Aquella descomunal mole que surcaba los cielos como si de un ave ligera se tratara contrariando todas las normas de la física y toda lógica se detuvo en lo alto del firmamento cuando la luz de aquel extraño apéndice luminiscente se fijó sobre los dos viajeros ajenos a aquel plano de locura. El caballero Koinzell e Iirag afinaron sus miradas percatándose de que varios de aquellos demonios oscuros que ocupaban la cabina dispuesta sobre aquel extraño método de locomoción hablaban entre ellos y señalaban hacia su dirección.
Ambos se miraron por un instante reafirmando su postura. Estaban cansados de vagar de un lado para otro rodeados de aquella tundra helada que no les había otorgado tregua desde que aparecieran en ella. Poco a nada les había ofrecido más que aquellos indigestos moluscos que encontraran días atrás entre las rocas junto a la orilla de aquel interminable océano del que perdieron la pista de forma inevitable e involuntaria.
Uno de aquellos seres demoniacos se giró hacia el piso superior de aquella cabina profiriendo un grito a un tercer demonio. Éste desapareció de inmediato de la visión de los dos ajenos y momentos después se escuchó el fuerte retumbar de un cuerno. Sin duda aquel sonido era una señal que pondría sobre alerta al resto de ocupantes de aquel vehículo orgánico volador.
Iirag agarró con firmeza una de sus jabalinas mientras que el caballero cargó su ballesta pesada a la espera de que aquel monstruo se pusiera a tiro. Si debían combatir contra aquel conjunto de seres tenían tiempo de sobra para realizar mínimo un ataque a distancia antes de agarrar sus armas cuerpo a cuerpo y luchar hasta la muerte por sus vidas.
Aquella descomunal y pavorosa criatura emprendió un rápido descenso hacia la posición que ambos ocupaban. A medida que descendía pudieron observar como la cabina se llenaba de multitud de aquellos monstruos humanoides de oscuros rasgos. Al ir acercándose pudieron distinguir las facciones de los demonios que parecían guiar al ser volador. Sus rostros tenían alguna similitud con el del ser que los transportaba. Sus ojos eran tan solo oscuras cuencas vacías mientras que sus fosas nasales eran más grandes que las de un humanoide al uso. Tampoco tenían labios quedando sus curvados y babeantes colmillos al aire. Unos cuernos similares a los de un carnero pero mucho más afilados se retorcían desde sus frentes hacia parte trasera de su cabeza. Todos ellos iban armados con una especie de lanzas acabadas en largos filos similares a espadas cortas.
Iirag estaba algo cansado por los diferentes castigos del interminable viaje, e irritado por una rozadura que había empezado a sangrar por el continuo roce entre su cadera y la tira de los calzones, tampoco podía dejar de darle vueltas al problema en el que estaban metidos. Pero todo eso se esfumo cuando agarro la lijada madera de la jabalina y se preparo para el combate.
Un chorro de adrenalina le recorrió la espalda como un baño de fuego y le llego hasta las extremidades, planto bien los pies y se preparo para abatir a sus enemigos.
A su vez, analizo el terreno y a sus enemigos. Trataría de alcanzar a los demonios en cuanto estuvieran al alcance, unos cincuenta pies, apuntando primero al del centro y luego a los de los lados. Cuando se encontrasen mas cerca, sacaria su martillo y destrozaría esas endebles lanzas para después aniquilar a aquellos seres, en nombre de Yrg e Ygg.
Aquel era su final. Poco a nada podrían hacer su inesperado compañero de aventuras y él mismo contra aquella descomunal bestia deforme que parecía querer embestirlos realizando un aterrizaje sobre ellos. Sumado a que estaba siendo tripulada por un sinfín de seres con aspecto demoniaco que sin dudas no serían bienintencionados nada salvo esperar a que la providencia divina les sacara de ese apuro, podrían hacer por tal de sobrevivir a aquel combate.
El caballero de Koinzell valoró sus opciones y decidió apuntar con su ballesta en dirección a la cabina que ocupaba el lomo de aquella extraña aberración gigante que surcaba los cielos contradiciendo a cualquier lógica conocida. En aquel ese preciso instante confirmó porque aquel plano era conocido como el Plano de la Locura, aunque llegados a ese punto ya eran muchas las pruebas acerca del porqué de tal apelativo.
- ¡Si mi destino no es el de morir aquí y ahora, te ruego Sol Naciente que me ayudes a continuar con mi camino! – Oró el paladín antes de disparar su ballesta y de que el silbido de un virote surcara el cielo hacia su objetivo.
Este es el tablero del combate, pensad que la bestia se encuentra todavía a 120 por encima de vuestras cabezas, así que aún le queda alguna distancia por recorrer.
Tras realizar las tiradas de iniciativa los turnos de combate quedan así:
D5 24
D8 24
D3 23
D7 22
D6 16
D1 15
D2 15
Iirag 13
D4 9
Bestia 8
Koinzell 7
Iirag miró hacia lo alto, agradeció que hiciese luz porque podía ver perfectamente a su enemigo con su vista privilegiada. Tamborileo con los dedos en la jabalina, movio los hombros para estirar la espalda y se aparto su oscura melena con la mano izquierda. Cerro el ojo izquierdo, calculo rapidamente, dio 3 cortos pasos y arqueo su temible musculatura para lanzar la jabalina a una endiabla velocidad. Era un tiro dificil, un lanzamiento de leyenda si llegase a alcanzar a su enemigo.
La jabalina se alzo y alzo hacia las alturas, los lanzamientos mas poderosos de jabalinas no solían alcanzar ni los cien pies. Pero este parecía poder alcanzar casi los ciento cincuenta.
El caballero Koinzell esperó junto a Iirag paciente y apuntando hacia aquella descomunal bestia que planeaba aterrizar sobre ellos. Los metros que separaban a aquellos dos valerosos guerreros iban disminuyendo rápidamente. A medida que aquel ser veloz como un pájaro ganaba metros con respecto a su posición.
Finalmente, cuando la mole voladora sobre la que viajaban aquellos aterradores demonios se puso a tiro y estuvo lo suficientemente cerca como para que le otorgara un blanco fácil, el caballero del Sol Naciente apretó el disparador de su ballesta escupiendo un virote que salió disparado en dirección a su enemigo dejando la estela de un agudo silbido. Acto seguido dejó la ballesta sobre el suelo, desenfundó su espada bastarda, plantó bien los pies sobre el suelo y agarró el escudo como si de esa forma pudiera de alguna manera detener la embestida de aquel ser de gigantescas proporciones.
Segundos después de que el virote disparado por el caballero Koinzell silbara en dirección a aquel monstruo de proporciones titánicas golpeando contra su dura piel y haciéndose añicos sin causar herida alguna, Iirag vio un lanzamiento claro. Si no acertaba en uno de aquellos demonios esperaba que al menos su jabalina se clavara en la piel de aquella descomunal criatura.
Así fue. La jabalina que fue ganando velocidad a medida que avanzaba y en el preciso instante en que iba a empezar a decelerar fue cuando esta se incrustó en la gruesa piel de aquel animal. Iirag frunció el ceño, pues aunque había dañado a aquella bestia que prácticamente ni se inmutó, no había acertado sobre su objetivo inicial que no era otro que uno de aquellos seres oscuros de cuernos retorcidos.
Las amenazantes caras de aquellos demonios sin ojos hubieran hecho huir en retirada a cualquiera que se hubiera plantado frente a ellos. Más si estos ojos vacíos no eran dos, sino dieciséis y éstos iban a lomos de un ser deforme con unas terribles fauces que los podrían devorar de un solo bocado. Pero Iirag y el caballero no tenían miedo, no podían sentirlo y aún de haber podido no se habrían retirado. Eran dos guerreros orgullosos que no desestimaban un combate por muy en contra que tuvieran a priori sus posibilidades de victoria. Teniendo en cuenta que ya nada les ataba a aquel mundo que no conocían, que la esperanza de regresar con los suyos había desaparecido y que hambrientos, sedientos, cansados y desesperanzados ya nada les quedaba que perder.
Iirag agarró con ambas manos su gran martillo el cual permanecía apoyado contra el suelo. El caballero Koinzell le miró con una enigmática sonrisa en el rostro y asintió con la cabeza. No hicieron falta palabras para que el norteño entendiera que aquel paladín, aquel demente seguidor de un dios del que nunca antes había oído hablar, le comunicara que estaba orgulloso de morir a su lado si es que eso era lo que el destino, los dioses o el azar les tenía reservado durante aquel extraño día de siniestra oscuridad y rojizo amanecer.
El impacto de aquella bestia contra el suelo fue descomunal. Iirag y el caballero tuvieron que saltar al ver que aquel ser no iba a detener su avance y pese a que tenían la intención de asestarle varios golpes con sus armas en cuanto lo tuvieran lo suficientemente cerca, finalmente sólo tuvieron tiempo de tratar de no ser aplastados por el monstruo panzudo. Nieve, hielo y tierra saltaron por los aires y al igual que los nombrados elementos, el norteño y el paladín salieron despedidos varios metros chocando contra el suelo y perdiendo por el camino sus armas. Incluso algunos árboles fueron arrancados de raíz y para cuando tanto Iirag como el caballero Koinzell pudieron ponerse en pie se percataron de que se encontraban en una nube de polvo y vapor suspendido en el ambiente.
Iirag rebuscó en el suelo pese a la poca visibilidad. Necesitaba su gran martillo, de él dependían las pocas oportunidades que le quedaban de sobrevivir. No vio ni rastro de Koinzell a su alrededor, tan solo localizó a aquella gran bestia tumbada de panza sobre la fría tundra que les rodeaba y por fin se topó con su arma. La esgrimió con ambas manos y en ese momento al alzar la vista, se vio rodeado por cuatro de aquellos seres demoniacos. Éstos iban armados con unas extrañas lanzas acabadas en un filo azulado de la longitud de una espada corta.
- ¡Ziarg ziith ax ashaat! – Dijo uno de ellos en tono imperativo y los cuatro seres le apuntaron con sus extrañas lanzas de apariencia gélida.
Al caballero Koinzell le sucedió algo por el estilo. Tirado sobre la nieve había perdido su arma pero la providencia quiso que acabara tumbado sobre su escudo. Se dio la vuelta agarró el escudo y en ese momento observó cómo cuatro de aquellos demonios se dirigían hacia él. Uno de ellos lanzó una estocada hacia adelante que el caballero tan solo pudo esquivar gracias a que interpuso su escudo entre él y su adversario.
En ese momento otro de los seres habló en un idioma totalmente desconocido para el caballero. Un idioma con un sonido extraño y aterrador que nada más escucharlo sintió como una nueva amenaza contra él y supo de la cruel naturaleza de aquellos que lo hablaban.
- ¡Hijaaz, nathxshit! – Le gritó aquel ser a su compañero. - ¡Ziarg ziith ax ashaat! – Y entonces se dirigió a Koinzell.
A Iirag ni le importó ni le sorprendió desconocer las lenguas de aquellos seres. Solo hablaba vovit y umnio, no es la lengua con la que los demonios suelen pedirte rendición, amenazarte o lo que sea que hubiesen dicho. Así que alzó su arma, convocó el poder de Yrg e Ygg y se lanzo contra el demonio mas cercano con un grito gutural.
Iirag notó el pinchazo de la adrenalina y enarboló el martillo como un poseído. Sus músculos se tensaron y lanzo su ataque con la fuerza de un toro, aunque completamente descontrolado.
Aquellos cuatro seres se quedaron unos segundos parados ante la reacción de Iirag. Sin duda aquella reacción no era ni mucho menos la que se esperaban. Se miraron un instante con aquellos ojos vacíos y negros y resolvieron responder de la misma manera en la que el norteño había reaccionado, con fuerza y determinación.
Uno de aquellos seres levantó su extraña lanza acabada en un filo del tamaño de una espada de una longitud entre una espada corta y una larga y con un brillo azulado, semejante al hielo y propinó un severo golpe contra el ajeno a aquel plano de locura. Iirag interpuso su poderoso martillo entre su cuerpo y aquel extraño arma, sin embargo pronto sintió el punzante dolor de las otras tres lanzas.
El metal atravesó su carne a la altura del costado, en la pierna derecha y rasgó el brazo torpe de aquel valerosos guerrero. Sintió además del lacerante dolor de aquellos cortes un frío intenso, que con cada estocada se introducía dentro de su ser. Un frío glaciar que casi le quietó la respiración por un instante, una horrible sensación gélida que no le gustaría repetir nunca más.
Era evidente que aquellos demonios estaban bien armados y que eran grandes combatientes. No duraría demasiado en un combate cuerpo a cuerpo contra ellos. ¿Tenía sentido seguir combatiendo? Fuera cual fuera la respuesta no le quedaba demasiado tiempo para pensar en ella, una nueva embestida como aquella significaría sin lugar a dudas su final. Un final inesperado, sin gloria,sin haber llegado a realizar nada reseñable durante su corta existencia sobre Gea. Tan solo le quedaba morir de forma honorable o tratar de huir para combatir mañana.
Fue entonces cuando por un segundo decidió alzar la cabeza tratando de localizar al que había sido su compañero durante las últimas jornadas. No había llegado a confiar del todo en él, su cabeza no parecía funcionar como debería, no obstante, era lo único que tenía, su último aliado. Por desgracia no pudo hallarlo, pues aquella mole, aquella bestia enorme y deforme se interponía entre su campo de visión y la posición donde el caballero Koinzell debía encontrarse.
El caballero Koinzell se vio rodeado por aquellos cuatro seres. Sin duda eran aterradores y amenazantes. Sabía que poco o nada podría hacer contra ellos, pues la suerte que necesitaba sin duda debía ser doble, pues Iirag se encontraba en las mismas circunstancias. De vencer a sus enemigos, también debía hacerlo su norteño compañero. De lo contrario podría suceder que aún venciendo a los enemigos que ahora le rodeaban, cansado y malherido tuviera que hacer lo mismo con los monstruos que en ese momento amenazaban a Iirag. En ese improbable caso sucumbiría de igual forma.
Una vez le enseñaron que la rendición no siempre era signo de cobardía. No si la intención en esa rendición era la de seguir peleando una vez las tornas se hubieran igualado. No sabía los oscuros designios que aquellos seres tenían previstos para ellos, pero lo que si era evidente para el paladín era que no deseaban matarlos allí mismo. Aquella extraña amenaza en una lengua blasfema era una oportunidad para la rendición.
No tenía miedo a lo que pudieran hacerle. Había sufrido mucho durante su vida y el dolor no era algo que le preocupara. No al menos de momento. Lo cierto era que aún no había acabado todo lo que tenía que hacer sobre Gea. Miriel de Aster, aquella bruja malvada seguía en algún lugar y no deseaba abandonar Gea hasta que aquel asunto estuviera solucionado y aquella arpía fuera de camino al Gran Abismo donde sin duda alguna ambos seguirían combatiendo hasta el final de los tiempos. Tampoco estaba seguro ya de si Ulbert Von Karps y Willfred Artoris estaban muertos o bien seguían vivos. A ellos también quería darles caza y quizás por eso decidió vivir y segui luchando.
- ¡Rinde tu martillo, Iirag! - Gritó el caballero Koinzell desde el otro lado de la bestia voladora. - ¡Ríndete y lucha mañana!
Fue entonces cuando el caballero Koinzelll dejó caer su escudo y su espada y cerró los ojos por la vergüenza que aquel gesto le provocó. Fue entonces cuando aquellos demonios se lanzaron encima del caballero y le golpearon con fuerza en la cabeza. El dolor fue intenso, pero antes de perder la consciencia supo que no moriría en esa tundra desolada, no al menos en ese momento, pues sin duda el golpe en la cabeza indicaba que iba a ser apresado por aquellos seres de pesadilla.
Herido por tres armas diferentes y acusado de su maligno efecto, el terrible dolor quedaba difuminado por la sensacion de humillacion al ser vencido con esa facilidad, la ira ardia en el alma del joven vovit. Estaba malherido, pero eso no le impedía luchar.
Con la mano izquierda casi inservible agarró con fuerza el mango de su arma con solo su mano derecha y la elevó del suelo. Pero los músculos rasgados de su pierna cedieron y cayo de rodillas al suelo. Iirag apretó los dientes con la cabeza baja, veía sangre gotear desde sus heridos miembros. Estaba de rodillas, pero eso no le impedía luchar.
Con solo una mano era imposible alzar su martillo de treinta kilos en un golpe ascendente, así que grito de dolor y agarró el mango con ambas manos, un chorro de sangre salio de su brazo izquierdo. Iirag alzo la mirada y entre la sangre y el sudor pudo entrever a uno de los demonios, trato de gritar pero carecía de fuerzas, reunio toda la energia que le quedaba y tiro del martillo. Pero el hierro no se alzó de esa asquerosa tierra. Sus brazos y su espalda cedieron por el dolor y el esfuerzo y cayó al suelo. Estaba derrumbado y a punto de morir, pero eso no le impedía luchar.
Iirag gruñia para no perder la consciencia y poder mirar a los ojos a los demonios cuando estos le ejecutaran. Se juro a si mismo que se vengaría de la mas terrible y horrenda manera de cualquiera de las formas. Si moría, pensaba volver en la otra vida para mutilar y torturar hasta la muerte a cada uno de aquellos demonios por aquella humillacion y aquel dolor. Una nube roja de agonía le pasó por la mente, vaciandosela de pensamientos, rugió y le echo una mirada de odio al ser que tenia delante antes de desvanecerse.
Una fresca brisa golpeando en la cara de Iirag hizo que despertara. Le dolía todo el cuerpo y se encontraba realmente muy débil, pero estaba vivo. Enseguida notó las ásperas ligaduras que mantenían sus muñecas entrelazadas a la espalda y sus piernas unidas entorno a rodillas y también a tobillos. Al alzar la vista supo que se encontraba en el interior de aquella cabina de madera sujeta a los lomos de aquella bestia voladora. Junto a él y sentado en un banco y agarrando su lanza gélida apoyada sobre el suelo, se encontraba uno de aquellos seres de mirada vacía. Su oscura mirada no estaba fija sobre él, sino sobre el horizonte, no obstante sabía que al menor movimiento lo volvería a tener encima.
Al alzar la mirada se percató de que se encontraba rodeado por el resto de aquellos demonios y que el caballero Koinzell se encontraba en el suelo junto a él apresado con unas ligaduras similares a las que le mantenían inmóvil. Aquel hombre le miró con cierta pesadumbre pero no dijo ni insinuó nada con gestos o con la mirada. Parecía encontrarse absorto entre sus propios pensamientos y sin demasiadas ganas de hacer o decir nada.
Fue entonces cuando aquel hombre natural de la región de la Vovitania amplió su campo de visión. Entendió entonces que se encontraba sobrevolando los cielos de aquel plano sobre el horrible monstruo volador que servía de transporte para aquellos demonios. Una sensación de vértigo extremo le sobrevino y fue entonces cuando al girar un poco el cuerpo pudo comprobar que se encontraban a gran altura y pudo contemplar el terreno que discurría bajo ellos.
Gracias a la extraña luz oscura de aquel orbe de malignidad extrema y con cierta ayuda de la rojiza luz del amanecer interminable, pudo apreciar lo que parecía ser una inmensa región plagadas de colinas de roca terrosa con un tono similar al del óxido. Aquel extraño páramo parecía extenderse por miles de kilómetros en todas direcciones y no parecía ser una región compatible con la vida, pues ningún ser o planta moraba en aquellas densas llanuras. No obstante, unos extraños túneles agujereaban las colinas y por su forma más o menos circular similar al de una madriguera, dedujo de inmediato que si alguien vivía en aquella tierra desolada, lo hacía en el interior de aquellos profundos túneles.
Estaba mareado y le sabia la boca a hierro, le dolía el cuerpo pero notaba la debilidad de haber perdido sangre. Aun así empezó a analizar la situación con toda la frialdad que pudo. Estaba claro que esos seres no pensaban matarlos inmediatamente, se daba cuenta de que solo habían respondido a sus ataques, aunque no se andaban con tonterías, notaba las heridas provocadas por los largos filos de sus exóticas armas.
A su lado, Koinzell parecía no tener heridas, por lo menos desde su sesgado punto de vista desde el suelo. Iirag decidió mantenerse callado mientras vigilaba a aquellos seres, tratando de encontrar algo de información que le fuese útil para mas adelante. Espera igual Koinzell les entiende. Su voz sonó algo débil cuando se dirigió a su compañero de viaje y captura
—¿Entiendes su idioma?
La pregunta de Iirag captó la atención del caballero Koinzell. Aquel hombre le miró en esta ocasión con ganas de entablar conversación. Fue entonces cuando Iirag pudo observar que portaba un severo moratón en el ojo izquierdo. Antes de abrir la boca Koinzell miró hacia sus captores. Estos mantenían su atención sobre el horizonte, no parecían estar demasiado pendientes de sus cautivos.
- No entiendo una sola palabra, Iirag. – Dijo finalmente el caballero entre susurros. – Antes he intentado dialogar con ellos y…
La conversación fue interrumpida de forma brutal por uno de sus captores. Uno de los demonios se puso en pie nada más escuchar hablar y con un fuerte puntapié golpeó en rostro de Koinzell. El caballero se quejó amargamente y fue entonces cuando recibió otras dos patadas en el rostro. Una de ellas logró abrir brecha en su labio, el cual ensangrentado quedó partido por la mitad. Una herida que tenía muy mala pinta.
A partir de ese momento el caballero Koinzell no dijo nada más y aquella muestra de crueldad le sirvió a Iirag para saber qué era lo que no debía hacer y que se suponía que esperaban aquellos seres de él, el más puro de los silencios.
Continuaron el viaje a través de los cielos durante horas. Atrás dejaron enormes volcanes sulfurosos que emanaban tóxicas nubes de color mostaza que se elevaban hasta el firmamento. También pudo observar lagos que refractaban el color de una manera siniestra mostrando todos los colores del arcoíris sobre su superficie, como si de una balsa de aceite se tratara. Dejaron atrás zonas pantanosas donde retorcidos árboles parecían sufrir en silencio la tortura de su misma existencia.
Hasta tres veces amaneció en menos de lo que un día normal debería durar. Aquel extraño sol rojizo se elevó rápido en el firmamento combatiendo a ratos la lúcida oscuridad de aquel orbe negro al que parecían estar aproximándose. El sol del amanecer se escondía tan rápido como hacía su aparición y hasta el nuevo amanecer podían pasar muchas horas o muy pocas. Aquel astro no parecía atender a un ciclo lógico, parecía acceder al reinado en el firmamento a voluntad o de forma aleatoria.
Llegó un punto en el que bajo la trayectoria de aquel ser se podía observar lo que sin duda era la más terrible cordillera que jamás habían visto sus ojos en toda su existencia. Se trataba de un enorme sistema montañoso cuya superficie para nada era plana. Entorno al orbe oscuro parecía haberse construido una enorme muralla del tamaño de cadena montañosa en forma circular. Esta cordillera rodeaba en todo su perímetro al orbe que flotaba sobre ella. No obstante, aunque parecía que aquel macizo había sido construido por algún ser pensante, pues accidentes geográficos como aquel no parecían poder existir de forma natural, lo más perturbador era su aspecto.
Se trataba de un área inmensa plagada de enormes obeliscos de piedra caliza diseñados sin la más mínima duda con el objetivo de cortar a cualquiera que se acercara a ellos. Sus bordes eran afilados como espadas y su parte superior similares a gigantescos dientes punzantes. Cualquiera que penetrase a través de aquella selva de monolitos de piedra acabaría por morir desangrado, de eso Iirag no albergaba ninguna duda.
Aquella colosal muralla parecía construida por imposible que pareciera, con un claro objetivo, proteger la atroz ciudad que se hallaba bajo el orbe oscuro, la misma aterradora ciudad que se abría paso ante los ojos de Iirag en ese preciso instante. Si realmente aquella muralla o sistema montañoso había sido fruto del ingenio de alguna civilización, la mente de Iirag no podía alcanzar a creer que había sido posible con el esfuerzo de ingenieros, arquitectos, trabajadores y esclavos, sino que la magia, una magia antigua y poderosa, tenía mucho que ver con su creación.
Pero si la muralla era una visión espeluznante para el vovit, tanto o más lo era la ciudad que albergaba en su interior. El centro de la misma parecía estar ubicado en torno a una torre oscura. Una afilada y grotesca torre en forma de aguja que se elevaba hasta los cielos haciendo contacto en su punta con aquel orbe oscuro de inmensa malignidad. Se trataba de una enorme torre de una altura incalculable. Sus paredes se asemejaban a las de la cordillera que rodeaba aquella ciudad. Estaban rebosantes de salientes afilados en grotescas formas. Aquella edificación estaba construida con piedra de un color grisáceo oscuro casi negro y por alguna razón aún la hacía más aterradora. Decenas de ventanas proyectaban desde su interior una tenue luz azulada sin duda artificial y uno extraño y desgarrador rumor parecía proceder de su interior escuchándose a muchos kilómetros de distancia.
El resto de las construcciones de aquella ciudad eran similares a aquella torre. Edificios muy altos, muchos más altos que cualquiera de los edificios que Iirag había visto con anterioridad, pero que sin duda se quedaban pequeños en relación con la torre. No obstante su visión del lugar era un tanto borrosa, pues una densa niebla oscura envolvía toda la ciudad. Aquella niebla parecía manar del orbe y parte de ella parecía regresar luego al interior de éste en un flujo continuo de entrada y salida.
De tanto en cuanto el orbe emitía unos cegadores rayos silenciosos que golpeaban contra los cimientos de la ciudad iluminando aquella densa bruma lúgubre y tenebrosa. Si bien aquellos rayos no estallaban en un atronador trueno, cada vez que uno de ellos golpeaba contra la superficie el murmullo que parecían concretarse entorno a la torre se agudizaban evocando un intenso terror.
Era con cada uno de esos relámpagos cuando el flujo de la niebla parecía ganar mayor velocidad. Era con cada uno de los rayos cuando mayor era la velocidad que cogía el flujo de aquella extraña calima. Parecía como si una corriente de aire lo moviera, pero aire era algo que Iirag no había percibido desde que abandonara la helada tundra a lomos de aquella bestia de pesadilla.
Los edificios parecían agolparse los unos sobre los otros como si hubieran sido diseñados por un loco. Algunos de estos edificios parecían haber sido construidos los unos sobre los otros, algunos estaban semiderruidos y otros se habían derrumbado del todo. Todos compartían algo en común, aquel grisáceo material de construcción y los afilados relieves que adornaban sus fachadas.
Puentes colgantes unían las cimas de algunos aquellos edificios de gran altura mientras la densa niebla negra prohibía ver la zona más baja de la ciudad, pues era mucho más densa cuanto menor era la altura. Lo cierto era que de aquellas construcciones tan solo se podía ver la parte superior. Era imposible imaginar en realidad la altura real de los edificios, aunque fuera como fuera aun viéndose solo su parte más sobresaliente, ya eran grotescamente enormes.
A medida que se aproximaban a la ciudad, Iirag tuvo la sensación o más bien la certera impresión de que aquella ciudad estaba abandonada. No que repentinamente sus habitantes hubieran decidido abandonar la ciudad hacía cosa de algunos meses u años, sino que parecía que estaba abandonada hacía eones o se podía llegar a decir incluso que nunca llegó a estar poblada. No sabía porque intuía aquello, pero algo en su interior le decía que no estaba muy errado.
Fue sólo cuando estuvo lo suficientemente cerca, cuando la evidencia se hizo patente. Aquella bruma, aquella niebla oscura no era tal, sino que aquella niebla negra y aterradora era algo mucho más siniestro de lo que cabía esperar. Iirag pudo distinguir en aquella niebla el contorno de algunas figuras. Figuras que aunque translucidas y sin forma definida se asemejaban bastante bien al contorno del cuerpo de algún humanoide. Pudo diferenciar torsos, brazos y rostros constituidos por aquella extraña bruma. Aquella niebla emulaba cuerpos de seres con grandes cuencas oculares y bocas abiertas que chillaban aterrados.
Los chillidos de aquellos espectros, de aquellas almas atrapadas en aquella vorágine de terror eran los causantes de aquel murmullo que Iirag había alcanzado a percibir. Los chillidos de pavor de aquellas almas atormentadas eran las notas de aquella melodía macabra que parecía provenir de la torre y de la bruma que conformaban todas aquellos espíritus martirizados. Lo más terrible de todo era que aquel orbe era un cómputo de miles de millones de aquellas ánimas torturadas.
¿Podía encontrarse en el Gran Abismo? Tenía pruebas de que había muerto, su barco en medio de aquella tundra. Aquel cuerpo semejante al suyo ataviado con su armadura… Todo empezaba a cobrar más sentido. Ya nada podía hacer por su alma, pues sin duda estaba siendo conducida al lugar donde debía espiar sus pecados. ¿O había otra explicación?
La perturbadora imagen que tenían ante ellos solía causar muy diversas reacciones sobre aquellos que tenían la desgracia de contemplarla por primera vez. Algunos chillaban aterrorizados, otros lloraban desconsolados, algunos cuya alma era algo más oscura quedaban encandilados. Muchos reaccionaban pidiendo piedad o no creyendo lo que sus ojos les mostraban. Negar lo que tenían frente a ellos era una respuesta muy común. Las mentes de los ajenos a aquel plano que experimentaban la visión de aquel lugar, no alcanzaban a comprender lo que tenían frente ellos. La capacidad de raciocinio no abarcaba un lugar como aquel y por eso en muchas ocasiones simplemente negaban que fuera posible; en un esfuerzo de autoconservación, a cordura de aquellos seres extraplanares decidía no creer en la evidencia.
Iirag era un ser impulsivo en ocasiones, pero ante aquello no pudo hacer más que mantenerse boquiabierto y ojiplático. Nunca hubiera antes en su vida hubiera podido creer en la existencia de un lugar como aquel. Llevaba algún tiempo en ese plano de locura, llevaba algún tiempo observando aquel orbe oscuro de malignidad extrema, pero ni por un momento se le hubiera podido ocurrir que estuviera conformado por miles de almas en pena.
No podía dejar de mirar aquello. Pese a la terrible sensación de desasosiego que le causaba aquel orbe, cuanto más lo miraba más hipnótico se volvía. Aquella pobres almas parecían estar sufriendo un gran calvario. Parecían suplicar piedad con sus gritos ahogados. Pensó, que si aquello no era el Gran Abismo, poco debía diferir de él. Pese a que el orbe y sus almas atrapadas estaban muy lejos, notaba su presencia muy cerca suyo, casi podía notar su desconsuelo en su interior. Iirag no se caracterizaba por su alta capacidad empática, pero casi podía notar en su propia piel el sufrimiento al que aquellos espíritus estaban siendo sometidos. Notaba como algo en su interior estiraba con fuerza casi desgarrándole por dentro. Notaba como una fuerza oprimía su corazón y sus pulmones impidiendo que el aire penetrara en su cuerpo.
Le costaba respirar y aunque intuía que si dejaba de observar aquel macabro espectáculo, aquellos desagradables síntomas empezarían a disminuir, algo le impedía dejar de centrar toda su atención sobre aquel antinatural terrorífico fenómeno. Fue precisamente en el momento en que notó como definitivamente sus pulmones se negaban a recibir más oxígeno y cuando pasó por su cabeza la idea de que iba a morir asfixiado, cuando escuchó un grito procedente de una voz conocida.
Aquella visión superó lo que la mente del caballero Koinzell estaba dispuesta a admitir. Tardó algunos minutos en asimilar lo que estaba sucediendo frente a si. Como muchos, no quería o no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Nunca antes en toda su vida había presenciado una escena tan atroz como aquella y aunque se creía preparado para casi cualquier cosa, aquello realmente sobrepasó el límite de su cordura.
- ¿Qué es eso? - Gritó el caballero aquella pregunta sin que sus desorbitados ojos se despegaran un ápice de aquella escena dantesca. - ¡Por el Gran Sol Naciente! ¿Qué diablos es eso? - El caballero no daba crédito ante la escena que estaba teniendo lugar frente a él. - ¡Es imposible! ¡El Gran Abismo está aquí! ¡Hemos sido condenados! ¡Me arrepiento! ¡Por todos los dioses, me arrepiento! ¡Ten piedad de mi, Gran Sol Naciente! ¡Sálvame de este averno! ¡No condenes mi alma a las tinieblas!
El ya de por si dañado juicio del caballero había acabado por sucumbir ante la evidencia de que un infierno como aquel era posible. Ni en sus peores pesadillas había podido imaginar un lugar tan terrible y lóbrego como aquel. Se notaba en su mirada enajenada y en sus facciones desencajadas que presenciar aquel baile de almas alrededor de aquella órbita sobrevolando la demencial ciudad erigida a sus pies había, acabado por destruir su atormentada mente.