Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...
Han pasado cuatro años
desde la Batalla de Endor y
la lucha contra los reductos del
Imperio continúa. En respuesta a
los esfuerzos de la Nueva República
por liberar a los planetas del Imperio,
incontrolados comandantes imperiales sé
aferran al poder mediante tácticas cada vez
más desesperadas.
En el distante sector Kathol, un grupo de combate
de la Nueva República trata de derrocar a un
cacique imperial, el moff Sarne. Mientras naves de la
Nueva República y el Imperio se baten en órbita, el Comando
Page, un pequeño grupo de infiltración de la Nueva
República, encabeza el asalto al baluarte de Samé...
La infiltración estaba saliendo notablemente bien para la norma en estos casos, y por un instante el teniente Page acarició la idea de no arañar la pintura del Ghtroc 720 que habían tomado prestado. Pero el azar del combate, o la Fuerza, o lo que sea que esté a cargo, no deja pasar una a la hora de recordar quién manda, y en el último instante una Torre-P Atgar 1,4 KD del Complejo de Gobernación del Imperio pareció notar que aquel transporte que trataba de escabullirse de la ofensiva orbital de la Nueva República, no se acercaba ni de lejos a su lugar asignado de aterrizaje. Syla Tors apenas pudo gritar «¡Nos disparan!» antes de que el láser atravesara los cohetes estabilizadores de estribor y el Ghtroc cayera al suelo dando tumbos. Patinó sobre el inmaculado césped, segó un par de setos y en medio de una deslumbrante lluvia de chispas cruzó el límite del cerco de energía. Con una mitad dentro del recinto, la otra fuera, y el cerco chisporroteando furiosamente alrededor del casco, acabó deteniéndose ladeado.
-Buen trabajo, Tors -gruñó Page soltándose el arnés de seguridad y echando un vistazo a través del techo de la cabina. No era precisamente un aterrizaje modelo, pero los había llevado bastante cerca de su destino. Y ya era más de lo que solía esperar un equipo de operaciones especiales.
-Gracias teniente -dijo Syla-. Supongo que no esperará ver volar más a este cacharro, ¿verdad?
-Parece que no -dijo Page saliendo de su ladeado asiento y mirando hacia atrás, a los otros cuatro comandos que también se zafaban de sus arneses en la bodega de detrás de la cabina-. ¿Algún herido? -preguntó.
-No, señor -contestó por todos el sargento Keleman Ciro-. Pero debió enseñar a Tors a aterrizar estos trastos.
-Los vehículos prestados no son lo mío –repuso secamente Syla-. Ya he conectado la trampa.
-Muy bien -dijo Page, desenfundando el bláster y saltando a un lado de la escotilla. Kaiya Adrimetrum estaba lista al otro lado, con su bláster también preparado y la mano libre sobre la palanca de apertura. Taciturna incluso en los mejores momentos, su rostro mostraba un ceño anormalmente lúgubre.
-Es una misión, Adrimetrum - le recordó Page en voz baja- No empiece a hacerlo personal.
-No lo haré, señor -dijo Kaiya también en voz baja. Pero su ceño siguió igual de lúgubre.
El resto del equipo ya estaba en posición. Page asintió con la cabeza a Kaiya y la escotilla se desplomó con el chirrido de un mecanismo abollado por el aterrizaje. Page ya estaba fuera antes de que la puerta hubiese acabado de caer, agachado y bláster en ristre mientras Kaiya y el resto del equipo bajaban detrás. A unos trescientos metros en línea recta las esbeltas torres administrativas y las chatas construcciones militares del centro de gobierno del moff Kentor Sarne se elevaban sobre las colinas circundantes, y el metal plateado y la piedra blanca reverberaban a la luz de las estrellas reflejando las erupciones de los cercanos turboláseres y los cañones de iones disparados furiosamente contra la fuerza de asalto de la Nueva República que los rodeaba. Una fuerza de asalto que sólo tenía dos opciones: sentarse a esperar o conquistar. El moff Sarne había transformado el único continente de Kal'Shebbol en una pequeña fortaleza, con una pantalla de energía que lo protegía por arriba y abundante armamento anti-asalto en cada costa ante la eventualidad de un ataque de superficie. Con tiempo, la Nueva República desmoronaría sin duda las defensas. Pero con la guerra contra el Imperio indecisa en un centenar de sectores de toda la galaxia, el tiempo era un lujo que no convenía malgastar. Y menos en una posición apartada como el sector Kathol. Por eso tenía que caer la pantalla. Para eso estaba el Comando Page. Ya fuese por suerte o por destreza, Syla había elegido bien el lugar del aterrizaje forzoso. Al abrigo de dos colinas el carguero parecía quedar fuera de la vista de las estaciones de defensa perimetral del complejo. Ningún vehículo se les había abalanzado, ni grupos de airadas tropas imperiales cargaban protestando por el desgarrón en su cerco de energía. Tenían algún tiempo para respirar. Quizá el equivalente a diez bocanadas.
-¿Dónde demonios se ha metido? –murmuró Ciro tras el hombro de Page.
-Dele un minuto -dijo Page haciendo un rápido barrido de la zona con sus macrobinoculares. Nadie-. No estamos exactamente en nuestro objetivo, ya sabe.
Ciro bufó levemente entre dientes. «Odio que pase esto».
-Debe cultivar su instinto aventurero - le reconvino amablemente Page, mientras volvía a rastrear la zona. Lilla Dade era probablemente la mejor exploradora de toda la división de Operaciones Especiales, y sí había alguna puerta de atrás en el complejo, sin duda se lo diría. Si no la habían capturado en los tres días que llevaba infiltrada en el planeta. Y si realmente había puerta de atrás que decir.
-Le vamos a dar otros diez segundos -dijo al grupo- Si no aparece, lo hacemos a lo bestia.
-¿Es usted el teniente Page?
Page ya estaba tumbado y rodaba hacia a su derecha antes incluso de que su mente consciente hubiera captado la voz. Una voz profunda y desconocida que le había hablado a su izquierda. No más de un metro a su izquierda. Dejó de rodar y se puso en cuclillas, con su bláster y el rifle bláster A280 de Vandro apuntando en la dirección de la voz. Gottu encendió una vara de luz blindada. Nada.
-¿Qué demonios? -masculló Vandro sin aliento. Gottu pasó el haz a su alrededor, examinando el área en torno al chisporroteante cerco de energía, perforando las sombras que rodeaban la abollada panza del carguero. Page lanzó una rápida ojeada sobre el hombro, mientras se preguntaba si la voz no habría sido algún truco para que los imperiales les atacasen por la espalda. Pero allí no había nadie. Y de todas formas Kaiya y Syla vigilaban la retaguardia.
-¿Es usted el teniente Page?
Page volvió a girarse. Al parecer, quienquiera que estuviese allí sólo buscaba una respuesta.
«Sí», dijo. «¿Y usted?».
- Yo soy Kl'aal -dijo la voz.
Ante el asombro de Page una de las sombras se despegó del casco del carguero.
Vandro se maldijo sentidamente. «Estoy de acuerdo», dijo Page, ceñudo ante la negrura que simplemente parecía absorber el haz de luz de la vara de Vandro. Ahora que se fijaba de lleno en la sombra, pudo ver en ella la silueta de una criatura de anchas espaldas, poco más de un metro de altura y con dos reflejos rojizos aproximadamente a la altura de los ojos. «¿Qué quieres?».
-Os está esperando allá. -La silueta alargó una sombra parecida a un brazo que apuntó en dirección a su espalda- La exploradora.
Page entornó una ceja. «¿Sólo ha dicho eso?».
- No -rugió la sombra-. También pidió que dijese: Con canciones que dulcemente trepan sobre el follaje del bosque.
Page echó un vistazo a Ciro y captó un microscópico encogimiento de hombros. No era la primera vez que Lilla reclutaba ayuda local en aquellas misioncillas de reconocimiento. Pero encontrar a un defel en un planeta apartado como Kal'Shebbol era digno de figurar en los anales.
«Llévenos con ella».
Seguir a una sombra era casi tan complicado como había podido suponer Page. Pero lo consiguieron; y dos minutos después rodeaban la última colina y encontraban a Lilla esperándolos.
-Pensé que era usted que venía -murmuró ella saliendo de su escondite en otro de los setos esculpidos-. Veo que Tors ha conseguido cascar otro.
-Todo gran artista pone su firma - le recordó Page, mirando de reojo la colina que tenían al lado. No parecía distinguirse
de las del resto del lugar- Y bien, ¿dónde está la puerta de atrás?
-No se lo va a creer -dijo Lilla-. Está aquí mismo.
Los condujo a un costado de la colina. Page la siguió mientras se preguntaba qué escondería Lilla en el sombrero. Y de pronto, ante su asombro, desapareció una sección de la ladera y bajo el suelo delante suyo corría un túnel acorazado. O más bien lo que quedaba de él. Ciro dio un silbido. «Lo mismo digo», corroboró Page, mirando atónito a la oscuridad. Paredes, techo y suelo del túnel habían sido limpiamente rebanados, dejando una abertura de un metro de ancho en el grueso metal. Para la ladera había sido incluso peor: el agujero se abría varios metros en todas direcciones a partir de la abertura.
«¿Dade?».
-Ni idea-dijo Lilla-. Los rumores dicen que la guardia personal de Sarne intentó hacer un experimento que salió mal.
Page asintió, sintiendo un desagradable cosquilleo en la nuca. A la luz de la vara de Gottu pudo ver que los bordes del túnel estaban ennegrecidos y retorcidos, como si los hubieran fundido o quemado. Pero sólo los bordes. El resto del túnel estaba intacto. ¿Qué clase de soplete podía atravesar semejante coraza sin siquiera alterar el metal a dos metros del corte? Y ya puestos, ¿qué especie de holograma o camuflaje inverosímil habían usado los imperiales para ocultarlo así? Bruscamente el cielo se iluminó a su derecha y el bramido de una explosión los arrolló a través del aire nocturno. «Me suena a que han encontrado el carguero», dijo Page plantándose al borde de la abertura y colgándose para saltar adentro.
«¡En marcha!».
El túnel estaba oscuro como boca de lobo, con sus luces y demás fuentes de energía aparentemente cortadas. El grupo se encaminó hacia el interior, con sus botas silenciosas golpeando casi inaudiblemente contra el suelo de metal, y sus varas de luz prácticamente al mínimo. Durante la carrera Page mantenía los ojos fijos en los pocos metros visibles de túnel, atento a las inevitables trampas y alarmas que naturalmente debía de haber allí. Pero ante su moderada sorpresa, llegaron al complejo sin caer en ninguna trampa. Y sin hacer saltar ninguna alarma, si había que dar crédito a la tardía e ineficaz reacción de los cinco imperiales de guardia en la sala de control intermedio al final del túnel.
-Vigilen esas puertas -ordenó Page al apagarse el eco del último bláster disparado por los comandos- ¿Ciro?
-Estoy en ello, teniente-dijo Ciro inclinándose sobre uno de los paneles- Muy bien. Aquí está la sala de control principal de la pantalla de energía.
Page miró el plano que había sacado. Aquello era la sala de control, correcto: atravesando la mitad del complejo y con
toda la guarnición imperial del moff Sarne entre ellos y la misma. «Casi habría esperado algo más práctico».
-Ya voy -gruñó Ciro, paseando las manos por el teclado-. Entremos en los planos secretos y clasificados más personales del lugar... allá vamos. Vaya, vaya; parece que Sarne tiene su propia ruta de escape.
-Mire qué sorpresa - dijo Page secamente, observando donde señalaba Ciro. La salida consistía en un túnel ligeramente curvado con entradas secretas en las habitaciones y en la oficina de Sarne; el túnel conducía a un hangar igualmente secreto, situado en las colinas aproximadamente a un kilómetro del complejo gubernamental-. Parece la típica ruta de escape imperial.
-Sí, pero aquí viene lo interesante -dijo Ciro repiqueteando sobre el hangar-. Los moff suelen tener un autodeslizador o un transbordador al final de su madriguera. Lo necesario para llevarlos a donde tengan estacionada la auténtica astronave. Pues parece que Sarne va más allá y se salta el paso intermedio.
Page frunció el ceño ante el plano. Ciro tenía razón: lo que había ahí dentro era un crucero ligero de la clase Carraca. Fuertemente armado, fuertemente acorazado y dispuesto para desaparecer rápidamente. Y si Sarne dirigía su ruta de escape directamente hacia el espacio... «Eso significa que debe haber un interruptor de la pantalla de energía ahí abajo», dijo, «bien en el túnel, o bien en el crucero».
-Correcto -dijo Ciro introduciendo una tarjeta en la ranura y pidiendo una copia del plano con el teclado-. Y no cabe la menor duda de que el túnel estará infestado de los mejores guardias de Sarne.
-Por supuesto - le tranquilizó Page- Vandro y Gottu odian cargar armamento pesado para después no usarlo. Ése es nuestro objetivo. ¿Adrimetrum?
-¿Señor? -dijo Kaiya poniéndose a su lado. Page señaló otro punto en el plano. «Esto es para usted: el centro de detención particular de Sarne. Si su amigo Lofryyhn sigue vivo, todo apunta a que debería de estar allí».
-El sigue vivo -dijo Kaiya con la voz tensa.
Se iba a dar la vuelta cuando Page la agarró del brazo y la volvió para que le diese la cara. «Y si no lo está», le advirtió mirándola a los ojos con dureza, «no se lo tome como algo personal. Así sólo conseguirá que la maten con él».
Por un instante los ojos de Kaiya relampaguearon como fuego. Luego el fuego desapareció y la fachada taciturna e impasible volvió a ocupar su sitio. «Entendido, señor».
-Entonces, en marcha. -Page se volvió hacia los que vigilaban las dos puertas de la sala- Gottu, Dade: seguidla.
- ¿Y yo?
Page dio un brinco; casi había olvidado a la sombra ambulante que permanecía silenciosa en la esquina. Allí, en una sala brillante y uniformemente iluminada, el defel era más fácil de ver, aunque no por ello menos extraordinario.
«¿Dade?».
-Viene con nosotros -dijo Lilla sacando su otro bláster y lanzándoselo a la criatura-. Yo voy delante, Kl'aal; tú me cubres.
Descorrió una de las puertas, echó un vistazo y se introdujo en el pasillo que había detrás. El defel, Kaiya y Gottu la siguieron. «En marcha la cuenta atrás, comandos», dijo Page echando un último vistazo al plano y haciendo un gesto al resto del equipo. «Vamos allá».
Todo se iba al infierno. Todo. La fuerza de asalto rebelde estaba vapuleando a la inadecuada flota defensiva de la capital; los anticuados generadores de la pantalla de energía con la que ésta había sido equipada rechinaban por el esfuerzo; y ahora informaban de que un equipo de operaciones especiales rebelde había penetrado en el complejo. Ya era tiempo, pensó el moff Kentor Sarne, de coger las maletas y marcharse.
-Mantengan todas las defensas -ordenó mientras bajaba del estrado que ocupaba en la sala de situación y se dirigía hacia la puerta-. Y refuercen la seguridad en torno a todos los centros operacionales clave. Quiero que el equipo rebelde sea encontrado y neutralizado.
-Sí, señor -dijo el capitán al mando sin apenas apartar la vista de las pantallas de información para acatar la orden. Era un oficial imperial bastante competente, poco imaginativo, pero leal. Casi era una lástima dejarlo atrás. Pero, en fin, alguien de confianza debía seguir luchando hasta la muerte. 0 cuando menos hasta la destrucción de la capital y de cualquier módulo del Guardián Oscuro que Sarne no hubiera podido llevarse antes de partir. Los Rebeldes ya conocían rumores, y Sarne no tenía intención de dejarles poner las manos sobre los artefactos en sí. Cuatro de sus guardias personales esperaban tras la puerta de la sala de situación, junto a los dos soldados de servicio.
«Ustedes dos», dijo señalando a dos de los guardias, «vayan al ordenador de la base de datos principal. Orden omega cinco, y cuidado con los rebeldes. Después nos encontraremos en el Ambición».
-Entendido, señor -dijo uno de los guardias mientras ambos se alejaban a paso ligero.
-Los demás, síganme -ordenó Sarne volviéndose hacia sus habitaciones- Ustedes también, soldados -añadió haciéndoles una señal. El mercado estaba saturado de fieles oficiales del Imperio; pero los soldados de asalto escaseaban. No eran un lujo que un hombre en su posición pudiese derrochar. Otros dos guardias personales flanqueaban el acceso a sus habitaciones. «Abran», les ordenó, «y después, vengan conmigo».
La ruta de escape estaba oculta tras una librería que llegaba hasta el techo, en la pared junto a su cama. «Saquen de ahí esas cajas de tarjetas de información», ordenó a sus guardias. «No intenten ser ordenados. Ustedes dos, soldados, cojan ese cofre».
Un minuto después la librería estaba vacía y su contenido desparramado por el suelo. Accionando un mecanismo oculto, Sarne abrió la pared y encendió las luces del túnel. «No hagan ruido», advirtió mientras dos de los guardias se adelantaban. «Los demás, síganme».
La entrada resultaba estrecha, en particular para el cofre que portaban los dos soldados, pero luego el túnel se ensanchaba un poco. Aun así, era decididamente claustrofóbico, y Sarne sentía que el corazón se le aceleraba a medida que se aproximaban al lateral que llevaba a la puerta secreta de su oficina. Si los rebeldes habían detectado su ruta de escape personal, podían haber montado una emboscada... Pero nadie disparó ni saltó sobre ellos al pasar junto al túnel lateral; y por delante no había más que un pasillo vacío hasta el hangar subterráneo donde les esperaba el crucero Ambición. Dispuesto y equipado, tripulado por los mejores y más fieles hombres y oficiales, cargado con toda la tecnología del Guardián Oscuro que habían podido arrumbar en tan poco tiempo.
-¡Señor! -susurró uno los guardias a su espalda-, oigo a alguien detrás de nosotros.
-En posición de defensa -susurró Sanie a su vez, mirando a su alrededor. Nada más que la lisa pared del túnel en todo el
camino hacia el hangar. Ningún sitio a donde ir. Ningún sitio donde esconderse. Pero quizás pudiera hacer algo al respecto. Los soldados habían depositado el cofre y se habían unido a los cuatro guardias en la defensa de la retaguardia. Sarne pulsó la combinación y levantó la tapa. Durante unos instantes revolvió furiosamente el contenido, rebuscando entre los módulos de brillantes colores el que realmente quería. ¿Ese tetraedro rojo? No, no tenía el tamaño correcto. ¿Eso? No, eso era una pirámide de base cuadrada, no un tetraedro. ¿Aquél? Sí, aquél era. Sarne lo sacó del cofre, sintiendo el habitual cosquilleo en las yemas de los dedos, en cierto modo preguntándose si aquello era buena idea. El primer experimento con ese módulo del Guardián Oscuro en concreto había ido particularmente mal: destruyó parte del laberinto de túneles defensivos que atravesaban el subsuelo alrededor del complejo gubernamental, y de paso mató a dos de sus hombres. Quizás debería seguir adelante y simplemente confiar en que sus guardias mantendrían a raya a los rebeldes el tiempo suficiente como para facilitar la huida. No. Era mejor intentar de nuevo con el módulo, aquí, donde realmente no le preocupaban los daños colaterales. Por otra parle, si dejaba que los guardias y los soldados se las arreglasen con los rebeldes, tendría que abandonar el cofre con ellos. Él solo seguramente no podría cargarlo durante el resto del camino. Los guardias y soldados de asalto habían adoptado una típica posición defensiva en tres filas de a dos, sentado, rodilla en tierra, y de pie, con los rifles bláster apuntando en la dirección de donde habían venido y enfilando la larga curva del pasillo. Otro de los módulos del cofre llamó la atención de Sarne: un sólido trapezoidal de color verde oscuro, que ya había probado con éxito. Lo introdujo en su guerrera, cerró el cofre y retrocedió unos pasos pasillo adelante. Sostuvo el tetraedro rojo con el brazo completamente estirado, apuntando su vértice pasillo atrás, hacia la espalda de sus guardias. Se agarró el brazo y presionó la base. Y de repente una brillante llama verdeazulada surgió del vértice. Sarne se mordió la lengua cuando un golpe de calor inundó su mano, y tuvo que luchar contra el impulso reflejo de saltar hacia atrás, lejos del fuego. Eso habían hecho sus dos hombres, y el movimiento había llevado el mismísimo infierno justo sobre ellos. En vez de eso. Él permaneció en su sitio sosteniendo firmemente el tetraedro mientras la bola de fuego se expandía hacia arriba, hacia abajo y a ambos lados, llenando el pasillo y formando una pared de fuego de un metro de ancho. Hubo una súbita cascada de chispas blancoamarillentas cuando el borde de la llama llegó hasta el techo; un instante después el suelo y las paredes ardían de igual forma, y la llama se abría paso a través de ellos. El cosquilleo en sus dedos desapareció, y también el brillante color rojo del módulo, que dio paso al negro. Agolado, o gastado, o lo que fuese que les pasara siempre a esos
cacharros después de un solo uso. Los técnicos habían estudiado cerca de un centenar, y hasta ahora nadie había encontrado la forma de recargarlos. Ni siquiera habían averiguado qué los hacía funcionar aquella única vez. Ahora, con mucho cuidado. Sarne intentó dar un paso atrás. El truco funcionó: con el módulo descargado, la pared de fuego permanecía allí, devorando inexorablemente el blindaje de diez centímetros como un soplete rebanaría una cubierta de plástico. La llama ardía a través del metal, y un olor a tierra quemada inundó el pasillo. Y entonces, tan repentinamente como había aparecido, la llama tembló y se fue. Sarne dio ahora un paso adelante y miró el hueco de un metro de ancho en paredes, suelo y techo. Magnífico: ahora había bastante espacio a cada lado para que dos hombres disparasen a cubierto. «Vengan acá», llamó en voz baja. «Todos, vengan aquí atrás».
En pocos segundos los cuatro guardias estaban apostados y protegidos en sus nuevos puestos de tirador. «Mantenedlos a raya», les ordenó Sarne. «Soldados, coged el cofre y seguidme». Pero era demasiado tarde. Antes de que los soldados se echaran los rifles bláster al hombro y tomaran las asas del cofre, los perseguidores aparecieron por la lejana curva del pasillo. Eran cuatro, tres hombres y una mujer, vestidos con mono de camuflaje y portando armas y equipo de combate. Rebeldes.
-¡Fuego! -espetó Sarne- ¡Deténganlos!
La orden era innecesaria. Pero también era demasiado tarde. Mostrando evidente desprecio por su pellejo, los dos rebeldes que abrían camino se detuvieron a descubierto en mitad del túnel, levantaron sus bláster haciendo puntería con ambas manos y dispararon. Para cuando los guardias devolvían el fuego, los relámpagos del bláster se estrellaban y rebotaban a lo largo de las paredes blindadas. Y dos de los guardias gemían y saltaban de su cobertura parcial para caer inertes a la trinchera excavada a sus pies por el fuego. Sarne soltó un sucio juramento y se sacó de la guerrera el modulo del Guardián Oscuro. Los otros dos guardias seguían disparando, pero los golpes que sus compañeros muertos les habían dado en su agonía les hicieron perder puntería y sus disparos fueron lejos del enemigo. Lo bastante cerca para amedrentar a un contrincante normal, sin duda, pero este enemigo no parecía normal. Eran rebeldes locos, decididos a capturar al moff imperial del sector. Y a menos que Sarne hiciera algo rápidamente, iban a conseguirlo. Los soldados habían soltado el cofre y puesto rodilla en tierra, tratando de embrazar sus rifles bláster antes de que los rebeldes cambiasen la dirección de sus disparos. Al hacerlo dejaban descubierto a Sarne, pero por una vez eso era exactamente lo que quería. Apuntó el módulo del Guardián Oscuro en dirección a los rebeldes y presionó la base. Una niebla pálida y misteriosa salió disparada, emanando del extremo como un imposible híbrido de humo de leña y el haz cónico de una vara de luz. El borde de la corriente pasó sin
tocar los improvisados puestos de tirador ni a los soldados apostados y se ensanchó hasta llenar todo el túnel. Se extendió a velocidad de vértigo hacia el final del pasillo. E instantánea y satisfactoriamente, los bláster rebeldes enmudecieron. En una especie de misteriosa cámara lenta, los rebeldes trastabillaron y fueron a caer boca abajo, yaciendo crispados sobre el suelo del túnel. Sarne siguió apretando el módulo; quizás, si lograse retorcer lo suficiente sus mentes, podría matarlos... La corriente cesó y el trapezoide se volvió negro. Sarne lo arrojó al suelo con una maldición «Vamos», ordenó a sus hombres.
-¿Y ésos? -preguntó uno de los guardias haciendo un gesto hacia los rebeldes que yacían inermes en la densa niebla.
-Déjenlos -espetó el moff, señalando impaciente hacia el cofre. Estaría bien incinerar a los rebeldes allí mismo, pero perderían un tiempo que Sarne no estaba seguro de tener. Allá en la órbita del planeta las fuerzas de la Rebelión daban cuenta de su flota. Cuanto más tardase en escapar, menos flota quedaría que llevarse. Además podían venir más rebeldes tras el primer lote. Mejor no tocar el campo retuercementes; que se metieran ellos dentro. «Recojan el cofre y muévanse».
Un zumbido lejano y chisporroteante que se filtró a través de la gruesa puerta de la celda de detención sacó a Jessa Dajus
del último episodio de su pesadilla recurrente. Por un momento yació inmóvil sobre el jergón, con las últimas imágenes de la araña gigante y hambrienta desvaneciéndose lentamente ante sus ojos, tratando de identificar los débiles zumbidos que se filtraban en su celda. Y entonces lo supo. Disparos de bláster. Muchos. Puso sus piernas en el frío suelo de metal y se acercó a la puerta. Fuego de bláster, cierto; y aquí, en el centro de detención particular del moff Sarne. Sólo podía significar una cosa. La Rebelión había llegado por fin a Kal'Shebbol. El fuego se detuvo. Jessa puso el oído en la puerta, sobreponiéndose al latido de su corazón para oír los sonidos amortiguados que venían del otro lado, mientras se preguntaba qué bando habría ganado. Se oyó un solitario tiro de bláster pesado, luego, una pausa; después un segundo disparo y otra pausa. ¿Habrían ganado los imperiales y ejecutaban sumariamente a los vencidos? Absurdo. No, desde luego, antes de que Sarne los hubiera interrogado. No, debían de haber ganado los rebeldes y ahora abrían las celdas de detención. Tal vez buscando a un prisionero en especial, o si no liberando a todos para colaborar en el caos previo a la invasión que estuviesen preparando. A menos que la invasión ya hubiese ocurrido, en cuyo caso... Jessa contuvo el aliento, con el pensamiento roto en mil pedazos ante el repentino brote de temor que había atravesado su mente. Otro de aquellos extraños presentimientos que a veces le venían: indeseados, involuntarios, pero siempre acertados. Y si había que dar crédito a la intensidad de lo que sentía...
-¡Eh! -gritó aporreando la puerta- ¡Eh, ahí afuera! Tengo que hablar con ustedes. ¡Rápido!
Hubo una pausa. Jessa estaba tomando resuello para volver a gritar cuando la puerta que tenía tan cerca reverberó con el
sonido de un relámpago de bláster y se descorrió. Un hombre y una mujer estaban de pie allí, frente a ella, vestidos con monos de camuflaje. La mujer llevaba una pistola BlasTech DL-56; él abrazaba un rifle bláster A280-K.
«No se preocupe», dijo la mujer, con voz firme pero que contenía una nota tranquilizadora. «Somos amigos».
-Sí me preocupo -Jessa se contorsionaba en su esfuerzo por cristalizar algún detalle de la sensación que aún reptaba por
su mente-. Aquí hay peligro. Un peligro horrible. Algo... creo que algo que ustedes van a provocar si siguen con lo que están haciendo.
Los dos rebeldes se intercambiaron sendas miradas. «¿Puede ser algo más concreta?», preguntó el hombre.
-Ojalá pudiera -dijo Jessa saliendo medio paso de la celda y mirando en ambas direcciones del pasillo. A la derecha había
otra mujer armada y en mono de camuflaje, hablando muy seria con un wookie castaño rojizo mientras lo sujetaba fuertemente del brazo con su mano libre. Lofryyhn, creyó recordar que se llamaba el wookie: un prisionero experto en tecnología que el moff Sarne había comprado a unos mercaderes de esclavos y puesto a trabajar en los muelles y en aquella corbeta de clase Corelia que estaba modificando. También había otro puñado de prisioneros, de pie junto a la puerta de sus celdas recién abiertas, la mayoría mirando aturdidos lo que acababa de pasar-. Lo único que les puedo decir es que lo sentí por primera vez cuando me di cuenta de que estaban abriendo las celdas a tiros.
El rebelde hizo un gesto a la mujer y al wookie.
«¿Kaiya?».
-¿Qué pasa? -preguntó la mujer, Kaiya, al unirse al pequeño grupo.
-La prisionera asegura que hay algún tipo de peligro en el bloque de celdas -dijo el hombre.
-Sí, y se llama refuerzos imperiales –asintió secamente Kaiya mientras estudiaba el rostro de Jessa-. ¿Conoce algún otro peligro?
-No conozco nada -dijo Jessa empezando a enojarse-. Tengo presentimientos...
Lofryyhn, el wookie, gruñó algo. «Quiere saber quién es usted», tradujo Kaiya.
-Me llamo Jessa Dajus -dijo Jessa observando al wookie por el rabillo del ojo. Cabía dentro de lo posible que él supiera quién era realmente ella...-. Teniente Jessa Dajus. Era piloto de transbordador de Sarne.
Los ojos de Kaiya miraron sobre el hombro de Jessa, hacia la celda de la que acababa de ser liberada.
«¿Demasiados aterrizajes bruscos?»
-Demasiadas purgas de lealtad -repuso Jessa-. En la última me encontré en el lado equivocado.
El wookie rezongó bajo su resuello y de pronto echó a andar por el pasillo. Jessa sintió tensarse sus músculos, pero nada podía hacer con tres bláster rebeldes apuntando aproximadamente en su dirección.
«A veces he ayudado a pilotar naves de combate», añadió ella. «Por lo general con la patrulla personal de Sarne. Sé cómo piensa».
-¿Y qué piensa exactamente de este centro de detención? -preguntó Kaiya.
-Kaiya, no hay tiempo de discutir -se interpuso la otra mujer antes de que Jessa pudiese responder-. La cuenta atrás se acaba pronto.
-Lo sé -dijo Kaiya frunciendo el ceño con preocupación-. Sería mejor que vosotros dos salierais de aquí y os fuerais con los demás. Lofryyhn y yo podríamos liberar al resto de los prisioneros y unirnos más tarde.
-No es buena idea-insistió el hombre-. Sí Dajus tiene razón acerca de una emboscada o algo que os aguarda ahí delante...
Un triunfante rugido wookie lo interrumpió. Jessa se dio media vuelta y vio a Lofryyhn parado ante una de las celdas sin abrir, agitando su enorme brazo hacia el mecanismo de la cerradura.
«¿Qué es eso?» preguntó el rebelde.
-Verificado -dijo Kaiya con una suerte de lúgubre satisfacción en su voz-. Lofryyhn dice que hay una trampa en la puerta de esa celda. Está diseñada para hacer caer el techo entero, de hecho, para matar a todo bicho viviente en el bloque de celdas. -Volvió a mirar a Jessa con un brillo de intriga en sus ojos. «Aquí debe de haber prisioneros muy importantes para que Sarne no los quiera entregar».
-No es lo que se dice un buen perdedor –dijo Jessa.
-Ya veo que no. -Kaiya miró a ambos lados del pasillo- Bien, definitivamente no nos queda tiempo para buscar trampas en cada celda. Tendremos que dejar el resto de los prisioneros para más tarde.
-Nos vamos a la ruta de escape de Sarne –añadió el rebelde, mirando a Jessa-. Quizás quiera venir con nosotros.
Jessa mostró una sonrisa tensa. Por supuesto que la invitación no era por el placer de su compañía. Lo que querían es que no saliera corriendo al intercomunicador más cercano a solicitar refuerzos contra ellos. Pero las razones no importaban. Lo importante era que si el grupo de comandos formaba parte de una invasión rebelde en toda regla, sin duda el moff Sarne estaría huyendo en este momento a través de esa ruta de escape suya, dirigiéndose a su nave de emergencia y a la seguridad del espacio exterior. Si Kaiya y los suyos eran lo bastante rápidos, todavía podían darle su merecido allí mismo. Y Jessa quería estar allí cuando lo mataran. Con todas sus fuerzas.
-Me encantará ir con ustedes - le dijo al rebelde-. Hay una puerta escondida en las oficinas de Sarne. Vengan; les diré dónde está.
Qué extraño, pensó Page, qué interesantes son la pared y el suelo de este túnel. De hecho son absolutamente fascinantes. Y el ángulo donde se unen la pared y el suelo: definitivamente cautivador. Pero se supone que tenía que hacer algo, ¿no es así? ¿Tal vez algo relacionado con aquella pared y aquel suelo? ¿0 quizás tenía que ver con el murmullo que venía de atrás? ¿El murmullo que venía de atrás? Con un esfuerzo, Page levantó la cabeza y la giró, lamentando al hacerlo la desaparición de la pared y el suelo de su ángulo de visión. Pero allí también había suelo, y pared, y el sargento Ciro impulsándose lentamente sobre el suelo. Aquello era extraordinariamente interesante, incluso más interesante que el suelo y la pared en sí. Durante un largo rato Page observó los movimientos de Ciro, admirando la coloración y las cambiantes formas de las arrugas de su mono, y comprobando cómo la luz se reflejaba en los ángulos del bláster que empuñaba. Algo captó su atención. Bajó la vista hacia el suelo y para su sorpresa y asombro descubrió que él también empuñaba un bláster. Descansaba sobre su mano, pero yacía en su mayor parte sobre el suelo, y apuntaba hacia otro lado: pudo ver su dedo índice enroscado en el gatillo. Movió el dedo y contempló fascinado cómo se deslizaba por la guarda del gatillo. Lo deslizó un poco más, y con un dramático restallido, del cañón del bláster surgió un relámpago de luz.
Y de repente todo se desmoronó como el sueño destruido por una alarma antiaérea.
- ¡A cubierto! -gritó poniéndose de golpe en cuclillas y espalda contra la pared. Miró en ambas direcciones del túnel, convencido de que en cualquier momento cinco escuadras de soldados de asalto se abalanzarían sobre él. Pero allí no había nadie. No había tropas de asalto que aprovecharan aquello que, por todos los demonios, el moff Sarne les acababa de hacer. Y a propósito, tampoco estaba el moff Sarne, ni el contingente de guardias al que habían estado disparando.
-¿Qué ha pasado? -bufó Vandro. Estaba de rodillas, pegado a la otra pared, intentando apuntar su A280 en todas direcciones a la vez-. Parece un gas aturdidor.
-Pues le aseguro que no se comporta igual -dijo Page examinando su crono. Al menos podía explicar por qué todavía no habían aparecido refuerzos imperiales: lo que le habían parecido horas de estupor e indefensión, en realidad habían sido menos de dos minutos- Luego lo averiguaremos. De momento sólo nos lleva una ventaja de dos minutos. En marcha.
Corrieron por el túnel, aunque esta vez con más precauciones. A Page nunca lo habían acusado de exceso de precaución, pero había algo en aquella experiencia que seguía transmitiéndole escalofríos de alarma por toda la espalda. Quizás aquellos rumores procedentes de Kathol sobre una tecnología nueva y exótica no fueran tan descabellados como él creía. Llegaron a los puestos de tirador desde donde les habían disparado los hombres de Sarne: otra sección de túnel quemada como aquella por la que el equipo había entrado en el complejo. Ningún holograma ni espejismo protegía a ésta de la curiosidad, pero Page siguió corriendo, preguntándose cuál sería la siguiente sorpresa que Sarne les tendría preparada. El túnel volvió a girar y se preparó levantando un poco el bláster. Y de repente allí estaban. A menos de diez metros, el túnel se abría a un hangar excavado en una de las colinas que rodeaban el centro gubernamental. El crucero ligero de clase Carraca que aparecía en el plano aún estaba allí, con el casco centelleante de reflejos de luz. Page dio otro paso antes de que el túnel a su alrededor explotase en un diluvio de fuego de bláster. Su propio bláster devolvió el fuego antes de que pudiese localizar conscientemente a sus atacantes: una pareja de soldados imperiales de pie a ambos lados de la boca del túnel. Junto a él, Ciro sumaba fuego por su cuenta, y detrás Page pudo oír el chasquido con el que Vandro armaba el lanzagranadas montado bajo el cañón de su rifle bláster. Alguien gritó: «cuidado», y él y Ciro se echaron cuerpo a tierra mientras la granada de Vandro volaba sobre sus cabezas y Syla se encargaba de cubrirlos sin perder un segundo. Page cerró fuertemente los ojos. Vio la explosión incluso a través de los párpados cerrados, y sintió la onda expansiva incluso más estruendosa de lo normal en los estrechos confines del túnel. El ruido aún resonaba en sus oídos cuando Page logró incorporarse y echar una carrera a través del humo en busca nuevas señales de oposición. Pero mientras él y los demás atravesaban corriendo los últimos metros del túnel no aparecieron más soldados que ocupasen el puesto de los compañeros caídos. No se veía nada. Ni siquiera el crucero Carraca. Salieron del túnel a la caverna. O más bien, a la larga
garganta artificial que había sido una caverna hacía sólo treinta segundos. El techo había desaparecido, volado, para dejar salir a la Carraca. De hecho el mismo crucero era aún visible mientras su casco se elevaba rápidamente, centelleando con el reflejo de las estrellas y el fuego de turboláser de la batalla orbital desatada allá arriba. Junto a Page, el A280 de Vandro escupió una andanada de despedida. "Olvídelo», le aconsejó Page. «Ya está fuera de alcance».
Vandro bajó el arma maldiciendo con la respiración entrecortada. «Hemos estado así de cerca, teniente, así de cerca».
-Volveremos a estarlo-dijo Page reprimiendo sus propios sentimientos y dando la espalda al crucero. Sarne había huido; pero aún podían hacer el trabajo para el que habían sido enviados. Quizás- ¿Ciro?
-Lo encontré, señor -gritó Ciro desde un panel de control situado en un refugio cubierto junto a la entrada del túnel. Él y Syla habían levantado la tapa del panel y estaban mirando dentro-. Ha programado la pantalla para que baje, cierto. -¿Por cuánto tiempo? -preguntó Page mientras indicaba a Vandro que se mantuviese en guardia a la entrada del túnel y se unía a los otros dos en el panel.
-No mucho. -Ciro había sacado un perforador láser de su estuche de herramientas y ahora lo introducía delicadamente entre una maraña de cables-. Quizás un par de segundos. Evidentemente han programado esto con mucho tiempo. El truco viene ahora...
De repente sonó un chasquido. «Ahí está» dijo Syla mirando los indicadores de la tapa del panel. «La pantalla está bajada».
-Lo sé -gruño Ciro- Allá voy...
El perforador alumbró una vez, luego otras dos en rápida sucesión. Page escuchaba los segundos con los latidos de su corazón. Uno, dos... Tres, cuatro, cinco. «¿Debería de haber otro chasquido?"
-Debería -reconoció Ciro con una amplia sonrisa-, pero no lo habrá. He congelado todo el circuito. Con la pantalla en la posición de bajada.
-Buen trabajo -dijo Page asintiendo con la cabeza a Syla-. Muy bien, Tors: dele un silbido al almirante y le dice que la puerta de delante está abierta.
-Sí, señor -dijo Syla sacando su comunicador-. El Comando Page ha vuelto a conseguirlo.
Page miró al cielo cuajado de estrellas. «No del todo», murmuró, «Aún no del todo».
-Lo siento, teniente -dijo la voz del intercomunicador mientras Jessa era conducida al interior del pequeño complejo de oficinas y apartamentos donde los hombres de Page habían situado su puesto de mando. Page estaba sentado tras la mesa de su despacho, repiqueteando suavemente en los nudillos con una tarjeta de información-. Sé lo mucho que quería atrapar a ese tipo -prosiguió la voz-, pero sencillamente no le puedo proporcionar una nave en este momento. Hay un moff o un almirante muy peleón desmontándonos el tinglado en el sector Bozhnee, y Ackbar no hace más que intercambiar fuerzas de un lugar a otro como un loco para tratar de embolsarlo en alguna parte. Sólo nos quedan tres días para acabar aquí antes de que tengamos que regresar a la nebulosa Minos, unirnos al grupo de Virgilio y meternos en el fregado.
-Lo entiendo todo, almirante -dijo Page, saludando la presencia de Jessa con un vistazo y un microscópico asentimiento de la cabeza-, pero no se trata de perseguir a un moff fugitivo cualquiera. Sarne ha logrado acceder a una nueva tecnología sumamente anormal.
-Sí, he oído los rumores - lo cortó ásperamente el almirante-. Y si quiere mi opinión, le diré que me parecen las típicas majaderías del Anillo Exterior. Cuando no deliberada desinformación imperial.
-No es desinformación, señor -dijo Page-. He visto esas armas en funcionamiento.
-Tal vez -gruñó el almirante-, o tal vez no. Mire, si usted se agencia una nave, tal vez sea posible prescindir de algunos de mis hombres para completar su tripulación. Eso es todo lo que puedo hacer. Ahora tengo que marcharme; manténgame informado.
-Sí señor. Page fuera.
Page desconectó el intercomunicador y dirigió su atención a Jessa. «Teniente Dajus», saludó con una inclinación de la cabeza. «¿Acabó ya su informe?».
-De momento sí-dijo Jessa- Me comunicaron que querrían hacerme unas preguntas más tarde.
-Vaya acostumbrándose - le aconsejó Page-. Está usted entre los pocos imperiales que no ha muerto ni huido a las colinas. Eso la convierte en una mercancía valiosa.
-Oh, hay montones de imperiales por aquí-le dijo Jessa-. Lo que sucede es que no lo confiesan.
-No les culpo -dijo Page echando un vistazo a través la ventana a las abarrotadas calles del exterior- Por lo que veo, la población está ansiosa por encontrarlos.
-Sarne no era precisamente querido por su público -admitió Jessa mientras estudiaba la oficina- De hecho me sorprende que aún no hayan metido fuego a este lugar. Era un secreto a voces que el Ubicuorato dirigía algunas de sus operaciones de orden interno desde este edificio.
-Por eso he montado aquí la tienda -dijo Page secamente-. Quería encontrar cualquier documento que pudieran haberse dejado antes de que los nativos pongan en marcha sus barras de ignición. ¿Sólo ha venido a charlar?
-Venía a preguntarle qué piensa hacer con Sarne -dijo Jessa-. Por su última conversación deduzco que no mucho.
-¿Tiene algún interés especial en el moff?
-Muy especial. -Jessa se subió la manga izquierda, dando un respingo por el dolor que persistía en su brazo-. Él también
quiso charlar conmigo.
La expresión de Page no se alteró. «Interesantes quemaduras", comentó inclinándose para ver más de cerca.
-Prácticas de látigo incandescente –explicó sarcásticamente Jessa mientras volvía a bajarse la manga-. Y supongo que he tenido suerte de que no se le ocurriera entregarme a los verdaderos especialistas en interrogatorios.
-Supongo que sí -admitió Page lacónicamente. -Si le sirve de algo, teniente, deseo encontrar a Sarne tanto como usted. El problema es que no tenemos ni idea de dónde empezar a buscar.
Jessa frunció los labios, preguntándose cuánto debería contarle a este hombre. Después de todo era un comando rebelde. Pero de momento era su principal esperanza para vengarse de Sarne. «Yo que usted empezaría por algo que llaman el Guardián Oscuro. De ahí sacó esos extraños módulos.
-¿El Guardián Oscuro es una persona o un sistema?
-Ni idea -dijo Jessa-. Todo el asunto era alto secreto; seguramente sólo un puñado de los principales ayudantes de Sarne conocían el nombre.
Page frunció una ceja. «Y sin embargo usted lo conoce».
Jessa se encogió de hombros intentando mantener una expresión despreocupada. «Los pilotos de transbordador oyen cosas al vuelo. En cualquier caso, ese es el nombre. Si quiere saber más, investigue en el ordenador».
-Me encantaría hacerlo -dijo Page amargamente-, si hubiera algo que investigar. Sarne fue lo bastante meticuloso como para turboborrarlo todo antes de marcharse…
Jessa frunció el ceño «¿Qué quiere decir con todo?.
-Quiero decir todo -contestó Page-, Todas las actuaciones de su administración aquí; todos los archivos de personal y operaciones; todos los informes de las instalaciones y puestos civiles y militares. Ha llegado a borrar los datos de cien años de investigaciones sobre el sector Kathol. Ni siquiera sabemos los nombres de los sistema que hay ahí afuera, no digamos lo que contienen. Partimos de cero.
Jessa asintió. Debió haber adivinado que Sarne hallaría el modo de ejecutar la orden Omega antes de escapar. Borrando sus huellas, como el cobarde que era. «Y por eso usted necesita una nave nodriza: va a ser una persecución prolongada, nada de llegar y golpear».
-Lo ha entendido -confirmó Page- El sargento Lofryyhn nos dijo que Sarne le había tenido trabajando en una corbeta de clase Corelia que estaba modificando en secreto. Pero siempre lo llevaban hasta ella en un transbordador cerrado, y no tiene idea de dónde puede estar.
Jessa apretó los dientes. Se estaba arriesgando mucho al permitir que Page supiera cuan involucrada estaba en las operaciones imperiales en el lugar. Pero no tenía elección. No. si deseaba volver a vérselas con Sarne. «Está en el Valle de Sorbiss. Le puedo decir dónde»-.
-Seguro. -Si Page estaba sorprendido, no lo demostraba- Ustedes los pilotos de transbordador realmente oyen cosas al vuelo, ¿no es cierto? Muy bien, veamos si sigue allí.
Abandonaron el edificio y se dirigieron a la abarrotada calle mientras Page preparaba el viaje a través de su comunicador y sin dejar de andar. Peatones y vehículos se arremolinaban alrededor de ellos, desafiando la tradicional advertencia según la cual los civiles han de ocultarse en sus casas en los días que siguen a una gran batalla. Obviamente, la población daba la bienvenida con los brazos abiertos a los invasores rebeldes.
-El transbordador nos recogerá allí -dijo Page señalando hacia una de las primitivas manzanas construidas por los primeros colonos. Dio un paso en esa dirección... De repente una figura encapuchada con túnica gris y capa negra se interpuso en su camino.
«Tengo algo que decirle, teniente Page, ¿puedo?»
Page ni siquiera se inmutó, pero en ese mismo segundo ya tenía su pequeño bláster en la mano. «¿Sí?»
- Me llamo Loh'khar. -La figura se quitó la capucha para descubrir los brillantes ojos, la piel pálida y el tentáculo que rodea la cabeza de un twi'lek- Loh'khar el Descubridor. Soy un comerciante independiente cuyo medio de transporte quedó desgraciadamente destruido en las, digamos, ruidosas acciones de anoche.
Algo se restregó contra la pierna de Jessa. Sobresaltada, miró abajo y vio un par de alienígenas que le llegaban a la cintura; tenían escamas rojas y estaban olfateándola. Inconscientemente dio un paso atrás y tropezó con un viandante que pasaba detrás suyo. «Perdone», murmuró ella, agarrándose al hombro del paseante para evitar que ambos cayeran, y dándose la vuelta. Era un tipo bajito, encapuchado y con túnica gris, que apartó su rostro de ella. Al parecer las capuchas se habían puesto de moda allí. En cuanto consiguió recuperar el equilibrio gruñó algo ininteligible como respuesta
y se largó. Pero como la mano de Jessa seguía en su hombro, al moverse se deslizó hacia atrás la túnica.
-Alto ahí -dijo ella dando dos pasos rápidos y agarrándolo del brazo. Sus dedos tantearon y confirmaron que llevaba una
sobaquera con un arma. Haciéndolo girar en redondo, le levantó la capucha de golpe con ambas manos. Y se encontró con los ojos facetados y la trompa verde de un rodiano que le devolvía la mirada. «Vaya, vaya», dijo ella sombríamente empujándolo con determinación entre la corriente del tráfico hasta una pared adecuada. «¿Pero no es Gorak Khzam, vara aturdidora oculta y todo? No creo que los nuevos dueños aprueben que los civiles vayan armados por la calle».
Khzam siseó un bufido de disgusto. (¿Y quién se lo va a contar?), refunfuñó en rodiano. (¿Tú, Jessa Dajus, ni más ni menos que una oficial del Imperio?).
-Ex oficial del Imperio - le corrigió Jessa, manteniendo el brazo del alienígena firmemente apretado contra el arma oculta. Las varas aturdidoras no eran más que armas antipersonales de corto alcance, pero dentro de ese corto alcance podían ser muy desagradables-. Me he licenciado.
El rodiano volvió a sisear (¿Y pretendes congraciarte con la Nueva República entregándome a ellos?)
-Lo consideraría una contribución al esfuerzo común por embellecer la galaxia -se burló Jessa-. Por no mencionar la ocasión de volver a poner en orden mis finanzas. A ver, ¿qué recompensa darán por ti? ¿quizás diez mil, en este momento?
Los ojos de Khzam pasearon sobre la corriente de viandantes que se arremolinaban a su alrededor.
(Interesante eso de tu licencia), dijo calmadamente. (No es normal que el moff Sarne deje a una persona de tu importancia abandonar el servicio y permanecer con vida).
Un nudo helado se formó en el estómago de Jessa. ¿Acaso sabía el rodiano quién era ella? «Estimas demasiado la importancia de un piloto de transbordador».
Las orejas de Khzam se cerraron. (Vamos, coronel Dajus. Aquí esos juegos están de más. ¿O tal vez debería llamar a ese teniente Page?). Lentamente, Jessa dejó que su mano soltara el brazo de Khzam. Lo sabía, cierto. «Supongo que no hace falta molestarlo».
(Por supuesto que no), le tranquilizó el alienígena volviendo a cerrar las orejas. (Y descansa tranquila, coronel, tu secreto está a salvo conmigo. Como lo está el mío contigo, ¿verdad?).
Jessa hizo una mueca. Dejar suelto por ahí a un tipo como Gorak Khzam... Pero no podía hacer otra cosa. «Largo de aquí», refunfuñó ella. «Vete».
Sin más palabras, se deslizó junto a ella y desapareció entre la multitud. Jessa dio media vuelta y descubrió que Page había terminado su conversación con el twi'lek.
«¿Amigo suyo?», dijo señalando con la cabeza en la dirección hacia donde había ido Khzam.
-No exactamente. -Jessa hizo un gesto hacia el twi'lek que se alejaba-. Déjeme pensar. Se le ha estropeado la nave y quiere que se la reparen.
-Más o menos -dijo Page- Parece que le ha contrariado bastante el que no le vayamos a pagar.
-Vaya acostumbrándose - le aconsejó Jessa-. Empezarán a salir de debajo de las piedras.
-Ya han empezado -dijo Page-. Vamos; el transbordador debe de estar esperando.
La escotilla de entrada al profundo y estrecho tubo de acceso al motor se oscureció, y con un gruñido apareció Lofryyhn, su pelo castaño rojizo manchado de grasa y polvo. «¿Y bien?", preguntó Page.
El wookie bramó las ambiguas noticias: las modificaciones de Sarne en el impulsor sublumínico de la corbeta Corelia no estaban acabadas, pero al menos los imperiales no habían tenido tiempo de sabotear nada antes de irse. «Podría ser peor», dijo Page, «De acuerdo. Ahora convendría que echase usted un vistazo al hiperimpulsor».
Tenía un escalón detrás, de modo que se dio la vuelta en el instante en que Syla Tors y un civil con el mono manchado entraban en la sala.
«¿Cómo está ese hangar añadido?", les preguntó.
-Podría estar mejor -respondió Syla-. El hangar fue diseñado para cazas TIE, pero no llegaron a poner las perchas. Podemos meter cinco Alas-X, aunque van a ir un poco justas. También se pueden usar los tubos de atraque para colocar otras nueve por fuera. Tofarain examinó el equipo de soporte vital y dice que es perfectamente operativo.
Page se fijó en el civil rechoncho y gruñón que se había colgado de Syla y de Lilla Dade el día anterior (mientras comprobaban los daños en el astropuerto) exigiendo a grandes voces que reparasen sus arruinados talleres. El nuevo amigo de Lilla, el incorpóreo defel Kl'aal, había amenazado con despedazar el rostro de aquel hombre si no dejaba en paz a las dos mujeres; Lilla, siempre tan práctica, propuso traerlo allí, al Valle de Sorbiss, y ponerlo a trabajar.
«¿Es eso cierto, Tofarain?», preguntó.
-Natural, teniente -dijo el mecánico-. Claro que ahí aún queda trabajillo por hacer. Como en toda la nave.
-Ya lo sé -dijo Page-. La cuestión es si Lofryyhn podrá tener los sistemas en marcha y mantenerlos mientras dure ese trabajo.
-¿Él sólito? -resopló Tofarain-. Ni soñando. Perdona, Wook, pero ni soñando. -Levantó un dedo y echó la cabeza a un lado-. Ahora bien, el Wook y yo... eso ya es otra cosa. Además... – se golpeó el pecho y apuntó a Page con el dedo- ...conmigo tendrá un experto piloto de transbordador y además un transbordador rematadamente bueno.
Page miró a Syla, levantando las cejas en signo de interrogación. «He visto su transbordador en el astropuerto», confirmó ella. «Al menos parece que vuela».
-Es una preciosidad -protestó Tofarain con tono de orgullo herido- Lo he modificado una barbaridad, yo sólito. Vuela de ensueño. Vamos, contráteme y entra gratis en el paquete.
-Antes tengo que hacer unas consultas –dijo Page secamente. Pero la realidad pura y dura es que no tenía mucha elección. La corbeta iba a necesitar un mínimo imprescindible de cien tripulantes, y no habría forma de que el almirante cediera tanta gente.. Si la nave debía volar, tendrían que completarla con muchos civiles de Kal'Shebbol. Y tampoco iban a tener tantas Alas-X y pilotos como Syla quería. Ocho, tal vez, si pillaban de buenas al almirante; y posiblemente un par de Defensores, de esos sin hiperimpulso. Su comunicador sonó y él le dio un toque. «Page».
-Aquí Vandro, teniente, arriba en la torreta número uno - se oyó a la otra voz-. Los turboláseres parecen en buen estado, salvo por los condensadores de energía. Faltan cuatro, y dos de los otros presentan un aspecto lamentable.
-Lo habitual para la norma en esta nave, vamos -comentó Page-. Incluiré condensadores en la lista. Todo lo malo será que el almirante diga que no.
-0 que se parta de risa -dijo Vandro sarcásticamente.
-Es más que probable -admitió Page-. ¿Siguen Ciro y Adrimetrum examinando la enfermería?
-Es lo último que supe. ¿Los llamo?
-No, quiero hablar con ellos en persona. Siga examinando las demás torretas de turboláser y luego mire qué puede reunir. Quizás Sarne guardaba condensadores en alguna parte.
-A la orden.
Encontró a Ciro y a Kaiya estudiando las instalaciones médicas con un mon calamari llamado Akanseh, que había sido prisionero en el centro de detención del moff. «¿Y bien?», les preguntó Page.
-Razonablemente completa-dijo Ciro- La sala de operaciones es algo parca, pero el doctor Akanseh dice que sus droides médicos lo suplen casi todo.
-Si aún existen -añadió Akanseh, cuya grave voz de mon calamari sonaba sorprendentemente suave-. El moff Sarne confiscó toda mi sala móvil de operaciones cuando me metió en la cárcel.
-¿De qué le acusaron? -preguntó Page.
Los enormes ojos del mon calamari parpadearon incómodos.
«El moff Sarne no solía necesitar algo tan prosaico como una acusación».
-Comprendo -dijo Page- Quiero que empiece ahora mismo con el laboratorio médico, doctor. Ciro, Adrimetrum: venid conmigo al puente.
Minutos más tarde el trío aparecía en el puente.
«Esta es la situación», dijo cuando los tres estuvieron sentados en los gastados asientos de mando: «En apenas veintiocho horas se estará marchando el grupo de combate. Pregunta: ¿Estará esta nave lista para volar en ese tiempo?»
-No sé qué tiene que ver eso con la partida del grupo de combate -refunfuñó Ciro—. Hasta ahora el almirante no nos ha colmado precisamente de personal ni de equipo.
-No, y no es probable que lo vaya a hacer en breve -dijo Page-. De hecho el calendario es de mi cosecha. Quiero que estén buscando a Sarne antes de que yo me haya ido de Kal'Shebbol.
Ambos lo advirtieron al mismo tiempo. «¿Nosotros?», preguntó Ciro con tacto, «¿Quiere decir Adrimetrum y yo?»
-Lo han captado-confirmó Page-: Usted, Ciro, será el capitán. Usted, Adrimetrum, su lugarteniente.
Ambos intercambiaron miradas «Con los debidos respetos, señor», dijo Ciro, «ninguno de nosotros está precisamente cualificado para comandar una nave nodriza».
-A una corbeta Corelia apenas se la puede considerar una nave nodriza -dijo Page soslayando la objeción-; imagínensela como un yate grande y con armas.
Kaiya se burló: «Seguro que eso aterrorizará a Sarne cuando lo tengamos a tiro. ¿No podemos esperar a que la Nueva República se permita prescindir de una auténtica nave de guerra?»
Page miró a través de las ventanas del puente hacia el suelo del valle. «No creo que dispongamos de tanto tiempo», dijo en voz baja. «Ambos vieron lo que esa tecnología del Guardián Oscuro es capaz de hacer. Sarne la posee; pero no creo que aún la tenga bajo control. No podemos dejar que amplíe ese punto de partida más allá de lo conseguido hasta el momento».
-Pero, ¿yo capitán? -preguntó Ciro, evidentemente estancado en ese punto-. Adrimetrum tiene más experiencia; por lo menos dirigió su propio grupo de la resistencia durante algún tiempo.
-Y sin embargo usted es el único que pudo atravesar ese campo de aletargamiento mental que nos lanzó Sarne - le recordó Page-. No muy rápido; tan sólo se arrastraba. Pero usted se movía. Eso me indica que usted posee una resistencia a esas cosas superior a la media. Y en una situación límite eso puede marcar la diferencia. En cualquier caso ya he tomado una decisión.
-Sí, señor -dijo Ciro-. ¿Qué hay de la tripulación?
-He empezado a hacer una lista -dijo Page entregándole su computador de bolsillo-. Me temo que va a tener que completarla con muchos civiles.
-Por no hablar de antiguos imperiales –dijo Kaiya leyendo por encima del hombro de Ciro-. La teniente Jessa Dajus ya ha admitido haber sido piloto de Sarne.
-Y el doctor Akanseh ha admitido haber hecho ciertos trabajos médicos sin especificar para el moff -asintió Page-. Pero no olviden que ambos estaban en su centro de detención.
-¿Qué me dice de ese defel, Kl'aal? –preguntó Ciro-. No era un prisionero.
-No, pero pasó dos días con Dade antes de que llegásemos aquí -les recordó Page- No la traicionó, y tampoco a nosotros. Tengan presente que trabajar para un hombre como Sarne no implica necesariamente querer hacerlo. En mi opinión, todos los que le eran realmente leales huyeron cuando él lo hizo.
-Esperemos que así sea -dijo Ciro arrugando la frente mientras estudiaba la lista- ¿Quién es este Gorak Khzam que ha apuntado para la seguridad a bordo?
-Es un comerciante rodiano que asegura haber volado por todo el sector Kathol durante los últimos diez años - le explicó Page-. Hay grandes y sospechosas lagunas en su curriculum; pero dada la absoluta falta de información que tenemos sobre los sistemas que van a visitar, pienso que merece la pena aceptar la apuesta.
-De modo que Khzam está aquí para contarnos a dónde vamos -dijo Kaiya-, y Dajus nos dirá qué es lo que Sarne puede estar haciendo allí.
-Eso es, más o menos -dijo Page-. Y no olviden esos presentimientos de Dajus. Puede que de algún modo esté en sintonía con la Fuerza.
-O eso, o sabe más de lo que debería saber un piloto de transbordador acerca de las actividades de Sarne y utiliza los presentimientos como coartada -dijo Kaiya.
-Sí, podría ser -admitió Page-. Otra cosa: al parecer Dajus y Khzam se conocen. Y no estoy seguro de que su relación sea amistosa.
-Esto se pone cada vez mejor -dijo secamente Ciro-. Veo que también ha metido en la lista al amigo wookie de Kaiya.
-Y a ese mecánico civil, Brophar Tofarain –asintió Page-. Van a ser el núcleo de su equipo de mantenimiento.
-En cualquier caso, es un comienzo-dijo Ciro devolviendo el computador de bolsillo-. Será mejor que demos la voz en la ciudad de que estamos admitiendo solicitudes.
-Ya lo he ordenado -dijo Page-. También he conseguido que la gente del almirante estudie los roles de tripulación para ver de quién se puede prescindir.
Kaiya hizo una mueca. «Desde luego, con eso nos vamos a traer lo mejor de cada casa».
-Lo sé -admitió Page-. Pero van a tener que hacer lo mejor que puedan con lo que tienen.
Ciro tosió un poco. «Supongo que no podrá dejarnos ningún Ala-X».
-Ya lo he preguntado-respondió Page-. Dice que, si puede, el hermano de usted estará definitivamente el primero de la lista.
Ciro mostró una media sonrisa. «Gracias, señor».
-No se preocupe. -Page se incorporó- Me vuelvo a la ciudad para revisar las solicitudes de embarque. Será mejor que ustedes dos vuelvan al trabajo. Van a tener veintiocho horas muy ajetreadas.
Las veintiocho horas pasaron como un sueño febril, lleno de agonía, confusión y frustración. Y era hora de partir. Kaiya estaba de pie en el puente, apartada del camino de las idas y venidas y observando cómo la tripulación apresuradamente reclutada se afanaba furiosamente por poner en orden cada uno de los obstinados sistemas de la rebautizada Estrella Remota. El puente hervía en conversaciones puntualizadas por órdenes y bastantes más juramentos por lo bajo de lo que ella acostumbraba a oír a bordo de una nave de la Nueva República. Y aun así, en muchos sentidos era como volver a casa. Su primer desafío al Imperio tuvo lugar en Siluria 111, con una fuerza de ataque compuesta exclusivamente por familiares y amigos. Al menos en esta ocasión a los civiles a bordo se les presumía alguna destreza y experiencia en sus supuestos cometidos.
-¿Adrimetrum? -Un hombre alto y pálido llamaba desde la sala de operaciones de la Estrella Remota. El teniente Darryn Thyte, si Kaiya se había quedado bien con el nombre: un antiguo piloto de Ala-X que había abandonado la carlinga tras perder un brazo en Vaenrood-. He detectado un camión deslizador subiendo por la carretera hacia nosotros. ¿Esperamos a alguien?
-No, que yo sepa -dijo Kaiya dando media vuelta y observando la pantalla. Era un modelo civil de camión deslizador, bastante antiguo, con las escotillas de ventilación cubiertas por paneles en blanco. Acercándose al hombro de Thyte, pulsó la clave del hangar-. Ciro, aquí Adrimetrum. Tenemos compañía.
-Lo sé -repuso la voz de Ciro-. La teniente Gorjaye lo detectó hace un minuto mientras hacía un examen de estabilidad a su Ala-X.
-¿Y por qué no me lo ha dicho? -protestó Thyte antes de que Kaiya pudiera responder-. Al cuerno con todo, capitán. Soy el oficial de operaciones aquí, y eso significa comunicaciones, navegación y sensores. Si Gorjaye piensa que puede hacer mi trabajo pues que venga aquí e intente hacerlo.
-Nadie piensa que otro pueda hacer su trabajo, teniente - lo tranquilizó Ciro. Aún no habían abandonado el planeta y ya estaba cansado de enfrentarse con la corrosiva actitud de Thyte-. Adrimetrum, reúnase conmigo en la escotilla de babor y veamos de quién se trata.
El camión deslizador se había detenido aproximadamente en el momento en que Kaiya llegaba a la escotilla. Ciro ya estaba esperando; junto a él, acechando casi invisible entre las sombras de la entrada estaba el defel Kl'aal. Entreoído a través de los árboles, Kaiya vislumbró por un instante el Ala-X de la teniente Ranna Gorjaye que les prestaba cobertura aérea. La puerta del camión deslizador se abrió. -Ah, el capitán Ciro, supongo -saludó alegremente el twi'lek mientras saltaba al polvoriento suelo-. Mi nombre es Loh'khar. Me llaman el Descubridor.
-Sí, el teniente Page me habló de usted –dijo Ciro sin siquiera intentar disimular su enfado-. No pretendo ser desagradable, Loh'khar, pero aquí andamos con el tiempo justo. A menos que haya adquirido nuevos conocimientos en las últimas veinticuatro horas, no nos va a ser de utilidad a bordo de la Estrella Remota.
-Ah, pero tal vez sí lo sea -dijo Loh'khar con una amplia sonrisa y acercándose al costado del camión deslizador-. O al menos tal vez éstos les sean de utilidad. -Con una floritura desató el panel lateral, mostrando la carga, Kaiya contuvo la respiración. «¿No es eso...?»
-Cincuenta condensadores de energía para turboláser completamente nuevos -confirmó el Twi'lek, aún sonriendo-.
Ni siquiera están desembalados.
-¿Dónde los ha encontrado en Kal'Shebbol? -exigió saber Ciro-. Hemos puesto todo el planeta patas arriba en su busca.
Loh'khar agitó una mano de largas uñas: «Se trata de un talento, capitán», dijo afectadamente. «Un conocimiento, si quiere. Difícil de adquirir... pero, ¿tal vez útil, pese a todo?»
Ciro suspiró y negó con la cabeza. «Y sin tal vez», admitió. «Creo que podremos apretujar a uno más ahí dentro. Suba a bordo. Llamaré a algunos hombres para que carguen esto».
-No hace falta. -El twi'lek silbó, y tres alienígenas bajitos y con escamas rojas brincaron de la cabina.
Gorjeando como niños inquietos, cada uno agarró un condensador de energía y lo subieron por la rampa. Depositadas sus cargas junto a la pared, volvieron hacia el camión deslizador.
Ciro miró a Kaiya. «Creo que podremos apretujar a cuatro más ahí dentro», se corrigió. «Espero que estés preparada para esto».
Kaiya miró al twi'lek y a los tres pequeños alienígenas. No, tenía que admitir que realmente no. Habían pasado demasiadas cosas y demasiado rápido en esta misión. Civiles, soldados regulares de la Nueva República, antiguos imperiales... toda la nave era un compuesto inflamable ya antes de empezar. Añádanse algunas enemistades personales y ciertos secretos inconfesables, y tendrás una guerra civil en ciernes. Pero había que hacerlo. Y era la Estrella Remota quien tendría que hacerlo. Porque al final de este largo viaje les esperaba el moff Sarne. Y el Guardián Oscuro.
-Claro que estoy preparada - le dijo a Ciro-. Manos a la obra.
Y así empezó todo...
Misión de la Estrella Remota
Comando Katarn
43:4:5
Para: Capitán Keleman Ciro, Estrella Remota
De: Teniente Page
Asunto: Descripción de la misión de la Estrella Remota
Keleman:
A continuación se detallan las órdenes para la Estrella Remota, en vigor desde este momento.
OBJETIVOS DE LA MISIÓN
Comando Katarn
43:4:5
Para: Capitán Keleman Ciro, Estrella Remota
De: Teniente Page
Asunto: Descripción de la misión de la Estrella Remota
Keleman:
A continuación se detallan las órdenes para la Estrella Remota, en vigor desde este momento. El Cuartel General de la Nueva República considera que hay asuntos más importantes de los que preocuparse; no se toman en serio ni a Sarne ni a eso del Guardián Oscuro. Sé lo que usted piensa, y también sé que esta misión es muy Importante.
OBJETIVOS DE LA MISIÓN
1. Encontrar a Sarne. Sarne nos la jugó bien en Kal'Shebbol. Se marchó sin que pudiéramos obtener siquiera un vector hiperespacial. Esta huyendo, pero al igual que cualquier otro depredador, es ahora cuando resulta más peligroso. Tal vez controlemos la capital del sector, pero sabemos lo suficiente como para esperar un contraataque de Sarne. Es lo bastante vengativo como para preferir destruir sus antiguas posesiones antes que dejar que las ocupemos. También es listo, lo suficiente para hallar la manera de reunir una fuerza lo bastante grande como para hacernos pasar un mal trago cuando reaparezca. Su misión consiste en rastrearlo, reunir todas las fuerzas de la Nueva República en el radio de sus comunicaciones, y acabar con él. Aunque el Consejo Provisional de la Nueva República pudiera solicitar un proceso, me da igual si vive o no para responder ante un jurado de sus crímenes de guerra. No estoy autorizando su asesinato, pero preferiría tener que arriesgar sólo una vida y no un millón de ellas. Tiene usted autoridad para emplear los medios de detención necesarios.
2. Determinar el origen de la tecnología del Guardián Oscuro. Ya sabe que si yo quise venir aquí fue a causa de la tecnología del Guardián Oscuro de Sarne. Por lo que sé, el alto mando da tanto crédito a estos rumores como a las historias de planetas encantados. Creo que nosotros dos sabemos algo más. El examen de los dos artefactos que recuperamos no ha revelado nada esencial. Estos artilugios no funcionan según principios convencionalmente aceptados. Averigüe dónde obtuvo Sarne esta tecnología y de cuánta más puede disponer. Deberá hacerse con el control de la tecnología del Guardián Oscuro o cuando menos impedirle a Sarne el acceso a la misma.
3. Explorar e informar sobre fuerzas imperiales en el sector Kathol y en el espacio desconocido más allá de la Brecha de Kathol. Tal vez Sarne haya huido, pero no ha llamado a todas sus naves imperiales. Algunas han quedado atrás para hostigar planetas y a fuerzas de la Nueva República. Se le encomienda proporcionar información lo más detallada posible con objeto de completar los datos que reúnan nuestras naves de patrulla.
4. Explorar e informar sobre el sector Kathol. Fuera de las coordenadas de las tres colonias más próximas, nada sabemos de este sitio. No es mucho para empezar. A medida que viaje por distintos sistemas, su misión consiste en adquirir cartas de astrogación de todas las rutas conocidas, así como recopilar cualquier información que obtenga sobre asentamientos y sistemas inexplorados en el espacio del sector Kathol.
5. Explorar e informar sobre mundos en el espacio desconocido. Al abandonar el sector Kathol y entrar en el espacio desconocido, dependerá cada vez más de sus propias observaciones y menos de las cartas de astrogación y datos ajenos. Estamos en el límite del Imperio y quién sabe lo que puede haber allá afuera. Necesitamos conocer cualquier colonia ilegal o
civilización sin descubrir. El Cuartel General de la Nueva República querrá saber si existe una auténtica zona despoblada o si debemos fortificar nuestras fronteras contra posibles incursiones de fuerzas alienígenas. Aunque no soy libre de comentar los detalles, ya nos hemos enfrentado a incidentes similares en el pasado. ¡Mantenga los ojos bien abiertos!
6. Representar los intereses de la Nueva República ante cualquier asentamiento o civilización. Esta es su última prioridad, pero aún así tiene implicaciones importantes. Actúe en consecuencia. La Estrella Remota es una avanzada en representación de la Nueva República; su labor consiste en mostrar una imagen favorable ante mundos que han sufrido el despotismo imperial durante décadas. Tiene que convencer a los gobiernos locales de que la Nueva República supone un cambio positivo. Algunos querrán ayuda, mientras otros buscarán signos de debilidad. También debe enviar datos a Kal'Shebbol con objeto de que el Consejo Provisional de la Nueva República pueda decidir entre utilizar diplomacia de guante de seda o de cañonera en posteriores encuentros.
Kel,
Ojalá pudiese ir contigo en esta misión, aunque sé bien que podrás acabarla. Tal vez carezcas de experiencia en el mando, pero posees la energía suficiente para el trabajo. Kaiya puede llegar a volverse muy agresiva cuando se toma las cosas como algo personal, pero al final siempre cumple sus promesas. Puedes confiar en ella. ¡Cuando vuelvas, la primera ronda es mía!
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