Doña Agustina estaba empezando a perder la paciencia con esa goblin tan terca. ¡Y tan fresca! Refunfuñó algo ininteligible entre dientes, volvió a ajustarse la bufanda y luego habló a la goblin con clara impaciencia:
—¡Nosotros no queremos las llaves de tu casa, jovencita! Mira, niña, esto es así: tú quieres tus llaves y nosotros queremos pasar. Así que déjate de historias de rendirse y de prisioneros, eh, que ya estoy vieja yo para estas tonterías. Tú nos abres la puerta y nosotros te damos tus llaves. Hala, hala, venga, abre que no tenemos todo el tiempo del mundo.
—Los caballeros castaños no se rinden —repitió como convenciéndose, pero claro, Globz era muy de rendirse de toda la vida. La condraticción le puso tan nervioso que empezó a dar pequeños saltitos sin moverse del sitio.
—Pues yo me voy a rendir. Así pasaré la muralla y tendré mis galletas, el río y el té — Solía olvidarse de nombrar a Nilocosín, ya ves — Pero no voy a dejar que me hagan prisionero. Eso no.
»Y también le devolvería las llaves. Somos como héroes o algo así, decían los gunasitos, yo lo oí, si, si —Y buscó a su alrededor al gusano que les había guiado, no podía estar muy lejos.
Molsa sacudió la cabeza, con el tintineo de las llaves chocando contra el cuenco. Parecía asentir, o tal vez negar, o asentir otra vez. La indecisión brillaba en sus pequeños ojos oscuros, pues todas las decisiones y las ideas iban a un ritmo demasiado rápido para ma monstruo cornuda. Sir Globz tuvo la última palabra y esa fue exactamente la que se le quedó grabada en la mollera.
- Moooolsaaa rendiiiiir… Noo prisioneeeeraaa, no, no,nooo… -Agarró de nuevo las llaves haciéndolas tintinear con una pequeña sacudida y las miró.- ¿Casaaaaa? Yooo daaar al otrooo laaaaado sí…
Y miró a la goblin con aquellos ojitos tiernos acercándose a la puerta mientras agitaba las llaves.
―¡Venga! No te hagas de rogar, ábrenos para que pasemos al otro lado y luego te damos las llaves. Todos ganamos. Nadie pierde. Todos ganamos.―repitió convencido.
Se sintió satisfecho al haber instruído a Globz en las artes de los caballeros de antaño pero también estaba algo extrañado con la reacción de su amigo así que se acercó a él a darle un abrazo de caballeros de antaño para tranquilizarlo.
Globz no estaba muy convencido. Si se rendían y les hacían prisioneros con cadenas y todo... eso tenía mala pinta. Pero si volvían marcha atrás, el pequeño goblin moriría de abumirriento. Y puede que de sed.
—Yo... yo creo que aunque nos rindamos luego podemos ecaspar. Si, eso pienso. Doña Ajustita cabe en cualquier lugar, como en... um...en su casitagorro. Y podemos fuganros, si, seguro. Y.. y... a lo mejor les podemos concenver para que nos lleven al pazalio de la reina Goblin.
Sir Arthur le dio un abrazo entonces y Globz se quedó sin habla. Era un verdaredo y fatrernal abrazo de callaberos castaños. Fue muy oportuno, porque a punto estuvo Globz de desvelar la verdareda y poco callaberosa razón por la que quería rendirse: Comerse unas galletas.
— OoooOooOoooOooOooh...
¡Quién podría resistirse a un fraternal abrazo! Molsa dio un par de pasitos para rodear con sus enormes brazos musgosos a Sir Arthur y Sir Globz. Los soltó enseguida, claro, y miró hacia arriba hacia la goblin que quería las llaves de su casa. Después del abrazo amistoso Molsa estaba de buen humor, así que sacó las diminutas llaves de su gorro cuenquito.
— Llaaaaaave... vaaaa...
Y de pronto las lanzó alto, alto, como cuando lanzaba una piedra al río que les habían robado. A lo mejor la goblin, si estiraba un poco sus bracitos las podía pescar en el aire, o a lo mejor no, a lo mejor volvían a caer. O quién sabe... Tal vez se quedaran colgando de cualquier ramita sobresaliente de la almena.
—¡Pero qué hacéis, majaderos!
Doña Agustina no entendía nada de lo que estaba pasando al verlos abrazarse a aquellos tres y se llevó varias patitas a la cara, en un gesto de frustración y vergüenza. Para colmo, Molsa tiró las llaves hacia la goblin.
—¡NOOOOOOOOOOOO! —chilló como sólo una señora gusana de muchos años de edad podría chillar—. ¡AAAAAAAH! ¡Yo me rindo! —exclamó mientras movía algunas patitas en un claro gesto de resignación enojada—. ¡Me rindo! Con estos jovencitos no se puede hacer nada. ¡Qué tarambanas!
En realidad, no estaba diciéndole a la goblin que se rendía, sino que simplemente estaba diciendo que se rendía de intentar enderezar la situación con aquellos tres compañeros que le habían tocado en gracia. Sin embargo, sus palabras fueron, aun así, «me rindo».
La goblin alargó las manos y las batió en el aire para alcanzar las llaves que había lanzado Molsa, aunque a punto estuvo de perder el equilibrio con tanto aspaviento. Cuando las tuvo en su poder les plantó un beso y las metió entre su ropa.
—¡Gracias! —exclamó saludando con la mano.
Luego, se giró hacia el goblin de su lado y le hizo un gesto, señalando con la cabeza hacia el grupo de buscadores, que ahora se estaba abrazando.
—Se han rendido. Mira qué majos, se ponen juntos para que podamos lanzarles la jaula más fácilmente.
Varios goblin más empezaron a reír y a poner en marcha una de esas máquinas de guerra que tenían sobre las almenas.
Dicho y hecho, en cuanto estuvo claro que se habían rendido, ahí tan apretaditos todos juntos, los goblin no se lo pensaron más. Nuestros buscadores ni siquiera vieron por dónde les venía, pero cuando quisieron darse cuenta les había caído una jaula enorme encima y tenían un montón de goblin de todos los tamaños alrededor, subiéndolos a un carro.
Les dieron galletas, eso sí, como habían prometido, aunque la bebida con que las acompañaron difícilmente podía llamarse té. Más bien parecía barro aguado templado. Abrieron las puertas de la muralla para ellos y el carro se puso en marcha sin perder el tiempo. Oyeron a un goblin decir que los iban a llevar directamente a la ciudad de los goblin «con los otros prisioneros».
El traqueteo del carro no se debía a que estuviese tirado por monturas díscolas, ni tampoco al terreno. No tardaron en darse cuenta por el camino de que lo que movía el carro era un montón de pequeños goblin que iban debajo, rodando, empujando y tirando de él.
Y así, el paisaje empezó a cambiar y se dieron cuenta de que el castillo del centro del Laberinto cada vez estaba más cerca. Estaban dentro de una jaula, sí, pero avanzaban hacia su destino a toda la velocidad que aquellos pies goblin podían dar.