La reina había sido derrotada, pues la voluntad del grupo de viajeros resultó ser más fuerte que la suya, y el remolino de viento que los había absorbido los llevó de nuevo al bosque que ellos llamaban hogar.
Ahí estaba el río que Globz custodiaba con ayuda de Sir Arthur, con unas aguas que correteaban cantarinas lanzando destellos con los rayos de sol, como si rieran felices por haber vuelto a su lugar.
Ahí estaba también el té de Doña Agustina, esperándola junto a su tetera para que organizase una de esas meriendas que tanto le gustaban.
Y el pequeño Nicolasín también estaba esperándolos allí. En ese momento estaba sopesando el peso de una piedra en la mano, quizás para lanzársela a una de las hadas que aleteaban entre las ramas del árbol favorito de Molsa.
Nuestros viajeros aterrizaron con suavidad, el viento los dejó delicadamente en el césped y se retiró. ¡Estaban todos! Molsa, Globz —¿O era Blogz?—, Doña Agustina… ¡Estaba hasta Sir Arthur acompañado de su inseparable Tuberías, y ambos parecían algo perdidos!
Los que no estaban eran Príncipe Bastian, Xerxes y Flimflam. En algún punto de aquel viaje se habían quedado atrás.
¿Y entonces qué pasó? ¿Qué hicieron estos aventureros después de haber conseguido una hazaña de tal nivel? ¿Volvieron a la vida tranquila en el bosque? ¿Cambiaron aquel lugar por alguno de los que habían visitado? ¿Fueron corriendo al encuentro de algunos de los amigos que habían conocido durante su viaje en el Laberinto? No os vayáis todavía, pues nos queda por leer la última página de esta historia.
Vosotros decidís qué pasó después y cómo termina vuestra historia. Os dejo la escena abierta hasta las 22h del miércoles para que podáis dejar un epílogo, algún cierre, una última conversación… lo que queráis.
Mientras tanto, en el castillo de la Reina de los goblins…
El viento se llevó a los aventureros que habían derrotado a la reina. Ella seguía en el suelo, de rodillas, con la mirada baja. Y, ante ella, estaba Bastian, solo. El cetro de la reina había caído al suelo y supo que él podía tomarlo para sí, si lo deseaba. Podía hacerlo, solo tenía que alargar la mano y recogerlo. Sentía en sus entrañas el impulso, pero también la certeza de que si lo hacía quedaría atado a ese objeto irremediablemente y tomaría el lugar de Sarah.
¿Quería Bastian dar un paso adelante y ser el siguiente Rey de los goblins? ¿Eso le permitiría recuperar los recuerdos que la reina le había robado tanto tiempo atrás? ¿O prefería darse la vuelta y seguir recorriendo el Laberinto para ayudar a quien lo necesitase? Esa era la decisión que se presentaba ante él y nadie más que él podía tomarla.
Bastian, tú decides. Puedes convertirte en el nuevo rey de los goblins (lo cual te permitiría recuperar los recuerdos perdidos si es lo que quieres), o puedes seguir como estabas antes. Elige tu final y cuéntanoslo.
Y así como todo había empezado, ¡terminó! Puf. De pronto, doña Agustina se vio ahí, en el bosque, con su aguja de tejer, con su té y su tetera, con el río, con el mocoso de Nicolasín mortificándola con sus barrabasadas y con Sir Arthur.
—Ay niña —le dijo a Molsa—, qué sueño más tonto he tenido. Soñé que estábamos en un laberinto porque habíamos perdido el té y que había unos esqueletos y una Reina, que yo era una fresca que le hacía ojitos a un Príncipe, que Blogz se hacía caballero y tenía un hermano gemelo y que Arthur se había perdido por ahí en un agujero. ¡Y enanos, muchos enanos! Yo creo que era una pesadilla. Sin té y con enanos, pesadilla seguro. ¡Hm! —dijo con un asentimiento de cabeza mientras empezaba a bajarse.
Se acercó muy risueña donde estaba la tetera. Extendió un mantelito muy bonito que ella misma había tejido en el que había bordado las palabras «HORA DEL TÉ» junto a una señora gusana con un brazo en jarras, el otro con un dedito levantado y una hermosa bufanda al cuello. Sacó unas servilletitas en las cuales se podían ver bordadas las caras de cada uno de ellos, que dobló con mucho esmero y colocó sobre el mantel. Luego sacó unas pastitas y las fue colocando primorosamente en platitos decorados con dibujos de flores.
Por último, sacó una cerilla y encendió el fuego bajo la tetera.
—¡Niño! —gritó mirando a Nicolasín—. ¡Deja de tirar piedras y ve al río a llenarme la tetera con agua! —dijo mientras agitaba la tetera en la mano—. ¡Es hora de merendar!
Sí. Estar despierta y haber salido de esa pesadilla en que no había té ni meriendas estaba muy bien. Era hora de merendar. Sin frescos, al fin.
—¡Nadie puede cuzrar el puente sin mi premiso! — dijo una voz chillona desde detrás de unos gruesos troncos repletos de musgo. Pertenecía a un pequeño goblin de grandes orejas, que cabalgaba una especie de pájaro mecánico a vapor e iba armado con un rociador de aspecto sopeschoso.
CLOC CLANC CLOC CLOP FHSHHH, trotó hacia ellos sin mostrar temor, algo extraño en un goblin tan canijo.
—Soy El Cabralleo de Helarte. Guradian del río, nagador de los dardos de cépsed y de muchas cosas más. Muchímisas más — añadió. Dejaba lo de que había nagado a la reina para el final, pro si no se habían quedado suficinetemente impersionados. Chan.
Para alergia del goblin, los viajeros retorcedieron. Uno de ellos, una enana cargada de extraños artilugios le señaló, visiblemente ametorizada.
—Por los astrofonotramas de mi abuela, ¡Es Blogz!
— ¿Suuuuuueeeeeeeeeñoooooooooo? —Preguntó la enorme bestia cornuda rascándose el cuenquito de la cabeza un poco confusa, a ella le había parecido todo muy real pero tampoco quería contradecir a la doña gusana pues, tal vez, ella se había pasado todo el viaje sonámbula.— ¡¡¡Niiiiiicooooolaaaaaasíiiiiiin!!!
Que alegría se llevó Molsa de volver a ver al chiquillo, espantando hadas como era usual. Dando algunas zancadas dio un abrazo enorme al niño, que le pidió que sujetara su piedra mientras iba a por el agua que pedía Doña Agustina al río. Molsa se quedó mirando la piedra en su mano y palmeó su árbol favorito con cariño. Allí, entre las grandes y anchas raíces del roble, ahora que había vuelto el río y la normalidad vio que había espacio suficiente para plantar un jardín. Así, mientras la gusana preparaba su merienda, Nicolasín hacía de las suyas y los caballeros (Sir Globz y Sir Arthur) custodiaban el río, comenzando con la piedra de Nicolasín empezó a dibujar un cerco con piedras. Fue entonces cuando sacó la pala y dentro de los límites de las piedras, comenzó a hacer extraños surcos concéntricos en la tierra, para terminar cavando un hoyo en el centro, donde plantó el cactus de la pobre difunta ChifFle para que viviese una nueva larga vida. ¿Y cómo terminó? ¡¿Acaso no era obvio?!
— ÑiOoooOoooOoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooOoOoooooooooOOOOOOrrrrrrrrggggggggg.
Fue cantando para que las plantitas creciesen formando un bonito parterre de florecillas silvestres circular siguiendo el patrón y para cuando terminó, hasta parecía un pequeño laberinto.
Como todo duro trabajo debe tener una recompensa, ahí llamaba al orden la doña con la mesa puesta.
— Aaaaaaaaaaaaa meeeeeeeeereeeeeeeeendaaaaaaaaaaaaaaaaaaaar... —Llamó Molsa a los caballeros para que no se perdieran la hora del té y sacando la botellita de leche de donde la portaba se encaminó hacia la mesa.— Mmmmm, uuuuuun bueeeeeeen téeeee, sí.
Y qué bien sentaba un buen té, con la calma que seguía a una tremenda aventura y con los mejores amigos que una monstruo cornuda podría desear.
Príncipe Bastian vio cómo sus compañeros se iban. Una vez más había ayudado a la gente en apuros. Y una vez más se había quedado solo. Bueno, solo no. Ahí estaba la Reina Goblin... y su cetro.
Por un momento miró el artilugio, entendiendo una parte del poder que encerraba. Y se sintió tentado, claro. Rey Príncipe Bastian sonaba bien. Muy bien. Pero entonces... ¿Qué pasaría con ella? ¿Y con él?
Príncipe Bastian frunció el ceño, en un gesto muy poco principesco y muy pensativo. Decidir a veces era difícil. Miró a Xerxes y... vio que no podía mirarlo. Que tampoco él estaba. Suspiró.
Haciendo memoria, memoria de verdad, lo primero que recordaba era a la Reina Goblin. Pero hacer tanta memoria le hacía doler la cabeza.
Se sentía raro. Al final, tenía la sensación de que siempre estaba solo ayudando a la gente de aquel reino ajeno con sus problemas... y de que la única constante que había habido en su vida era, precisamente, la Reina. Cambió de postura, un poco incómodo con aquella idea. Ella era la mala, ¿no? La villana. Y si cogía su cetro... ¿qué podía ser él?
Antes de que pudiera darse cuenta, la decisión ya estaba tomada.
—Yo sí puedo temerte —le dijo a la Reina. A Sarah. Luego, suspiró—. Yo sí puedo amarte.
Con esas palabras bajó la mirada al suelo. ¿Cuántas veces había buscado el Amor Verdadero en el laberinto? Más de las que recordaba, eso seguro. ¿Cuántas lo había encontrado? No estaba seguro. Quizá todas. Quizá ninguna.
Pero en ese momento y lugar supo lo que tenía que hacer. Lo único que podía hacer. Le dio la espalda a Sarah se fue caminando por las primeras escaleras que vio en aquella extraña sala. No sabía adónde le llevarían... pero sí que el camino estaría lleno de aventuras, de entuertos y de cosas principescas. Quizá encontrase un amor o dos. Quizá volviera a encontrar a Xerxes una vez más. Como fuera, ese sería su camino... al menos, hasta que él y Sarah volvieran a cruzarse.