desgarrándolo y amputándolo en tantos apéndices que difícilmente podría volver a juntarlos todos para recuperarlo por completo.
Había jurado matar a esa basura enana de las profundidades, pero no lo haría sin antes torturarlo. Neegor Basaim debía sufrir. Debía sufrir tanto como lo había hecho Iirag y un poco más. Iba a torturarle, iba a hacer que lamentara lo que le había hecho e iba a conseguir que pidiera clemencia y una muerte rápida.
Iirag se giró agarrando el mango de última sombra y entonces... más confusión.
Ivgar, su viejo camarada estaba allí frente a él, sonrisa en los labios, gesto amistoso y brazos abiertos, dispuesto a darle un gran abrazo. Un gesto bastante común entre camaradas tras una épica batalla. Y lo había sido. No había habido sangre, ni demasiadas bajas. No se habían cruzado metales ni había se había ejercido violencia contra otros, pero el mar había sido un digno enemigo y duro rival. Les había dejado vivir, pues de haber querido, ni toda la pericia de Iirag hubiera sido suficiente como para salvar a los suyos de las garras del dios Jovan-dar, regente de los océanos.
- ¡Has hecho un gran trabajo, hermano! - Le dijo Ivgar fundiéndose con él en un fuerte abrazo.
Aunque... ¿Era Ivgar realmente? Hace unos segundos creyó haber escuchado la carcajada de aquel maligno enano negro.
Iirag se llevó una mano a la cabeza. Demasiadas cosas para tenerlas todas en cuenta. ¿Iba a Athellolis? ¿Volvía a ser un sueño? Quizás nunca había ocurrido aquel extraño encuentro con el Gran Rojo. Pero entonces ¿De que conocía a Nigrith y cuando había conocido al deleznable enano negro?. Era todo verdad, no lo era.
Mientras apartaba a Ivgar trató de agarrar al enano, todo le daba vueltas. Y estaba convencido de que matar a ese bastardo le ayudaría a centrarse. Llegaría a Athellolis con la cabeza de aquel ser en la mano a modo de regalo. No, tenía que volver con la tribu. No, debia ir a Athellolis...