-- Huuuuuyeeeeendooooo deeeee noooosoooootrooooos cooooon té, ríooooooooo y Niiiicoooolaaaasiiiiiiiín...

Tuvo a bien recordar la monstruo cornuda de qué eran esas cosas que no les quería devolver después de Globz, porque si no estaba todo eso en su salón principal, pues debía llevarlo todo a cuestas seguro, como ella llevaba a la Doña y su tazón casita sobre su cabeza; la pala y el cactus a su espalda entre sus pelitos. Debía ser aquella reina inmensa para llevar todo a cuestas.

-- Freeeescuuuuraaaaa... --Repitió asintiendo y sin esperar mucho más que la confirmación de la gusana, dirigió sus pasos hacia donde Globz y la enana habían señalado.-- Vaaaaaaamoooooos chiiiiiiicoooooooooos.

Aquello lo decía mucho el niño secuestrado por la reina.

En cuanto entraron en aquel salón del trono Príncipe Bastian se arrepintió de no haber traído la lanza del torneo. Su doble lanza. LaLanza. Aquello había sido mucho más épico. Sabía que era una falta de decoro... pero también que la situación quizá lo ameritaba. Un poco, al menos. Siendo así, por un lado agradeció que no estuviera allí la Reina Goblin para verle sin lanza. Por otro, sintió que no estuviera allí por sus compañeros. Aunque tenía otra cosa buena: curiosear su sala del trono, que siempre estaba bien coger ideas.

Mientras sus compañeros se dedicaban a averiguar más sobre por dónde se había ido él se acercó al trono. No se planteó sentarse en él, claro que no, habría que ser muy fresco para eso. Pero sí acercó un dedo al reloj. Al oír cómo la gusana leía en alto una nueva ley, sin embargo, prestó total atención. Saltarse una ley era impensable. Hacerlo en el castillo de una Reina —aunque fuera esa—, más todavía. Así que se decidió a cumplir.

—Pues si fue a la biblioteca ha caído en su trampa —señaló él—. No conozco a nadie que haya entrado en una y no se haya dormido. Venga, vamos. —Señaló a las escaleras—. ¡A seguir subiendo, para poder bajar!

La escalera

Al subir por aquellas escaleras se abrió ante ellos una visión vertiginosa. Escaleras, arcos, caminos y balcones se enredaban y giraban en todas las direcciones. Muchos estaban al revés, de lado o verticales, y en un principio parecían imposibles de ascender. Una intensa sensación de confusión y vértigo los abrumó. 

Al moverse en aquel lugar uno siempre se sentía como si estuviera en posición vertical, sin importar cómo se orientase. De modo que si el camino llevaba a una pared y alguien desease subirla, se sentiría como si la habitación girara para convertir esa superficie en «el suelo». Había seis salidas en las paredes de las escaleras, pero era muy difícil llegar a ellas sin desorientarse¹. Había dos escaleras que bajaban (una de ellas era por la que habían llegado), dos escaleras que subían y dos puertas cerradas. 

—¡Puede haber ido por culaquier lado! —el goblin de aquel año se malentaba agarmamente.  Pero no lo hizo por mucho tarro,  Globz no era de comerse el rato. 

—Asi que...uh...solo temenos que ir por culaquier lado y la pirayemos —asombadro de nuevo por su atuscia, selañó en dicerción a un par de puertas.  Era la clase de idea que se le habría orruquido al nirpcice Batnias.

¡Y todo por sentarse en el torno un tarrito! 

Al ver aquella sala tan confusa desde las alturas que tenía subida a la cabeza de Molsa, doña Agustina casi se marea con tanta vuelta y revuelta. Una cosa que decía Blogz era verdad, sin embargo: podía haber ido por cualquier lado, así que tampoco haría mucha diferencia si subiendo por una escalera terminaban en una puerta o en otra, pues no la habían visto marcharse y la elección que tenían frente a ellos era meramente azarosa.

—Pues mira, jovencito, parece que al final atinas una —le dijo al goblin—. ¡Vamos, seguidme, por aquí! —exclamó, como si realmente tuvieran que seguirla a ella, cuando en realidad era Molsa la que la llevaba a ella. Le dio unos toquecitos a la bestia cornuda para que se moviese por donde doña Agustina quería; la bestia sabría, seguro.

La bestia se llevó las manos a la cara completamente abrumada.

-- Uuuuuuuuuuuun líooooooooooooooo...

Si se le viesen mejor los ojos, casi, casi seguro, rodarían de forma circular sus pupilas, pues menudo mareo daba mirar a uno y otro lado. ¡Casi no se sabía por dónde se podía ir! En eso los bosques eran más sencillos, vastas extensiones de todo un poco con caminos infinitos, también podías ir por donde querías, pero sin desafiar las leyes del orden natural. Solo que ese pensamiento, o mejor dicho sentimiento, Molsa no podía materializarlo ni muchísimo menos verbalizarlo.

-- Reeeeinaaaaaa pooor cuaaaalquieeeer laaaaadooooo --le dio la razón a Globz--. Mooooolsaaaa seeeeeeguiiiiir Aaaaaaaguuuuuuustiiiiiiiiiiiinaaaaaa...

Claro que sabía a dónde tenía que ir, con el tiempo se había acostumbrado a seguir el rumbo a través de los toquecitos de aquellas suaves y diminutas patitas sobre su dura cabeza. Comenzó a andar en aquella dirección.

Al llegar a aquella habitación Príncipe Bastian se sintió... raro. Como si de repente estuviera dentro de su propia cabeza. Estaba convencido de que era mejor salir cuanto antes de sitios así, así que miró rápidamente, en busca de cualquier salida, sin importarle por una vez que las escaleras subieran o bajaran. No pudo sino asentir ante el brillante razonamiento del goblin, y cuando Doña Agustina dijo que la siguieran él, ni corto ni perezoso, lo hizo. No porque le gustase obedecer a cada gusana que conociera, un Príncipe no haría eso. Pero aquella situación era particular. Solo para que no hubiera dudas, él mismo dio la orden.

—¡Eso es, Doña Agustina! —le dijo—. ¡Guíenos!

Y así, con aquello aclarado, se dispuso a seguirla. A Doña Agustina, claro, no a la bestia cornuda.

La biblioteca

Los libros se apilaban en el suelo, en las mesas, en los alféizares e incluso había alguno en las estanterías. La luz se filtraba desde las altas y estrechas ventanas compuestas de pequeños cristales. Había polvo por todas partes y el lugar olía fuerte a moho y cuero viejo. 

Salieron apresuradamente de aquellas escaleras capaces de enloquecer a cualquiera y llegaron a la biblioteca de la Reina de los goblins. Ese lugar contenía todos los documentos importantes, libros de leyes e historias de su reino, antes de que el catastrófico Colapso del Buen Gobierno redujera el Laberinto a su actual estado de casi anarquía. 

Por allí pasaba gente de vez en cuando, pero hacía cientos de años que nadie leía un libro. Y esos libros abandonados e ignorados estaban a esas alturas ya bastante nerviosos. Cuando nuestros buscadores entraron en la sala, los libros volaron alrededor de la habitación y se colocaron frente a sus caras, bloqueándoles la vista. Aleteaban con las hojas abiertas, impidiéndoles el paso. ¡Pero bueno! ¡¿Qué le pasaba a esos libros furiosos?!

Por la biblioteca se había ido la reina de los goblins y por la biblioteca aparecieron ellos.

—¡Ajá! Funcionó el plan. Muy bien, muy bien. ¿Dónde está la reina de los frescos esa? —preguntó entrecerrando los ojos por si el problema era que sus vieja vista cansada no veía bien, pero al final se convenció de que la reina no estaba realmente allí—. Vaya fiasco. Seguro que esa enana nos mintió. ¡Típico de enanos!

Sin embargo, pronto llamó más su atención los libros que aleteaban delante de ella. Nunca había visto eso, libros que aletearan. En realidad, entre gusanos el uso más típico para libros era como alimento, pero aun así leían también, claro que leían, los gusanos eran gente muy requetesabidilla. Así pues, la gusana decidió que a lo mejor a esos libros tan mohosos y polvorientos lo que les pasaba es que nadie los leía y por eso se habían puesto tan furiosos.

—Molsa, corazón, agarra alguno de esos libritos con tus manotas, que yo no llego y tengo las patitas muy chiquititas. Agárralo y ábremelo que lo leo, a ver si así se tranquilizan un poquito y nos dejan pasar. Que están muy frescotes.

—¡Cuantos lirbos! — nunca, nunca había visto tantos. Se ocultó tras las piernas de Molsa, nitimidado por tantas lertas, esdonquidas dentro de las tapas.  ¡Solo de pensar en pasar tantas jápinas, le entraban eslakofríos!

—¡Solo falta que se pongan a vloar y japinear en el aire!¿Te ijaminas?

Así que cuando pasó percisamente eso, gritó muchímiso y se hizo un voillo en el suelo, junto a la verdosa bestia cronuda.

—Ayayayauuuuh

En cuanto Príncipe Bastian entró en la biblioteca no pudo reprimir un bostezo. Porque era, claro, una biblioteca. Sin embargo, este se cortó de inmediato al ver que lo que decía el caballero castaño se cumplía los libros empezaban a volar. No eran así las bibliotecas que recordaba. No eran así en absoluto. Y cuando el caballero se echó al suelo Príncipe Bastian se puso delante, valeroso, aguerrido y, sobre todo, principesco.

—¡Quietos ahí, malandrines! —les dijo—. ¡Sois unos libros muy revoltosos! —Señaló a uno de ellos—. ¡Tú! ¿Sabes por dónde se ha ido la Reina de los Goblins? ¡No eres un goblin, así que no le debes ningún tipo de lealtad!

Molsa subió las escaleras lo más rápido que pudo, que no era mucho, pero gracias o debido a su gran tamaño, podía subir los peldaños de dos en dos. Algo es algo.

Al llegar a la biblioteca Molsa se quedo boquiabierta, literalmente, abrió mucho su bocaza con sus dientes puntiagudas, sorprendida de ver todos aquellos libros. En especial aquellos que revoloteaban delante de ella a los que les cogió de inmediato un poco de miedo, pues nunca había visto ese comportamiento en los pocos libros que había visto en su vida.

-- Juuummmmm --sonó lastimera, repitiendo las palabras del príncipe-- liiiibrooooos reeevoooooltoooooosoooooos, liiibroooos maaaaaaaaaloooooos juuuummmm Moooolsaaaaa mieeeedoooo...

Pero a fin de cuentas, viendo la confianza de la gusana y la bravuconería del príncipe, no parecían tampoco demasiado peligrosos, pensó la monstuo. Estaba en una encrucijada, así que al final hizo lo que le dijo Agustina, alargó sus enormes manos temblorosas y... ¡PLAS! Atrapó uno de esos libros enormes con sus manos, abriéndolo después para enseñárselo a la doña.

-- Muuuuuchaaaaas leeeeeeeetraaaaaas...

Ella no entendía ni una sola palabra, pero puso su mejor cara de interés, como cuando observaba moverse las hojas de los árboles.

El libro que Molsa atrapó en el aire para que Doña Agustina pudiera leerlo se llamaba «Un Completo Sinsentido» y era, según ponía en el subtítulo, un diccionario que contenía todas las palabras que nunca habían sido dichas. Al ser leído el libro se calmó y su alivio fue casi palpable. 

Otros libros, «Los Caballeros de Antaño» y «El Laberinto», siguieron aleteando alrededor de Globz y Bastian, aunque parecían menos furiosos que antes. Parecían… anhelantes, como si ellos también quisieran tener la misma suerte que el diccionario.

Cuando Molsa alcanzó el libro, doña Agustina lo leyó desde arriba con gran interés. Al principio, la bestia cornuda lo estaba sujetando al revés y tuvo que corregirle:

—Dale vueltecita, niña, que está al revés. Eeeeso, así, muy bien, muy bien, quietecita, a ver qué dice. —Entrecerró los ojillos—. Un Completo Sinsentido. Uy qué frescura de libro. A ver, a ver qué dice.

Doña Agustina carraspeó un poquito y engoló la voz, haciéndola aún más aguda —y eso ya es decir, pues las gusanas, como buenos seres diminutos que son, ya tienen la voz muy aguda—.

—Currutaco: Muy afectado en el uso riguroso de las modas. Ejemplo: «Ay mi niño que se me ha puesto hecho un currutaco y me va endomingado todos los días». Qué cosa más curiosa, oye, a quién se le ocurre ir el lunes con la ropa del domingo. Hay que ser currutaco, sí. A ver, pasa unas paginitas, Molsa, niña, pasa, eso, eso, muy bien. A ver.

»Triquitraque: Golpes repetidos y desordenados. Ejemplo: «¡Niño, para ya con el triquitraque ese!». Pues sí, pues sí, menos triquitraque, que es muy de frescos, sí. A ver, pasa más paginitas a ver, que está interesante esto.

»Gurripato: Persona pazguata. Ejemplo: «¡Mira al Nicasio qué gurripato que está hecho, todo el día papando moscas!». ¡Uy! Pues no conozco yo gurripatos ni nada. Unos cuantitos, sí. Anda que… A ver, pasa, pasa más paginitas. Así, muy bien, corazón, muy bien.

»Calcañuelo: Cierta enfermedad que padecen las abejas. Ejemplo: «¡Mira mi calcañuelo! —No, gurripato, eso se llama pañuelo. El calcañuelo es otra cosa». Pues claro que es otra cosa, muy bien dicho. ¡Qué manera de soltar triquitraques tiene ese! Pasa, pasa, niña. No te me acurrutaques.

»Prácrito: Dialecto procedente del sánscrito. Ejemplo: «Este utensilio es muy prácrito. —No, Globz, se dice práctico, el prácrito es un dialecto procedente del sánscrito. —Pues eso he dicho, muy prácrito». ¡Ay, pero si es igualito! Oy, qué desesperante. Pasa, pasa, anda, anda.

»Borujo: Masa que resulta del hueso de la aceituna. Ejemplo: «Mira qué rica tarta de borujo que he horneado». Ay pero qué asco. Eso es como las tartas de la Pánfila, que lo mismo te mezclaba hinojo con café que miel con setas y lechuga. Pánfila. Bien puesto le tenían el nombre a esa. A ver un poquito más, sólo un poquito, a ver.

»Pipirijaina: Compañía de cómicos itinerantes. Ejemplo: «La muchachada de hoy en día parece una pipirijaina con tanto triquitraque». ¡Uuuuh! Ni que lo digas. Ya lo creo. Una pipirijaina muy fresca. Eso es lo que yo siempre digo.

La señora gusana parecía encantada con aquel librote tan sabio y discreto, nada fresco, pero era una señora muy vieja y ya se empezaba a cansar, así que le dio unos toquecitos en la cabeza a Molsa.

—Bueno, ya hemos aprendido bastante por hoy, que tampoco se trata de abotarajarse con tanta zofaifa y pampanigüellas —dijo, inventándose algunas palabras que le parecieron de lo más apropiadas para el contexto aquel de palabras raras.

Globz salió de netre las piernas de Molsa solo para entroncarse con las ansiosas jápinas de un lirbo en toda la cara.  ¡Lertas y más trelas, un montón de ellas!

Temblando agarró el lirbo como si le fuera a modrer o, peor aún, a crotarle con sus alifadas jápinas. Se puso a leer, a tormpicones.

—Losca balleros dean taño, punto, prote genrel reinode anta ñode y elbuen gobiernode losmons truos, coma, losmal vadosgo blin y suste rribles re y ese chiceros, punto, paraello sentre naban eneluso dela zanla, elar made suel ecci on, coma, cabal gar y laora toria, punto, sunú merosi empres escaso, coma, puesno todoslos candi datos supera ban lasduras prue bas deadmi sión, coma, nicon taban con lafor taleza decar ácter y elva lorne cesario parasu perar lasduras prue basque leses peraban, punto.

El libro pareció enjoquerse de mobros, pese a no tener ninguno y mepezó a pasar jápinas. Parecía ser una especie de maluan de callabería.

—Guar daran lospu entes, coma, queno a bran decru zarsesim super miso... uh... Elva lorto dolo puede... mmm... Lain teli gen ciaes taso brevalora da... Desa lluna ligero... Uh... Des confi ade loshu manos... Cepi yatu pela gea diari o... Uh... ¡Cuanta cosa!

Globz levantó la vista hacia los demás, sus ojos llenos de grálimas.  Grálimas de canzansio.

—No he netedido nada.​​​​​

De todos los libros presentes, el que llamó la atención de Príncipe Bastian fue El Laberinto. Y es que claro, un libro llamado así, en un laberinto... quizá era un manual de instrucciones. Probablemente lo fuese, de hecho. ¿Qué otra cosa podría ser? Extendió la mano con algo de duda, pero intentando que no se le notase. Y para que no se le notase puso cara de Príncipe, claro, con cejas alzadas y mirada encantadora. Así nadie se fijaría en que por algún motivo la punta de sus dedos le temblaba un poquito.

Una vez que lo cogió, empezó a hojearlo y ojearlo, todo a la vez.

—Es un cuento —dijo—. De una... de una chica.

Por un momento su voz pareció distinta, incluso algo menos principesca, pero carraspeó para que se le pasase.

—También hay un Rey de los Goblins —explicó mientras pasaba las páginas—. Y suceden... cosas. Cosas del Laberinto.

Príncipe Bastian cambió el peso de pierna. Había, claramente, algo que le hacía sentir incómodo en todo aquello, aunque no parecía que supiera decir muy bien qué era. Al llegar al final frunció el ceño.

—Cuando acaba ella lo encuentra y le dice «Por increíbles peligros e innumerables fatigas, me he abierto camino hasta el castillo más allá de la Ciudad de los Goblins, para recuperar el niño que me has robado. Porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya y mi reino igual de grande. No tienes poder sobre mí.»

Tras esas palabras levantó la vista con una sonrisa algo inquieta.

—Qué raro, ¿no?

Los libros dejaron de aletear, con un alivio notorio al ser leídos por fin después de cientos de años, y volvieron a sus estanterías a descansar. Por fin los viajeros pudieron ver el final de aquella estancia. Además de las escaleras por las que habían llegado ellos y que ahora estaban a su espalda, había otras escaleras que subían y al fondo un pasillo que parecía bastante largo. ¿Por dónde se habría ido la Reina de los goblins?