Los aventureros, después de dejar a Brend Benfor con sus ayudantes kobold adecentando su taller, regresaron a Nav Hidad. Ya desde lejos avistaron los estragos de la batalla. Se veían desde lejos varias columnas de humo procedentes de la aldea, lo cual indicaba que sin duda habría habido bajas entre los aldeanos, pero esperaban y deseaban que las defensas preparadas por Cavatina hubieran sido suficientes como para rechazar el ataque. Desde luego ellos habían hecho su parte.
A medida que se acercaban pudieron localizar alguno cadáveres. La mayoría eran pieles verdes, quizás por cada cuatro trasgos había un aldeano caído. El recuento de bajas era difícil de calcular de buenas a primeras, pero a tenor de lo que estaban observando, parecía evidente que los trasgos se habían dado en retirada y habían sido perseguidos y asesinados por los aldeanos.
Fue a pocos metros de los muros cuando encontraron a un miliciano con una lanza rematando a un feo trasgo que agonizaba en el suelo. Éste se sobresaltó al ver al grupo, pero enseguida se tranquilizó al descubrir que no se trataba de una amenaza. Grendalf preguntó por como había ido el combate.
- Lo hemos rechazado. - Dijo aquel joven orgulloso. - Ha sido duro, pero lo hemos conseguido. - Sonrió. - Han muerto algunos de los nuestros, eso es sin duda lo peor.
Siguieron avanzando hasta cruzar las murallas. Algunos aldeanos se afanaban en apagar algunos fuegos activos en diversas zonas de la aldea. Curanderos y sacerdotes trataban de encargarse de los heridos, mientras que los milicianos se esforzaban en apilar los cadáveres de los pieles verdes en futuras piras, así como los cadáveres de los aldeanos, muchos menos que trasgos, iban siendo conducidos al templo para los oficios funerarios.
Y allí estaba Cavatina. Su rostro estaba ensangrentado, al igual que sus ropas y sus armas aún desenfundadas. La elfa oscura estaba ocupad dirigiendo las tareas de desescombro y de auxilio a los heridos. Sin embargo, cuando vio a los aventureros se acercó a ellos.
- ¡Estáis aquí! - Exclamó contenta. - Eso quiere decir que lo habéis logrado, ¿no? - Preguntó inquieta. - ¿Brend está bien? - Preguntó aún más seria.
- ¡Madre, han encontrado a Phill! - Dijo el semielfo con bastante apremio. - ¡Está vivo, pero no encuentro a ningún sanador en éstos momentos y no le queda demasiado!
Godofredo se puso manos a la obra y comenzó a dar instrucciones a sus vasallos. Todos participaron en el auxilio delas gentes de Nav Hidad y pasaron el resto del día y de la noche trabajando para ayudar a as víctimas del asalto. Por la mañana todo empezó a estar más tranquilo. Los incendios habían sido apagados, los heridos sanados y los muertos enterrados y los enemigos caídos quemados en diversas piras a as afueras de la aldea.
Godofredo y su séquito pasaron el día durmiendo, bien se lo tenían merecido. Por la noche se celebró un banquete por la victoria al que acudieron prácticamente todos los aldeanos, salvo aquellos a los que la tragedia había golpeado más fuerte y habían perdido seres queridos en aquella batalla. También acudió Brend junto a sus ayudantes y todos comieron y bebieron y cataron y bailaron hasta altas horas de la noche.
Godofredo y los suyos fueron declarados amigos y protectores de Nav Hidad, por lo que siempre que regresaran a la aldea tendrían alojamiento y víveres de forma gratuita, aunque difícilmente regresarían por aquella región. Fuera como fuera, finalmente se marcharon. Todavía debían llegar a la Torre de Lucien y si se paraban en cada pueblo entreteniéndose en resolver los problemas del mismo, difícilmente llegarían a su destino antes de fin de año. Quizás Lachard no quisiera esperar tanto al Conde, aunque quizás ese era el menor de sus problemas...
- FIN -