Galand comenzó, de nuevo, a consumir su Ki para deslizarse sobre las aguas, desapareciendo de la vista para aquellos en la superficie del muelle. Las aguas y los postes de soporte permanecían tranquilos, solo perturbados por las Corrientes de agua levantadas por anclas siendo recogidas, y el rumor de los tablones en llamas sobre las aguas o amenazando con caer sobre las mismas.
El Sylvain se desplazó sin nadie que lo perturbara. Sin oponentes a la vista. Galand no era particularmente fuerte, pero era capaz de enarbolar una espada bastarda con eficacia, y su habilidad marcial le permitía golpear exactamente en los puntos donde necesitaba. Normalmente seria difícil, o imposible, cortar por la mitad un tronco de tal grosor de un solo espadazo. Sin embargo, la espada de Galand era inusitadamente afilada, sus golpes extremadamente certeros, y el Ki envolvía el arma de forma invisible, potenciando el corte de su filo.
Un par de tajos limpios aparecieron, con un ángulo muy agudo, en los troncos. Girando levemente la empuñadora en la salida, forzaba e peso de la estructura a intentar rebalancearse. En breves segundos, todo el sector del muelle comenzó a desplazarse hacia la derecha levemente, hasta caer hacia adelante frente a las narices de Galand.
Un par de barriles y un puñado de cuerdas se deslizaron hasta el agua. La madera se arqueó hasta partirse, sumergiéndose en el agua. De nuevo, iba a ser difícil pasar por ahí.
Sin embargo, tras contemplar aquel espectáculo, y cortar el último punto de acceso para los soldados, Galand escuchó un estruendo a sus espaldas. Astillas salieron volando, de su barco, al agua. Asomándose, el Sylvain pudo observar como una saeta de asedio había penetrado el casco, aunque por suerte a bastante altura. Aunque había dañado el barco, no amenazaba con hundirlo ni impedía su navegación.
Por la trayectoria, la saeta debía provenir de algún lugar elevado en el puerto. Quizá la azotea de algún edificio, pero con un vistazo de fracciones de segundo Galand fue incapaz de verlo. Aún seguía sobre las aguas, empleando sus reservas de energía, y seguramente para cuando los soldados encontraran una forma de cruzar el puente ya fuera demasiado tarde para ellos, y el barco estaría zarpando, impidiendo que lo asediaran.
Si el barco podía zarpar, claro.
Tirada oculta
Motivo: Advertir
Tirada: 1d100
Resultado: 82 [82]
Galand se permitió dejar escapar un suspiro de alivio por el trabajo bien hecho. Otro puente cortado, esta vez sin matar humanos. Mientras comenzaba a arrimarse a uno de los troncos que quedaban en pie, dispuesto a subir de nuevo, escuchó un estallido a sus espaldas.
Un vistazo rápido le permitió ver la enorme saeta clavada en el casco del barco. Lo habían identificado, y trataban de hundirlo.
Los humanos del muelle no serían un problema, por el momento. Ahora debía concentrarse en…
Sus ojos trazaron rápidamente una aproximada trayectoria del arma de asedio. En la oscuridad de la noche, los irises esmeralda de Galand relucieron con la luz de las llamas.
Algún punto entre los tejados del puerto.
El elfo chasqueó la lengua. No había tiempo que perder. Si había una sola arma de asedio tardarían un poco en recargarla. Pero si había más…
No podía escatimar en recursos.
Con un leve gesto, soltó a Pétalo de Acero, que despidió un leve destello dorado antes de desvanecerse en el aire. Extendiendo su otra mano, un característico tañido metálico anunció la aparición de Legado de Verdantis. Cerró la mano entorno a la empuñadura de la espada, sintiendo su confortable familiaridad de más de cien años.
En ese instante sintió cómo su energía mística fluía con más intensidad. Del ambiente al filo de su espada. De la espada a su propia alma.
Arrancó a correr por la superficie del agua, en dirección al puerto. Mientras corría, una ahogada letanía élfica iba quedando tras de él, como una estela.
“Dame ojos para ver a mis enemigos. Dame alas para alcanzarlos.”
Cambio de Pétalo de Acero a Legado de Verdantis (que potencia mi magia).
Voy a lanzar Adquirir Poderes (Creación, Nvl. 50) en Grado Base: 100PD en poderes como si tuviese Gnosis 25. Quiero adquirir: Vuelo Místico 10 (80 PD) y Visión nocturna completa (20PD).
Gastaría 100 de Zeon en lanzarlo y 20 de Zeon cada asalto posterior.
Mi idea es salir volando hacia la/s balista/s. Teniendo en cuenta que los asaltos son poco tiempo (y que el conjuro va chupando bastante), según vea si hay más de un arma de asedio y tal decidiré si sigo manteniendo el conjuro o si lo termino tras llegar a mi objetivo.
Galand se alzó sobre el muelle, aún bajo su disfraz de humano, pero con su espada de leyenda en mano y ligeramente cambiado. Allí, levitando sobre el fuego, la madera, y el agua, pudo observar con total claridad lo que pasaba. Sus ojos ahora le permitían ver sin dificultad, y pudo contemplar la magnitud de aquello a lo que se enfrentaba.
Galad observó no una, ni dos, sino tres balistas de asedio apostadas en tres tejados diferentes. Una de ellas estaba recargando. Una segunda, cargada, se orientaba para apuntar al barco de Eldar y los Jayanes. La tercera, sin embargo, acababa de lanzar una saeta. Para cuando Galand pudo verla, era demasiado lejos para alcanzarla con su espada. Mientras la seguía con la vista y preparaba Ophicus o un conjuro para alcanzarla, observó a una gran figura, encapuchada, sobre su barco. La misma atrapó el virote con ambas manos sobre el pecho, impidiendo que atravesara la cubierta penetrando en la bodega. Sin lugar a dudas, debía ser uno de los Jayanes, pues Eldar o los humanos hubieran sido incapaces de algo así.
Había sido un tiro tosco y apresurado, seguramente para gozar aun del factor sorpresa, pero quien sabe si hubiera causado algún daño importante dentro del barco que afectase a la navegación. La figura cogió el virote con una mano y lo lanzócontra el muelle, provocando un agujero en la madera antes de hundirse en el agua que yacía debajo. Sin duda, un Jayán.
Los soldados habían completado el puente, pero solo podían cruzarlo uno a uno, y aún tenían el nuevo sector hundido que atravesar. Para cuando lo alcanzaran, siquiera, ya sería pasto de las llamas. Las mismas seguían esparciéndose sobre el muelle, habiendo alcanzado varios barcos que ardían como cerillas. Uno de ellos, el más próximo al lugar donde Galandse encontraba, había intentado zarpar sin éxito, y los humanos se habían tirado al agua, desesperados. Otros tantos barcos, sin embargo, habían alzado el ancla y ya partían del muelle. El de Galand, ligeramente más pesado, aun no corría esa suerte, pero estaba en ello.
Galand observó con terror, sin embargo, como los soldados llevaban el estandarte del Imperio de Abel. Reconociótambién humanos, con armaduras plateadas y soles grabados en los escudos. Caballeros del Cielo, aunque no parecían particularmente remarcables a juzgar por la complejidad de sus armaduras, sin demasiados excesos. Uno de ellos parecía dirigir el avance hacia el barco, pero su empresa no parecía poder tener éxito alguno, por lo que ordenó a los soldados mantener la posición y, al parecer, seguir revisando el resto de barcos.
Y pensar que meses antes le habían ofrecido una posición forjando armas para ellos.
La cantidad de soldados, pese a todo, seguía perdiéndose entre los edificios. Como una colonia de hormigas, debía haber al menos cinco batallones de cincuenta soldados a donde alcanzaba la vista. Exagerado, salvo que consideran aquello de vital importancia o supieran a lo que se enfrentaban. En todos os edificios había arqueros o ballesteros, los primeros llevando arcos largos y cortos a partes iguales. Una salva de flechas ofrecía “fuego de cobertura” frente a Galad, pero solo tres flechas pasaron cerca de él, una directa al pecho por causalidad, y el Sylvain pudo despacharlas de un simple tajo con la espada.
Frente a las ballestas, una figura con túnica y capa parecía coordinar el ataque. Galand reconoció una gran cruz de la Iglesia grabada en el pecho del ropaje, y una espada bastarda enfundada en la cadera. La misma desenfundo el arma tras ver a Galand, pero no pareció atacarle. Seguramente se preparaba para, con Ki, intentar bloquear cualquier ataque, pero no podía, al menos con su espada, cubrir más que la ballesta central.
EDIFICIO - CALZADA - *RECARGANDO – CALZADA – DISPARADA – CALZADA – EDIFICIO - CALZADA
CALZADA - CALZADA – CALZADA – CALZADA –CALZADA – CALZADA – CALZADA - CALZADA
APUNTANDO - CALZADA – CALZADA – CALZADA – CALZADA – CALZADA – CALZADA - CALZADA
CALZADA - CALZADA – LLAMAS – LLAMAS – LLAMAS – LLAMAS – MUELLE - *MUELLE
EDIFICIO – CALZADA – LLAMAS - AGUA – ROTO – AGUA – AGUA – AGUA - MUELLE
AGUA – CALZADA – LLAMAS - AGUA – AGUA – AGUA – GALAND – AGUA - ROTO
AGUA - LLAMAS - LLAMAS – LLAMAS - ROTO – MUELLE - MUELLE – MUELLE
AGUA – AGUA – LLAMAS – BARCO LLAMAS – AGUA – AGUA – AGUA – MUELLE – BARCO GALAND
Llamas = Muelle en Llamas. La calzada no puede arder.
* Muelle tiene un Caballero del Cielo de, probablemente, bajo rango.
* Recargando tiene un Inquisidor.
Recargando, Disparada y Apuntando son azoteas de edificios con balistas de asedio.
Roto son agujeros que ha hecho Galand en el muelle.
Todos los espacios de Calzada y Muelle en las 4 primeras filas están cargadas de soldados.
Galand virtualmente está volando a cierta altura sobre una casilla de agua. Con todo tu tipo de movimiento puedes llegar a cualquier punto de interés Con ¼ puedes avanzar 2 casillas en cualquier dirección, diagonal incluida.
Hazme saber que cambios visuales sufre Galand por el tipo de movimiento de vuelo y la visión nocturna, si el conjuro obliga a sufrir cambio físicos temporales, que creo que si, pero igual me confundo con otro parecido pero de mantenimiento diario.
La forma de Galand había cambiado de forma bastante apreciable tras su último hechizo. Sus ojos se habían vuelto de un único color: negro insondable. Toda su piel se había vuelto blanquecina, de un innatural color lechoso, decorada con pequeñas plumas del mismo color que emergían de sus antebrazos y muslos. Parecía una suerte de extraño hombre pájaro, aunque no tenía alas, ni pico.
Cualquiera que lo viese lo catalogaría de demonio. Un arcanista, sin embargo, sabría relacionar sus nuevas características físicas con sus capacidades recién adquiridas.
Levitando sobre el campo de batalla, Galand observó sus objetivos. Tres balistas. No podía depender de los Jayán para detener todos los tiros.
Lo bueno de aquellas máquinas es que eran relativamente fáciles de inutilizar. Si destruía los tensores el arma quedaría completamente inutilizada.
Su primer objetivo fue fácil. La balista que estaba apuntando. Salió disparado, el aire retumbando a su paso, hacia el arma de asedio que estaba apuntando contra el barco. Enarbolando a Legado de Verdantis, trató de inutilizar la balista de un único y preciso tajo.
Mi plan es ir con todo mi movimiento a la Balista que está APUNTANDO y con acción adicional propinar un ataque (-25 a HA). No planeo tanto destruirla de un golpe (que creo que podría) si no cortar los tensores (cuerda, lo que sea que use) para inutilizarla y que no pueda disparar. Después haría lo propio con la siguiente (la del Inquisidor, que está recargando).
Motivo: Ataque (2a acción)
Tirada: 1d100
Resultado: 3(+245)=248 [3]
Motivo: Ataque (2a acción) - Pifia
Tirada: 1d100
Resultado: 10 [10]
Galand era un maestro con la espada, pero también era un hombre propenso al riesgo en combate, lo que le llevaba a errar más a menudo de lo que sería habitual para alguien de su pericia. Por suerte, su habilidad con la espada era tan amplia que era difícil para el no conseguir ciertas proezas humanas.
Tras esquivar un par de flechas, su espada no alcanzó a cortar la balista de asedio, hecha de madera y metal, pero sí que cortó la cuerda que ejercía de resorte, a efectos prácticos inutilizando el arma. Durante el tiempo suficiente, al menos, pues aquello requeriría del trabajo de dos hombres.
Sin embargo, su mala suerte no acabó ahí. Ligeramente desbalanceado por la esquiva y el golpe hacia abajo, tuvo que dar la espalda a sus oponentes durante un momento. Aunque capaz de imaginar donde deberían estar las armas, aun no teniendo ángulo de visión, una flecha alcanzó, casi por accidente, su gemelo izquierdo. Unas gotas de sangre resbalaron por su pierna, pero no parecía nada grave.
Recuperando su posición, Galand fue capaz de recuperar la guardia y la iniciativa, aunque descubrió a todos los arqueros y ballesteros ahora dándole la cara a él.
- ¡FUEGO SOBRE EL DEMONIO!- gritó el Inquisidor con toda la fuerza de sus pulmones, apuntando a Galand con su espada en alto, túnica ondeando en la fría noche. Acto seguido, el hombre comenzó a mover los labios, pero Galand era incapaz de escucharla. Era posible que estuviera preparando algún conjuro, pero quizá solo hablaba con su destacamento en aquella azotea.
Una lluvia de flechas y saetas se abalanzó contra él, casi en un abanico de ciento ochenta grados a su alrededor, y se vio obligado a pararlas y esquivarlas como mejor supo. Galand observó, mientras tanto, a unos cuantos arqueros prendiendo fuego a sus flechas y apuntando contra él.
Pronto tendría una auténtica avalancha de flechas, cada vez más difícil de detener, y retrasándole más. Los arqueros estaban en todos los tejados, y otros tantos en el suelo, por lo que en una posición elevada y a la vista, Galand no se enfrentaba a ocho soldado, sino a un número insondable de oponentes, a distancia y dispersados. Acabar con ellos no sería fácil, pero Galand ya sabía que no llegaban a alcanzar su barco.
Aquellos bajo la Galand, custodiando la ballesta por el momento inutilizada, también apuntaban a Galand, pero no suponía una amenaza mayor que aquellos enfrentándole desde cualquier otro terreno.
El puerto seguía ardiendo, y los soldados de a pie seguían pareciendo incapaces de alcanzar el barco, por lo que las únicas amenazas para el barco parecían ser las balistas de asedio. Galand, en cambio, mientras permaneciera ahí, se enfrentaba también a todos los arqueros y ballesteros, y quizá, y solo quizás, el Inquisidor.
Los humanos ya le habían visto. Con su forma monstruosa deformada por la magia, ¿qué diferencia tenía a sus ojos respecto a un demonio o engendro cualquiera?
Aún le quedaban reservas de sobra, así que alzó Legado de Verdantis en dirección a la balista que, unos tejados más allá, se encontraba recargando.
“Arde” dijo en un delicado pero retumbante élfico.
Las llamas se acumularon en el filo de su espada, y un poderoso rayo ígneo se proyectó hacia la balista, estallando en un mar de llamas.
Al mismo tiempo, su Escudo Perfecto comenzó a emitir destellos a su alrededor. No podía arriesgarse a recibir demasiados daños. Su barrera mágica se encargaría de la mayor parte de las flechas.
Dejaría atrás al Inquisidor y a los humanos. Una vez destruida la amenaza de las balistas, no tenía sentido quedarse allí a pelear con ellos. Quedaría una Balista en pie, pero con suerte la podría derribar desde lo lejos mientras se alejaba, ahora que conocía su posición.
Motivo: Proyección Ofensiva (Bola de Fuego)
Tirada: 1d100
Resultado: 96(+215)=311 [96]
Motivo: Proyección Ofensiva (Bola de Fuego, Abierta 1)
Tirada: 1d100
Resultado: 6(+311)=317 [6]
Motivo: Proyección Defensiva (Escudo Perfecto, Erudición Defensiva, Legado de Verdantis)
Tirada: 1d100
Resultado: 34(+250)=284 [34]
Voy a lanzar Bola de Fuego en Grado Base. Daño base 100, área circular de 7.5m de radio (15m diámetro). Viendo lo que ha hecho la anterior, dirigida a la segunda casilla de soldados encima de mí, contando desde arriba.
Este turno gasto 50 de Zeon en la Bola de Fuego y 20 en mantener la transformación. Voy a comenzar a volver al barco por el aire, si es que puedo retirarme.
Dejo una tirada de defensa con mi escudo mágico. Tiene 1500PV, y si no es destruido regenera toda su vida al final del asalto.
Galand consiguió incinerar la segunda balista sin dificultad. Durante su retirada, una segunda bola de fuego se hizo de cargo de la última que quedaba operativa, chamuscándola. Las flechas se apresuraban sobre Galand, en cantidades imposibles de detener para ningún humano corriente. Sin embargo, el escudo de Galand pudo bloquearlas todas. Para cuando regresó, aún volando, a su barco, la resistencia del escudo estaba en sus últimas, pero eran incapaz de alcanzarle a esa distancia.
Con todos los puentes quemados y hundidos, a esa distancia de los edificios portuarios, y sin armas de asedio en los tejados, parecía que los humanos eran ya incapaces de hacer nada, y debían limitarse a, impasibles, observar cómo se marchaban mientras las llamas se acercaban a la ciudad. Con suerte, el fuego les mantendría ocupados buena parte de la noche.
La balista que aún quedaba en pie intentaba rearmarse, pero los dos humanos que trabajaban en ella no iban a terminar antes de que fuera demasiado tarde. Galand no escuchó nada más del Inquisidor que murmuraba, que permaneció en el tejado. La figura que comandaba a los humanos en el muelle parecía perdida tras las llamas, sin suponer tampoco una mayor molestia.
Los contrabandistas del barco de Galand habían levado el ancla y quitado los amarres. Bajaron las velas y, con cierta ayuda de los dos Jayanes haciendo uso de un remo a cada lado, el barco partió sin mayores incidentes. Nadie pareció seguirles, y el resto de la noche se sucedió en una tensa calma tras aquel incidente.
Galand dormía poco, por naturaleza. Los Jayanes no eran elfos, pero aún así, su dominio del Ki les permitía dormir menos que un humano corriente, aunque todavía más del descanso que precisaba el Artesano. Eran cuerpos grandes, después de todo. Mientras los humanos dormían, el líder de los Jayán tocó a la puerta en el "aposento" de Galand. Un aposento que consistía simplemente en tres barriles de opio, una almohada, una manta y una lámpara de aceite.
- Galand- comenzó aquella montaña con cuernos-. En nombre de Samael, de mi pueblo, y personalmente, debo agradecerte por tu labor de esta noche- comentó al elfo-. Ha sido un espectáculo sorprendente y astuto, pero salvando tu espada, la cual con suerte no reconocerán, has conseguido retrasarles de forma impecable, y sin exponernos. Podía haber colaborado, pero no quería darles más información de la necesaria, y no dispongo de tu pericia para el disfraz.
El hombre tendió una amplia mano, en horizontal, para ser estrechada por el Sylvain.
- Samael está en deuda contigo, elfo.
El trabajo había sido rápido y sucio. Galand se había manchado las manos de sangre. Aun le molestaba en cierto modo. Galand había tomado vidas humanas en el pasado. Sin dudar. Pero tras largos años se había cansado de aquello.
Ahora reabría esas heridas.
Sin embargo, el elfo había esperado encontrarse más disgustado, más… asqueado por sus actos. Tomar aquellas vidas humanas no había sido el mejor desenlace posible, pero se dio cuenta de que, en el fondo, sentía cierta indiferencia. El de aquellos humanos había sido un sacrificio innecesario, pero le importaba mucho menos que el riesgo del que había salvado a los suyos y a su misión.
Aun reflexionando sobre aquel asunto, le pilló por sorpresa la visita del Jayán. Galand se reincorporó rápidamente, abandonando su pobre cama para recibir a Mo'ôhtavo'nehe. Cuando éste le tendió la mano, Galand se la estrechó con firmeza.
- No hace falta que me lo agradezcas, simplemente he hecho lo que debía – respondió el elfo, humilde -. Es cierto que he mostrado a los humanos algo más de lo que debería – admitió, lamentando el tener que haber usado su espada -. Pero no podía andarme con demasiados rodeos. No después de ver cómo apuntaban al barco con sus balistas. La magia era mi mejor baza, pero sin mi espada no soy tan poderoso como Ilv… como la madre de Eldar.
Galand suspiró.
- Ya he tenido mis roces con la Inquisición en el pasado. Imagino que no tardarán en indagar lo suficiente como para encontrar algún rastro que los lleve hacia mi identidad, si es que han reconocido la espada. Pero por el momento estamos a salvo. Concentrémonos en el viaje que tenemos por delante, ahora el Viejo Continente queda a nuestras espaldas.
El elfo rumió durante unos instantes.
- Tras esto me esta costando algo dormir. Quizá podamos darle otro trago a esas botellas que tienen por ahí guardadas los humanos de este barco – propuso con una leve sonrisa.
El resto del viaje transcurrió sin demasiados contratiempos. Antes de llegar al puerto en el nuevo continente, la tripulación se encontró con un rápido navío militar de la armada del Sacro Santo Imperio. Contaba con cañones ligeros y soldados, pero carecía de refuerzos en el casco. Su velocidad les permitió alcanzar el barco de Sylvain, pero el elfo consiguió hundir el barco, consumido por llamas, antes de que pudiera hacer nada al respecto.
Era más que obvio que les perseguían, y que sabían a rasgos generales la magnitud de quienes eran, pero que no hubiera toda una flota esperándoles en el otro puerto, o en mitad del estrecho, les indicaba que no habían tenido demasiado tiempo para prepararse.
Eldar, por su lado, no parecía particularmente preocupado por la muerte de los humanos. Hablando con Galand, el elfo confirmó que su hijo había, como era de esperar, presenciado la muerte de múltiples humanos. El Príncipe no se alejaba de su camino para matar humanos, ni lo hacía de forma gratuita, pero no había tenido reparo en acabar con aquellos que los hubieran avistado, descubierto, o puesto en su camino, y solía emplear la solución más rápida y limpia que tuviera a mano. En la mayoría de casos, la muerte.
Sin embargo, el propio Eldar se había metido, bajo su tutela, en un par de líos, siendo descubierto por sus orejas puntiagudas o el uso de magia, y los humanos, por lo general, lo habían tratado de abominación, demonio, o brujo impío. El príncipe había sido algo descorazonado, pero lo había mantenido a salvo y dado ciertos conocimientos para su supervivencia.
Una vez en el puerto, 4 caballos esperaban a manos de un humano. Los traficantes del barco se apresuraron a descargar la mercancía y seguir con su camino. El líder de los Jayán les pago generosamente en monedas de oro, y los 4 siguieron su camino a caballo, sin parar en la posada. La primera noche ni siquiera durmieron, con Galand haciéndose cargo de entregar los caballos en las ciudades que atravesaban y adquirir unos nuevos. Al acabar el segundo día, Galand y Eldar estaban algo cansados, pero mucho más lo estaban los Jayán.
Aunque experimentados en el Ki, los Jayanes seguían necesitando más descanso que los Sylvaines. Descansaron unas horas esa noche, y al tercer día volvieron a cabalgar durante la noche. Solo a partir de la quinta mañana, tras otra noche de descanso, comenzaron a llevar un ritmo de viaje habitual, principalmente para borrar su rastro adquiriendo nuevos caballos en cada ciudad. Habían puesto suficiente distancia para que dejara de ser un problema, y no tuvieron ningún otro encuentro con Abel, la Iglesia, o ningún ejército.
Por el momento, el Tuan Dalyr que no pudo llegar al puerto, dada su apresurada partida, tendría que buscarse otros métodos para viajar y descubrir la situación por si mismo. Aquel grupo, por orden del líder de los Jayanes, no estaba dispuesto a retrasarse o dar la vuelva cuando la Iglesia y Abel acechaban a sus espaldas.
Cuatro semanas más tarde, tras cruzar dos ríos, tomar algún desvío para dejar un rastro falso, y borrar el original, los cuatro hombres terminaron el viaje, alcanzando las ruinas en el borde opuesto del continente. Había sido un viaje intenso, donde a lo largo de todo el mes solo habían parado para dormir. Comer se hacía andando, sin perder tiempo en nada. Tuvieron tiempo de hablar, pero la preocupación de los Jayan por seguir el paso la hizo menos entretenida de lo que pudiera haber sido. En las zonas cercanas a las ciudades o pueblos, incluso hicieron dos grupos, poniendo cierta distancia, y haciendo que un Jayan y un Sylvain viajaran juntos en cada grupo, cambiando. Quizá así pareciera, a lo lejos, que un padre y un hijo viajaban juntos.
Finalmente, en las ruinas, Galand podría descansar adecuadamente. Disfrutar de una comida caliente y dejar de moverse para algo más que dormir.
Las ruinas no parecían nada especial. Al ojo inexperto, quizás. Simple piedra y mármol hecho pedazos, o medio derruido. Pilares y bloques en diversos ángulos, sin ningún tipo de mobiliario o rastro de civilización. La hierba crecía sobre el mármol, extendiéndose para recuperar su terreno. Décadas atrás, quizá aquello hubiera sido algún tipo de templo, o teatro, o incluso una residencia de lujo. Era difícil de saber.
Sin embargo, y Galand podía observar con facilidad el telar de magia que cubría el lugar. El Zeon en el ambiente vibraba con magia de ilusión, mantenida por un hechicero que, si bien sabía lo que hacía, y tenía amplia experiencia en la disciplina, no era ningún maestro como Galand. Aquello parecía desapercibido para cualquier hechicero mediocre, o novato, y para cualquier persona mundana incapaz de ver la magia. Pero para Galand, ver a través del conjuro era algo casi inconsciente.
El conjuro como tal solo tenía tres efectos. El primero, cubrir las huellas de los draconidos en la zona. El segundo, ocultar de la vista a los draconidos que estuvieran presentes, aunque no parecía haber nadie. Y el tercero, ocultar una entrada a lo que parecía un túnel subterráneo. El suelo de una sala parecía, aunque cubierto por hierbas, aun en buen estado, y una enorme losa de mármol, ligeramente levantada, podía ser movida a un lado. Galand no tenía suficiente fuerza para moverla, pero el líder de los Jayan lo hizo con una mano.
Una escalera cavada en la piedra les condujo a lo que parecía una simple pero modesta habitación secreta. Las paredes eran piedra sin pulir, claramente formando parte del terreno. Había una simple cama, una mesa, un cofre cerrado, algunas mantas, pergamino y tinta, y lo que claramente parecía un draconido en carne y hueso.
El reptiliano se precia bastante a un hombre, pero su cuerpo estaba cubierto de escamas, sus ojos eran afilados y ligeramente prominentes, y sus manos tenían una ligera membrana entre los dedos, como un anfibio. Una modesta cola sobresalía de, al girarse, un agujero hecho a propósito en sus pantalones.
- Al fin- comenzar con una voz ligeramente metálica pero serpentina, sacando una lengua bífida al empezar a hablar-.El emisario Tuan Dalyr ha caído preso. El Imperio y la Iglesia se pelean por el mientras hablamos. Mientras tanto, Samael se prepara para intentar liberarlo-. Señalo a Galand y al líder de los Jayan-. ¿Seréis vosotros los jinetes, de ser concedidos el honor?- movió su uña, afilada, hacia Eldar y el acompañante Jayan-. ¿O vosotros?- preguntó.
- Mi hija. Su prometida- sentencio el Jayan, poniendo una mano sobre el hombro de su acompañante.
- Los aspirantes a jinetes deben ser puestos a prueba, Jayan- siseo con desdén la serpiente.
El líder se acercó un par de pasos al reptiliano, invadiendo su espacio, y lo miro con gravedad. La serpiente se encogió ligeramente en el sitio, evitando el contacto visual al desviar sus ojos hacia algún punto cercano, en la pared.
- Vigila tu tono en mi presencia, Durak. Te diriges a un Ángel Negro de Samael. Mi hija venció a mi yerno en combate singular justo antes de partir. Toda mi tribu puede corroborarlo. El vencerá en combate a cualquiera de los vuestros campeones. ¿Es un problema?
La serpiente negó con la cabeza.
- Retiro mis palabras- se limitó a decir, aun sin mirarle-. Podrás discutir lo… apropiado de vuestro campeón con nuestro líder- ladeó la cabeza hacia Galand-. ¿Y bien?
El resto del viaje había sido duro. En más de un momento Galand se preguntó si no debería haber aceptado la oferta de teletransporte que le hizo aquella hechicera en los bosques de Moth.
Pero su determinación seguía firme. Viajar junto a los Jayán, aunque no pudiesen disfrutar del propio viaje, les daba familiaridad y reforzaba sus vínculos. Simplemente defendiendo el barco en el que viajaban Galand ya había conseguido que “Tavo” – como lo llamaba en su cabeza para simplificar el largo y complicado nombre – lo considerase un compañero.
SI iban a combatir juntos en su guerra contra la humanidad, debían comenzar a sentirse de verdad como aliados.
Aunque no había demasiado tiempo que invertir en sus estudios, Galand trató de seguir haciendo ejercicios de esgrima con Eldar. Su técnica era buena, pero el joven elfo aun tenía un largo camino por recorrer si quería alcanzar el nivel de su padre.
Quizá, algún día, él también pudiese aprender a blandir su Ophiuco.
Una vez llegaron al enclave de los dracónidos, Galand se sintió aliviado por un momento. Entonces todo el cansancio que había acumulado en aquel viaje, el que había ignorado para seguir adelante sin detenerse, le llegó de golpe. Sus hombros se sintieron pesados. Las piernas y el trasero le dolían de tanto cabalgar.
Si no fuese por su magia de disfraz, estaba seguro de que estaría presentando una apariencia bastante penosa. Sin embargo, una vez llegaron a aquel enclave, que se consideraba seguro, Galand consideró que lo más educado era retirar los disfraces que había colocado sobre Eldar y sobre sí mismo.
Que los vieran entrar como elfos. Allí no tenía sentido guardar aquel secreto.
Una vez entraron en el enclave, descendieron por unas escaleras excavadas en la roca hasta llegar a una pequeña cámara subterránea. Allí les esperaba un dracónido, ¿su anfitrión?
La conversación tuvo lugar a tanta velocidad que, con el cansancio, Galand se sintió confundido por un instante al ver como el dracónido se le quedaba mirando.
- Esto…
¿Los jinetes debían ser ellos? Tavo no había tenido problema en rebelarse contra la propuesta del dracónido. Pero él al menos tenía claro quién debía heredar el huevo.
Galand por el contrario… ¿había hablado siquiera de aquella posibilidad con el Príncipe? Recordaba que, la primera vez que lo hablaron, no estaba claro quién iba a ser el Jinete. El resto del tiempo, antes de partir, Galand había estar distraído entrenando a los Sylvain y pasando tiempo con su familia.
- Según tengo entendido, el Príncipe todavía no ha tomado la decisión. Pero hemos venido aquí también para aprender. ¿Cuál es vuestro protocolo, maese Turak? ¿Qué requisitos debe cumplir un Jinete?
La serpiente humanoide siseó, frunciendo la frente, en señal de molestia. Su lengua bífida se balanceó en el aire antes de retirarse. Una criatura orgullosa y poco respetuosa, pero era más ofensiva por su actitud que por sus palabras, aunque secas, cautas.
Galand, sin embargo, no recordaba nada sobre la disposición de El Príncipe Sylvain. No tenía recuerdo que el mismo hubiera hecho mención a quien debía disponer del huevo. Solo que debían asegurarse de conseguirlo y ponerlo a salvo entre los Sylvain.
- ¿El Príncipe… todavía no ha tomado una decisión?- preguntó con extrañez, pero también un cierto tono ofendido-. Hicimos saber a Samael que los huevos debían ser asignados a un jinete. Y que los jinetes debían mostrar su… valía. Los jinetes deben ser puestos a prueba, pero nunca relevamos la… naturaleza de la misma, antes de tiempo. Se puede aprender mucho de nuestra estirpe- añadió con cierto orgullo-, y los jinetes deberán aprender sobre su… honor, pero un Jinete debe ser… capaz- se acercó un par de pasos a Galand, manteniendo una postura algo recelosa y en guardia-. Vincularse con un dragón requiere de un gran poder interior, pero para fundir sus esencias, el Jinete debe hacer… espacio- siseó de nuevo, encorvándose-. Y el espacio requiere sacrificar una parte de uno mismo. Nunca se sabe cuál hará sitio al dragón.
El líder de los Jayan se aclaró la garganta. Una vez las miradas se dirigieron a él, añadió con calma y una voz inusualmente suave.
- Mis disculpas Galand. Quería mantenerlo en secreto. Por si capturaban a alguien- se inclinó sobre el macuto de su yerno, sacando de forma algo tosca un trozo de pergamino enrollado que tendió a Galand-. Aquí tienes. El Príncipe me pidió que te lo entregara llegado este momento.
El Jayán miro al Sylvain con gravedad, tendiéndole el pergamino. Galand no se sentía particularmente intimidado, tras semanas al lado de Tavo y saber cómo era en realidad, pero no dejaba de resultar Inquietante recibir una mirada así. Galand desenrolló el pergamino, y para su sorpresa, era un simple trozo en blanco.
- Al parecer, está imbuido por un Sylvain- añadió el líder Jayán.
Galand, sin embargo, estaba bastante seguro de que el pergamino no era más que una pieza común y ordinaria. No percibía ningún rastro de Zeon, runas o poder anímico en él. A sus ojos, Tavo simplemente debía estar mintiéndole en la cara a todo el mundo.
Galand aguantó estoicamente la actitud del Turak. No quería causar mala impresión en tierras desconocidas. Debía guardar las apariencias, y no causarle problemas diplomáticos al Príncipe.
Por suerte, Tavo interrumpió aquel incómodo momento con una extraña maniobra.
Galand se sintió extrañado al recibir el pergamino. Luego, durante unos instantes, aliviado por poder contar con la palabra del Príncipe, por extraño que le resultase que le hubiese dado aquella información al Jayán, y no al propio Galand antes de partir.
Finalmente se sintió… sin palabras al observar el trozo de papel en blanco, sin ningún tipo de marca, rastro mágico o mensaje oculto que pudiese vislumbrar.
Miró durante un instante a Tavo, visiblemente sorprendido.
- No esperaba… que el Príncipe os hubiese concedido esta información – confesó, tratando de seguirle la corriente mientras volvía a enrollar el pergamino.
Así que Galand debía tomar una decisión en aquel momento.
El pactó dragón-jinete requería dos cosas: poder personal y un sacrificio. Galand no estaba seguro de qué miembros del séquito del Príncipe gozarían del poder suficiente como para establecer aquel pacto. Muchos estarían dispuestos, sin duda. Pero ¿quiénes podrían pagar el precio?
Galand apretó la mandíbula, sus labios convirtiéndose en una fina línea de concentración.
- Yo seré el Jinete – decidió al mismo tiempo que lo verbalizaba -. Estoy capacitado para enarbolar el poder necesario en nombre de los Sylvain. Y dispuesto a sacrificar lo que haga falta para que ganemos en el conflicto que está por venir.
Ya había sacrificado su alma para las atrocidades que iba a cometer. Como le había prometido al Príncipe, él cargaría con los pecados de los Sylvain en aquella guerra. Aceptar un poder como aquel para emplearlo en la batalla… ¿no formaba parte de la misma promesa?
- ¿Es esta respuesta de vuestro agrado, Maese Turak?
Durante unos instantes, todos los ojos se posaron sobre Galand cuando dijo que él iba a ser el Jinete de Dragón. Pronto, los Jayanes recuperando la compostura, aunque Eldar seguía mirando a su padre, petrificado por la sorpresa. Los labios entreabiertos, y los ojos fijos sobre el Sylvain.
- Gracias- se limitó a decir de forma seca el Turak, asintiendo brevemente con la cabeza-. Bien. Comprenderán que nuestro refugio ha sobrevivido todo este tiempo gracias a mantenerse en secreto. Tengo entendido que tenemos intereses comunes- comentó sin ningún ápice de convicción en sus palabras-, pero entenderán que no podamos revelar su... ubicación.
Se acercó al cofre, cerrado, que yacía en una esquina, y lo abrió, sacando una botella de cristal. Un líquido de color marrón oscuro yacía en el interior, con ciertas motas negras. Galand, por desgracia, carecía de habilidad para ver lo que se encontraba dentro, pero parecía algún tipo de veneno o medicina. Aún así, parecía haber sido reforzado con cierta magia de ilusión, de nuevo. Galand no podía reconocer el hechizo exacto, pues parecía que abierta cierta... libertad creativa. Peligrosa, pero la Magia Natural podía llegar a crear efectos menores en ciertos casos.
- Es un somnífero- comentó como si no supusiera mayor problema-. Hay un pequeño bote en la orilla de estas ruinas, con dos de los nuestros esperando. Beberéis de esta botella al llegar allí, y despertaréis... pasado un tiempo. Aún seguiremos navegando, pero no sabréis la dirección exacta. Me han dicho que sois fuertes, por lo que este brebaje sólo os afectará si no os resistís. Seguramente. Y estaremos vigilantes- añadió levantando un dedo, con uña alargada y afilada-. Por desgracia, deberemos manteneros bajo cubierta durante el viaje, y deberéis de beber, una vez más, cuando estemos llegando. ¿Aceptable?
La decisión pilló por sorpresa a su hijo. Comprensible. Quizá no tanto a Tavo, que casi había ideado aquella artimaña junto a Galand. Aunque seguramente sin sospechar qué decisión final habría tomado el elfo.
Por suerte, aquella respuesta agradó al Turak. Prosiguió con las instrucciones acerca de cómo debían llegar a su siguiente destino. La perspectiva de caer inconsciente a causa de un brebaje desconocido no le resultaba cómodo a Galand, pero habían llegado allí bajo el pretexto de una nueva alianza.
Por lo que suponía, los Turak debían de estar tomando grandes riesgos al aliarse con ellos y ofrecerles huevos de dragón. Deberían ceñirse a sus condiciones si querían que todo el proceso terminase de manera satisfactoria.
- Está bien – convino Galand, honesto .- Imagino que los Turak tenéis mucho que perder si esta información se esparciese. Accederé a vuestras condiciones, aunque espero que os lo toméis como una muestra de confianza hacia vosotros – dijo severamente, aunque mostrando una expresión relajada.
Esperaba no haberse equivocado en su juicio.