Partida Rol por web

6 Hiddumont 434 AC

Acampáis próximos a la entrada de la caverna, en el mismo refugio que el mago elfo ha conjurado los días anteriores. Y, como en las jornadas precedentes, no dudáis en destrozar el mobiliario para obtener leña con la que alimentar la chimenea cuando las temperaturas bajan.

Ni los ursoi os importunan, ni vosotros salís de vuestra reducida vivienda mágicamente convocada; salvo a última hora de la tarde, cuando el sol casi se ha puesto en el horizonte. Es entonces cuando escucháis los gruñidos furiosos y los rugidos explosivos y profundos de los hombres oso.

Cuando cruzáis el poblado a la carrera y os encaramáis a la pasarela de troncos que hace las veces de puesto de vigilancia en lo alto de la empalizada, descubrís las figuras de tres humanoides orondos y con cabezas de morsa que merodean por las inmediaciones del asentamiento. Sin embargo, estos seres en evidente inferioridad numérica deciden no ponerse al alcance de los arpones de hueso de los ursoi y se pierden en el glaciar.

Ya no sois capaces de comprender a vuestros anfitriones, pero está claro que la presencia de sus enemigos les ha puesto a todos en alerta y pasáis el resto de la noche temiendo un asalto a gran escala que, por fortuna, no llega a producirse.

Al haber sido conjurado varias horas antes de la puesta de sol, vuestro refugio se desvanece inesperadamente con las primeras luces del amanecer, cuando en el exterior todavía el sol no ha comenzado a calentar. Y eso os obliga a buscar cobijo en otra parte.

Sentados alrededor de media docena de hogueras encendidas al aire libre y repartidas por todo el poblado, una decena de ursoi montan guardia. No reconocéis en ninguno de ellos al alabardero que os hizo de intérprete la jornada anterior, ni tampoco el anciano líder del clan, así que os apresuráis a buscar en la caverna helada la protección contra los vientos gélidos del alba.

La pareja de ursoi acampados frente a la entrada os miran con curiosidad y os gruñen algo que no conseguís entender, pero no tratan de deteneros cuando os adentráis en su interior.

Tiradas en la entrada de la cueva, descubrís las herramientas de trabajo de los hombres-oso, pero los picos y carretillas están pensados para su tamaño y fuerza descomunales y resultan demasiado grandes y pasados para que podáis manejarlos con soltura.

La moneda y el abrojo incrustados por Wylas en la pared de hielo siguen allí y las antorchas encantadas de Enrielle y el propio Wylas resultan muy útiles para explorar el lugar, pues no desprenden calor de modo que no generan ningún riesgo de derrumbamiento al derretir el techo a vuestro paso.

Me sobresalto cuando el lecho sobre el que estaba tendido se desvanece de forma repentina y me encuentro tendido en la nieve junto con mis libros de hechizo.

Solinari tarda 36 días en completar una vuelta alrededor de Krynn y está alineada con el resto de los satélites que orbitan en torno a nuestro mundo que su influencia sobre mi magia resulta más débil de lo usual. Esto provoca que la potencia y la duración de mis conjuros también sea menor de lo que acostumbro y seguirá siendo así durante varias jornadas sin que yo pueda hacer nada para evitarlo.

Así pues, me apresuro a levantar a mi alrededor una protección contra el clima gélido y a enviar de vuelta al Plano Etéreo mis pertenencias antes de seguir a mis compañeros hasta el interior de la cueva helada.

Bastan este par de hechizos para consumir buena parte de las energías atesoradas durante la noche, así que opto por dosificar las que me quedan aun sabiendo que cuento entre mi repertorio de conjuros preparados unos cuantos que podrían sernos de utilidad en nuestra exploración.

No tengo inconveniente en que sean mis compañeros quienes lleven, como hasta ahora, la voz cantante.

Kyliana se sumió en la búsqueda de un significado en las palabras de la chamán ursoi. Abstraída tras aquellas palabras, ni se dio cuenta de que la reunión había acabado y prácticamente salió de aquel lugar como una autómata siguiendo los pasos de sus compañeros.

- ¿Lo que ha dicho es que su destino está sellado? - Se preguntó a si misma. - ¿Sólo cuando se sume al río de las almas, saldrá del trance en que se encuentra y entonces será inmortal? - Se mesó su inexistente barba. - ¿Por que ha dicho eso último? No está segura de nada. ¡Ni siquira un oráculo puede conocer la razón que mantiene a Lluvia como una no-viva... ¡Es frustrante!

Ya en los túneles que conducían al portal Huldre, se percataron de que no iba a ser fácil memorizar el recorrido. Inmediatamente el marinero con intereses arcanos propuso algo. La idea de Wylas de ir marcando el camino con monedas o abrojos, era realmente ingeniosa.

- Haremos eso. - Kyliana le dio una palmada en el hombro al rubio barbudo. - Pero aún así pediré a Chemosh por uno de sus dones. Uno que permitirá encontrar la senda aún en el laberinto que tenemos delante.

Finalmente acabaron la jornada como de cosumbre en las últimas fechas, refugiados en la cabaña mágica del elfo. Le dolía no haber podido acabar con su maldición. De no haber quedado meditabundo con la mención de Lluvia Estelar, le hubiera preguntado por los espectros de hielo y los diamentes que dejaban tras su destrucción. Tras la interrupción de los hombres-morsa, a quien Kyliana le hubiera gustado combatir y la repentina desaparición de su refugio, se internaron en una de las cabañas donde acabaron de pernoctar.

- Me gustaría, antes de nada, buscar al alabardero y preguntarle por los espectros de nieve. Quizás tenga un diamante de esos que sueltan al ser destruídos, con el que poder reproducir el ritual de Lluvia... - Miró al elfo y luego alternativamente a los demás. - ¿Lo intentamos?

El abrupto despertar había dejado a Freya aterida por el frío, arrastrando un cansancio inesperado que se sumaba a la deprimente pesadez de aquella misión incomprensible, hacia la que seguían avanzando pese a no ver un camino que les permitiese abandonarla, salvo tal vez un milagro obrado por ese mago al que nadie conseguía recordar. El ingenio de Wylas y Enrielle habían permitido tener una visión más clara de la gruta en la que debían, cabía suponer, internarse, algo que a Freya no le producía la más mínima excitación. La qualinesti miraba con frialdad aquellas grutas heladas, preguntándose qué sino incierto les esperaba en su interior. Pero, pese a las escasas ganas que tenía de ello, le apetecía aún menos seguir intentando sacar algo en claro de aquellos hombres-oso.

- No sé qué más podemos esperar de ellos. Si esa norna no tenía una respuesta al mal que sufre el túnica blanca, no creo que un simple centinela lo tenga. Continuemos nuestro camino, quizá alguno de esos magos perdidos tenga una respuesta al orígen de este, o a su mal.

Eso, si no estaban todos muertos, lo cual parecía lo más probable. Pero, en todo caso, sólo había un modo de averiguarlo.

- Pongámonos en marcha. - dijo, con la resolución que le había faltado los días anteriores - Con el truco de Wylas y con Enrielle al frente, no deberíamos perdernos. Hay que encontrar a esos magos cuanto antes.

Sacó su estoque, haciendo una breve filigrana en el aire, presta a situarse al lado de Enrielle, por si había algún problema.

Enrielle había guiado al grupo con determinación las primeras horas, pero conforme el tiempo pasaba y volvían a recorrer los mismos corredores una y otra vez, las horas pasaban y sus compañeros caían desplomados por el frío, sus esperanzas se habían ido desvaneciendo.

En su desesperación gritaba a las paredes, insultando a los abrojos tanto si estaban presentes como si no. Cuando un compañero caía los insultaba a ellos entre dientes, y también a su maldita suerte y aquel condenado laberinto infernal donde iban a morir.

Así, cuando llegaron a la caverna, se le escaparon unas carcajadas histéricas.

—¡Aquí cabe el refugio de Túnica Blanca!— exclamó alumbrando alrededor con su antorcha eterna. —Aguantad un poco y pronto calentaremos nuestros huesos con un fuego de buena leña de litera. — miró con preocupación hacia las puntiagudas estalactitas —¿Se nos desplomará el techo derretido mientras dormimos?

- ¡Ya era hora! - Exclamó Kyliana. - No íbamos a aguantar mucho más. - Suspiró aliviada.

No haber encontrado un pequeño animal con el que realizar un sacrificio a Chemosh para que le revelara la senda, había sido desde luego un gran contratiempo. Por suerte, los dones de curación que éste le confería habían logrado que ninguno de los miembros de aquel dispar grupo de aventureros, pereciera en el hielo. 

- Por favor, convoque una vez más ese refugio. - Le pidió al elfo. - Aunque creo que ya era su idea a priori... 

Descansar después de andar durante más de veinte horas por un paraje helado lleno de pasillos casi idénticos les había dejado a todos ateridos de frío. Necesitaban si o si reposar, comer algo, calentarse y recuperar energías. Quizás pudiera pedirle a Chemosh que le trajera algún tipo de criatura para ser sacrficiada y así que la senda hacia los elfos o el portal o ambos, le fuera revelada.

Deshidratado, famélico, tiritando de frío y sintiendo las piernas tan pesadas como si fueran de plomo, avanzo hacia la caverna que se abre frente a nosotros como un oasis en medio del desierto.

Dos veces he perdido el conocimiento durante el camino y en ambas ocasiones ha acudido la curandera goblin junto a mí ha arrancarme del plácido sopor de la muerte, en un acto que considero más de tortura que de misericordia.

El único motivo por el que no me he teleportado hasta ahora a un lugar más cálido es porque todavía no he decidido a cuál de mis compañeros voy a condenar a una muerte segura abandonándolo a su suerte en esta tumba helada. No puedo llevármelos a todos conmigo y resultaría mucho más fácil si Kyliana eligiera por mí y dejara morir a alguno de ellos.

Freya se sentía morir a cada paso que daban. ¿Cómo habían podido dejarse arrastrar a una misión suicida como aquella? No era que lady Coryn les hubiese proporcionado una cantidad ínfima de conocimiento sobre la región, sino que directamente les había enviado a un infierno glacial del que parecía imposible que pudiesen salir con vida. Solo los milagrosos refugios conjurados por el túnica blanca, al que a punto había estado de atravesar el gaznate, les habían mantenido con vida, prolongando su agonía. Una que prometía no durar ya mucho más, pues el mago se desplomó en el suelo, agotado por el uso de su magia, aunque no sin antes lograr convocar de nuevo aquella construcción de madera.

- ¡Va... va... vamos! - dijo, apretando los dientes en un castañeteo letal.

Se agachó junto al mago, levantándolo con las pocas fuerzas que le quedaban, y lo arrastró al interior del refugio. Allí tendrían que dedicarse una vez más a la pesada tarea de destrozarlo todo para encender una hoguera que les mantuviese calientes. ¿Hasta cuándo podrían sostener aquel ritmo imposible? ¿Lograrían encontrar el maldito portal y a los magos perdidos?

Mientras el mago elfo comienza a llevar a cabo el fatigoso ritual para conjurar su refugio en uno de los extremos de la caverna, Kyliana se dedica a rezarle a su dios para que restituya el vigor a aquellos compañeros que parecen encontrarse más próximos a un nuevo desmayo a causa del frío y el agotamiento. La pareja que, junto con el silvanesti, peor lo pasan día tras día a causa de este clima gélido y mortífero.

Todos fantaseáis ya con las gachas de Balgros, el fuego ardiendo alegremente en la chimenea y el sueño reparador en una de las literas cuando, a pocos metros de donde os encontráis, una sección del suelo de la caverna se funde y se viene abajo. Del agujero abierto emerge un monstruoso miriápodo con un par de aletas laterales a ambos lados de su cabeza insectoide similares a las de una cobra.

En ciertos aspectos, como su tamaño y su espantosa apariencia, la criatura se asemeja mucho al gusano que os atacó hace unas noches pero el cuerpo de este ejemplar concreto parece desprender un calor sobrenatural que, en un primer momento, os resulta muy agradable pero que también puede ser mortífero. Os halláis ante el probable responsable del laberinto de túneles subterráneos que lleváis horas recorriendo.

Habían formado un bonito tándem, Enrielle y Wylas, al frente de la expedición hacia el interior de los túneles helados. Por desgracia ni la habilidad de la primera ni la astucia del segundo habían servido de nada contra los fríos elementos y el laberinto al que se enfrentaban. Caminaron y caminaron hasta que el cansancio les pudo... y sólo entonces cayeron en la cuenta que no había espacio suficiente para que el túnica blanca convocase el refugio. Santa ingenuidad. Esa falta de previsión estuvo a punto de acabar con el grupo entero.

Pero la fortuna sonríe a los intrépidos y al fin, aunque en el último momento y rebasadas ampliamente sus capacidades de aguante, encontraron el lugar donde poder hacer caber el refugio.

Wylas asistió al ritual para la creación de la casita con lo que creía era una imborrable sonrisa en su cara... hasta la aparición de un jodido monstruo nuevo. En una de las cejas del pícaro se desató un tic. Esa cosa no se iba a interponer entre él y un lecho caliente, eso lo podía tener por seguro.

─¡Esa cosa puede fundir el hielo y debe percibir el movimiento. ¡Es mucha casualidad que haya aparecido aquí cuando hemos llegado! ─exclamó el pícaro al resto del grupo mientras se aprestaba al combate.

Dicho (gritado) esto, el pícaro salió zumbando hacia otra posición mientras sacaba su arco corto, tratando de encontrar cobertura para disparar desde mejor ángulo.

- ¡Mierda! - Exclamó la goblin. - ¡Hay que detener a esa cosa!

Dando unos cuantos pasos atrás, pues la sacerdotisa estaba realmente en las últimas, trató de invocar uno de los dones de su dios, uno que pudiera de alguna forma detener el avance hacia ellos de aquel ser con apariencia de anélido. En las condiciones en las que se encontraban, no iban a durar demasiado en un combate abierto. 

- ¡Oh Chemosh, que la bruma sean sus grilletes! - Imploró mientras hacía unos pases con las manos, sujetando un pañuelo de seda con las puntas anudadas.

Freya se volvió con sobresalto al escuchar el estruendo provocado por la criatura. Ya fantaseaba con un merecido descanso, cuando aquello ocurrió, arrancándole un gruñido.

Al menos así podremos morir luchando.

Era un destino funesto, pero mejor que la fría muerte otorgada por la gélida caverna. El mago seguía conjurando su refugio, hecho que les posicionaba en una situación verdaderamente frágil, pues su supervivencia dependía de que lo consiguiera.

- ¡Enrielle, detrás de mi! - gritó, preparándose para la batalla - ¡Alguien a mi lado! ¡Debemos proteger al mago, que no llegue hasta él!

Blandió su estoque, al tiempo que conjuraba unas palabras arcanas destinadas a ofrecerle la muy necesaria protección.

A mis dedos, rígidos y doloridos a causa del frío, les cuesta tejer este intrincado tapiz de magia para dar forma de la nada la cabaña que nos ofrecerá cobijo y calor.

Los gritos de mis compañeros amenazan con romper esta delicada concentración pero mi mente, bien entrenada, se aferra a ella con la firmeza de unos cables acero mientras continúo entonando el mantra que poco a poco va conformando el refugio de piedra y hielo.

Sin dejar de recitar las palabras del conjuro, me doy media vuelta para encarar a la criatura que ha surgido de las entrañas de la tierra. La reconozco al instante, pero no puedo permitirme dar indicaciones a quienes me acompañan so pena de malograr mi hechizo a medio conjurar.

Veo a Wylas correr a esconderse y, por el rabillo del ojo, observo cómo la goblin retrocede también; muestras inequívocas de una mixtura perfecta de cobardía y estupidez. Solo la qualinesti demuestra ser lo suficientemente despierta como para comprender que ninguno de ellos tiene a dónde huir, ni esperanzas de sobrevivir si me dejan expuesto.

De no ser por esa única y esperanzadora muestra de inteligencia ajena, yo también estaría dispuesto a pagarles con la misma moneda, abandonándoles a su suerte y huyendo a donde ningún peligro pudiera alcanzarme. Una y otra vez me han demostrado que ciertamente no merecen de mí otra cosa.

Aparentemente el que el techo se desplomara mientras dormían sería la menor de sus preocupaciones. La entumecida exploradora descolgó el arco de su hombro con una mueca y se dispuso a defenderse a ella misma y a sus compañeros. Si era este el que había hecho los enloquecedores túneles, ya le quedaba poco para seguir con sus mierdas.

—¡Estoy harta de este condenado sitio y su maldita fauna! — se quejó a gritos mientras sujetaba dos flechas en su arco con los largos dedos, mientras tensaba la cuerda con esfuerzo.

Los dos proyectiles silbaron brevemente antes de impactar contra el cuerpo anillado.

Tan pronto como ve emerger de la tierra helada al enorme gusano, Enrielle echa mano del arco encordado que lleva a la espalda y dispara de forma simultánea dos flechas. Ambos proyectiles impactan contra el cuerpo anillado de la monstruosa criatura, haciendo que se retuerza de furia y dolor.

Es entonces cuando la sacerdotisa goblin toma entre sus pequeñas manos verdosas su medallón en forma de calavera para implorar la intercesión de su dios, al tiempo que retrocede para alejarse del recién llegado. En respuesta a su plegaria, una densa niebla comienza a elevarse del suelo y los zarcillos de oscuridad se agarran a la docena de patas de la criatura.

Entretanto, Freya hace uso de uno de sus más poderosos sortilegios para moverse entre dos planos de existencia con la esperanza de poder escapar así de los ataques que pueda realizar contra ella el monstruoso gusano.

Por su parte, Wylas echa a correr alejándose de sus compañeros y trepa a un promontorio de hielo desde donde espera pasar desapercibido por la criatura surgida de la tierra.

Con gran esfuerzo, luchando contra la oscuridad que le dificulta sus movimientos, el enorme gusano avanza hacia vosotros emitiendo espantosos ruidos chasqueantes con sus mandíbulas de insecto.

Freya sintió una terrible fatiga adueñarse de su cuerpo. Ya le habían explicado tiempo atrás que el uso de magia más poderosa podía tener ese efecto en ella, pero hasta ese momento no lo había llegado a experimentar. Tomó aire, boqueando, mientras sentía que le costaba cada vez más sostener el estoque. Se sentía desfallecer, pero no podía permitírselo. Una densa bruma había aparecido frente a ella, una que ya había visto antes. Aquello le dificultaba la visión de su adversario. Se puso en guardia, usando su mano libre para invocar un nuevo sortilegio, haciendo que varias copias ilusorias de ella misma apareciesen a su alrededor. Eso debería ser suficiente para resistir... o eso esperaba.

—¡Estoy detrás de ti, Freya! — gritó a su fatigada compañera para que su apoyo le insuflara fuerzas mientras retrocedía un paso.

Tres flechas pasaron silbando sobre la cabeza de la elfa con una diferencia de apenas dos segundos entre ellas. Aunque eran simples flechas con el astil de madera y punta de acero, que difícilmente podrían atravesar el exoesqueleto del enorme y terrorífico ciempiés, estaban imbuidas con la magia de su arco encantado, la mayoría de ellas penetraron profundas entre las placas quitinosas, muy cerca del rostro insectoide, donde apuntaba la arquera.