La noticia había corrido por Cabeza de Dragón más deprisa que cuando habías huido de Lord Venture. Aristeo, el famoso Buscador, había llegado a la ciudad y estaba buscando discípulos para transmitir sus conocimientos y continuar su legado. Tras pensarlo durante un parpadeo del rey decidiste acudir a la llamada. ¿Qué mejor forma de narrar una leyenda que presenciarla? ¿Qué mejor manera de burlar a los hombres que capitán de la guardia habría enviado tras de ti para darte una lección?
Aristeo se había alojado en El Viajero Mimado, una lujosa posada frecuentada por los altos dignatarios de tierras distantes cuando estaban de paso por la ciudad. Al parecer, a los Buscadores no les iba nada mal.
Estuviste esperando durante más de una hora a que te llegara el turno. No escaseaban los candidatos al puesto, y Aristeo se vería obligado a elegir a un puñado de elegidos. Por la palidez del rostro con la que salían de la entrevista algunos candidatos supiste que necesitarías de tu lengua de oro si querías salirte con la tuya.
Aristeo resultó ser un anciano de cuerpo enjuto y piel arrugada y manchada por la edad. Cuando entraste, te clavó una mirada azul chispeante, cargada de cinismo. Tan hipnótica y férrea era aquella mirada que tardaste un instante en darte cuenta que había un joven junto a él, observando la escena pacientemente. Frente a Aristeo había un pergamino extendido, y una pluma flotando en el aire.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —soltó con tirantez, y la pluma se puso en movimiento para plasmar sus palabras en el papel.
Lena, con la bolsa al hombro y el polvo del camino aún en la capa, sonrió. Había estado esperando ese momento durante más de una hora. Había dado vueltas a lo que podía decir. ¿Qué esperaba una leyenda como Aristeo de un posible aspirante? ¿Valor? ¿Heroismo? ¿Ganas de descubrir lo oculto? Sí, podría interpretar cualquiera de esos papeles... en otro momento. La mirada inquisitiva y la pregunta ambigua le daban para empezar a largar y no acabar.
-¿Que... quién soy? Hum. ¿Es alguna clase de pregunta trampa? ¡No! ¿Una filosófica? ¿De dónde venimos y a dónde vamos? -No le estaba tomando el pelo, sino que lo preguntaba con sinderidad-. Difícil respuesta. Verá, señor Aristeo, tengo bastantes ganas de convertirme en una Buscadora y no sé si puedo contestar a lo que me está preguntando sin saber exactamente lo que me está preguntando. Así que creo que voy a tirar por el camino sencillo: me llamo Lena. Quiero convertirme en Buscadora.
Se fijó en el hombre junto a Aristeo. Era mono. Sonrió.
-Espero no haber hablado demasiado.
El joven enarcó ambas cejas, aparentemente sorprendido por tu respuesta. El propio Aristeo esbozó una sonrisa socarrona, como si le hubiera hecho gracia lo boba y embrollada que había sido tu contestación. Aunque sus ojos, tan expresivos como eran, te decían algo muy distinto pues había asomado en ellos el respeto. ¡Le complacía lo que había visto!
—Tú sabrás... —dijo, replicando a tu última frase. Después continuó: —. Así que quieres ser Buscadora. ¿Y qué buscas?
Tirada oculta
Tirada: 1d20(+3)
Motivo: Av. Int.
Dificultad: 13+
Resultado: 20(+3)=23 (Exito)
Bien, bien la cosa empezaba a marchar.
-¡La verdad, por supuesto! Bueno, no sé si esa es la respuesta que usted esperaba... igual la escucha mucho. Pero pongo a Munedra por testigo de que mi estilo y el objetivo de mi vida es buscar y divulgar la verdad. ¿Por qué demonios aún no se sabe lo que ocurrió la Caída? Vale, está bien: que si nos borraron la mente, que si la magia lo ocultó todo... ¡Pero han pasado más de tres siglos! Ya viene siendo hora de descorrer la cortina, ¿no cree? A la gente le interesa saber. A mí me interesa saber.
Asintió, reafirmando su propio discurso. Notó un dolor sordo en los muñones de la mano derecha, pero no le hizo mucho caso. De vez en cuando se ponían así de tontos.
Aristeo soltó una risita.
—¿Y no has pensado, mi locuaz amiga, que la gente a veces puede no creer la verdad cuando la ve? ¿No te has cuestionado si acaso no quiere verla? —preguntó Aristeo, más no esperaba ninguna respuesta porque añadió:—. La gente cree lo que quiere creer, o lo que teme que sea cierto. Y nada de esto tiene que ver con la verdad.
Aristeo hizo un gesto elocuente con la mano.
—Pero ahora soy yo el que está parloteando. Tenías razón antes, cuando dijiste que no era esa la respuesta que buscaba. Verás, Lena: un Buscador hace exactamente lo que su nombre implica: buscar. Buscar respuestas a las cosas que él o ella elige. Si es la persona adecuada, buscará respuestas que ayuden a los demás y no sólo a si mismo. El propósito de un Buscador es libre en su busca, ir a donde quiera ir, preguntar lo que quiera, averiguar lo que quiera, encontrar respuestas a lo que desee saber y, si es necesario, hacer lo que exijan esas respuestas. Pero... —alzó el dedo índice en gesto admonitorio—, para encontrar las respuestas se han de formular primero las preguntas adecuadas. Dime chica lista, ¿qué pregunta te ha traído aquí?
-¡Bueno! Pero eso es problema de la gente. Si no quieren creer lo que es verdad, allá ellos. A mí me lo va a decir. He desvelado tantas verdades como templos y me han echado a la calle como a un perro que casi no puedo recordarlas todas -contestó Lena con un deje ligeramente fanfarrón-. Pero si yo fuera Buscadora, me preocuparía por las verdades que a nadie parecen importarles. A todo el mundo le interesa saber el tiempo que hará mañana o qué es la enfermedad que les queja, o hasta qué edad vivirán. Pero eso... eso no es lo esencial. No digo que a mí no me gustaría saber quiénes son mis padres, pero al mundo... ¿qué le reporta eso al mundo? ¿Se escribirá mi nombre en la Historia por averiguarlo? ¿Compondrán una canción al respecto? Nah. Por eso quiero averiguar algo realmente grande. Como, por ejemplo... ¿Qué demonios ha pasado en este mundo y por qué?
—¿Qué opinas, Seldrin? —inquirió el anciano.
El joven que estaba a su lado bufó mientras rebullía en su asiento.
—Que se cree que esto es un juego —espetó—. Es demasiado impulsiva. No es que sólo se le llene la boca de baladronadas, es que ni siquiera piensa lo que dice. Nos traerá problemas. Le falta temple y muchísima paciencia para ser Buscadora.
Aristeo suspiró sonoramente y asintió con expresión de tristeza.
—Me temo que Seldrin tiene razón, muchacha. No eres lo que buscamos. Lo siento.
Lena enrojeció visiblemente y miró al joven algo enfadada.
-¿Sabes? Hasta hace un instante me parecías apuesto. -Chascó la lengua. No era así como tenía pensado que empezara su balada-. Sí, quizá soy impulsiva e impaciente, pero dudo que encontréis a alguien mejor en cuanto a tesón y sacrificio se refiere. Mirad -dijo levantando la mano derecha, vendada y mutilada-. Este es el precio de perseguir la verdad. ¿Me detiene? ¡No! Sólo me da ganas de continuar. Tocaré el violín mientras me queden dedos para ello, y luego cantaré, y luego, si me dejan sin voz, tocaré un tambor.
Se giró hacia la puerta ondeando su capa teatralmente.
-Pero no necesito ayuda para perseguir mis objetivos. Si queréis la mía, os la daré. Pero si no... bueno, mala suerte.
Fue la carcajada seca de Aristeo, seguida por sus palmas, lo que te hizo darte la vuelta. El Buscador contemplaba la escena con gesto divertido, mientras Seldrin tenía el rostro horrorizado y le había subido el color a las mejillas.
—¡Bien dicho, bien dicho! —dijo Aristeo sin dejar de sonreír—. Escucha, joven: durante nuestros viajes,encontramos mucha gente que no cree en nosotros, o en nuestra búsqueda, o en el sacrificio que supone.
Dijo señalando elocuentemente los dedos que te faltaban.
—Pero la verdad es la verdad: crean en ella todos, pocos o ningunos. Y a veces hace falta un poco de confianza en si mismo para continuar el camino pese a las opiniones de los demás. Incluso cuando esas opiniones vengan de alguien a priori más informado que tú. Oh, y disculpa a Seldrin, sólo estaba haciendo su papel —el anciano le guiñó un ojo y soltó otra risita—. ¿Sigues dispuesta a trabajar para nosotros?
Al girarse, una sonrisa iluminaba el rostro de Lena.
-¿En serio? -Dio una palmada y un salto de emoción-. ¡Por supuesto que sí! ¿Cuándo es la primera misión? Ah, y lo siento, Seldrin... Pero así ruborizado vuelves a tener encanto.
—No me vuelvas a pedir que haga de guardia malo —pidió Seldrin.
—¿Por qué no? ¿Es para poder ligar con jovencitas aspirantes? Si es por eso, lo entiendo.
—¡Yo no he dicho eso! —gruñó Seldrin, que no sabía bien dónde meterse.
—Y en cuanto a ti: ven mañana. Te daremos todos los detalles entonces.
-¡Genial! -exclamó Lena-. Gracias, gracias... ¡Nos vemos mañana!
Y más contenta que unas castañuelas salió de la habitación con ganas de tocar algo animado. Seguro que se sacaba algo de plata.