Partida Rol por web

Cugghar acarició el lomo de su enorme jabalí que exaló vapor de un resoplido. Al descender, sus pesadas botas se hundieron en la nieve mientras el viento gélido y cortante del invierno ondeaba su capa de piel de oso.

La sangre de su hacha, a pesar de ser reciente, ya se había congelado. Los cadaveres Gor formaban una alfombra de pelo y cuernos en esa pútrida ciénaga. Atravesó los cuerpos pisando a aquellos que le suponían un mayor esfuerzo rodear hasta que llegó a un claro. Allí una gran calavera, como la de ningúna otra criatura vista antes se alzaba en lo alto de un troco quebrado. La nieve se acumulaba en los cuernos de aquél hueso.

Cugghar se puso delante de ella, desafiente. Sentía cierto temor por el tamaño que aquella criatura habría tenido en vida. -Si, eso es.- Se engañó a si mismo. -Es por el tamaño.- 
El jefe orco se sentía inquieto. No sabía decir porqué, pero algo en su mente no se tranquilizó al buscar una excusa como la del tamaño de la criatura.
Cugghar se dió la vuelta deleitándose con la sangre que sus chicos habían derramado de los Gors. La sangre iba cayendo e inundando un surco en el suelo. Para ser exactos eran tres surcos en el suelo en forma de círculo y que se tocaban entre si. 
Inquieto, Cugghar se removió para descubrir que dos halos verdes lo miraban desde las cuencas vacías de la gigantesca calavera. Una horrible visión le aprisionaba sin que sus poderoso músculos pudiera moverse ni un ápice. El terror inundaba su cuerpo como un líquido trepa por un cuenco hasta rebosarlo. La mente del jefe orco se llenó de muerte, enfermedad, putrefacción y ponzoña. Un susurro llegaba hasta lo más hondo de su ser blasfemando en su mente con imagenes.

El jefe orco cayó de rodillas incapaz de sostenerse mientras su cuerpo cambiaba, se hinchaba y supuraba. Pero por encima de todo, bullendo dentro de su mente se encontraban las imágenes de cinco humanos y un elfo de la estirpe eldarin, que debían sufrir el más siniestro destino posible.