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Fue entonces cuando tres potentes luminarias hicieron que eleváseis la vista, pues a pesar de la enorme luz que emanaba de ellas, también oíais como dulces cánticos y bellas sonatas en vuestros oídos, cuando no había absolutamente nada a centeneres y centenares de varas alrededor del montasterio.
Aquellos truenos pronto retumbaron casi ininterrumpidamente, y parecía como si una horda de piedras gigantes cayeran en cada rincón de ese emplazamiento. Rodrigo y Nicasio se cubrieron junto al ventanal de la capilla, en el tejado (aun con la peligrosidad), y veían claramente como los truenos iban impactando de uno en uno en cada uno de los muertos que intentaban ascender escalando, así como en todos lo que había en el correteando por cualquier lugar en ese sitio ¡Era como si Dios estuviera repartiendo divina justicia en esos momentos!
Por su parte, Jimeno lo tuvo más crudo. Vió ya que los muertos habían alcanzado el tercer piso del torreón, donde él estaba, y con temor (normal ante la masa de cadáveres que le venían todos a una), se cubrió tras el altar de sacrificios como pudo, desesperadamente. Cuando a punto de alcanzar las manos huesudas al alquimista estaban, un tremendo rayo se introdujo por el ventanal de ese piso, de forma casi horizontalmente y comenzó a golpear con severo daño a los primeros.
BZZZZZ! ¡PLAFF! ¡PLAFF!
¡Más y más rayos entraban por el ventanal! Rodrigo y Nicasio miraban con temor hacia arriba atemorizados, creyendo que alguno de ellos los alcanzaría ¡Dios estaba enfurecido!, y Jimeno cerraba los ojos y se tapaba las orejas intentando sacar de su cabeza la explosión eléctrica con los cuerpos putrefactos, acompañados de tremendos quejidos por ello.
Y entonces la tormenta cesó. Ningún otro trueno bajó del cielo.
Jimeno levantó su cabeza tras el altar, y vió una amalgaba de cuerpos humeantes, nauseabundos, trozos de carne y huesos roídos o simplemente cenizas negras mezcladas con humores pútridos que debían llevar esos malditos en sus "estómagos".
La escena era tremendamente dantesca. Había tantos muetos agolpados (y carbonizados) en el inicio de las escaleras descendentes que seguramente tendría que volver a bajar por la ventana del torreón para salir de allí. La definición de muerte no era suficiente: aquellos seres estaba ahora "re-muertos".
Mientras todo acababa, Rodrigo y Nicasio, al estar sobre el tejado y al aire libre, pudieron observar mejor cómo las tres luminarias que formaban entre sí un triángulo se posaban sobre sus cabezas. Éstas eran como tres pequeños sacos o bolsitas vistas a lo lejos, pero a medida que descendían parecían... ¡Oh, santo Cristo! ¡Tal que parecían hombres con rostro, y manos, y piernas! ¡Tenían alas! ¡Eran ángeles, pues así lo proclamaban!:
¡ ¡ NO TEMÁIS... ! ! -dijo el primero de ellos, y su voz era la más dulce melodía que habíais oido en vuestra vida, infinitamente más placentera que el más delicioso manjar de corte o el amancebamiento con la doncella de la tierra-. ELLOS HAN MUERTO -señalando a los cadáveres andantes que aún quedaban moviéndose tras los impactos de los truenos-, PERO RESUCITARÁN PARA VIVIR LA VIDA ETERNA... CON NOSOTROS VENDRÁS TU TAMBIÉN, DAMIÁN... -y entonces allí abajo, en el suelo del patio del monasterio, apareció el espectro de don Damián, que no hizo sino arrodillarse y juntar sus manos mientras miraba a los ángeles-. VEN CON NOSOTROS, PUES TU ALMA ES AHORA CORROMPIDA, PERO EL PADRE LA SALVARÁ.
Entonces la figura espectral de Don Damián, la misma que había poseido a los hermanos del monasterio delante de vosotros, comenzó a elevarse. Cuando estuvo a la misma altura que Rodrigo y Nicasio, pudieron verle bien, y parecía estar como rezando mientras se elevaba, con los ojos cerrados.
Cuando estuvo a la altura del ventanal del torreón, en el cual se hallaba Jimeno observándolo todo también, los trés ángeles movieron sus alas y salieron al encuentro del espectro. Lo tomaron por los brazos y piernas y los cuatro seres se fueron elevando mientras las nubes se habían agujerado con un orificio circular y perfecto, por el cual el sol hacía traspasar parte de sus rayos y por donde se introducieron aquellos seres de Dios con el alma de Damián.
En un breve período de tiempo, los enormes cúmulos oscuros se iban difuminando, dispersando, dando lugar a una bonita tarde soleada. En breves, la melodía insertada en vuestros oídos dejó de pronunciarse. Ahora tan sólo había silencio. El silencio de la muerte, aunque vosotros estábais vivos.
Parece ser que aquel ritual había hecho efecto.
La verdad de los hechos...
Don Lucas y Don Damián eran dos monjes jesuitas que habitaban junto a sus hermanos de orden en el monasterio de San Marcelino oculto en lo alto de unos picos en la sierra de Guadarrama. Don Lucas era el abad del monasterio, además de pertenecer a una rama de inquisidores solitarios, la Orden del Filo Sagrado, llamada así porque la mayoría de las ejecuciones que practicaban las realizaban con unas pequeñas dagas que habían bendecido previamente a través de una complicada ceremonia.
Una noche, don Lucas se despertó en mitad del sueño debido a unos extraños sonidos que provenían de los sótanos del monasterio y acudió a investigar lo ocurrido. Tres monjes se enteraron de su bajada a las mazmorras: el traductor de latín, el segundo párroco y el vigía nocturno, pero nadie sabe realmente lo que allí sucedió, excepto, que el abad regresó magullado y enfermo con don Damián, el médico del monasterio.
Al día siguiente, Don Lucas, utilizando sus dones de inquisidor, condenó a Don Damián a muerte, la cual se ejecutaría desde lo alto del torreón sur. Los demás monjes no opusieron resistencia a dicha sentencia, excepto Jonás, el ayudante de Lucas, el cual tuvo que ser encarcelado después de que hiriera gravemente con un candelabro a varios de los monjes. A media tarde, cuando el sol ya anunciaba su descanso, Don Lucas, subió con Don Damián a lo alto del torreón, y tras una ceremonia, acuchilló mortalmente a don Damián, arrojándolo después al profundo acantilado. Tras el golpe mortal, don Damián, moribundo, prometió venganza y se aferró a la melena de don Lucas, arrancándole un mechón de su pelo, el cual se llevó con él a su tumba de rocas.
Pasaron las semanas, y el abad comenzó a enfermar de gravedad. Poco a poco fue perdiendo fuerzas y las fiebres se apoderaron de él. Todos pensaban que ya no podía valerse por sí mismo pero una noche, cuando todos dormían, don Lucas utilizó las pocas fuerzas que le quedaban para escapar del monasterio por si mismo e intentar liberarse por su cuenta de la enfermedad que le estaba matando poco a poco. Ningún monje le ha visto desde entonces y todos le dan por muerto...
Cuando Don Lucas descendió a las catacumbas del monasterio descubrió que los extraños ruidos que había escuchado eran causados por don Damián, que utilizando sus conocimientos de alquimista, estaba intentando realizar un aquelarre para invocar a un demonio para que le proporcionase un sirviente del cual se serviría para aumentar sus conocimientos sobre lo oculto. Tras una lucha, don Lucas consiguió inmovilizar a don Damián y llevarlo consigo hasta la superficie para luego juzgarle por hereje.
En el momento de la ejecución, y mientras don Damián caía moribundo por el precipicio, y desesperado porque iba a morir, aferrado al mechón de pelo de don Lucas, realizó un pacto con Agaliaretph. Le prometió fidelidad eterna si le daba la oportunidad de llevar a cabo su venganza. El demonio le concedió su deseo a cambio de quedarse su alma y así convertirlo en uno de sus traicioneros esclavos condenándolo tras cumplir su venganza a sufrir eternamente en forma de Alibante (espectro).
Le concedió además el conocimiento de un hechizo de Muerte mediante el cual, utilizando el mechón de pelo de don Lucas, podría hacer que poco a poco fuera perdiendo su fuerza física, hasta que la muerte se apoderara de él convirtiéndole en otro de sus esclavos, o hasta que el mechón de pelo fuera encontrado y quemado. No contento con lo sucedido, contactó con su criado Jonás, y con la ayuda de este, está preparando un ejército de muertos vivientes para que arrasen el monasterio y que todos los monjes que no impidieron su ejecución mueran entre los escombros del mismo.
Mientras tanto, don Lucas consiguió contactar con los compañeros de cofradía y estos han conseguido, mediante sus conocimientos médicos y mágicos, evitar la inminente muerte que le espera don Lucas si no consigue librarse de los tormentos nocturnos del alma de Don Damián. La Orden del Filo Sagrado está entrenando a varios guerreros para que vayan al monasterio. Han camuflado su llegada al monasterio con la excusa de que van a ir para visitar a su compañero y realizar una inspección del lugar ya que hace tiempo que no reciben noticias de su compañero de cofradía...
El misterioso personaje que se aparece por las noches a los aventureros, es Don Lucas que está viviendo en secreto en el monasterio, y ha descubierto la manera de contrarrestar la llegada del mal al monasterio, cumpliendo así con la antigua profecía del árabe. Mientras tanto, Don Damián ha encargado a su discípulo Jonás la elaboración de un polvo blanco utilizando unos componentes secretos para que si son vertidos sobre los cadáveres o sus tumbas, estos se levanten con la única idea de destruir el monasterio...
::FIN::