Neegor sonrió ante la expresión del que acababa de revelarse como Iirag. Sin duda parecía desubicado. Era normal, llevaba muy poco tiempo entre los que el mismo había denominado como siervos del dueño del plano en el que se encontraban. A Neegor no se le olvidaba una cara y la de aquel humano no le era familiar.
No le contestó a aquella pregunta, tan solo dio media vuelta y comenzó a caminar recorriendo el largo pasillo de vuelta hacia sus aposentos. Iirag se quedó unos instantes parado al no saber como actuar, ni lo que Neegor quería que hiciera. El enano oscuro giró la cabeza y le hizo una seña a Iirag para que le siguiera.
El vovit no se lo pensó, había salido a explorar y lejos de averiguar nada se había topado con un largo pasillo acabado en una puerta cerrada en un extremo y una nauseabunda letrina en el otro. Aquel ser de pequeña estatura era la única vía por la que encontraría alguna información relevante de su paradero, destino o futuro próximo.
Siguió al enano hasta una de las múltiples habitaciones que albergaba el pasadizo. La puerta de madera no difería nada del resto de puertas y en el interior el mobiliario era muy similar por no decir idéntico que al que encontró en su estancia. Tan solo una diferencia había con su habitación, pues las paredes parecían haber sido decoradas con una pintura luminiscente que iluminaba la habitación con una tenue y extraña luz verdosa.
Neegor se sentó en la cama e invitó a Iirag a sentarse a su lado o en una silla que se encontraba frente a un pequeño escritorio. Iirag dudó un instante si aceptar o no el ofrecimiento, pero finalmente se sentó sobre la silla sin dejar de mirar con cierto recelo a aquel ser de corta estatura.
- ¿Tu primer día en los dominios del Jotum, el Gran Mago Rojo? - Preguntó el enano oscuro desconcertando a Iirag, no tanto por la pregunta sino por como había denominado al amo de ambos.
Iirag se había descolgado el martillo de la espalda para sentarse, y jugueteaba con una de las cintas del mango mientras escuchaba a Neegor. Aunque no mudo el semblante al oírle llamar Jotun al Gran Mago Rojo, por dentro se puso en tensión, volviendo a ejecutar un ejercicio que estaba volviéndose cotidiano para él, mantener la mente en blanco y calmada. Habló con una naturalidad y simpatía entrenadas, aunque sus dos manos habían dejado de manosear los agarres de su martillo y rodeaban el mango con firmeza.
—En efecto, esta misma mañana pase por admisiones con ocho amables diablillos, hice un cómodo viaje, conocí a mi nuevo y encantador señor ¿Jotun has dicho que se llama? Lo desconocía.—Sonrió y señalo con una mano alrededor suya— Y conocí mis acogedores aposentos. Después decidí dar un paseo por este curioso lugar y me encontré contigo, justo después de... digamos hablar con una peculiar chica. ¿Tu cuanto llevas aquí, buen amigo?
- Jotum. – Respondió el menudo ser de piel oscura. – Con eme final. Pero creo que no le gusta que le llamen por ese nombre. Jotum Il-Jhazzar más concretamente. – Se aventuró a decir el encapuchado. – Llevo toda una vida sirviendo para él y no le he visto en muchas más ocasiones que tú. Si quieres un consejo, no te fíes de nadie aquí. ¿Has dicho cómo te llamas? ¡No lo recuerdo! – Le preguntó.
El hombrecillo se agachó junto a un pequeño baúl que se encontraba junto a su cama y lo abrió extrayendo de su interior una tetera metálica con una forma algo extravagante y dos pequeños vasos de cristal decorados de forma sobrecargada con figuras geométricas de diferentes colores. Sirvió en el interior de ambos vasos un líquido negruzco procedente de la tetera y le ofreció uno de ellos a Iirag.
- Bebe. – Le dijo casi en tono impositivo. – Si estoy en lo cierto y mañana me acompañas al lugar al que creo que seremos enviados, te hará bien un poco de shasam. – Iirag dudó un instante si agarrar o no el vaso y entonces Neegor se bebió de un trago su parte. – La chica que viste debe ser Nigrith, Nigrith Dealirion. – Aspiró moco alojado en su nariz de forma notoria. - ¿Al fondo del pasillo, junto al aseo? ¡Ella también vendrá!
Iirag removió distraidamente el contenido de su vaso. ¡¡Por las hachas de Ygg, estoy en un jodido infierno, la cosa no puede ir a peor!! De un trago vació el cristal. Paladeo el extraño... shazam y después articulo una socarrona sonrisa.
— Yo soy Iirag, mi buen amigo, Iirag Throrson. Por lo que he visto, me imagino que Jotum nos usará como soldados esclavos en sus guerras o como meros luchadores en... bueno, en mi tierra se les llama arcas de honor, varios entran... pocos salen, ya sabes. Pero realmente solo estoy elucubrando. Me harías un gran favor si me explicaras en que lides me veré mañana junto a ti y a esa curiosa criatura llamada Nirgit ¿has dicho Nirgit?
Mientras hablaba, Iirag empezó a sentir un poderoso ardor que se le encendía el pecho. Igual era el shazam, pero también notaba una rabia e impotencia enormes... Jamas había pedido nada a Yrg e Ygg, sus campeones no rezaban, servían al honor, la muerte gloriosa, el poder y a la guerra en su nombre, pues suplicarles seria una gran muestra de debilidad. Por unos momentos se vio tentado a llamar a sus dioses... pero desistió. Tanto como Hermano Lobo y tanto como paladín de Yrg e Ygg su deber era usar los dones ya recibidos en la guerra, el combate y la búsqueda de poder.
Hasta ese momento la celeridad de los diferentes acontecimientos le habían impedido pensar claramente. Pero ahora, con buena parte de su mente libre de elucubrar, el momento amenazaba con vencer su voluntad. Se veia atrapado en una posible eternidad de esclavitud, algo que ya sabia pero no se había parado a analizar hasta ese momento. Solo su poder y el peso de su arma consagrada contra su hombro le aligeraban la carga.
Algo abrumado, el joven vovit le acercó el extraño vaso a Neegor.
- Nhajd edf jutruz. – Dijo entonces Neegor.
Iirag le miró extrañado, pues no entendió una sola de sus palabras. Fue entonces cuando aquel enano oscuro soltó una risotada y miró con sus vacíos ojos y una siniestra sonrisa que mostraba sus afiladas piezas dentales. Iirag sorprendido trató de hablarle, pero se contuvo pues, una sensación de vértigo le sobrevino de repente. Fue entonces al volver a mirar a Neegor cuando descubrió que su vista empezaba a estar algo borrosa. Veía en tonos grises y todo parecía empezar a darle vueltas.
Neegor llevaba varios segundos hablándole sin que él se diera cuenta de ello u oyera lo que le estaba diciendo. Cuando se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados los abrió de rápidamente y se notó algo desorientado, como si hubiera despertado de un largo sueño. La voz de aquel pequeño ser de color oscuro resonaba lejana en su cabeza y cuando trató de centrar la vista en él le costó enfocar. Se sentía aletargado, como si un súbito mareo hubiera confundido sus sentidos.
Fue entonces cuando la voz de Neegor pareció fundirse con su risa. Aquel ser le hablaba y aunque entendía las palabras que le decía, no conseguía encontrar el nexo que las unía para darles un sentido. Aquella risa se tornó macabra y entre risotada y risotada Neegor seguía hablándole. Percibió que aquel ser trataba de alguna manera de burlarse de él y aunque quería reaccionar sus piernas, sus brazos o su boca no tenían intención de responderle.
La cara de Neegor riéndose de él empezó a deformarse al igual que todo lo que le rodeaba. Los colores, las formas, los sonidos, los olores, todo parecía mezclarse en una vorágine que giraba cada vez a mayor velocidad. El sonido de las risotadas de Neegor se incrustó en sus tímpanos haciendo casi insoportable seguir escuchándole hasta que tuvo que cerrar los ojos de nuevo y cuando creía que su cabeza iba a explotar de forma literal, todo viró hacía un silencio absoluto.
Estaba dolorido y desorientado. No sólo sentía una fuerte migraña, además de un extraño sabor afrutado en la boca, sino que prácticamente sentía punzadas en todo el cuerpo. Pero donde sentía mayor dolor era en la parte baja de la entrepierna, en la parte trasera. Abrió los ojos aterrado por la extraña sensación de haber sido brutalmente apaleado y lo que descubrió para nada le tranquilizó.
Se encontraba de regreso en su celda. Allí estaban todas sus pertenencias incluidos su martillo, su armadura y sus botas bien colocadas sobre la mesa del escritorio. Sin embargo, su ropa se encontraba arrugada y esparcida de mala manera por toda la habitación. Junto a su almohada se encontraba una fruta de color rojo mordida y cuya carne estaba oxidada por llevar tiempo expuesta al aire. Cuando sus ojos se acostumbraron a la escasa luz que iluminaba de forma tenue la estancia descubrió horrorizado que estaba completamente desnudo y estirado sobre el lecho que habían dispuesto para él.
Miró su pecho y su abdomen, pues le escocía con fuerza. Descubrió entonces infinidad de pequeñas quemaduras en forma circular dispuestas por toda su anatomía. También se percató de inmediato de la presencia de múltiples cortes en brazos y piernas al igual que en sus dos mejillas. Pues el dolor le hizo llevarse la mano a la cara descubriendo que estaba todavía sangrando.
Sin embargo y aunque no se percató hasta lo último, lo que más le dolía era el recto. Le dolía como si le hubieran perforado de mala manera. Como si hubiera defecado un trozo enorme de afilada roca y éste le hubiera desgarrado todo el ano. Se miró a la entrepierna descubriendo que sus muslos estaban cubiertos por sangre seca, sangre que parecía provenir de la zona trasera. Aunque no lo podía creer o no quería, los indicios de lo que había sucedido eran muy obvios como para no atar cabos.
Iirag se sentó no sin cierto dolor, se quedo mirando su mano manchada de sangre. Tras un par de minutos de obnubilacion, notó que sus heridas eran meramente superficiales y se levantó. Mientras se colocaba su armadura, notó como una profunda y burbujeante risa crecía en su interior, mientras esas voces que llevaba días hablando en su interior se juntaron en una sola, riendo con malvadas carcajadas, que no dejó salir al exterior.
Ese ataque había sido físico, ya era hora, estaba harto de juegos mentales, misterios y juegos; tan solo una droga y una agresión, ver su sangre y sentir dolor por mínimo que fuese le habían hecho centrarse del todo, al fin. Pensó en los cientos de terribles heridas que había sufrido en su larga historia de combates y luego pensó en aquel triste ser, Neegor. Seguro que se sentía muy listo y malvado, su pequeño y lamentable juego no era nada en comparación a lo que ya había sufrido. Obviamente, debía morir, pues había mancillado el honor de los Hermanos Lobo, pero mientras salía de su celda armado con su martillo Iirag no podía sentir otra cosa que oscuro regocijo.
No solo tenía al fin alguien a quien sacrificar para sus dioses, sino que ademas sus voces se habían unido al sentir una herida física, el pan de cada día de Iirag Throrson. Lo único que le preocupaba era no haber resistido a la droga, pues su entrenamiento tanto físico como mental le permitía resistir venenos y drogas poderosísimos, al menos hasta entonces. Aparto ese pensamiento de su mente mientras atravesaba los pasillos cada vez mas rápido, sintiendo la emoción del combate en su interior cada vez mas fuerte.
Pese a que sin duda había amanecido en el exterior, la oscuridad de aquel interminable pasillo era todavía más profunda esa mañana que durante la noche anterior. Iirag caminaba con determinación hacia un incierto lugar. ¿Por qué había salido de su habitación? No lo sabía. ¿Hacia dónde se dirigía? Tampoco tenía idea alguna.
Quizás sus piernas tan solo se habían puesto en marcha por inercia. Podía ser que su subconsciente le empujara a buscar al desalmado que había mancillado su honor y malherido su cuerpo. La venganza sería cobrada con creces, pues solo la muerte hallaría aquel que tratara de desenhornar a un hermano lobo. No cesaría hasta que su venganza se viera cumplida o hasta que una muerte honorable le encontrara.
Algo se movió justo delante de él con el característico sonido que producían las piezas de armadura al rozar debido al movimiento de su propietario. Iirag se detuvo por un instante tratando de enfocar su mirada y de anular las tinieblas en las que se encontraba, para ver a quien tenía el honor de encontrarse. Pasaron unos segundos hasta que los pasos de individuo que avanzaba hacia su posición lo colocaron en una zona algo más iluminada para sus ojos.
Ante él tenía a un ser de enorme estatura y amplia envergadura. Vestía una armadura completa que ocultaba todas las partes de su cuerpo incluida la cabeza y la cara. Un yelmo de hierro algo oxidado cubierto en su totalidad por pequeños orificios redondos era la única expresión que aquel ser le mostraba al vovit. Sobre dicho yelmo una capucha y una capa caían sobre su espalda.
Al encontrarse justo frente a Iirag este se detuvo y por el movimiento de su yelmo pareció observarle de arriba abajo por unos instantes. Cuando pareció estar seguro de quien tenía frente a él afirmo con la cabeza y extendió sus manos hacia Iirag en una inequívoca señal de que iba desarmado y que no pretendía enfrentarse a él, o al menos eso fue lo que Iirag dedujo.
- ¿Iirag, verdad? – Habló aquel ser con una poderosa voz que resonaba con eco dentro del yelmo que portaba. No esperó a que Iirag respondiera. – Venía a por ti justo en éstos momentos. Soy tu superior. Estás bajo mi tutela y tienes que venir conmigo. – Iirag no dijo nada, ya no se fiaba de nadie como muy bien le había advertido Neegor antes de drogarle y violarle. – Mi nombre es Raxrihi Kalas, capitán de tropa de asalto. Ven conmigo, os mostraré el laberinto.
Tras decir aquello fue cuando Iirag se dio cuenta que tras aquel ser se encontraba una figura femenina. Una cara conocida para el vovit, pues se trataba de la extraña mujer que se topó la noche anterior al salir de la letrina y que lo expulsó de malas formas de su habitación.
A Iirag se le erizó el vello de la espalda cuando le detuvo el tal Raxrihi. Tenia ganas de venganza...
Se quedó quieto un par de segundos. Bueno, la venganza, reposada, sabe mejor. Una de las muchas cosas que había aprendido de Thror era mantener la calma para llevar a cabo una represalia, y sobretodo, que esta fuese publica y mucho mas cruel que el agravio cometido. "Que vea sus tripas supurar durante dias" era como lo expresaba Thror.
Agarró fuerte su martillo, encomendó su venganza a Yrg e Ygg y siguió a Raxrihi. Se consoló porque sentía en sus abultados nudillos que el combate se acercaba, ya aclararía cuentas con Neegor mas adelante, ahora tocaba usar el martillo. Se mantuvo separado de ambos siervos de Jotun, no parecía que la honorabilidad fuese un valor importante en aquel lugar.
Raxrihi les codujo hasta el final del pasadizo y entonces ascendió cuatro o cinco pisos a través de las escaleras de caracol, hasta que llegaron a un amplio recibidor plagado de puertas. Fue entonces cuando el que se había erigido en su líder se giró hacia él comprobando que tanto Iirag como la extraña mujer le habían seguido. Afirmó con la cabeza y entonces tomó una de las puertas indicándoles con un cabeceo que le siguieran.
Fue entonces cuando la mujer se quedó unos instantes mirando a Iirag y frunció el ceño cuando pareció por fin reconocerle. La joven bufó y negó con la cabeza. Fue entonces cuando sus ojos rojos parecieron reparar en las heridas que asomaban bajo la armadura y las ropas del humano. La chica alargó su manó haciendo un ademán de tocarla, pero pronto negó con la cabeza y desestimó la idea.
Fue entonces cuando su mirada fija en las quemaduras se posó en los ojos del norteño. La chica se llevó la mano al hombro y destapó parte de este dejando a la luz una cicatriz en forma redondeada. Iirag reconoció enseguida aquella marca. Era una cicatriz exacta de como iba a quedar su marcado su cuerpo en cuanto sanaran sus heridas.
- Neegor. - La chica pronunció aquel nombre con rabia e ira contenida y entonces le tendió la mano a Iirag.
Iirag no tuvo tiempo para reaccionar, pues en el momento exacto en que iba a decidir dar la mano o no, a la chica que la noche anterior despreció su compañía, el capitán de ambos regresó sobre sus pasos en su búsqueda.
- ¡Qué demonios hacéis! - Exclamó con enfado. - ¡Os he dicho que me sigáis!
No obstante Raxrihi no esperó a que le siguieran, se marchó de nuevo atravesando el marco de la puerta que momentos atrás ya había atravesado. Nigrith, si es que realmente así se llamaba y Neegor no le había mentido, se abrazó a Iirag apretando con mucha fuerza. Se notaba que estaba asustada y que para nada estaba allí por voluntad propia.
El primer impulso de Iirag fue agarrar el cuello de aquella mujer y romperle la espina dorsal de un golpe, esperando un ataque, o que le mordiese, o cualquier cosa por el estilo. Levantó sus gruesos brazos e iba a bajarlos cuando se fijó en que la mujer temblaba de puro pavor.
Tras un titubeo indeciso, bajó uno de los brazos y rodeó su espalda, abrazándola. No se fiaba de ella, ni mucho menos, pero le vendría bien tener una sierva fiel, tanto para el futuro que les aguardaba como para las frías esperas en sus cuchitriles. Desde arriba veía el sinuoso cuerpo de la mujer, notaba su suave piel contra la suya y notaba sus tersos pechos contra su abdomen. Sería útil y divertido hacerla suya. La rodeó con ambos brazos en un abrazo fuerte pero cariñoso y le susurró su nombre con su mejor voz de barítono, amable pero firme.
—Nigrith... Nigrith
Cuando ella levantó esos extraños ojos, le apartó el pelo de la cara, le sonrió con ternura. Con gesto de determinación señalo a la mujer con su dedo, luego a si mismo, cerró el puño con fuerza y acto seguido, señaló la puerta por donde se había ido Raxrihi. Igual no podía comunicarse en su idioma, pero esperaba hacerle entender que estaban justos en eso.
Mentalmente, Iirag se jactó durante unos segundos, controlaría a Nigrith y la convertiría en su esclava. Podía ayudarle tanto en combate, como, claramente, en el ajusticiamiento de Neegor. Aparte, podría calentarle la cama por las noches. Para ello, no debería quitarle el ojo de encima, debía estar siempre controlada, y, a poder ser, no tener ningún contacto exterior. Nigrith debía pensar que solo tenía a Iirag y, posiblemente, eso fuese totalmente cierto.