La isla seguía tronando con la magia de Oros. Sin embargo, Ephiel y el emisario de los D’Anjayni ya habían desaparecido. Según Mohavo, los D’Anjayni estaban intentando rescatar al emisario de los Tuan Dalyr que había caído presa de la Inquisición. Mohavo, Alea, Galand y Eldar ahora descansaban sobre un barco en aquella bahía de roca volcánica. Sin embargo, aunque de tamaño modesto, Galand no podía evitar notar que carecían de la tripulación necesaria para navegarlo.
No había contrabandistas humanos para llevarles al otro lado, ni Jayanes o Devahs en la cubierta. Entre los truenos y la agitada brisa solo se escuchaba el crujir de ocasional la madera con el zarandeo del barco.
Y entonces, el barco comenzó a alzarse con gracia, convirtiendo a la isla en un botón negro cada vez más pequeño. Las nubes abrazaron a Galand por todas partes, ofuscando su visión. Y finalmente se alzaron lo suficiente para que Galand pudiera observar un cielo azul, claro y luminoso sobre él, con las nubes bajo el barco. El trueno y el viento quedaron ocultos. El navío viró y comenzó a desplazarse en una dirección concreta, ajeno al clima que se desataba bajo las nubes.
Galand nunca había estado a bordo de un zepelín, y no era un hombre de ciencia como para saber bien de su funcionamiento y características, pero sabía que era tecnología punta. Un invento de los científicos de Lucrecio, que sabían de carbón y engranajes más que nadie en Gaia, pero también de aquella ciencia a la que llamaban física.
Sin duda, viajar a bordo de un zepelín debía de ser una emoción muy similar a la de aquel barco volador. Sin embargo, aquella embarcación no flotaba gracias a ningún gas, sino al propio poder de Alea y su mentalismo. Si aquello era más tranquilizador o preocupante, solo Galand lo sabía.
Bueno. Galand y, quizá, la propia Alea.
Durante el viaje, Alea insistió en que no podía utilizar ningún otro de sus poderes mentales sin arriesgar que cayera inconsciente y el barco se estrellase en caída libre. Una ocurrencia rara pero posible. Sin embargo, era capaz de usar las facultades que ser capaz de mantener sin esfuerzo en todo momento, como mover su propio cuerpo o hablar directamente a las mentes.
No pudo entrenar a Eldar durante el viaje, pero sí volar alrededor del barco y, ocasionalmente, sorprender a Galand. Era una mujer bastante fría y formal, pero tenía sus momentos, como casi todo el mundo. Galand la descubrió observando por una escotilla de cañón, flotando boca abajo, mirando a Galand solo con su tercer ojo, los otros dos cerrados, mientras el Artesano pasaba una piedra de afilar por el Legado de Verdantis.
Mohavo mantuvo su entrenamiento con Eldar, aunque se limitó a seguir haciéndolo a puño desnudo. Estaba ansioso por pelear contra Galand y medir sus fuerzas, pero Alea insistió en que no destrozaran el barco que, si bien carecía de especial valor, era su medio de transporte.
Mientras tanto, Galand dedicó una parte de su día a imbuir el huevo de dragona con parte de su propia reserva de Zeon, tal y como Oros le había enseñado antes de partir. Una parte insignificante, pero con el paso del tiempo el huevo parecía más… hambriento. Aun no sentía nada especial, salvo el hecho de que el huevo estaba imbuido con su esencia, y cada vez un poco más.
* * * *
Finalmente llegaron a la isla de Baho. O al menos, se acercaron lo suficiente. Alea esperó a que fuera de noche e hizo descender el barco antes de que la isla fuera visible. Ella, sin embargo, parecía saber exactamente que estaba al frente. El barco avanzó sobre las aguas hasta un pequeño acantilado desierto, y desde ahí bordeó hasta la entrada de una cueva. Cuerdas y anclas situadas al comienzo de la misma volaron hasta el barco, amarrándolo, y en cierto modo, secuestrándolo. El ancla bajó con un siseo metálico, hasta que con un golpe sonoro la cadena vibró y dejó de moverse, habiendo tocado fondo. Galand nunca había visto un barco fantasma, y aquello era uno, aunque fuera gracias a la mente de Alea y no espíritus de piratas fallecidos.
Alea hizo volar a Mohavo, Galand y Eldar, moviéndolos por el aire como si fueran muñecos de trapo, y avanzaron por la cueva oscura hasta llegar a un pedazo de roca. Galand podía sentir la magia en ella, poderosa pero visible para alguien de su talento, y con un pequeño conjuro de luz pudo observar ciertos grabados que otros menos expertos podían considerar como tribales, pero que él sabía eran en realidad rituales de un hechicero.
Alea posó su mano sobre la roca y esta se convirtió en un aire de color grisáceo, y los cuatro pudieron avanzar a través. A sus espaldas, la roca volvió a hacerse sólida una vez Alea cruzó, la última. Una vez dentro, Alea los liberó de su movimiento mental, pues aquello era ya un pasillo que podían caminar y no un trozo de roca en la pared.
Una pequeña criatura parecía hacer guardia a ese lado, sentada en una silla. Del tamaño de un niño y aspecto humanoide, tenía cuatro hijos y cuatro brazos. Galand lo reconoció como un homúnculo, una criatura hecha de magia. Aquella era una creación, viva, de un hechicero. Y la magia en él, aunque guardaba familiaridad con la de Alea, no era suya. Aquello era de otro Devah.
- Su excelencia- dijo la criatura con voz aguda y algo animal, alzándose de la silla solo para proferir una profunda reverencia ante Alea.
Avanzaron por un túnel de roca, y Galand reconoció un conjuro que albergaba una mina de fuego, capaz de incendiar y colapsar aquel túnel con una explosión de llamas. Había otros hechizos, pero no era tan familiar con sus vías. Parecían pertenecer a diversos hechiceros, sin embargo.
Finalmente, una puerta de acero se abrió desde el otro lado, y otro homúnculo, con un solo brazo pero una larga cola y pequeñas piernas, les abrió el paso.
- Su excelencia- saludó con voz ahogada, haciendo una reverencia.
Cerró tras ellos.
Se encontraban en el lateral de una amplia sala, subterránea pero iluminada con magia de luz. Parecía ser un gran salón dentro de una majestuosa cripta. Con pilares a ambos lados sosteniendo la estructura, y casi cinco personas de altura, Galand podía observar a varias estatuas decorando los pilares. Algunas eran solo mármol tallado con habilidad exquisita, pero otras eran gárgolas de verdad, inmóviles pero que Galand sabía eran centinelas esperando a que una amenaza las hiciera moverse. Otro homúnculo, con tres brazos, una cola, cuatro patas y cuerpo redondeado, parecía barrer y fregar el suelo a la vez.
- Su excelencia- profirió haciendo una reverencia a Alea mientras el grupo avanzaba, dejando de trabajar durante unos instantes antes de continuar. Su voz era infantil pero pomposa.
Varias puertas de acero, iguales a la que Galand acababa de atravesar, se extendían por los laterales de aquella sala como ramas en un árbol. Unas escaleras conducían hacia arriba, en un extremo de la sala, y otras, en el lado opuesto, hacia abajo. Alea guió al grupo por dichas escaleras. Otra sala, amplia y alargada pero más estrecha y de suelo más bajo, estaba custodiada por ambos flancos. Una quimera con dos cabezas, un león humanoide y con cola de serpiente, un Oni, varias armaduras vivientes y una esfinge durmiendo en una esquina, como aquella que aguardaba en el vestíbulo del castillo flotante de Paris.
Todas ellas parecían calmadas, descansando y ajenas a la presencia de los visitantes, salvando por seguirles con la mirada. Un espíritu atravesó la estancia, ataviado con un florete en el cinto y una gabardina armada. Todas aquellas criaturas parecían estar controladas, como era habitual para un conjurador. Galand lo sabía bien, pues al margen de Paris y su forja flotante, la mano derecha del príncipe era una mujer de talento comparable a Galand, aunque en el área de la convocatoria, y en su primer encuentro con su hijo un elemental de aire y uno de piedra sirvieron como amenaza mientras el Príncipe inquiría sobre las intenciones del Artesano perdido durante dos siglos.
Una enorme puerta de hierro, pero cargada de magia, yacía cerrada al final de la sala. Al acercarse, la misma comenzó a moverse, levantando sus pesadas barras de metal y abriéndose lo suficiente como para dejarles pasar. Una luz tenue y sobrenatural iluminaba un trono, simple pero bello, de mármol blanco. Una enorme estatua viviente se alzaba tras él, custodiando, y varias gárgolas se alzaban en la penumbra de las paredes, casi a la altura del techo.
En el trono, un hombre viejo y decrépito vestía una larga túnica. Su barba blanca llegaba hasta el suelo, donde se enroscaba como una serpiente. Su tercer ojo en la frente era visible. Casi parecía un cadáver, pero Galand sabía bien que aquello debía ser un hechicero y convocador de terrible poder, y seguramente el más antiguo de todos los Devah con vida en la faz de Gaia.
- Sean bienvenidos… al último refugio habitado de los Devah en este continente- dijo con un hilo de voz, moviendo los labios sin mover el resto del cuerpo, con la mirada clavada en algún punto del suelo. Su voz era pesada, cansada, y lenta. Costaba escucharle, y más aún entenderle-. Por favor, disfruten de nuestra hospitalidad. Mi nieta, la Princesa y legítima heredera al trono de los Devah, será vuestra anfitriona en aquello que necesiten. No abandonen el castillo de la superficie sin nuestra guía, por favor. Magia de ilusión salvaguarda este lugar, y preferiríamos evitar bajas entre la población local para evitar atraer la atención de Tol Rauko.
Una vez Mohavo y Galand hicieron manifiesta su conformidad, el anciano prosiguió.
- La Princesa se hará cargo de la… discusión diplomática y militar- consiguió decir a duras penas-. Galand Ul del Verdantis, Maestro Artesano y Creador de Maravillas, si me hiciera el honor de volver a visitarme, solo, una vez se haya asentado con su hijo en nuestros aposentos…
No pareció terminar la frase, aunque claramente lo había hecho. El hombre movió ligeramente la cabeza para mirar al Artesano. Pareció costarle notablemente. Sus tres ojos tenían el mismo brillo azulado, cargados de magia, vida y poder. Un contraste inesperado, pues su cuerpo seguía pareciendo el de un hombre moribundo que bien podía convertirse en polvo en un abrir y cerrar de ojos. Aquel hombre estaba vivo, pero Galand sospechaba que su edad sobrepasaba, con creces, su esperanza de vida natural, incluso para un miembro de su longeva raza.
Galand, mientras tanto, había pasado suficiente tiempo en aquella sala como para saber que era el Sancto Sanctorum de aquel anciano, como la sala de los huevos de dragón lo era para Oros en su isla. Sin embargo, a diferencia de Oros, el emperador Devah no había dicho su nombre.
El viaje en barco volador fue angustioso al principio, con Galand temiendo que, en el momento más inesperado, la princesa Alea perdería el control de sus poderes y se estrellarían sin más. Con el paso del tiempo terminó acostumbrándose a la situación, e incluso se permitió maravillarse del excelente paisaje que dejaban atrás en su viaje.
Aquel mar de nubes se le antojó maravilloso y apacible. Pensó que no le importaría vivir en su propia isla flotante, igual que Paris, en un lugar como aquel. Lejos de los problemas.
Tan solo durante el viaje se permitió el elfo fantasear con la posibilidad de una vida tranquila. Pero una vez llegaron a su destino y el barco descendió entre las nubes, Galand volvió a asumir aquel que era su destino. La guerra, el genocidio. Estaba seguro de su posición y de su bando, pero seguía buscando razones para justificar aquella matanza. Seguía necesitándolo.
Mientras se adentraban junto a Alea en aquella pequeña fortificación secreta, Galand se maravilló ante la gran cantidad de hechizos y criaturas que protegían aquel lugar. Los Devah se habían tomado muchas molestias para proteger aquel asentamiento subterráneo con todo tipo de medidas de defensa. Los que estuviesen detrás de aquello bien merecían elogio, y respeto.
Una vez se encontraron ante el emperador de los Devah, Galand realizó una marcada reverencia en señal de respeto. El elfo no pudo evitar advertir que aquel Devah era un hechicero muy poderoso, y que todos ellos se encontraban en aquel momento en su dominio, en su Sancto Sanctorum. Allí, sus más que increíbles capacidades se verían reforzadas hasta rozar… casi la divinidad.
Galand tragó saliva ante aquella revelación.
- Será un honor y un placer visitaros una vez nos hayamos instalado, Majestad – respondió Galand haciendo de nuevo una reverencia.
Galand pensó que el emperador deseaba algo de él. Quizá colaboración, información o consejo. Aunque en aquella situación negarse no era una opción, Galand estaba ciertamente intrigado por los intereses de aquel hechicero tan anciano y poderoso.
Nada más se instalasen él y Eldar, acudiría a la cita.
Galand no tardó en descubrir que aquel lugar era un mausoleo y cripta subterránea, carvado en la roca, tierra y cuevas subterráneas de la Isla de Baho. Era un lugar laberintico y sombrío, cuya única luz natural provenía de las grandes escaleras en la amplia recepción. El resto de luces venían de lámparas de luz eternas y conjuros de luz mantenidos. Pero Galand también observo como algún tipo de conjuro cubría todo el subterráneo, proporcionando un mínimo de luz en los lugares más oscuros.
Aquellos homúnculos patrullaban y cuidaban del lugar, mientras gárgolas y seres de la vigilia, controlados y posiblemente atados, lo custodiaban de cualquier posible ataque. El lugar rebosaba magia, y trampas, y resultaba sobrecogedor por la cantidad de Zeon que Galand casi podía respirar. No le costaría recuperar sus fuerzas en un lugar así.
Y sin embargo, Galand solo vio un tercer Devah, de pasada, mientras pasaba de un pasillo a otro con una túnica blanca y una espesa melena grisácea. Alea parecía ser la única persona realmente presente en aquel lugar, pero Galand sabía que aquello debía ser la fortaleza de todos los Devah, y contener la magia de todos ellos. No debían de ser más de una o dos decenas, como mucho, y con sus números no podían hacer otra cosa más que atrincherarse en aquella fortaleza, pero desde luego parecia más encantada que Sylvania o el castillo volador de Paris.
Más allá del subterráneo, aquello era un pequeño castillo en medio del bosque, oculto con magia de ilusión. Galand notaba algo raro en aquella magia, y aunque la ilusión no era su especialidad, tras un determinado escrutinio descubrió que la ilusión debía albergar una ilusión dentro, como la segunda capa de una cebolla, y que la magia misma estaba oculta. Al propio Galand le costó descubrir las hebras que la componían.
Y aun así, aquel pequeño castillo parecía casi desierto. Sin eco de pasos de homúnculos, o el suave gruñir de una bestia. Solo el viento y las hojas de los árboles. Los aposentos de Galand, Eldar y Mohavo estaban en los subterráneos, en un angosto pasillo. Sin ventanas, con una puerta de hierro, y carvados en la pared, Galand sospechaba que en realidad eran celdas que habían embellecido con una cama adecuada, un escritorio con papel y tinta y un baúl.
Una vez de nuevo en la sala del trono, tras atravesar a la esfinge, el Oni, y los demás seres que hacían de centinelas, pudo observar de nuevo al anciano, sus gárgolas, y su armadura viviente a las espaldas. Seguía pareciendo decrépito y huesudo, pero sus ojos seguían desbordando puro Zeon.
- Galand Ul Del Verdantis- dijo lentamente, arrastrando las palabras con un deje extraño-. Acérquese, y déjeme observarle bien, si fuera tan amable.
Meció ligeramente su cabeza, dejando que el cabello descubriese su tercer ojo en la frente. El iris se fijó en Galand como un clavo golpeado por un martillo, y el artesano no pudo sino sentirse incómodo. No era ningún ser de entre mundos, pero sabía bien que el tercer ojo de un Devah podía ver tu alma desnuda.
El anciano observó a Galand un tiempo que al Sylvain se le hizo eterno, y finalmente habló.
- Fascinante- concluyó arrastrando la primera sílaba, como cansado-. Mi nieta me advirtió sobre su hijo, su cría de dragón, y su baile de espadas. No tenía sentido que el apellido Ul Del Verdantis estuviera asociado con ello. Temo decirle que su verdadero nombre Sylvain es Galand Ul del Sylvanus.
Un silencio sepulcral reino en la sala. Quizá fuera solo un segundo, pero pareció una vida entera.
- Saelua- Galand abrió ojos, atento-elomvra-sus pupilas se dilataron-denferro- sus músculos se tensaron- efinlho- su sangre hirvió-ansylvan-certeza y orgullo inundaron su mente-noberagalden.
Su voz, hasta ahora anciana y ajada, habló con gravedad y fuerza, retumbando en los oídos de Galand. La larga palabra salió de sus labios como cualquier otra, pero el Sylvain no pudo sino sentir como su corazón latía desnudo y toda su vida yacía ante sus ojos. Galand sabía que él era un Sylvain, y que los nombres no tenían ningún poder especial sobre él. Pero también sabía que aquel era el nombre de su alma, hoy.
- Mi nieta afirma que ha hecho un pacto con usted- comentó con su lenta y pesada voz de anciano, pero la yugular de Galand seguía tensa frente a aquel nombre-. La verdadera esencia de su hijo a cambio de reactivar nuestro Templo de las Tormentas. Dicho altar, dicha…- arrastró su voz un momento, pensando- maquinaria, alberga el poder de convocar al Aeon Rudraskha, Señor de las Tormentas…
Galand sabía de los Aeones. Seres que cubrían la distancia entre las criaturas de la vigilia y los Dioses en si mismos. De pequeño había escuchado cuentos infantiles sobre Bóreas, Señor de los Cuatro Vientos, el ave eterna creado por la Beryl Urial.
- … y su primo necesita de su fuerza para reactivar la El Ojo de Dios, Logia Perdida que usaremos como arma en esta guerra.
Galand escuchó, pero primo fue la palabra que nubló las demás.
- Me preguntaba si estaría dispuesto a sellar ese pacto con sangre.
Palabras graves y peligrosas, aunque Galand estuviera distraído.
Saelua-laluz-elomvra-ysombra-denferro-dehierro- efinlho-yfilo-ansylvan-unsylvain-noberagalden-nobleza¿?¿?
Galand no entiende la última parte de la palabra. No sabe hablar el idioma de las demás, ni lo reconoce, ni podría pronunciar las palabras, pero entiende su significado al oirlas como entiende Latín o Ailish, Ultwe'alariel o Elium lacrimae.
Galand paseó por los llenos de magia y a la vez solitarios pasillos de la fortaleza subterránea de los Devah. El eco de sus botas resonaba por el suelo pulido, convirtiéndose en su único acompañante mientras se dirigía hacia el Emperador.
¿Qué querría de él el anciano? Galand no hacía más que preguntárselo, ponderando sobre las distintas posibilidades. Supuso que se trataría del asunto por el que la Princesa Alea lo había invitado allí. Algún asunto personal de los Devah que el Emperador deseaba hablar en privado.
No se imaginaba cómo iba a ser su encuentro a solas con el anciano.
Y jamás podría haberlo adivinado.
Cuando Galand escuchó aquella larga y enrevesada palabra todo cobró un extraño significado. El Emperador había desnudado su misma esencia y se la había mostrado, como el reflejo de uno mismo en el espejo.
La experiencia fue impactante, por lo que el elfo necesitó unos largos segundos para procesar lo que acababa de descubrir.
¿Sylvanus? ¿La familia real? Imposible… Él tan solo era hijo de un par de artesanos, ¿verdad? Sus padres… jamás hicieron referencia a aquello. El Príncipe… si él lo supiese se le habría dicho, ¿no?
Galand quería protestar, decir que aquello no tenía sentido, que el Emperador debía de haber interpretado algo mal.
Y, sin embargo, se sentía incapaz de hacerlo. Su mente racional quería encontrar una falla en aquella revelación, pero su alma sentía que era todo cierto.
- Disculpadme Majestad… - dijo Galand cuando el Emperador terminó de hacer su oferta -. El nombre que me habéis revelado… no me lo esperaba. Cambia muchas cosas. Me siento… impactado…
El elfo respiró hondo, tratando de serenarse.
- El Templo… sí… Por lo que decís, es una pieza crucial en nuestra estrategia para la Guerra. Os asistiré, sin duda. Respecto al pacto de sangre… - era un asunto muy peligroso, palabras y juramentos que no podían revocarse -. Imagino que es para proteger vuestro poder y conocimiento, la propia naturaleza del Templo de las Tormentas.
Galand no se sentía especialmente capaz de negociar en aquel momento.
- ¿Cuáles son las condiciones?
El Anciano Devah taladró a Galand con su mirada Azul Zeón. Tras una brevedad que a Galand le pareció una eternidad, aquel hombre que desafiaba a la vejez habló.
- Sois un sabio hechicero, Artesano, pues pactos de sangre hay muchos, pero ninguno común ni trivial- tras sus palabras, arrastradas por sus labios como si fueran arena, áspera e incómoda, hizo una pausa que parecía más fruto de sus pesados pulmones que algo intencional-. No sería justo que un anciano Devah pusiese su vida sobre la mesa frente a la de un joven y prometedor Sylvain. Pero aunque más viejo y marchito- intentó esbozar una sonrisa, pero los pliegues de su piel la hicieron parecer más tétrica que conciliadora, pese al pausado y sosegado tono de su voz-, sigo siendo fuerte.
Un conjuro de Zeón se materializó de la nada, usando la propia capacidad del anciano para ordenar y moldear el Zeón del ambiente. Una mano azulada pero vacía, parecida a la de un genio de la vigilia que ansía vivir en los desiertos de Gaia otorgando deseos amañados, brotó en el aire. La mano señaló a la cabeza del Devah con el índice y después lo plegó en un puño. Levantó el pulgar a modo de asentimiento y se esfumó. Debió ser una broma, pues la tétrica sonrisa del Devah permanecía en su rostro, indicando cuan desconectado del año 990 después de Abel estaba aquel anciano sentado en el trono de su cripta.
- Si uno tomase la decisión de no cumplir con su responsabilidad, o la postergase excesivamente pudiendo dedicarle su tiempo y esfuerzo, se debilitaría progresivamente. Aquello que ha aprendido se iría esfumando, y sólo volvería conforme vuelva sus esfuerzos a la tarea en cuestión. Cualquier pacto de sangre posterior, por supuesto, estaría supeditado a este. Una vez cumplida la tarea, el hechicero habrá cumplido su parte del pacto y será libre de este. La otra parte seguirá sujeta a él hasta que la satisfaga.
El hombre calló, pero deliberadamente volvió a hablar cuando Galand fue a mover los labios.
- Creo que sois un Sylvain honorable, Artesano. Para su juventud considerando la esperanza de vida Sylvain, goza usted de talento, dedicación y resultados envidiables para muchos. Nada sorprendente para quien conozca su verdadero nombre, pero sí para los demás. Por ello, era inevitable que sus aptitudes y actitud llegaran a mis oídos. No veo- sus ojos destellearon levemente con aquel océano de Zeón que los bañaba- nada que me haga pensar lo contrario, pero soy demasiado antiguo para ciertas sutilezas diplomáticas. Entiendo que es un gran compromiso, pero el Eón de las Tormentas es clave para esta guerra, la supervivencia de mi especie depende de nuestra victoria, y creo que si alguien puede resolverla, con nuestra ayuda, es usted- Galand sintió como el aire le faltaba, incapaz de respirar por un instante conforme los ojos de aquel hechicero miraban en lo más profundo de su alma-. Además, usted es realeza no reconocida, pero si no recuerdo mal, sus primos no tienen descendencia todavía. Convendría saber quién o qué es exactamente aquel a quien usted llama Eldar.
Galand no pudo evitar sentir una oleada de calor, y la necesidad de respirar rápidamente, pero estaba bastante seguro que aquello no tenía que ver con las capacidades de aquel Devah, sino con el contenido de sus palabras.
Demasiada información, demasiado importante, en demasiado poco tiempo. Muchos demasiados en aquella estancia subterránea, en compañía del Devah más antiguo y poderoso que Galand había presenciado jamás.
Y un pacto de sangre. Uno altamente vinculante, uno que lo ataba a aquella tarea hasta que la completase.
Galand tomó aire, había estado conteniendo la respiración durante toda la explicación del anciano Devah.
El Eon de las Tormentas, la identidad de Eldar y de sí mismo… Necesitaban todas las bazas que pudiesen reunir para la guerra. Necesitaba saber la verdad sobre su hijo y sobre sí mismo. Trabajando con los Devah podría averiguar más. Era, sospechaba, un asunto en el que ni el Príncipe le podría ayudar. Porque si el Príncipe hubiese conocido su naturaleza, se lo habría contado a Galand, ¿verdad?
- Acepto el Pacto, Majestad. La verdadera Esencia de Eldar, por la reactivación del Templo de las Tormentas – las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiese siquiera meditarlo con calma, traicionando a su propia templanza.
Necesitaba saber la verdad. Una verdad lo suficientemente profunda e importante como para transformar su consciencia de sí mismo. De lo que era, de lo que había sido, y de lo que sería en el futuro.
- Tendremos que ponernos a trabajar cuanto antes. Necesitaré que vos o que la Princesa me pongáis al día de vuestro conocimiento sobre el Templo de las Tormentas. Si disponéis de pergaminos o tratados sobre su funcionamiento también me gustaría verlos.
En aquel momento, Galand necesitaba mantener la mente ocupada. El trabajo sería una buena distracción.
- Por supuesto- se limitó a decir el anciano con voz pesada.
El Devah murmuró unas palabras, y un torrente de Zeón se arremolinó entre ambos hechiceros. Adoptando la forma de una calavera flotante, pequeña, rojiza y translúcida, pero con dos rostros. Uno apuntando hacia cada hechicero. Las mandíbulas se abrieron, y una gota de hambre emergió de la mano de Galand. Otra, respectivamente, del anciano.
Las gotas flotaron por el aire, desplazándose hacia la calavera hasta que la alcanzaron y esta pudo engullirlas. Con un destello rojizo, la calavera chirró y se fragmentó, saliendo despedida hacia ambos hechiceros. Impactó a Galand en un pectoral, desapareciendo salvo por un ligero ardor. Al mirarse, Galand vio una pequeña mancha negra con forma de calavera sobre el músculo. Al alzar la vista, sorprentemente, observó como de bajo los ropajes del anciano sobresalía un humillo grisáceo a la altura del cuello, presumiblemente de su propia marca.
Galand no tenía tal humo, pero su cuerpo era más joven. El anciano no hizo mención alguna.
- Comencemos, pues...- se limitó a decir el anciano, que en lugar de levantarse, bajó ligeramente el rostro y pareció quedarse dormitando.
La armadura animada tras él, sin embargo, comenzó a andar con pasos lentos pero seguros hasta alcanzar a Galand.
- POR AQUÍ- dijo una voz desde el interior de la armadura. Era una voz grave y metálica, pero recordaba a la del anciano pese a la distorsión y ser claramente mucho más sonora.
La armadura y Galand avanzaron por los pasillos. Galand no tardó en darse cuenta de que el anciano Devah debía de estar poseyendo esa armadura en el más conservador de los casos, pues las criaturas de entre mundos que custodiaban aquel castillo de repente parecían dedicarle un profundo respeto, respetando las distancias.
El armatoste, frente a un muro cualquiera de la cripta, alzó la mano y con un destello de Zeón azulado hizo que una ilusión se desvaneciese, dando paso a una gran grieta en la pared que conducía a un pasillo circular grabado en la roca. Avanzó frente a Galand, desencantando varios conjuros de protección, entre los que Galand reconoció una mina de fuego, y finalmente se topó con una puerta circular sellada. Pegó la mano de metal junto a la misma, y varios sellos desaparecieron. Los cierres de metal comenzaron a girar, y finalmente desvelaron la estacia a la que entró sin demora.
* * * *
Galand se dio cuenta en seguida que aquella obra de construcción e ingeniería le venía grande. Como le vino grande al emperador Devah, a su nieta, y al resto de su raza. La única ventaja que Galand tenía, es que él no era sólo un hechicero, sino un maestro de forja.
Las paredes de hierro se alzaban dentro de aquella cueva, cubriendo la roca completamente. A todas luces, aquella habitación podía haber estado en cualquier lado, ya fuera en un castillo de Gabriel o en la fortaleza flotante de Paris. Sin embargo, era enorme. Con un techo y profundidad difíciles de vislumbrar, seguramente para que el Aeron pudiera caber en aquella estructura. Aún así, Galand se dio cuenta rápidamente que aquella estructura acababa en una cúpula, y que diversas placas de metal se unían entre si para sostener el techo.
- Arriba hay más roca. Suficiente para que nadie se de cuenta, y suficiente para que el Aeon rompa el techo de retirarse la cúpula- dijo la armadura. Galand reparó en que, a través de aquel "cuerpo", el emperador Devah no tenía la necesidad de hablar a la velocidad que sus fágiles pulmones le permitían-. Aquí está nuestra investigación.
Sobre una pared, de forma improvisada pero meticulosa se alzaban estanterías y mesas de trabajo. Había una estación completa de forja, pero también otra de alquimia, y una dedicada al estudio de encantamientos y runas. Galand reparó en el polvo de algunas superficies, pero también como muchas zonas habían sido usadas recientemente, azuzados por la guerra y la necesidad de activar el Ojo de Dios.
Diversos pilares se alzaban en diversas partes del suelo, componiendo un amplio círculo. Hendidudas en el suelo, como canales de agua o desagues, iban desde dichos pilares a una zona central, con un pequeño altar cuyo suelo estaba decorado con aún más desagues que confluían en un punto central.
Galand se dio cuenta en seguida en que los pilares correspondían a las vías de la magia, aunque había varios pilares que o bien correspondían al aire, o bien no pertenecían a ningún elemento. No podía estar seguro todavía.
Volviendo a la estación de tarbajo, ojeando varios libros, Galand reparó en que había numerosos tomos con anotaciones. Algunos en latín, otros en lenguas muertas que conocía como hechicero, pero algunos eran indescifrables y debían pertenecer al dominio Devah. Defensas, teorías, arquitectura... y Galand no tardó en darse cuenta de una horrible verdad. Aquella estructura era una mezcla de forja, ciencia y magia. Aquella estructura era antigua, como las reliquias de Salomón, y aunque no tenía pinta de ser ninguna de ellas en base a lo que Galand había escuchado sobre las mismas, era una forma de tecnomagia.
Galand no sabía nada sobre tecnomagia. Tampoco los Devah, seguramente, y de ahí que nadie hubiera podido activar aquella estructura todavía. Pero mirando de nuevo las zonas de trabajo, se dio cuenta que tanto la magia como la ciencia ya estaban ampliamente estudiadas a raíz del número de volúmenes. La zona de forja, en cambio, era bastante modesta, y con suerte sería el puente que hacía falta para unir ambas disciplinas.
Pero no iba a ser algo rápido.
El acto de sellar el pacto de sangre fue… perturbador. Galand conocía de la gravedad de firmar uno, pero nunca había tenido necesidad de concertar ninguno. Aquella primera experiencia, sumada a la oleada de nueva información que había recibido en aquel encuentro, le hizo temblar por unos instantes.
Sin perder tiempo, el Emperador poseyó una armadura para llevarlo hacia su zona de trabajo. Definitivamente no el Devah no tenía tiempo que perder, y así lo sintió Galand.
Siguió al Emperador por las entrañas del palacio subterráneo, observando con curiosidad como las criaturas sobrenaturales se apartaban a su paso, así como las múltiples defensas místicas que el Devah tuvo que anular para que ambos pudiesen llegar hasta su destino.
Galand permitió que su mente divagase durante aquellos cortos minutos sobre la naturaleza de la fortaleza subterránea. Pero el verdadero espectáculo, la verdadera maravilla, era la última estancia.
Cuando entraron en la enorme cúpula, Galand alzó la mirada y se sintió diminuto al atisbar poco más que oscuridad en lo alto. Los pasos de Emperador y Artífice resonaron por el gran vacío de aquel lugar mientras avanzaban hacia las zonas de trabajo.
El elfo tragó saliva mientras avanzaban, pensando que quizá se había embarcado en una tarea que iba bastante más allá de sus capacidades. Así se lo confirmó el pequeño rato que estuvo hojeando los libros en los que los Devah, y posiblemente otros, ya habían trabajado.
Parecía que su maestría en la forja era solo una de las varias piezas que necesitaban encajarse para resolver aquel titánico rompecabezas. A lo largo del tiempo, muchas mentes brillantes habían sumado su trabajo a aquel esfuerzo conjunto. Ahora era el turno de Galand.
Pensar que contaba con el apoyo de todo el esfuerzo pasado hizo sentirse a Galand algo más aliviado. No tenía que lidiar con aquella enorme pieza de tecnomagia por sí mismo.
- Tenemos mucho trabajo por delante… - comentó Galand a la armadura mientras seguía hojeando libros .- Será mejor que me ponga manos a la obra…
******
Durante los días posteriores, Galand estuvo pensando largo y tendido sobre las implicaciones de la revelación que el Emperador Devah le había hecho. No pensaba en ello durante las extensas sesiones de trabajo con el Altar de las Tormentas, pero era inevitable darle vueltas al asunto en sus ratos libres. Galand se preguntaba si sería adecuado hablar con el Príncipe respecto a la revelación que le había hecho el Devah. Se sintió tentado a preguntarle a través de su comunicación con Ilviel, pero no se atrevió. Era un asunto que, si sacaba a relucir, debía hablarse en persona. No a través de intermediarios, si no cara a cara.
Aquellos días intentaba distraerse hablando con Mohavo de prácticamente cualquier asunto. El Jayán se había convertido en lo más parecido a un amigo que Galand tenía en aquella fortaleza subterránea. Se conocían desde hacía relativamente poco, pero ya habían pasado por unas cuantas situaciones que los habían unido en cierto modo.
Tampoco se detuvo el entrenamiento de Eldar, ya fuese en combate o en hechicería. Galand supervisaba el progreso de su hijo mientras se preguntaba en secreto cuál era su verdadera naturaleza. ¿Qué le terminarían diciendo los Devah sobre el alma de Eldar? Era parte del trato, la razón por la que estaba trabajando en aquel titánico artefacto tecnomágico.
A pesar del esfuerzo de Galand, el progreso tenía lugar a un ritmo más bien relajado. Era seguramente le proyecto más ambicioso en el cual se había embarcado jamás, sin hablar de la guerra que estaba por venir. Durante ese tiempo, trató de hacer honor a la promesa que le había hecho al Príncipe de estrechar lazos con las demás razas.
Trató de entablar cierta relación con Alea. Se interesó por ella y por el legado de su raza. Por la vida que llevaban en aquella fortaleza subterránea y por sus historias y tradiciones. Era muy extraño hablar con la Devah, pero Galand quiso hacer el esfuerzo.
Tampoco desatendió durante aquellos días al huevo de dragón que se había traído consigo del hogar de los Turak. Seguía proporcionándole Zeon cuando se lo pedía, y preguntándose qué clase de dragón sería una vez eclosionase el huevo. Si algo sí que se atrevió a comunicarle al Príncipe a través de Ilviel es que se había vinculado con el huevo de los Turak. Ante la falta de una orden clara sobre el jinete de los elfos, Galand había tenido que tomar la decisión que le había parecido más apropiada en el momento.
Aunque estaba muy ocupado con su trabajo con el Altar de las Tormentas, Galand no había olvidado tampoco la promesa que le había hecho a Mohavo. Un día debían cruzar espadas. Se podría decir que Galand lo había estado intentando evitar, pero en realidad había estado tan distraído con el Altar de las Tormentas que no se había dado cuenta de que debía honrar su promesa con el Jayán en algún momento de su estancia.
El día llegó, tras una jornada especialmente provechosa. Galand se sentía más eufórico que cansado. Quizá era un buen momento. Fue a visitar a Mohavo a sus aposentos para plantearle el reto.
Galand tuvo tiempo de relacionarse con Alea y el resto de los Devah. Ninguno resultó ser particularmente normal o cercano, culturalmente hablando, con respecto a los Sylvain, o los humanos. Eran criaturas notablemente dotadas de intelecto y una innata cercanía con la vigilia y lo espiritual, pero su mente siempre parecía perdida o retorcida, de un modo u otro.
De todos ellos, el "Anciano", o el "Emperador" como lo llamaban los demás Devah, era el que hablaba con un discurso más comprensible. El resto parecían completamente absortos en su forma casi ritual de hablar haciendo referencia a las esencias, la identidad, o el nombre verdadero de uno, y sus frases siempre parecían dar círculos confusos sobre el posible significado trascendental o intelectual de la frase, y no el objetivo del mismo. "Pásame el libro de la derecha" hubiera sido más fácil que "Un Alquimista Devah agradecería un tomo sobre la esencia de las runas místicas, situado en el puesto de trabajo de un Artesano".
Alea, por lo menos, era la más joven de los Devah. Parecía particularmente poderosa, pero quizá fuera por exponer una fracción de sus poderes abiertamente. Conforme Galand hizo de la gigantesca sala del artefacto su zona de trabajo, Alea poco a poco fue mostrándose más relajada en su presencia. Acostumbraba a leer los tomos en el aire, mientras tanto ella como el tomo giraban lentamente en mitad de la estructura, suspendidos y meciéndose por los poderes de su propia mente. En alguna ocasión, Galand preguntaba a un Devah por un libro, y Alea lo hacía volar por la sala hasta Galand antes de que el Devah pudiera terminar su engorrosa explicación sobre cómo identificar al libro, en lugar de decir su nombre y su ubicación.
Eldar, que aún no sabía nada sobre el verdadero apellido y linaje de Galand, entrenó con él, y con Mohavo, y con Alea. El segundo se limitó al combate marcial, bloqueando los golpes de Eldar, desarmándolo, y como mucho, empujándolo o derribándolo. Eldar aprendió un poco, a la fuerza, pero Mohavo estaba muy por encima de su nivel, y aunque bien intencionado, no era un buen maestro. Quizá su forma de entrenar funcionase mejor con otros Jayanes.
Alea, en cambio, revisó cierta teoría mágica con Eldar, y, con suerte, sería capaz de reconocer algún conjuro de aire en el futuro. Sin embargo, su verdadero entrenamiento era duro de observar, pero importante. Cultivar la mente de Eldar, y la fortaleza de la misma. Alea insistía en que Eldar era especial, pero su mente era débil. Alea usaba sus poderes telequinéticos sobre Eldar una y otra vez. Tomaba control de su cuerpo y lo obligaba a quedarse quieto, o a moverse. Leía sus pensamientos, e indagaba en sus recuerdos. Jugaba con su mente, confundiéndole con cosas que veía o escuchaba pero no estaban ahí, y eran mero fruto de Alea. Incluso en alguna ocasión asaltaba directamente su mente, intentando dejarlo inconsciente.
Era difícil de ver, y Galand llegó a dudar sobre Alea, pero aunque una profesora dura, no era cruel. Alea no lo estampaba contra las paredes. No lo hacía apuñalarse a si mismo. No le hacía ver a su madre morir. Le hacía andar, o le hacía ver un Devah que no estaba en la habitación. La parte en la que alsataba su mente era difícil de digerir para Galand, pero no había otra forma de entrenarle, y Alea se preocupaba siempre por su bienestar y porque se recuperase en lugar de hacerle el cerebro picadillo.
Sin embargo, conforme más avanzaba el entrenamiento, Eldar más confiaba y apreciaba a Alea, pero Alea parecía cada vez más distante, y casi pareció suavizar su entrenamiento en lugar de subir la intensidad del mismo.
* * * *
Aquel día, Alea estaba suspendida en el aire, boca abajo. Con tres libros a su alrededor y tres huevos de dragón (los de Mohavo, Galand, y el suyo) ella explicó a Galand con una sonrisa que estaba "contándoles un cuento". "Uno a cada uno, por supuesto. Los dragones son criaturas muy celosas, Artesano".
Un Devah con gafas intentaba enseñar a Eldar a leer un libro en un idioma antiguo, pero el joven Sylvain parecía distraido, seguramente ante lo que se avecinaba.
Finalmente, las largas pisadas comenzaron a escuchase en la cripta contigua. Después, en el túnel. Finalmente, Mohavo, encorvado y agachado, entró en la estancia y se irguió con, alto como dos Devahs. Caminó por la estancia con una sonrisa. Cargaba su espadón con una mano. Un espadón que pesaba cientos de kilos, y que Galand confiaba en que, aunque pudiera cargar con una mano, tuviera que empuñar usando ambas para poder usarlo bien.
Se deshizo de su abrigo. Con unos simples pantalones de tela, su piel de roca, sus músculos de acero y sus tatuajes tribales quedaron al aire. De nuevo, Mohavo había sido un buen amigo. Cercano, noble, y de buen corazón. Pero Galand seguía pensando que una de sus manos bastaba para aplastarle el cráneo. Sentire algo ineguro y agitado en su presencia era prácticamente inevitable. Al fin y al cabo, era el humanoide natural más grande y fuerte que Galand había visto jamás.
- Pensé que nunca llegaría este día, Galand. Pero creo que no hay mejor lugar que este- comentó, echando un vistazo al enorme Altar de las Tormentas-. Me temo que mis discusiones con el emperador Devah han terminado, por lo que volveré con mi tribu pronto, a entregar el dragón a mi hija y prepararnos para la guerra.
Irguió su brazo a un lado, desatando el filo con él, aunque siguiera envuelto en su funda.
- Demuéstrame que sabe hacer el mejor guerrero de Nérelas- comentó-. Aquello que vi en el muelle hace meses fue poco más que un juego de niños para ti. Pero- sonrió de oreja a oreja- ahora tienes delante al Jefe de Guerra de los Jayán y a un Ángel Negro de Samael.
No era ninguna broma. Mohavo era el líder de los Jayán. Era su representante ante Samael, y parte del círculo interno del mismo. Probablemente era el equivalente de Nérelas, y Galand nunca lo había visto en acción.
"Solo dos cosas. Si algo fuera a golpear el suelo, las paredes, o la estructura, he cubierto la zona con un campo telequinético"
La voz de Alea resonó en la cabeza de Galand. Seguramente, también en la de Mohavo y los demás presentes.
Una armadura de metal viviente, la misma que el Emperador usó para enseñarle a Galand el Altar, entró discretamente en la estancia, pero se limitó a hacer guardia al lado del túnel que daba acceso a aquel templo.
Mohavo se acercó a Galand, encontrándolo a medio camino para estrecharle la mano. Al hacerlo, su otra mano estrechó su brazo por detrás. Sonrió de forma afectuosa, pero Galand no pudo evitar pensar en cómo aquel Jayán podría rompérselo como si fuera una ramita de abedul.
El Jayán se dio media vuelta y se distanció. Una vez a una distancia prudencial, agarró la espada no por el mango, sino por un quillón lateral. La misma permaneció enfundada y envuelta en tela. Pero adoptó una posición defensiva, y Galand reconoció en una fracción de segundo que aquella mole de carne sabía artes marciales. Por lo menos, una. No pudo reconocer nada por la posición, pero sabía que aquello no era una mera posición de defensa, sino una estancia marcial.
- Los pequeños primero- le provocó el Jayán con una sonrisa de oreja a oreja.
Aquellos días de entrenamiento para Eldar habían sido largos pero fructíferos. Galand sufría por su hijo, pero sentía que debía recibir aquella preparación si quería que estuviese listo para el futuro que le esperaba. Una guerra a gran escala entre los humanos y el resto de las razas…
Galand pasaba los días trabajando en el Altar de las Tormentas. Poco a poco había ido conociendo a los otros Devah que habitaban la fortaleza subterránea. No se podría decir que había entablado relaciones con ellos, pero al menos sí que sentía que conocía a la Princesa Alea algo mejor.
Aunque de forma algo lenta, Galand sentía que estaba estrechando lazos con aquella misteriosa raza. Necesitarían confianza si iban a enfrentarse juntos a toda la humanidad.
* * * * *
En el Altar de Tormentas, en aquel día señalado, Galand se sentía motivado. Superar el miedo a ser aplastado por las enormes manos de Mohavo era… difícil. Pero le había prometido al Jayán que cruzaría espadas con él. Era ya demasiado tarde para retractarse.
El campo de batalla estaba delimitado y protegido por las artes de Alea. Eldar estaba presente, supuestamente en medio de una clase, pero obviamente más atento al combate que estaba por venir. Incluso parecía que el Emperador había hecho acto de presencia mediante su armadura.
Todos querían ver lo que iba a suceder.
Mientras le estrechaba la mano a Mohavo con una sonrisa, Galand no pudo evitar sentir cierto pánico escénico. No sentía miedo de morir o de salir demasiado gravemente herido. No en un combate como aquel, entre amigos. Pero sí que había sospechado durante mucho tiempo que, probablemente Mohavo estaba por encima de él en cuando aptitudes físicas se refería.
De algún modo, Galand sentía que cargaba con el orgullo de los elfos en aquella demostración de combate. Se sentía incluso más nervioso que cuando había entablado combate con los Turak por los huevos de dragón.
No quería defraudar a nadie.
Por eso, cuando Mohavo lo invitó a atacar primero, Galand esbozó una tímida sonrisa.
- Gracias amigo, espero ser capaz de aprovechar tu oferta.
Tras una inspiración profunda, Galand liberó el poder de Ophiuco. Uno a uno, acompañados de sus característicos tonos metálicos, sus filos fueron materializándose a su alrededor. Danzando alegres al ritmo de una canción que sólo Galand escuchaba.
Con un ágil salto, Galand se lanzó hacia el frente, atacando desde varios ángulos con sus espadas danzantes.
Uso Liberación Absoluta para atacar de frente con todo lo que tengo. Gasto 3 puntos de ki por tres ataques directos, sin maniobra.
Motivo: Liberación Absoluta (Número de ataques)
Tirada: 1d10
Resultado: 3 [3]
Motivo: Ophiuco: Ataque 1
Tirada: 1d100
Resultado: 7(+260)=267 [7]
Motivo: Ophiuco: Ataque 2
Tirada: 1d100
Resultado: 71(+260)=331 [71]
Motivo: Ophiuco: Ataque 3
Tirada: 1d100
Resultado: 25(+260)=285 [25]
Mohavo sonrió de oreja a oreja, alto como la montaña que era, y arqueó su gargantuesco cuerpo aún más si cabe. Todo pasó en un par de segundos, a una velocidad inhumana, pero los élficos de Galand eran perfectamente capaces de capturarlo todo casi a cámara lenta. Al fin y al cabo, sus espadas danzaban igual de rápido.
Con un amplio movimiento, Mohavo desplazó su espada con una sola mano. Galand en seguida percibió que Mohavo era, en realidad, incapaz de emplear semeante mamotreto con una extremidad. Con su plena habilidad, al menos. Aquello pesaba cientos de kilos, y pelear contra Galand requería de una velocidad y precisión que de que el Jayán simplemente no disponía.
El primer golpe chocó contra el arma, aún vendada. Esto, a mayores, dificultaba la defensa de Mohavo. Pero aún así paró el golpe sin ninguna dificultad, con un simple bloqueo cuyo arco y velocidad desafiaban ligeramente lo que para un ser humano sería físicamente posible.
Mohavo redobló su sonrisa, pero esta en seguida se vio oscurecida cuando el segundo arco de su espadón no fue lo bastante rápido. A duras penas la base de la hoja, casi a la altura del mango, pudo desviar ligeramente la espada, lo justo para que no atravesara el corazón del gigante. Sin embargo, la espada de Galand se clavó en su pulmón izquierdo, y la espada atravesó el cuerpo del gigante de lado a lado, saliendo por la masa de músculo a la que Galand llamaría "espalda".
Mohavo borró la sonrisa de su rostro, pero sin emoción alguna desvió el tercer golpe, a tiempo, sufriendo sólo un rasguño en el brazo con que cargaba el espadón.
En aquel momento, Galand se dio cuenta de 3 cosas. La primera, que Mohavo, en realidad, no tenía la más remota idea de cómo usar una espada. Aquello, combinado con su estancia marcial, le hizo pensar que aquel hombre en realidad era un luchador mano a mano, y seguramente tuviera aquella espada por su calidad de artefacto místico. Galand no sabía qué capacidades tenía aquel arma, pero Mohavo hizo énfasis en su importancia, meses atrás, en la guerra que estaba por librarse. Pero era bastante obvio, que pese a la exquisita calidad del arma, una que superaba al mismísimo filo del Verdantis, aquello no era suficiente para compensar su falta de destreza con las armas.
Y aquello llevó a Galand a su segunda revelación. Incluso con los movimientos burdos de Mohavo, faltos de experiencia en el manejo de una espada, y faltos de la fuerza necesaria para enarbolar adecuadamente aquella arma, Mohavo se movía con la misma velocidad y capacidad defensiva que Galand. Parte de aquello se debía a la calidad del arma, que incluso en manos de un inepto servía de algo, pero la mera habilidad bélica de Mohavo, su capacidad para el combate en su forma más pura, era tan alta que incluso con la desventaja del arma y del peso había sido capaz de igualar a Galand.
Su primera parada lo confirmaba, pese a su terrible fallo garrafal al intentar bloquear el segundo golpe. Galand era un hombre sin suerte, tanto en su vida familiar como en la guerra, y estaba acostumbrado a fallar golpes que sabía que podía acertar, solo porque el destino parecía querer castigarle. Aquel era uno de esos golpes, pero esta vez fue Mohavo quien cometió un grave error y peleó muy por debajo de sus posibilidades. Y aquello le costó una espada en el pulmón.
Pero aquello le llevó a su tercera revelación. Mohavo, Ángel Negro de Samael y líder de los Jayán, había peleado con dos dificultades añadidas a propósito. Primero, dejó a Galand el primer golpe, aunque seguramente Galand hubiera sido más rápido que aquella mole de carne que enarbolaba un arma que era incapaz de emplear bien en combate. Pero intentar usar esa espada... quizá fuera práctica para la guerra, o quizá condesdencia para con el elfo. Era imposible saberlo.
El Jayán apoyó la espada en el suelo y, sin soltarla, abrió la palma de la mano en dirección a Galand, indicándole que parase mientras con el pulgar seguía sosteniendo el espadón. Con el pulgar. No era capaz de usarla plenamente en combate, pero estaba cerca, incluso con una espada en el pecho, lo cual le hacía aún más peligroso.
El gigante se miró el pectoral sin pestañear, sin el menor atisbo de preocupación o dolor. Completamente impasible, pese a la sangre que salpicaba su abdomen y su espalda. Cambió el espadón de mano, y se arrancó la espada del pecho, lanzándola de nuevo al aire tras mirarla unos instantes y sonreir.
Tras una carcajada afable, que pronto se convirtió en tos mientras la sangre brotaba de su pecho, volvió a empuñar de nuevo el arma con su mano más diestra, la derecha, y habló.
- Exactamente como me lo habían descrito- comentó satisfecho-. Eres un maestro de maestros, Galand. No me extraña que tu crío pelee tan bien a su edad- dijo señalando a Eldar-. He calculado mal, y este corte no me hace justicia- comentó con orgullo, mientras la sangre regaba el suelo-, pero es un corte justo. Me he defendido lo mejor que he podido. Con suerte o sin ella, poco importa si la Inquisición, o Tol Rauko, o el Séptimo Cielo me hieren así un par de veces.
Era una herida grave. Muy grave. Mohavo tenía una armadura de músculo encima, pero el daño era igual de real. Alguien como Galand, sin la misma cantidad de tejido o sangre en el cuerpo, hubiera comenzado a tener serias dificultades para pelear. Quizá incluso le hubiera sido imposible, considerando el dolor. Tal y como le pasó en el combate contra el Turak cuando este le cortó el abdomen. La herida de Mohavo parecía aún más grave. Era comparable en lugar de cuanto tejido había dañado, pero las tripas de Galand y el pulmón de Mohavo eran muy diferentes.
Hubiera sido fácil pensar que Galand, símplemente, era más pequeño. Pero Mohavo sangraba como un animal en un matadero, y aún así no parecía sentir dolor, y parecía moverse con casi plena facultad, aunque su tos y la sangre le delataban. Mohavo debía de ser capaz de aguantar cualquier tortura sin pestañear, y era mejor no pensar en cómo había desarrollado ese nivel de tolerancia al dolor. Pero sangraba, y además, aquel tercer arañazo en el brazo daba que pensar que, si seguía peleando así, acabaría perdiendo y gravemente herido.
- Creo que ambos sabemos como acabaría esto- comentó Mohavo, orgulloso pero sincero-, si seguimos así, al menos- comentó con una pequeña media sonrisa, ciertamente preocupante-. Si me permites curarme, subiré un poco la intensidad.
Alea preguntó de forma larga y exasperadamente compleja si era saludable intentar seguir con aquello, pero el Jayán parecía determinado a disfrutar de aquel combate en condiciones, como si fuese el mayor capricho que se daba en meses. Eldar tendió a las heridas del gigante con hechizos de luz... cuatro, para ser más exactos. Completamente sanado, aunque con la sangre aún visible, el gigante volvió a colocarse en posición. Pero esta vez, más cerca de Galand, a una distancia que le permitiría acercase a Galand lo bastante para golpearle, de tener la oportunidad.
- Tu turno otra vez, Artesano- comentó con orgullo-. Pero esta vez te enfrentarás a mi carne, y no un instrumento que no fue diseñado para mí- advirtió, componiendo la misma postura marcial defensiva, y aún con la mano derecha aferrada a aquel espadón-. Y te pediría ver algo de tu magia, sé que la gente como tú es más peligrosa cuando mezclan sus músculos con sus hechizos. Pero a cambio, después, si me lo permites, quiero que me des la oportunidad de probar tus propias defensas.
Mohavo sonrió, y Galand no pudo evitar sentir algo de miedo. Si aquello hubiera sido un combate real, pedirle a Galand que se dejara atacar hubiera sido hacer trampa, pero del mismo modo que Mohavo se estaba dejando atacar sin intentar siquiera llevar la iniciativa, por difícil que fuera para alguien de su complexión cargando ese arma, Mohavo también parecía considerar aquel combate como demostración controlada de poder. Era difícil para gente como Galand y Mohavo enfrentarse hasta las últimas consecuencias sin jugarse seriamente la vida. Incluso en el combate por el huevo de dragón, aunque arriesgando la muerte, se les permitía rendirse en lugar de ver qué podría llegar a pasar.
Sólo te puedo decir que su segunda tirada de defensa, contra 331, contando el penalizador por denfensa adicional, el peso del arma, la falta de competencia con el arma, estar cubierta por la tela, y el nivel de pifia, la tirada no ha llegado ni a Absurdo, y que en tu tirada de crítico has sacado 94. Eso sí... 0 penalizadores por dolor, solo un penalizador por el daño físico como tal, que se acaba de curar.
Te cede la iniciativa para que le ataques. Si le cedes la iniciativa al siguiente turno, te va a atacar, sino tira iniciativa para el turno siguiente.
Tirada oculta
Motivo: Parada
Tirada: 1d100
Dificultad: 267+
Resultado: 45(+260)=305 (Exito) [45]
Tirada oculta
Motivo: Parada
Tirada: 1d100
Dificultad: 331+
Resultado: 2(+230)=232 (Fracaso) [2]
Tirada oculta
Motivo: Nivel Fracaso
Tirada: 1d100
Resultado: 63 [63]
Tirada oculta
Motivo: Parada 3
Tirada: 1d100
Dificultad: 285+
Resultado: 55(+210)=265 (Fracaso) [55]
Tirada oculta
Motivo: Crítico
Tirada: 1d100
Resultado: 94 [94]