El guerrero Turak pestañeó ante aquel estallido de luz. Para sorpresa de Galand, sus ojos, con iris negro y afilado cual felino, seguían perfectamente enfocados, como si aquello no hubiera sido más que encender una lámpara. Y sin embargo, las espadas de Galand volvieron a clavarse en el dracónido.
La primera espada le atravesó la junta de la armadura en el cuello, pero su escudo de Zeon la repelió con una salpicadura de sangre antes de que hiciera estragos. La parte fronta de su armadura se tiñó con la salpicadura, al tiempo que la segunda espada se clavaba bajo los pectorales, sobre el hombro, cortando horizontalmente antes de que sus alas de Zeon la repeliesen. Con un aspaviento de su propio mandoble, el Turak repelió la tercera espada bastarda con un simple pero rápido movimiento. La cuarta espada, si bien golpeó al Turak, rebotó contra su hombrera.
Entonces el guerrero bramó con todos sus pulmones, y el rugido sobrecogedor arañó los tímpanos de Galand mientras la lengua fíbida del dracónido serpenteaba con la mandíbula abierta. Las gemas de su armadura se encendieron con un tenue brillo, y una suave aura azulada comenzó a emanar de la armadura, fundiéndose en el aire. Galand reconocía la magia embuida en la armadura, y cómo el Turak sacrificaba sus propias reservas de Zeon a cambio de algo.
Por otro lado, su mandoble adquirió un brillo al rojo vivo, cual espada en pleno proceso de forja, candente, si bien Galand no sintió calor, sino, de nuevo, Zeon. Una cola de dragón hecha de aquella energía de la corriente de almas manó de las juntas del guantelete del guerrero, donde este se perdía en su piel antes del guardabrazos. La cola se enroscó sobre el pomo del mandoble, inyectándole Zeon. Una pequeña cabeza de dragón, apenas ojos y un hocico, se asomaron a lo largo de la empuñadora, sobre la mano del Turak, mientras que unas alas se alzaban en las guardas de los lados. De nuevo, meras proyecciones zeonicas.
Y entonces, cuando sus artefactos manifestaban su verdadero potencial, el aura del Turak se hizo ligeramente visible, con un brillo amarillento manando bajo la armadura y sobre su rostro. Entonces, pese a que debiera ser imposible, pues el Turak se había puesto en guardia, las alas zeónicas de su espada aletearon, empujándose a si misma, pese al guerrero que la sostenía, en un movimiento magistral que sólo podía verse en los momentos más caprichosos del destino y las fantasías más salvajes de una leyenda. Un ataque de un calibre que, como los golpes del Príncipe Nérelas, desencadenaban olas de energía por el aire que desplazaban, desafiando la capacidad del espacio para acoplarse frente a su talento.
Galand sintió algo más. Cierta energía, cierto ímpetu, cierta motivación que transgredía los límites de su habilidad. Un brillo en los ojos del dracónido. Pero el Ki ambarino desapareció del rostro del dragón, así como de las juntas de su armadura, y aquel ápice de heroicidad en su máximo esplendor desapareció, dando de paso de nuevo a un soldado eficiente y regio. Sus heridas, sin embargo, que habían sangrado más en los últimos segundos que en el resto del combate, volvieron a hacerlo con lentitud. Y aún así, su armadura y su mandoble seguían brillando, mientras el filo de esta se abalanzaba contra Galand.
Mientras tanto, el dragón suspiró, y su aire, cargado de magia, teletransportó de nuevo Oros, el chamán. Donde antes estaba refugiado bajo la zarpa del dragón, ahora lo estaba sobre so hocico, en una posición privilegiada. Quizás, incluso el propio dragón había subestimado la velocidad de Ephiel, lo escurridizo del mismo, y sus artimañas. El dragón descargó su pesada pero rápida zarpa derecha contra el acróbata, pero este se limitó a saltar, escurriéndose entre los dedos del dragón, girando sobre si mismo y abrazando su lanza, mientras la zarpa abarcaba en horizontal todo el espacio posible para que ningún humano corriente pudiera esquivarla. El dragón apretó la mano, intentando atrapar a Ephiel, pero el Duk'Zarist ya estaba en el lado del torso, y antes de tocar el suelo clavó su lanza entre las escamas del dragón, aferrándose al metal para, en horizontal, y usando su Ki para cambiar su centro de gravedad, situarse de pie en la zarpa del dragón, que yacía apretada en un puño y paralela al suelo. El Duk'Zarist se limitó a mirar al dragón, con el rostro ligeramente ladeado hacia Galand, conteniendo su próxima acción en base a la reacción del artesano.
Galand no sabe si le ha metido un crítico o no, pero... probablemente el primer golpe haya generado un checkeo de crítico. Y quizá el segundo. Le ha bajado la vida por debajo de la mitad seguro, pero no sabe si más de tres cuartos. Sea como fuere, ha usado Curación por Ki y vuelve a estar por encima de la mitad de la vida.
Galand no sabe qué hace el efecto azulado de la armadura, más allá de que está relacionado con el Zeon. El mandoble, sin embargo, drena Zeon del usuario y a cambio parece poder pelear por si misma, aunque su usuario esté a la defensiva. Si el ataque de 440 es cosa del mandobe o del Turak, y si el Turak ha usado Ki más allá de Curación por Ki o no, Galand no lo sabe.
Dicho eso, el Ataque Final del Turak es de 440 con un Mandoble. Aplica un -3 a la TA y el 100% del Daño sería 130. Tras dicho ataque, comienza el siguiente Turno, y es el turno de Galand pues Ephiel retrasa su acción.
(Estoy considerando, sea oficial o casero, que las tiradas no pueden superar el valor de 440, por lo que una tirada de 743 seguiría siendo 440, como la proyección Zen predeterminada).
El guerrero Turak no solo había sobrevivido a las acometidas de Galand, si no que contraatacó con un poderoso ataque de su mandoble que amenazó con segar la vida del elfo.
Galand apenas tuvo unas milésimas de segundo para juzgar la trayectoria de aquel tajo. Dirigiendo su escudo de espadas espectrales con rapidez, trató de detener el ataque. Pero el ataque era demasiado certero, demasiado demoledor.
Atravesó sus espadas como si ni siquiera estuviesen ahí, abriéndose paso a través de unos obstáculos inexistentes. El ataque casi lo partió por la mitad, desparramando su sangre por el campo de batalla. Si no fuese por la magia que usaba Galand para fortalecer su propia vitalidad, estaba seguro de que habría terminado brutalmente asesinado por aquel último ataque. Pequeños hilos dorados comenzaron a tejer sus heridas, regenerándolo a un ritmo vertiginoso, pero insuficiente dada la situación.
Se planteaba ahora una elección ante Galand. En el estado en el que se encontraba era completamente imposible resistir otro ataque como aquel. Estaba al mismo borde de la muerte.
Seguir con aquel combate después de que el Guerrero Turak desplegase todo su poder era imprudente. Estaba arriesgando su vida. Pero si se rendía en aquel momento, si fracasaba… no conseguiría un huevo para los Sylvain. Y probablemente Ephiel no lo conseguiría para los Duk’Zarist.
Pero Galand no podía doblegar con fuerza bruta a aquel titán. Su escudo mágico repelía sus ataques con relativa facilidad, evitando que cualquiera de sus ataques resultase mortal. Estaban bastante parejos en habilidad, lo cual dificultaba enormemente la tarea de Galand. Tampoco podía retirarse sin más, ofreciéndole la espalda a su contrincante.
Si quería seguir combatiendo, estaba completamente acorralado. Y no podía dejar que Ephiel dejase desatendido a Oros. Un conjuro del hechicero podría ser suficiente para dejarlos fuera de combate o incapacitados de algún modo. Casi había sido una bendición que lo hubiesen podido mantener entretenido hasta aquel momento.
Si no podía retirarse, Galand lo pondría todo en un último ataque desesperado. Alzó por primera vez la voz en aquella batalla, su letanía resonando con un tono metálico.
- ¡Invoco tu poder, Prima donna! - extendió una mano a un lado, y se manifestó en el aire su fiel espada. A espaldas del elfo, como alas de acero, el resto de filos se manifestaron también. 10 filos de calidad legendaria, reluciendo a espaldas de Galand.
La canción de acero de Galand se intensificó, a medida que cada filo tañía su nota en perfecta harmonía con los demás.
El daño final es 182, más que suficiente para crítico. Me tomo la libertad de lanzar el nivel de crítico del Turak para agilizar los cálculos.
El Nivel de Crítico final del ataque es 219 (lo que pasa de 200 se reduce a la mitad).
El resultado final es un crítico "leve" con -17 a toda acción que recupero a 5 por asalto. Con mi nivel de Regeneración 16 también recuperaré 10 PV por turno.
Para mi siguiente turno voy a acumular 60 de Zeon puro.
Ataco de nuevo con Liberación Absoluta Mejorada. Hago 10 ataques por 20 de ki, 200 de Zeon y 1 de Cansancio. Técnicamente el ki lo podría haber acumulado, pero con el daño del ataque anterior habría perdido el Zeon. Así que siéntete libre de aplicarme las consecuencias que creas necesarias.
Para mi primer ataque voy a gastar 3 puntos de destino, para sumar +60. -2 TA Daño base 90.
Me reitero en que esta secuencia de ataques ha sido una serie de catastróficas desdichas xD
Al final de mi turno recupero 10 PV y reduzco el penalizador de crítico a -12. Actualizo mi ki, Cansancio y Zeon.
Motivo: Proyección defensiva (Escudo Perfecto)
Tirada: 1d100
Resultado: 36(+235)=271 [36]
Motivo: Nivel de Crítico
Tirada: 1d100
Resultado: 56(+182)=238 [56]
Motivo: Resistencia física
Tirada: 1d100
Dificultad: 219+
Resultado: 92(+110)=202 (Fracaso) [92]
Motivo: Liberación Absoluta
Tirada: 1d10
Resultado: 2 [2]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 1, 3 Destino)
Tirada: 1d100
Resultado: 58(+303)=361 [58]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 2)
Tirada: 1d100
Resultado: 31(+260)=291 [31]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 3)
Tirada: 1d100
Resultado: 66(+243)=309 [66]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 4)
Tirada: 1d100
Resultado: 64(+243)=307 [64]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 5)
Tirada: 1d100
Resultado: 7(+243)=250 [7]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 6)
Tirada: 1d100
Resultado: 12(+243)=255 [12]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 7)
Tirada: 1d100
Resultado: 66(+243)=309 [66]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 8)
Tirada: 1d100
Resultado: 1(+243)=244 [1]
Motivo: Nivel de pifia
Tirada: 1d100
Resultado: 90 [90]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 9)
Tirada: 1d100
Resultado: 5(+243)=248 [5]
Motivo: Liberación Absoluta (Ataque 10)
Tirada: 1d100
Resultado: 62(+243)=305 [62]
Los filos de Galand se alzaron en el aire, perfectamente coordinados, recordando a un halo tras Galand. Amenazantes, apuntando al Turak. El cuerpo de Galand se tensó, aferrando su espada bastarda favorita mientras sus energías fluían a través de la misma.
Nueve espadas a su espalda, todas bañadas en sangre hacia años, vinculadas a Galand como comienzo a su cruzada para vengar la muerte de su primer hijo. El no nato.
Galand se sintió débil. En parte, por la sangre que había derramado en el suelo y el dolor que sentía, dificultando su ofensiva. Pero también por forzar el uso de aquella facultad justo tras un golpe semejante. Tuvo que recurrir a todas sus fuerzas, y el cansancio comenzó a sobrecogerlo poco a poco. Gotas de sudor resbalando por su frente, tras la raíz del cabello en la nuca.
La gabardina armada del elfo silbó en el aire, y el Slyvain desató un primer ataque con su brazo. El Turak lo detuvo con sus alas de Zeon justo a tiempo. El resto de sus espadas, sin embargo, salieron disparadas desde su posición como un aro tras Galand, y atacaron al Turak desde todos los ángulos posibles. Algunas desde una posición elevada, otras bajas, y algunas a la altura del filo que el propio Galand empuñaba.
El escudo sobrenatural del Turak se rompió, no sin antes atrapar una espada con su cola y tirar de ella, hundiéndola en la roca. El Turak fue incapaz de restaurar su escudo sobrenatural a tiempo, y su propio mandoble tuvo que bloquear un golpe. Intentó hacerlo con el resto de filos, pero si bien hasta el momento se había mostrado implacable y temible en su defensa contra los 10 filos de una leyenda viva como Galand, hacerlo con sus propias manos era una tarea demasiado difícil. El Zeon podía comandarse en todas direcciones a la vez, el metal no.
Varias espadas encontraron su armadura, y algunas se hundieron entre las juntas buscando su carne. Las ultimas con especial saña. La sangre manaba con timidez de su armadura, pues una mole de su estatura y peso podía aguantar un centenar de cortes. Pero ahora sangraba, y si bien sus ojos reflejaban una determinación capaz de superar el dolor, también emulaban de nuevo aquella furia y tensión propia de quien es capaz de dar lo mejor de si cuando su vida está amenazada.
Su armadura seguía brillando con un fulgor azulado, pero nada que se manifestase. Y su espada seguía brillando con el color del fuego, con su dragón de Zeon dándole viva, pero si bien segundos atrás fue capaz de atacar pese a haber sido superada su defensa de magia, no parecía ser capaz de hacerlo tras haberse interpuesto ella misma entre los golpes.
De reojo, casi decidiendo, desvió su mirada hacia el dragón.
Galand, distraído con su ofensiva, fue incapaz de verlo, pero Ephiel se había alzado de algún modo sobre la cabeza del dragón. Su mano izquierda había aferrado la mano derecha del hechicero y la había llevado a su hombro izquierdo, con los dedos encogidos bajo la presa, dificultando su canalización de Zeon. Y su mano derecha empuñaba su lanza contra el cuello del chamán, engatillándolo.
- Me rindo- se limitó a decir Oros, con la sangre manando de su abdomen, y en menor medida de su hombro, por las heridas previas.
El Turak y el dragón permanecieron en tensión un segundo, inmóviles. Suficiente para que se notara que en aquella frenética batalla había un receso. Miroo a Galand con gravedad, con aquella determinación en sus ojos, prácticamente gritando que deseaba seguir con aquel combate.
Orgulloso, sin embargo, se irguió, y su armadura y mandoble dejaron de brillar.
- Creo que he visto lo suficiente. Yo, Ezequir, Cabeza de Guerra del pueblo Turak y Ultimo de los Jinetes de Dragón, nombro Primero y Segundo de los Nuevos Jinetes a Galand Ul del Verdantis y Ephiel Príncipe de las Sombras.
El dragón extendió su mano sobre su rostro, y Ephiel liberó a Oros. De un saltó se posó en las rocas, a los pies del dragón, y la criatura dejó al hechicero sobre el suelo, donde pronto fue atendido por su tribu.
El dragón bajo levemente la cabeza, y entonces comenzó a desaparecer por el portal.
* * * *
Galand se encontraba en el corazón de la montaña que daba hogar a los Turak. Allí, tras una puerta cuyo valor en metales raros y gemas debía valer más que el resto de la isla junta, se encontraba un refugio oscuro pero caliente. La energía termal del corazón de la montaña mantenía aquel lugar, y los huevos, lo bastante caliente para evitar que se fosilizaran.
Aquel lugar, además, parecía estar fuertemente cargado de magia. En primer lugar, por la presencia de los huevos. En segundo, por una colección de runas en las paredes, el techo, y el suelo. Y en tercer lugar, porque Oros, al lado de Galand, vendado y con una túnica nueva, confesó a Galand que aquel lugar era su Sancto Sanctorum. Aquel lugar, junto con los encantamientos del hechicero, mantenía la isla oculta, segura e inaccesible.
Frente a Galand descansaban una serie de huevos. Blanco, plateado, gris, negro, dorado, rojo, azul, verde y marrón, con un segundo tono bajo las escamas.
- Tu magia despertara a uno de ellos, y tu alma se fundirá con él. Escucha con atención y con tu corazón antes de tomar una decisión, pues su carácter crecerá con el tuyo.
Puedes elegir 2 vías de magia, una principal y una secundaria, y con ello, dos colores, uno de ellos predominante. Las vías no pueden ser opuestas. El dragón desarrollará magia de dichas vías, pero su personalidad será acorde a dicha magia, y dejo a tu criterio (salvo en algún mensaje mío) el efecto que dicha personalidad, atada a ti, tiene sobre los pensamientos, comportamiento y temperamento de Galand.
La tormenta de acero que Galand había desatado drenó enormemente las reservas del elfo. Cuando el Turak de la armadura anunció su victoria, Galand casi se sintió desfallecer de la tensión.
Los filos desaparecieron, desvaneciéndose con sonoros y harmónicos tañidos. El elfo tomó aire, apenas le quedaba aliento.
No tenía palabras, por lo que Galand hizo una reverencia al Turak, en señal de respeto.
Su aspecto dejaba mucho que desear. Aunque su magia regeneraba rápidamente las graves heridas que había recibido en aquel combate, tanto su ropa como su cuerpo estaban sucios y maltrechos. Su cabello, normalmente recogido en una práctica coleta alta, se deslizó hasta liberarse por completo con aquella última reverencia.
Aunque técnicamente había ganado, Galand no lucía como un vencedor. Ni como un perdedor. Tan solo como un guerrero herido y cansado.
Aquel combate también había dado que pensar al elfo. Hasta el momento, Ophiucos había sido suficiente para abrumar a la mayoría de sus oponentes. El Turak había luchado con gran determinación, y había logrado abrirse paso a través de su muro de espadas en más de una ocasión.
Si quería seguir con aquella guerra, Galand debía mejorar. El mundo estaba lleno de seres tan o más poderosos que aquel Turak. En cierto modo, la reverencia también venía a ser un agradecimiento por una bien dada lección de humildad.
* * * *
Tras el combate, Galand se aseguró de estrecharle la mano a Ephiel en público. Habían logrado superar aquel combate juntos, y todas las demás razas deberían ser testigos de su alianza.
- Lo hemos logrado – admitió, con una sonrisa cansada en el rostro -. Juntos.
Aquellas palabras se las dirigió tan solo al elfo oscuro, en el breve momento de intimidad que acompañó a su apretón de manos en medio de la arena.
* * * *
Galand se dedicó a descansar el resto del tiempo tras el combate. Lo necesitaba. Pasó algo de tiempo meditando, y algo más hablando con su hijo. Galand quería asegurarse de que había prestado atención al combate, de que había estudiado tanto los movimientos de su padre como los de su oponente. En aquel viaje que habían emprendido juntos padre e hijo siempre había tiempo para alguna que otra lección.
* * * *
Finalmente, en el Sancto Sanctorum del Maestro Oros, Galand se encontró cara a cara con los huevos de dragón. Al verlos, Galand no pudo evitar pensar en que… eran ciertamente hermosos. Como piedras preciosas de distintos colores.
Galand se situó en el centro de la sala y cerró los ojos, respirando hondo. Trató de expandir su consciencia, acariciando las superficies de los huevos con sus sentidos místicos. Quería desentrañar sus esencias.
El elfo trató de meditar sobre aquella elección. ¿Qué huevo debía escoger? ¿El que representaría mejor la propia alma y convicciones de Galand? ¿O quizá el que mejor se alineaba con la naturaleza de los elfos en su totalidad?
Un huevo sensible a la Luz era deseable. Pero en el fondo, Galand sabía que su propio corazón albergaba otros caminos. Su magia era la de Creación. Su tradición, el orgullo de su familia. Una magia para crear de la nada. Para sanar. Para proteger.
¿O quizá debería escoger una naturaleza contrapuesta a la suya? No una que siguiese escalando su forma de ser, si no que se opusiese. Una perspectiva distinta, un equilibrio. Un contrapeso.
¿Creación o Destrucción?
Quizá lo que necesitaba en aquella guerra era algo que lo impulsase. Galand era pacífico por naturaleza y por edad. Pero para el conflicto que se avecinaba, estaba seguro de que iba a necesitar una fuerza que lo impulsase a hacer aquello para lo que todavía no se atrevía.
Destrucción, con una contraparte de Luz. Ímpetu y osadía, pero con bondad.
Destrucción de principal, Luz de secundaria :)
No sé qué color correspondería a destrucción, tú me dices!
Ephiel estrechó la mano de Galand en medio de todos. No se retiró el casco, ni los guanteletes. Galand nunca había visto al Duk’Zarist sin su armadura, la cual él mismo admitió fue usurpada, no forjada para él. El Artesano nunca le había visto la piel, pero su acento, su magia y su actitud encajaban con los de un Duk’Zarist.
El Duk’Zarist asintió bajo la armadura.
- Tendremos que hacerlo otra vez, pronto. Probablemente.
Se encogió de hombros, despreocupado, como era su actitud habitual.
Se me olvidaba. Pierdes 1 Punto de Destino por usar Liberación Absoluta Mejorada en las condiciones que lo hiciste. Sin embargo, voy a ser bueno, y considerar que NO usaste 3 puntos de destino para el primer ataque, pues lo hiciste pensando que serían 2 y no 10. Por ello, ajústate en tu ficha los Puntos de Destino a 5/6. Sé que no los recuperas con el paso del tiempo, pero para saber cuál es el máximo natural de Galand, que aquí pasan demasiadas cosas épicas para no haber ocasión de ganar alguno. Tu Cansancio vuelve a estar al máximo.
* * * *
- ¿Tuve miedo, sabes?- confesó Eldar, ligeramente avergonzado-. Cuando vi el golpe que te atinó, el único golpe… al principio me temió lo peor por un momento. Cuando vi que… bueno, aun estabas en una pieza, solo temí que habías perdido el combate. Pensé en salir a curarte, pero entonces vi tu conjuro en acción- Eldar cayó un momento, tímido-. No tengo derecho a pedírtelo, con la responsabilidad que tienes ahora- resopló, bajando la cabeza-, pero me preguntaba si podrías lanzar el mismo conjuro sobre mí. Mientras no necesites ese Zeon cada día, si es el caso.
Galand había meditado, y su Zeon se recuperaba más rápido de lo normal en ese estado de trance. Lanzar el conjuro no era un problema, pero mantenerlo cada día podía llegar a suponer un problema. Por supuesto, Galand siempre podía romper el conjuro si llegara a necesitar la energía, pero, ¿debía Galand lanzar ese conjuro? ¿Y de hacerlo, debía lanzar solo ese conjuro, o todos los que le protegían a él mismo?
Eldar era su hijo, y se merecía la protección de su padre, pero, ¿cuánta era demasiada?
- Yo… mamá es una gran hechicera, y he aprendido mucho con el Príncipe, y contigo, pero…- resopló de nuevo-. El dragón, el Jinete, el Príncipe, tú… Vosotros hacéis cosas que apenas puedo imaginar. Cosas que siento que nunca seré capaz de hacer, y sólo he podido ver por ser tu hijo.
Eldar era joven. Muy joven. Más diestro que Galand con la espada a su edad, pero había sido entrenado por el Príncipe en persona, y su infancia no había sido como la de Galand. Galand habiia podido aprender a forjar armas, y tener una infancia. Eldar había sido inmediatamente erigido como un soldado, y la sombra de su padre y el Príncipe eran grandes y pesadas.
Todo hijo cree que su padre es el mejor, a su manera. Pero Galand no solo era el recién conocido padre de Eldar, sino una leyenda viviente. Nunca le había visto sangrar, y verlo por primera vez, malherido de un solo golpe, enfrentándose a una mole capaz de contener su Ophicus, y con un dragón a sus espaldas, parecía haber elevado aún más las expectativas de Eldar.
Quizá aquel combate no había sido una cura de humildad para Galand, sino también para su hijo.
- Oh- comentó su hijo de pronto, como si acabara de recordar algo-. Creo que se te cayó esto durante el combate.
Sacó de su bolsillo el pendiente de Eldar con forma de lágrima, y Galand recordó inmediatamente el día en que Sylvia lo puso en su oreja, hacía décadas.
* * * *
Oros abrió ligeramente los ojos, con cierto disimilo. Su iris afilado pareció hacerlo aun más, mirando al huevo de escamas con un tono violáceo oscuro, casi gris, y un plateado intenso bajo el armazón.
- Interesante elección, Artesano- comentó con cierta sorpresa-. Esta cría es una hembra. Lleva con nuestro pueblo un tiempo, pero creemos que es en realidad muy antigua. La encontramos bajo los restos de Zanarkah, un dragón de la destrucción de los Shajad- apuntó, sin indicar qué pasó con dicho dragón-. No puedo estar seguro, pero creemos que es hija de uno de los ancestros de Zanarkah, el dragón de un emperador Duk’Zarist, y y una dragona de los Beryl que protegía a una princesa Sylvain. Hace más de mil años, antes de todas las guerras escritas.
El fuerte de Galand no era la historia, ni mucho menos. Pero sobre Ocultismo sabía lo suficiente como para conocer el nombre de Rah, la guerra de los Duk’Zarist, y los extraños artefactos que, sin vida, custodiaba Tol Rauko. Artefactos como el Ojo de Dios, que Nerelas intentaba reactivar. Artefactos que, si bien Galand pensaría que son similares a los del imperio de Lucanor Giovanni hoy día, usaban magia y truenos, no solo engranajes y carbón.
Si lo que decía Oros era cierto, aquello no era sino una fábula previa a la historia escrita de Gaia.
- Es difícil saberlo, pero cuando intento escuchar a la cría, las visiones que he tenido me han sugerido eso- comentó el chamán-. No sé el precio que deberás pagar por fundiros en uno, pero profetizo que tu corazón va a volverse más oscuro de lo que ya era, Galand. Tu cría tiene un buen corazón, pero su mente está teñida de odio y rencor- Oros sacudió la cabeza-. Debes imbuirlo con Zeon y Ki cada día. Aunque no puedas dárselo, ella sabrá como recibirlo, y cuando parar de pedirlo. Será difícil, largo y poca cantidad al principio, pero con el tiempo te será más fácil sintonizar con ella, y necesitará más energía.
Con Eldar…
- En medio de una situación peliaguda… es cierto que es un hechizo muy útil para mantenerse en pie.
La solicitud de su hijo no se le antojaba fuera de lugar, pero era cierto que Galand dedicaba la mayor parte de su energía mística a potenciarse a sí mismo. Apenas le quedaba un resquicio para recargar sus reservas.
Aunque también era cierto que, en aquel lugar no tenía necesidad de ocultar su identidad.
- Consideraré cómo puedo repartir mejor mis energías para protegernos a ambos. Mientras estés bajo mi protección, debo velar por tu seguridad – le respondió en un tono que pretendía sonar complaciente.
Aquel tema parecía zanjado, pero la conversación tomó otros derroteros que el elfo no agradeció tanto. Era natural que Eldar, por ser el hijo de quien era, se viese bajo la sombra de Galand.
- Hijo… - comenzó Galand, tratando de encontrar las palabras apropiadas.
Aquello no se le daba especialmente bien. Ni siquiera había sido un buen padre durante gran parte de su vida. Aunque sí que había tenido un aprendiz. Uno deseoso de aprender, y consciente de la gran diferencia de poder entre maestro y alumno.
- Comprendo tu angustia, pero no debes dejar que la diferencia de poder que existe entre nosotros – señaló con un gesto a su hijo y luego a sí mismo – te ciegue.
> Es cierto que muchos aquí somos capaces de grandes proezas, y muy posiblemente estemos dotados de un gran talento. Pero el resto es trabajo, experiencia. Los elfos tenemos larguísimas vidas por delante, Eldar. Años y años para entrenar, aprender y perfeccionar nuestras técnicas.
Puso una mano sobre el hombro de su hijo.
- Sé que no he sido el padre que necesitabas durante todos estos años. Pero me veo reflejado en ti, Eldar. Sé que eres capaz de grandes cosas. Y voy a estar ahí en cada paso del camino, para guiarte y acompañarte, si me lo permites. Con tiempo y trabajo, estoy seguro de que llegarás a superarme.
Galand sonrió, tratando de reconfortar a su hijo mientras le apretaba el hombro en una muestra de afecto.
Poco después, Eldar le devolvió a Galand el pendiente que lo conectaba con su esposa. El elfo lo tomó, sorprendido, y cerró la mano mientras se la llevaba al pecho, atesorándolo.
- Gracias hijo, trataré de no perderlo…
* * * *
La historia del huevo resultó ser… fascinante. Una curiosa unión entre las fuerzas de la destrucción y de la luz. Quizá la prueba de que, después de todo, podían tenderse puentes entre todos los bandos.
- Un corazón más oscuro… - murmuró Galand, aunque sin tratar de evitar que Oros lo oyese -. Quizá es lo que necesito para afrontar la batalla que está por venir… - admitió con tristeza.
Galand se situó frente al huevo de violeta oscuro y plateado. Acercó una mano a su superficie, y trató, de algún modo, de sintonizar con él. Bueno, con ella.
- ¿Me aceptas?
El huevo de dragona no respondió.
- Es demasiado joven y está demasiado débil para responderle- comentó Oros-. Pero sí se ha sentido atraído por ella, y esa sincronía es lo que buscaba. Ahora solo debe seguir cultivándola.
Oros abrió de nuevo la puerta ovalada de aquel santuario en el corazón de la montaña.
- Por favor, Artesano. Quédese unos días más con nosotros. Yo ayudaré a los Nuevos Jinetes en sus primeros pasos para forjar el Vínculo, y podrán conocerse más entre vosotros, así como a nuestra tribu- Oros atravesó la puerta, invitando a Galand a salir-. Solo una cosa más, Galand Ul del Verdantis. No hace falta que se lo diga, pero los dragones no pueden ser domados. Sus almas están vinculadas, lo que confiere ciertas habilidades, como vio durante el combate contra nuestro Jefe de Guerra- cuando el dragón cruzó un portal para unirse a la batalla-, y les ayuda a entenderse mutuamente, pero los dragones son criaturas orgullosas. Es común para un dragón y su jinete compañeros y apoyarse mutuamente, pero se han dado casos de dragones rebelándose y dándole la espada a su contraparte. Para que me entienda, aunque con otro tipo de afecto, tiene su parecido con el matrimonio.
Oros miró fijamente al pendiente de Galand, o al menos eso pensó el Sylvain.
Mientras que el emisario de los D’Anjaini se mantuvo distante, y Ephiel desapareció por completo, Mohavo y el compañero de su hija decidieron aprovechar el tiempo para entrenar con Galand, como su padre. El Artesano pudo observar como tenían especial cuidado por no partirlo por la mitad o herir su ego, pero también que hicieron un ligero esfuerzo por enseñarle las diferencias entre combatir a alguien ágil, como Galand o el Príncipe, y alguien fuerte, como ellos.
Galand observó a Mohavo reírse, pero también mirar a Galand como si en realidad hiciera aquello por ser hijo de quien era. Galand estaba un día, observándoles, mientras el propio Mohavo se dedicaba simplemente a defenderse y tirar al suelo a Eldar una y otra vez, mostrándole que había hecho mal. Sorprendentemente, Mohavo lo hacía con sus manos desnudas, parando el filo sin sangrar gracias a su Ki. Parecia ser que además de aquel mandoble para gigantes también sabía pelear con sus puños, aunque eso no debería ser sorprendente.
El Artesano también pudo observar a su espada, el regalo que había creado en la forja de Paris, defendiendo a su hijo gracias al amor y la magia que habían imbuido en ella, defendiéndose casi por si misma como una diminuta versión del Ophicus.
- Siento la presión sobre sus hombros, aplastándolo como una hormiga- dijo una voz dulce y melodiosa, pero a la vez fría y metálica, al lado de Galand.
La joven Devah, enjuta, delgada y elegante, se alzaba al lado del Artesano, pero varias cabezas por debajo. Galand era indiferente al sexo de la joven, pero no podía evitar que la boca se le volviera pastosa y los nervios aflorasen en su piel. Su piel olía a perfume, su cabello a rosas, y sus rasgos eran de una belleza simétrica propia de un lienzo.
La hechicera estaba rodeada por conjuros de un color cambiante, sobre un vestido simple pero elegante de cuello alto y una bolsa improvisada para cargar un huevo de dragón a su lado. El huevo tenía un color blanquecino, pero con un brillo plateado cambiante y un tono azulado bajo las escamas. Su propio cabello, plateado, ocultaba su frente, aunque Galand podía entrever su tercer ojo. Era pequeña, y plana, pero Galand sabía que podía aplastar a un guerrero de elite de los Turak con una amalgama de poderes mágicos y mentales.
- Creo que no nos han presentado. Soy Alea, la… Princesa de la dinastía Devah- comentó como si no tuviera particular interés en ser identificada por su título.
Aun así, Galand sabía que los Devah eran seres de increíble poder innato, no solo para la magia, sino también para la mente, y el control de las criaturas de la vigilia. Sabía que eran una raza orgullosa, como los Duk’Zarist, aunque sin su arrogancia. Que en su mejor momento su sociedad había estado desarrollada hasta el punto de dejar de ser entendida por otras, incluyendo los Sylvain, pero que ahora sus números eran mucho menores que los de los elfos, y quedaban menos Devah que falanges tenía Galand en su cuerpo.
Galand había visto su raza reducida a centenas. Alea, probablemente a menos de dos decenas.
- Mi familia desearía extenderle una invitación para visitar las islas orientales y hospedarse con nosotros- comentó con frialdad, aunque a Galand le vibró el pecho con cierta tensión-. Nuestra clase es reservada y ajena a las costumbres del resto, pero entendemos a todas las criaturas del otro lado, incluyendo a los dragones, y albergamos un intenso deseo de cooperar con los demás miembros de Samael para asegurar la supervivencia de nuestro linaje. El Ángel Negro de Samael, Mohavo’Nehe, ha confirmado que aceptará nuestra hospitalidad. Me temo que el Príncipe de las Sombras y el Hombre sin Rostro- el D’Anjaini- han tenido que rechazar nuestra oferta por compromisos con sus respectivas familias- o razas.
La mujer giró levemente el rostro.
- Además, es posible que debamos discutir la resistencia de los Hijos de la Noche- Vetala, una de las razas que rechazó la misión de Samael- y los Nigromantes- Sol Negro, los compradores y benefactores, hasta la fecha, de múltiples creaciones de Galand-. Tengo entendido que su nombre es responsable de ciertas espadas comerciadas por la organización.
- Todo toma su tiempo, lo comprendo – dijo Galanmd mientras echaba un último vistazo al huevo.
Una de las cualidades de los Sylvain era la longevidad. Y con ella, la paciencia. Esperar a que su dragona estuviese lista para vincularse con él no sería un problema.
Sin embargo, el comentario de Oros comparando la relación entre jinete y dragón a un matrimonio dejó a Galand algo preocupado. Evidentemente él no había sido el mejor manteniendo su relación con Ilviel. ¿Sería aquello una advertencia del Maestro Turak?
El elfo meditó durante unos instantes.
- Entonces deberé poner todo mi empeño.
No podía permitir que aquello saliese mal. La mayoría de las relaciones que había cultivado Galand durante su vida habían sido… accidentadas. ¿Sería diferente su relación con la dragona?
****
Galand observaba el entrenamiento entre Mohavo y Eldar con cierto interés. Como bien habían juzgado sus compañeros Jayán, Eldar debía aprender a enfrentarse a una variedad de contrincantes. El estilo de Galand y del Príncipe eran muy particulares, y no era apropiado para el joven elfo que todo su entrenamiento fuese con ellos.
Con los brazos cruzados, en una posición algo tensa, Galand no advirtió la llegada de la Devah hasta que su embriagador perfume le inundó las fosas nasales.
Rápidamente Galand adoptó una posición más abierta, liberando los brazos y situándolos a lado y lado. Se encaró hacia la Devah y le dedicó una leve reverencia.
- Es un honor conocerla, Alteza. Mi nombre es Galand.
Luego se encaró hacia el entrenamiento que tenía lugar frente a ellos.
- Él es mi hijo, Eldar.
Imaginaba que Alea ya los conocía, pero se presentó casi por instinto.
Galand reflexionó unos instantes sobre las palabras de la princesa nada más llegar. Tenía razón, el peso sobre los hombros de Eldar era grande, y las figuras del Príncipe y del propio Galand proyectaban una larga sombra de la que era difícil escapar.
- A veces es difícil ser hijo de quienes somos. Muchas cosas nos vienen predefinidas incluso antes de nacer. Cada uno tiene sus propios retos, pero hay grandeza en enfrentarlos de frente – le dijo a la Devah sin apartar la mirada de su hijo -. Tan solo espero que me vea como algo más que esa figura inalcanzable que le hace sombra.
Sus palabras flotaron en el aire mientras Mohavo lanzaba otra vez al suelo a Eldar. El joven estaba comenzando a ponerse nervioso ante la envergadura y aparente invencibilidad de su enemigo, y se volvía más propenso a cometer errores que abrían su guardia.
A continuación, Alea le extendió una invitación a hospedarse con su familia.
- Ofrecéis una propuesta muy atractiva, alteza – admitió Galand, desviando su mirada del entrenamiento para mirar a la Devah .- Estoy deseoso de, no solo comprender mejor a estas criaturas que nos han presentado los Turak, si no de trabajar juntos como una coalición. Mohavo’Nehe ha aceptado con sabiduría. Y yo también lo haré.
La conversación progresó rápidamente hacia otros derroteros menos cómodos. Los Vetala, y Sol Negro.
- Así es. Durante los últimos años he tenido relación con ellos – admitió -. Crear espadas siempre ha sido mi arte y mi debilidad. Ellos normalmente estaban dispuestos a pagar un precio justo – Galand se llevó una mano a la barbilla -. ¿Qué problema hay con ellos? Bueno, quizá es un asunto que debamos discutir una vez estemos reunidos en vuestros dominios.
Sin desviar su atención de la Devah, Galand sacó a relucir un tema que le había causado curiosidad durante la conversación. El huevo de Dragón de Alea.
- Si me permitís el atrevimiento. ¿Cómo supisteis vos con qué huevo debíais vincularos? Admito que en mi caso fue una decisión… calculada. No me suelo dejar llevar por el instinto.
- Cuando el Artesano de Espadas crea luz moldeando energía, para intentar cegar al Jefe de Guerra Turak, ¿en qué idioma habla? ¿Qué palabras utiliza?- preguntó la joven-. ¿Necesita decirlas? Algunos hechiceros deben hablar, o mover sus manos, como los niños, pero la mayoría, aunque más despacio, pueden moldear la energía igualmente. Un Artesano de Espadas aprende a ser igual de rápido aunque no use sus manos, pero no se molesta en hacer lo mismo con sus labios. Su tiempo y esfuerzo son limitados, y están mejor empleados en desarrollar lo que, cree, le será más útil. Las restricciones son de las mentes de los hechiceros, no de la energía- se giró hacia Galand-. Un hechicero puede escribir en un pergamino. O grabar runas. Pero casi todos usan conjuros. Palabras, gestos, formas de organizar la energía para conseguir resultados concretos. Igual que uno memoriza una pieza de teatro, o los planos de una casa, pues crear una obra digna en el momento es casi imposible. Lo llaman improvisar, pues su mente, esclava del tiempo y pequeña en el río de almas que es Gaia, se siente mejor que aceptando su falta de omnisciencia.
Un diminuto flash de luz apareció en la mano de la Devah, molestando brevemente la visión de Galand, pero incapaz de cegarlo. Era una versión en miniatura del conjuro que él había usado en su combate. Como vino, se fue, casi insignificante.
- Una Devah, aun llamada “Alteza”, aun siendo más inteligente que cualquier humano común, sigue siendo pequeña y limitada, como todas las demás almas separadas del resto y dotadas de cierta individualidad por una mente. Ella sabe cosas que un Artesano no conoce, y un Artesano es maestro de conocimientos que una Devahno entiende. Gaia lo sabe todo, pero las mentes no. Un Artesano de Espadas puede crear una pequeña ráfaga de viento, como una Devah una pequeña luz, porque sus almas tienen cierta conexión con Gaia y el río de almas, de energía, de la voluntad de los Dioses, que le da vida. Pero sus mentes no pueden comprender esa energía, y la llaman Zeon. A sus ríos, Flujo de Almas. A sus lugares favoritos, Líneas del Dragón, o Nexos. Pero no se llaman así. Un río fluye, pero es más que un flujo. Un Artesano es galante, pero es más que Galand. Una Devah se pregunta si un Artesano es en realidad Galand, o solo usa ese nombre por respeto y simpleza. Un Artesano se presenta como Galand, ¿pero los demás lo llaman Galand, o Artesano?
Alea mostró no ser una persona simple con la que conversar. Interesante, quizá, pero densa. Una persona que no se había dedicado a aprender sobre cómo mover una espada sino cómo mover su mente. Con ello, su interés no yacía tanto en los movimientos que Eldar y Mohavo hacían con sus cuerpos, o con sus armas. En su lugar, ella habló del peso que Eldar soportaba. El que, según ella, le aplastaba como a una hormiga, aun capaz de soportar múltiples veces su propio peso.
- Discúlpeme. No estoy acostumbrada a hablar con no-Devahs. Escuchar un nombre como Galand me ha hecho divagar demasiado. La pregunta era sobre el dragón que cuido.
Se aclaró ligeramente la garganta, revolviéndose con elegancia en el sitio, como si intentase sacudir un poco su mente para quitar el polvo.
- Yo soy Aire, Esencia y Nobleza- respondió la Devah-. El dragón es Creación y Agua. Es lo que siento pero no he estudiado. En el sentido místico de la palabra, al menos- se apresuró a añadir-. Toda especie tiene sus peculiaridades. Los Ebudan sienten a los Dioses. Los Jayanes, los espíritus. Los Sylvain, a Gaia. Los Devah sentimos la Vigilia.
Acarició suavemente el huevo con una mano, distraída.
- Un Sylvain entiende a los árboles. Entiende su esencia vital, y el Zeon que la recorre. Yo entiendo a las criaturas al otro lado del velo. Veo sus nombres, siento sus personalidades- miró a Galand ladeando el rostro-. Siento el rencor de tu retoña, y con él sospecho del tuyo. Un Sylvain no nació para destruir, no se le enseñó a hacerlo, pero los hombres que destruyen su hogar pueden teñir su alma, y con ello enviarlo en busca de algo que lo complete. Un Príncipe puede buscar El Ojo de Dios, para que las ciudades de sus enemigos caigan como la suya. Un Artesano, magia de Destrucción que borre el legado de aquellos que borraron el suyo.
La joven siguió acariciando su huevo, desviando su mirada hacia él. Galand, mientras tanto, no podía dejar de sentir su corazón latiendo ante las palabras de la joven. No era deseo lo que sentía, ni amor, sino el embelesamiento que un humano sentía por las sirenas, al menos en los libros.
- Una Devah crece con un corazón que siente las criaturas del alma de Gaia, pero los hombres que acaban con su especie congelan su corazón. Ella no aprende magia sobre agua, o frío, pero aprende a congelar su corazón para que sus tres ojos no lloren. Ella siente el frío de los demás como el suyo propio, y busca ser entendida, aliviar esa carga mutuamente. No importa si el alma es de Devah, Sylvain, o Dragón. Pero un Sylvain aún alberga luz, y una Devah aún busca crear nuevas almas aunque no haya tenido oportunidad.
Hasta donde sabía, Galand era incapaz de “crear nuevas almas” con una Devah. Con una Sylvain, una humana, o una Duk’Zarist, quizá, como hizo dos veces con Ilviel.
- Supe a que huevo vincularme del mismo modo que usted, Artesano de Espadas. Simplemente, yo lo sentí de forma diferente. Yo no sentí la esencia de su Zeon, de la energía que la hace formar parte de Gaia, sino su identidad. Pero el dragón me eligió a mi tanto como yo a él, y me sorprendería que su caso fuera diferente.
Miró de nuevo a Galand, destapando ligeramente su tercer ojo, que parpadeó mirando al Artesano. Desvió su rostro de nuevo, mirando a Eldar y Mohavo. La joven suspiró.
- Un Artesano tiene razón. El mejor momento y lugar para hablar de Nigromantes e Hijos de la Noche no es durante el resurgir de los dragones en su propio hogar- añadió-. Una Devah no comprende a un Artesano, pero intenta que acepte su invitación, para escuchar más, advirtiéndole que sus espadas ahora son blandidas por sus enemigos.
La princesa sonrió, divertida por dentro, por primera vez desde que Galand la vio. Era incapaz de comprender porqué sonreía ahora, entre todos los momentos en que podía haber sentido el deseo de hacerlo.
- Una Devah tiene un cuerpo frágil, pequeño y débil. Pero su mente es fuerte, pues es capaz de entender y soportar la verdad sobre las criaturas de la vigilia, la voluntad de los Dioses hecha vida corpórea, pero oculta al otro lado del velo- miró de nuevo a Galand, ladeando levemente el rostro-. Un Sylvain tiene otras virtudes, y es superior a un Devah en ellas, pero su mente no es una de sus virtudes. Una Devah ha escuchado del Artesano, y observó como su mente ha cambiado de rumbo varias veces. Una Devah, intentando sobrevivir, intenta convencer a un Artesano de que comparten enemigo- confesó-. Pero una Devah, intentando ayudar, intenta hacer ver a un Artesano que su enemigo no lo es solo por ser del bando opuesto en una guerra, y los motivos de esta, sino por sus propios motivos, personales y diferentes, pero que atañen a los mismos sujetos.
Señaló a Eldar, directamente, alzando su brazo, mano y dedo en su dirección, mientras este peleaba, aún, con Mohavo.
- Una Devah, intentando ayudar, observa que un Artesano, aunque cambie de dirección, no teme avanzar, cargando con el peso de su pasado. No es difícil de ver, cuando puede invocar a su propia familia para luchar junto a él, unidos, contra el Jefe de Guerra Turak- añadió, en referencia a cuando forzó al máximo el poder de Ophicus-. No es raro, pues un Artesano tiene la voluntad de crear, y para ello debe crecer y avanzar, sin temor a equivocarse y probar un camino que quizá sea mejor. Pero también observa, y advierte al Artesano, que su mejor creación y legado, su propio hijo, no comparte ese talento. Una Devah no ha escuchado suficiente de su hijo, pero observa su alma, y su mente. Su alma es más poderosa que la del Líder Jayán y Ángel Negro de Samael, pero su mente es más débil- miró de nuevo a Galand, esta vez directamente-. Es más débil, pues mira a su oponente, un gran Jayán, y piensa que su enemigo es más antiguo, más poderoso, más intenso. Mira a su padre y piensa lo mismo. Pero piensa sobre aquello que ve. Eldar mira a su padre, y al Jayán, pero no se mira a si mismo. Eldar quiere creer que los demás son más fuertes que él, y que ese es su problema. Pero estar rodeado de fuerza no pone esa fuerza sobre ti. Eldar pone su propia fuerza sobre sus hombros, y no en sus manos, su corazón, o su mente, pues teme no ser capaz de usarla y estar a la altura, no de su padre o su amigo con cuernos, sino de si mismo. Eldar no lo piensa, pues su mente no lo sabe, pero su alma sabe que su nombre es viejo, y que una madre quizá lo piense, o quizá no, pero siente el alma de su hijo y le da un nombre viejo.
Galand, instintivamente, pensó en su primer hijo. Y con ello, se dio cuenta de que la joven princesa Devah prefería llamarse a si misma, a Galand, y a Mohavo, por sus identidades, o partes relevantes de ellas, en lugar de por sus nombres. Eldar, en cambio, era el único al que había preferido llamar por su nombre. Siempre. Eldar.
Galand había leído de los Nephilim, y de cómo las almas de los Sylvain, o cualquier otra raza, podían encarnarse en el cuerpo de humanos. También había escuchado del Flujo de Almas, a donde todas las almas van, volviendo a las venas de Gaia, cuando su tiempo en uno de sus cuerpos acaba. No tenía pruebas de nada de ello, pues nunca había visto a un Nephilim o un Flujo de Almas, más allá del Zeon que flotaba en el ambiente, como hacía el aire, y alguna zona más intensa o más vacía del mismo.
En aquel momento deseó poder ver el alma de Eldar con la desnudez con que la joven Devah era capaz de hacerlo.
La conversación con Alea era… cuanto menos interesante. Galand, incluso con su gran intelecto, sentía cierta dificultad a la hora de seguir el hilo argumental de la princesa Devah.
- Cada uno puede llamarme como desee. En ocasiones nuestra fama y títulos preceden a nuestros nombres, sobre todo para aquellos que no nos conocen de cerca. Vos sois libre de llamarme Galand, si así lo deseáis – la invitó tras escuchar su divagación.
Alea comenzó a hablar de vínculos, quizá de una forma muy propia de alguien con sus habilidades y percepción singular. Pero en el fondo lo que interesó a Galand fue la forma en la que hablaba de la naturaleza de las razas.
Era cierto que la elección que había tomado respecto a su propio huevo no fuese la más apropiada para un Sylvain. Y, sin embargo, había cierta responsabilidad en el propio huevo, que también tenía algo que decir en la elección de su jinete.
Galand meditó sobre aquellas cuestiones mientras seguía escuchando a la princesa. Ella siguió hablando, esta vez de los asuntos de la guerra.
- Tenéis razón. Esta guerra no se trata únicamente de bandos.
El elfo miró a su hijo, entrenando.
- Se trata de supervivencia…
Luego le habló de Eldar. De como veía un gran potencial en su alma, aunque estaba limitado por la propia mente de Eldar, que no se veía a la altura de las leyendas que lo rodeaban. Galand frunció el ceño.
Si hubiese estado ahí desde el principio, quizá habría podido educar a Eldar para que tuviese más confianza. Galand había pasado tanto tiempo lejos de su familia que no era más que una inalcanzable leyenda para su hijo. Si hubiese estado allí con él… no lo vería de esa forma. O quizá se habría acostumbrado a su legado.
Pero no tenía sentido lamentarse por el pasado. Se encontraban en el presente. Galand advirtió que Alea, a su manera, estaba tratando de ofrecerle ayuda. O al menos una observación.
- Gracias por vuestras sabias palabras, Alteza. Debo reconocer que disponéis de una perspectiva bastante más amplia que la mía.
> Esta… alma vieja que veis en mi hijo. ¿Qué conlleva? Había leído sobre el fenómeno de los Nephilim entre los humanos, pero… Nosotros somos Sylvain, ¿no es así? ¿Tiene el alma de un antiguo Sylvain?
Quizá el conocimiento de que encerraba un gran potencial en su interior animaba a Eldar a mejorar. Aunque Galand tampoco quería quitarle mérito a su propio esfuerzo.
Alea soltó una pequeña risilla, moviendo ligeramente los hombros. Algo inusual en su actitud recatada.
- Una Devah debió suponer que a un Artesano le interesan más las creaciones en si mismas que los nombres de estas- replicó la joven-. Le llamaré Artesano entonces. Creo que es un nombre más apropiado que Galand, al menos hoy día.
Hizo una breve pausa, observando el combate entre Eldar y Mohavo. Para Galand era bastante obvio que el Jayán no tenía dificultad alguna en bloquear los golpes de Eldar, pese a que este tendría una capacidad muy reseñable entre un ejército de soldados humanos. Galand nunca había visto a Mohavo pelear en condiciones, pero por cómo bloqueaba los golpes de la espada de Eldar a manotazo limpio, era posible que su capacidad fuera incluso superior a la del propio Galand.
- Si tratara de crear un artefacto místico, estoy segura de que la perspectiva de un Artesano sería bastante más amplia que la mía. Cuando lleguemos a Baho, estoy seguro de que podrá ofrecerme sabias palabras, como ahora juzga las mías- apuntó la princesa, de nuevo, aunque con una pequeña sonrisa satisfecha ante el halago de Galand-. Los Nephilim son humanos con un alma de otra raza, es cierto. Mi teoría es que son intento de Gaia de intentar elevar a algunos, pues su esencia es simple y vulgar, mientras que nuestras razas representan las varias esencias que forman Gaia, demasiado puras como para que puedan fundirse en un mismo cuerpo. Hay quien piensa que los humanos podrían concebir con otras razas, y engendrar mestizos, pero esto no es cierto- aclaró con absoluta rotundidad en su voz-. Nuestras razas no pueden mezclarse- silencio-. No de forma natural, al menos- aclaró con gravedad y cierta certeza en su voz-. Los Templarios-Tol Rauko- han cometido muchas aberraciones a lo largo de la historia. Me temo que los Nigromantes y los Hijos de la Noche no tienen dominio exclusivo de ese interés.
La joven descubrió su tercer ojo de nuevo, mirando a Eldar. Parpadeó, y siguió mirándolo, hasta que volvió a cubrirse la frente con el cabello.
- Usted es Sylvain, Artesano. También lo es Eldar. Pero él es algo más. No es una criatura de la Vigilia, o un ser Entre Mundos. Pero hay algo en él. Aún no sé lo que es, pero puedo estudiarlo. Quizás es un antiguo Sylvain, pero si lo es, es uno atípico. Hay algo especial en él, pero no puedo ver su nombre real como haría con una criatura mística. Lo cual es bueno- se encaró plenamente hacia Galand, mirándolo a los ojos y sosteniendo la mirada-. Una Devah ofrece un trato. Una Devah averiguará quien fue Eldar, y lo entrenará y cuidará de él hasta que un Artesano estudie y active el artefacto que una Devah le mostrara en Baho.
La Devah extendió su mano, cerrada en un puño salvo el dedo meñique, arqueado en un pequeño garfio para que Sylvain lo aceptara.
La explicación de la princesa resultó tan reveladora como confusa. Cada pregunta suscitaba una miríada de nuevas incógnitas. Eldar no era un Nephilim, pero su alma era “especial”. ¿Cómo aprovechar aquello? ¿Cómo siquiera descubrir de qué se trataba todo aquello? Por suerte, la última oferta le resultó al elfo bastante tentadora.
Alea tenía una percepción especial que escapaba a las capacidades de Galand. Si ella podía de algún modo guiar a Eldar para que lograse explotar su verdadero potencial…
No podía negarse.
- Acepto el trato, Alteza.
Al principio, Galand dudó de como responder al gesto de la Devah. Extendió una mano por instinto, pero luego cerró el puño y extendió también su dedo meñique.
- ¿Lo hago bien? – preguntó, curioso, mientras trataba de estrechar el meñique de Alea con el suyo propio.
> Estoy desando conocer más de vuestra cultura en nuestra visita – añadió con una sonrisa, aunque seguía sin estar seguro de que la Devah y él compartiesen las mismas costumbres en el lenguaje no verbal.
La princesa se rio por lo bajo e indicó a Galand que lo había hecho bien. Esbozó una pequeña sonrisa satisfecha.
Eldar cayó al suelo, empujado por un manotazo de Mohavo con el reverso de la palma. El Jayán se apresuró a tenderle la mano, y tras palmearle en el hombro con cuidada suavidad y decirle unas palabras con una sonrisa, se encaminó hacia Galand. Alcanzó su altura después de que este pudiera responder a la princesa.
- Está hecho un campeón para un Sylvain de su edad, Eldar. Creo- anotó dudando un momento. Los Sylvain tenían tiempo para aprender en comparación con los Jayán, pero claramente no sabía tanto sobre los Sylvain-. Se nota que ha peleado demasiado contra la vara de su Príncipe. Es letal, pero una pelea a cortas distancias contra manos desnudas aún le hace perder la forma.
Sonrió ampliamente, erguido. Mohavo era intimidante, siempre. Probablemente podría alzar a la princesa Devah por el cuello, simplemente usando dos dedos. Seguramente pudiera partirla en dos, agarrándola con ambas manos, alzándola y tirando de ambos extremos. Era alto, mirando a Galand siempre varias cabezas desde arriba, pero al lado de la Devah era poco menos que un coloso. Si ponía ambas manos en la cabeza de Galand, y presionaba desde ambos lados, seguramente podría aplastarle el cráneo como si fuera una manzana.
Era inevitable tener esos pensamientos en su presencia, como era inevitable sentirse algo inquieto al contemplarle. Y aun así, Mohavo había demostrado ser alguien honorable, y con aquellos que respetaba, amigable y hasta cercano. Pero aquello se notaba, aunque bien intencionado, forzado.
Mohavo claramente disfrutaba de combatir, y era posiblemente de las cosas que le hacían sentir más vivo y, quizá, incluso feliz. No dejaba de ser un Jayán, y estaba en su naturaleza. Aquello podía explicar su buen humor y trato más cercano. Pero su actitud se notaba algo forzada, y parecía hacer claros esfuerzos por mostrarse como un amigo, seguramente porque acababa de pelear con el hijo de Galand. Se notaba que aunque sentía lo que quería transmitir, sus palabras y su actitud eran forzadas y artificiales. Mohavo era una bestia que inspiraba miedo, y siendo un Ángel Caído de Samael y el líder de los Jayán, era un hombre serio, formal y acostumbrado a dar órdenes, planificar... y a ganarse confianza de los demás gracias a su buen juicio y dotes de liderazgo, no gracias a ser amigo de nadie.
- Alteza- comenzó el gigante arqueando la espalda y la cabeza levemente, lo que acentuaba la musculatura de sus hombros-. Un placer verla hablando con el mejor espadachín de los Sylvain.
Alea asintió.
- El Artesano de Espadas acaba de aceptar mi invitación para viajar a Baho con nosotros, gigante de gigantes- explicó la joven con educada formalidad.
Mohavo alzo ligeramente las cejas, sorprendido, y esbozó una pequeña sonrisa.
- Estoy seguro que para cuando lleguemos a las islas orientales el joven Ul del Verdantis ya sabrá defenderse de cualquiera de sus aristas marciales- explicó el Jayán en relacional hijo de Galand-. Quizás incluso podemos medir nuestras espadas de leyenda-añadió mirando al Artesano. No era ningún secreto que Mohavo quería un combate amistoso con Galand desde que lo vio combatir en los muelles del nuevo continente-. Alteza, aunque mi compañía no sea tan estimulante intelectualmente como la suya, ¿me permitiría un momento con Galand?
Alea asintió.
- Quizá el gigante de gigantes no sepa de magia, pero sabe de guerra más que una Devah. Estoy segura de que el Artesano de Espadas encontraría su conversación estimulante en ámbitos intelectuales diferentes a los míos.
Tras las debidas cortesías, la joven Devah se despidió de ambos allí presentes y se elevó en el aire, sin mediación del Zeon, únicamente con el poder de su propia mente. Echó a volar, adentrándose de nuevo en el hogar de los Turak grabado en la roca de la montaña.
Mohavo esperó a que la Devah desapareciese de la vista para comenzar a hablar, limitándose a observarla con pasividad hasta entonces.
- Nunca sé cuándo escucha y cuándo no- se limitó a decir-. Jinete de Dragón, Galand Ul del Verdantis. Siento haberle puesto en esa situación en la costa, pero no quería sacrificar un dragón por las… excentricidades de su Príncipe. Aún dudo si fue algo intencional o si estaba demasiado centrado en su propia agenda para dedicarle un pensamiento al asunto. En cualquier caso, hablaré con él. No es el nivel de organización que espero del líder de una de nuestras razas en esta guerra. ¿Cómo se siente al respecto, Jinete?
Cuando Mohavo y Galand se quedaron a solas, el Jayán se pronunció finalmente. Galand asintió levemente con la cabeza mientras le escuchaba.
- No te lamentes, amigo – respondió el elfo, con calma -. A mí también me pilló por sorpresa que el Príncipe no me hubiese dicho nada sobre el jinete de los elfos.
Galand se cruzó de brazos mientras su mirada se perdía en el horizonte. Se quedó callado unos segundos, pensativo.
- Quizá el Príncipe asumió que, al ir yo a buscar el huevo, asumiría el puesto. Ciertamente en el momento no se me ocurrió nadie más para albergar tal poder y responsabilidad. También está le hecho de tener que sacrificar algo para poder establecer el vínculo - Galand miró en dirección al pequeño saco en el que portaba su propio huevo -. En el momento lo vi como otra carga que debía asumir yo.
Como cuando tomó la determinación de cargar con los pecados de los Sylvain durante la guerra.
- Aún no sé qué conllevará exactamente el que yo sea Jinete, ni qué parte de mí se cobrará este pacto… Pero creo que al final todo ha salido más o menos como debería, y estoy en paz con ello. Así es como me siento – dijo finalmente, alzando la mirada para cruzarla con el enorme Jayán.
> Si me disculpáis, me siento algo cansado. Ha sido un día largo y de muchas emociones… Pero tened por seguro que cruzaremos espadas en Baho – añadió con una sonrisa.
Mohavo asintió.
- Estoy de acuerdo- se limitó a decir la montaña-. De todos modos, le recordaré a vuestro Príncipe que dejar asuntos de tal importancia sin pla ni guía no es el tipo de actitud que Samael espera del líder de una raza. Descansad, Galand. Nos veremos a la hora de partir. Y... prepárese para perder.
El Jayán esbozó una sonrisa de oreja a oreja, afable pero inquietante, más por defecto que por intención. Mohavo era amable, honorable y leal, pero era imposible llegar a sentirse seguro en su presencia, aunque sólo estuviera provocando al elfo de forma amistosa.