Entiendo que el agarrarme es sólo parte de la tensión de la escena y me puedo soltar sin problemas ya que no ha hecho tirada ni nada .¿Verdad?
Director dice: yo no lo hubiera descrito mejor.
Por un instante la rabia cegó a Theodore hasta el punto que hubiera disparado a través de su propio capitán. Pero tantos años de mantenerse oculto, de saber enmascarar sus emociones, de ver como los medios engañaban al público y no poder hacer nada, habían hecho de Theodore un ser extremadamente racional.
- ¿Una vida por una vida? Eso al menos suena a querer negociar. Pon tus cartas al descubierto y veremos. - Theodore escupió al suelo, lo que para una persona tan recta como él era como si se hubiera literalment meado sobre la criatura. - En el fondo no eres más que un mercenario más, la traición fue de Reynhard Harliok, no fuiste más que un instrumento.
- Realmente no eres más que un instrumento. - repitió Theodore mientras lentamente se desplazaba hacia el puente - Traicionaste a tu capitán ¿Cómo quieres que confíe en ti para un trato?
- Danos una razón para todo esto, un motivo. ¿Por que mataste a tu tripulación? ¿Qué te ofreció Reynhard Harliok para lograr tu colaboración? ¿Qué es lo que realmente quieres?
Theodore controla su rabia y, en la medida que le dejen, se aproxima al puente sin dejar de hablar. Ha captado su atención y quiere por una parte que no se fije en Zach y por otra ganar tiempo para sus compañeros y para intentar llegar a la consola del puente.
No es un navegante especialmente bueno, pero puede más o menos interpretar un cuadro de control de un crucero (me dijiste algo que tiene la habilidad de usar habilidades de las que no tiene entrenamiento con 1d4 creo... no se me lo tienes que confirmar)
Concretamente busca un interruptor del piloto automático. Es muy simple, pero quiere pasar la nave a control manual.
El dolor llegó hasta Zach. Pero fue un dolor menos intenso de lo que había imaginado. Pues su viejo y confiable chaleco le había salvado una vez más. Ahora sólo tenían que lograr salir con vida de allí, a ser posible cargándose a esa IA hijaputa en el camino.
Lo que escuchaba de Vincent y Randolph no le gustaba lo más mínimo, pero fue lo que dijo Theodore lo que hizo que se detuviese un momento en su intento de liberarse de la garra metálica que le sujetaba.
-Coño Theo. Menudo momento para revelar orígenes secretos.-
El capitán del Gavilán logró zafarse finalmente de Desesperanza y se lo jugó todo a que el viejo "Pirata Melancólico" fuese tan sentimental como él. Evitando nuevos intentos homicidas por parte de la IA se lanzó al asiento del capitán, se sentó en el mientras se quitaba el casco y se calaba el sombrero que estaba cuidadosamente puesto encima.
Si había algún modo de controlar aquella cosa esperaba que estuviese en el sillón o el gorro.
Pues eso. Que voy a la defensiva para tener el +2 a la parada. Y me siento en el asiento mientras me pongo el sombrero. A ver si es algo de eso. Hago un par de acciones diferentes, pero al no ser de tirar no me afecta el penalizador.
“Esto no pinta bien”
La situación se estaba poniendo muy peligrosa. Aquellos seres, aunque lentos y torpes, cada vez eran más y le impedían moverse correctamente. Su cuerpo estaba concentrado en quitarse los enemigos de encima pero su mente se preguntaba si Vincent estaría cumpliendo su cometido. Había pasado mucho tiempo y nada cambiaba en aquella situación.
“Tendré que hacerlo yo... aunque eso pueda significar quedarse aquí”
La amenaza que representaba aquella nave era demasiado grande para dejarla vagar libremente. Se dispuso a dirigirse hacia la tubería rota cuando finalmente escuchó el disparo de su compañero. Un silbido. Una explosión.
“Tengo que salir de aquí”
Solo contaba con unos instantes antes de que todo se fuese al infierno, pero ahora un ejército de zombies se interponía entre él y la salvación. Sacó el cuchillo e hizo uso de toda su destreza con la lucha cuerpo a cuerpo para intentar abrirse hueco entre los cadáveres animados. Pero eran demasiados. Demasiadas manos, demasiados dientes. Intentó lanzar a un por encima de él pero por el lateral le saltó otro que le mordió el hombro, obligándole a soltar su presa. Devolvió el golpe y se encaró con el que ahora tenía delante. Lo embistió para intentar adelantar, pero cuando parecía que ganaba terreno, una mano le cogió del tobillo.
“Esto pinta mal. Muy mal”
Su situación era desesperada, pero al menos esperaba que se compañero saliera de ahí. Debía asegurarse de ello.
- ¡Vincent, sal cagando hostias! ¡Voy detras tuya ¡CORRE! -
Randolph apretó los dientes mientras se debatía por su vida
"Voy justo detras de ti"
Tirada de Protagonista
Motivo: Pelear
Dado principal (1d10): 3 = 3
Dado salvaje (1d6): 1 = 1
Total: 3-(2) = 1
Dificultad: 4
Resultado: Fallo
Tirada de Protagonista
Motivo: Agilidad
Dado principal (1d6): 3 = 3
Dado salvaje (1d6): 1 = 1
Total: 3-(2) = 1
Dificultad: 4
Resultado: Fallo
Tirada de Protagonista
Motivo: Pelear
Dado principal (1d10): 4 = 4
Dado salvaje (1d6): 2 = 2
Total: 4-(2) = 2
Dificultad: 4
Resultado: Fallo
Tirada de Protagonista
Motivo: Agilidad
Dado principal (1d6): 4 = 4
Dado salvaje (1d6): 1 = 1
Total: 4-(2) = 2
Dificultad: 4
Resultado: Fallo
Gasto dos bennies para repetir ambas tiradas... y no sirve para nada
Tirada de Protagonista
Motivo: Ingeniería (o Conocimiento de electrónica, lo que se ajuste más)
Dado principal (1d8): 1 = 1
Dado salvaje (1d6): 3 = 3
Total: 3 = 3
Dificultad: 4
Resultado: Fallo
Fuck, pues no me quedan bennies que gastar. Toda la partida sacando aumentos y fallo ahora xD
Director dice: cuentame la idea
Qué curioso es el valor. Vincent nunca había sido especialmente valiente, y en concreto nunca había logrado desarrollar un vínculo especial con nadie, no había sido capaz de echar raíces en ninguna parte. Para él, esas personas que lucharían hasta la muerte para proteger su pueblo, o su hogar, o lo que fuese, eran poco menos que alienígenas. Al final, esos actos de sacrificio son de lo menos práctico que hay: no salvas nada y mueres igual. O eso se decía Vincent a sí mismo siempre que huía de un sitio, fuese por un motivo o por otro. Y en ese momento, con un zarpazo de zombie que le atravesaba la piel, la carne y -más preocupante aún- el traje, estaba claro lo que tenía que hacer. Su compañero estaba a un segundo de ser engullido por los zombies, y le gritaba que corriera. Sin duda podía irse y sacar ventaja a aquellos patosos cadáveres para llegar hasta el Gavilán o hasta Zach si hacía falta y luego huir. Estaría lejos para cuando todo aquello explotase. Aquello era, evidentemente, lo que debía hacer. ¿Lo era? Allí, viendo a su compañero luchar por su vida, sintió que no podía irse sin más. Él estaba dando su vida como lo hiciera en la plataforma del Limbo, sin pensárselo dos veces. Y ese valor, dirigido en un principio a que él pudiera escapar, tuvo el efecto contrario, porque de repente era como si las botas magnéticas se hubieran sobrecargado y le clavaran al suelo como un electroimán de potencia industrial. No, joder, no podía irse. La mente de Vincent trabajó a toda velocidad, y el tiempo pareció ralentizarse. ¿Cómo podía liberarle? Había demasiados zombies como para que su revólver fuese de utilidad. Y la puerta estaba rota por su propia mano. En una esquina de su visor, el indicador del aire parpadeaba, avisando de la brecha en su traje... Aire. Eso era, una respuesta tan obvia que se odió por no haberla pensado antes. Se abalanzó sobre el control de la puerta, arrancó la tapa del panel de mandos y tecleó con toda la rapidez que fue capaz. Aire. Si había una fuga de aire, como en el caso de que la nave fuese alcanzada y se abriese una brecha en el casco, el interior se despresurizaría. Todas las naves decentes, hasta el Gavilán, tenían puertas de emergencia de presurización, que sellaban los sectores para que una brecha en el casco no afectase a toda la nave, sino solo a una zona concreta, como antaño los barcos tenían cámaras estancas para que no se inundase el barco entero si se abría una vía de agua. Si hasta la maldita chatarra espacial del Gavilán tenía esas medidas, estaba seguro de que la sala de control de aquella nave de supertecnología las tendría también. Las puertas de presurización se mantenían abiertas hasta que se activaban, por lo que daría igual que se hubieran cargado la puerta con la cortadora de plasma. Randolph estaba justo en el umbral, empujado por los zombies, y si se cerraban las puertas probablemente perdiese un brazo, una pierna o un pie, pero era precio pequeño a cambio de salvar la vida. Tecleó furiosamente, hasta que en la pantalla apareció el botón de activación manual de la compuerta y prácticamente le dio un puñetazo. Ahora solo quedaba rezar.
Pues allá vamos.
El hidrógeno, varios centenares de metros cúbicos, saturó la atmósfera congelando a los cadáveres en posturas deformes y contrahechas. Durante un instante, nada se movió en la sala de máquinas, que permaneció tan fría y quieta como el mismísimo vacío exterior.
En contraste, justo encima, en el puente, todo era movimiento. Allí los cadáveres ocupaban ya por completo el círculo exterior de computadoras y muchos más seguian entrando provenientes del corredor principal. Zacharias, aprovechando la distracción creada por Theodore (que mientras, giraba lentamente por la plataforma alejándose de la entrada), había logrado escaparse de la presa de la criatura Desesperanza y, esquivando un par de zombies que ya estaban en la plataforma superior, se había sentado en el asiento de mando y se había puesto el elegante y aterciopelado sombrero negro de Alacuervo. Theodore fue testigo de una transformación momentánea. Allí sentado, Zacharias poseía un porte y una dignidad que nunca le hubiera atribuido, que le recordaban la de aquellos nobles, ahora en el exilio, a los que tanto tiempo había servido. De pronto, con su efigie transfigurada por el sombrero, Zacharias no era solamente aquel capitán mordaz, fumador y peligrosamente optimista que pilotaba con maña incomparable la chatarra del Gavilán, y no costaba imaginarle al frente de un negocio, de una flota, de una casa comercial de importancia dirigiendo los destinos de millones de personas.
Por desgracia para todos, la Desesperanza no estaba de acuerdo. Lanzó un aullido que resonó en bandas del espectro auditivo inalcanzables para una voz humana, una mezcla de furia demente e insoportable dolor:
—¡ABDIAAAAAAAH! —el grito de furia resonó a través de la radio en los oídos de Randolph, que trataba desesperadamente de no quedar atrapado bajo una montaña de zombies, y de Vincent, que en ese momento aporreaba con demencia el cuadro de control de las compuertas tratando de cerrarlas.
El cable que unía la parte antropomórfica de la Desesperanza a la misma nave restalló en el aire mientras se lanzaba con violencia despiadada sobre el infame usurpador, dispuesta a arrancarle la cabeza de los hombros...
...y entonces, una insignificante chispa de la multitud que saltaban de las computadoras que Randolph había ametrallado descerebradamente, alcanzada la presión de hidrógeno necesaria, inició una descomunal reacción en cadena. La deflagración, una colosal nube de gas ardiente se extendió implacablemente en todas direcciones. La sala de máquinas se transformó de inmediato en un mar de llamas al tiempo que la presión liberada desintegraba los cadáveres andantes, arrancaba las computadoras de sus posiciones, arrojándolas en todas direcciones y fundiendo sus circuitos. Randolph sintió un mordisco de dolor lacerante tan intenso que parecía externo a él y al mismo tiempo venir de todas partes. El shock inmediatamente posterior le hizo sumirse en la dulce negrura de la inconsciencia y ya no vio más.
Vincent contempló hipnotizado cómo la bola de fuego se expandía directo hacia él al mismo tiempo que la compuerta reducía su campo de visión y pensó que no lo conseguirían. Que la puerta no aguantaría. Que no se cerraría a tiempo. Pero aquello era una compuerta Arvaken 10.000 y estaba preparada para resistir la embestida de un dios. Vincent sintió como el aire hirviente se colaba a través del último resquicio de la compuerta cerrada con un silbido infernal, como el de una tetera gigantesca, hasta que el cierre fue completo y el silbido se ahogó.
Sin embargo, los paneles metálicos que separaban ambas cubiertas no aguantaron la presión, que se había multiplicado al cerrarse la única vía de escape natural. Con un crujido agónico, las láminas de aleación de neovanadio, que habían aguantado las exigencias del viaje hiperespacial durante siglos, se doblaron sobre sí mismas y fueron finalmente arrancadas y propulsadas hacia la cubierta superior. Theodore y Zacharias sintieron el suelo del puente crujir y supieron que no había nada que pudieron hacer. Incrédulos, observaron cómo el anillo exterior de computadoras y todo lo que había más allá era arrancado delante de sus ojos en una erupción de fragmentos de metal ardiente, y sintieron como varios de estos fragmentos se les clavaban en brazos y piernas. Uno de ellos incluso arrancó el sombrero a Zacharias de la cabeza, dejándolo clavado en el asiento. Simultáneamente, vieron surgir un muro de fuego de forma semicircular* entre ellos y la entrada que volatilizó irremisiblemente todo a su paso. Los zombies se evaporaron y la criatura, en plena maniobra asesina, desapareció tras una cortina ardiente. Ni siquiera su cuerpo acerado de exquisita factura podría sobrevivir a eso.
Sumergidos en aquel caos ardiente pensaron que iban a morir. Quizá ese era ya el infierno que correspondía a los de su calaña. Quizá ese era el destino que estaba a todos reservado en ese perdido confín del mundo, donde el ser humano no era bienvenido y se arrastraba agónico a lo largo de vidas violentas, cortas y desgraciadas. Quizá La Fosa se los había tragado, como había hecho desde siempre con incontables naves y vidas. Pero pasaron los minutos y ellos seguín allí. Los sensores térmicos de los trajes marcaban temperaturas disparatadas, pero la vorágine de la explosión había remitido. Vincent abrió los ojos, que había cerrado por instinto, y contempló el cuerpo inconsciente de Randolph a su lado, a salvo a su lado de la compuerta. Bueno, casi todo. El exmilitar había dejado el pie izquierdo al otro lado. Theodore miraba con asombro el abismo que se abría a sus pies, desde el que podía contemplar los restos destrozados y carbonizados, aún hirvientes, de lo que había sido la sala de máquinas. Y Zacharias, aún sentado en el asiento de mando pero sin sombrero, con esquirlas metálicas clavadas a lo largo de todo el cuerpo, contemplaba con pesar como el puente de esa bellísima nave había sido mayoritariamente reducido a escombros. Era ahora el capitán de una leyenda en ruinas. Y, mientras estos pensamientos le atravesaban la mente, más intensos aún que la euforia de la supervivencia, pudo ver cómo los pilotos de las últimas computadoras supervivientes parpadeaban erráticamente hasta apagarse. Y una voz cálida y suave, femenina tal vez, proveniente de cada rincón de aquella fragata de nombre maldito, expiraba con un último suspiro cargado de congoja y melancolía:
—Lo siento, Oswald...
Spoiler (marca el texto para leerlo):
Y... hasta aquí